06 | Divination Classes
.:. CHAPTER SIX .:.
( CLASES DE ADIVINACIÓN )
Cuando Harry, Emma, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.
—¡Eh, Potter! —gritó Pansy Parkinson—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuh!
Emma estuvo apunto de gritar algo en medio de el Gran Comedor, y kue hubiera hecho, de no ser por Ron, que la hizo caminar rápido y sin detenerse.
—¿Ya me sueltas? —preguntó Emma cuando llegaron a la mesa de Gryffindor.
—Ahora si —dijo Ron, soltando a su amiga y sentándose a un lado de ella.
—Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?
—El estúpido de Malfoy —contestó Emma, recibiendo su horario.
George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima.
—Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimiento, ¿verdad, Fred?
—Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy.
—Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George—. Son horribles esos dementores…
—Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.
—Pero no se desmayaron, ¿a que no? —dijo Harry en voz baja.
—No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso… Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.
—De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿se acuerdan?
Emma hubiera dicho unas palabras de aliento para su mejor amigo, pero al ver la pequeña sonrisa en su rostro prefirió no decirle nada, y empezar a servirse fruta y tostadas.
—¿Por qué no tomaste salchichas? —preguntó Ron mirando a su amiga.
—Tan solo diré que ahora las odio —se limitó a responder Emma.
Hermione, mientras tanto, se aprendía su nuevo horario.
—Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.
—Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.
—Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.
—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y… —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?
—No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.
—Bueno, entonces…
—Pásame la mermelada —le pidió Hermione.
—Pero…
—¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.
En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.
—¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Están en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien… Yo, profesor… francamente…
Les dirigió una amplía sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.
—Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con curiosidad.
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EL GRAN COMEDOR SE VACIABA A MEDIDA QUE LE GENTE se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.
—Lo mejor será que vayamos ya. Miren, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar…
Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron de Fred y George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Emma, comprobando de que ningún profesor miraba en ese instante, le pegó una fuerte puñetazo a Malfoy y salió rápidamente con Harry, Ron y Hermione.
—Estás loca —dijo Harry, volviéndose para comprobar que ningún profesor hubiera visto algo.
—No —dijo la castaña con calma—, Malfoy simplemente se lo merecía, ¿verdad, Ron?
Ron asintió mientras trataba de ocultar su carcajada.
Hermione no había dicho nada, pero miraba a su amiga con el entrecejo fruncido.
El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte.
—Tiene… que… haber… un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.
—Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.
—No lo creo —dijo Emma, apoyándose en la pared y regulando su respiración—. Mira por la ventana. Eso es el sur.
La castaña escuchó un ruido metálico, y volvió su mirada rápidamente al cuadro de la pared. Un caballero rechoncho y bajito estaba en el cuadro antes vacío. Vestía una armadura y perseguía a un caballo.
—¡Pardiez! —gritó, viendo a los cuatro chicos—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!
Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.
—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acercándose al cuadro.
—¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!
El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizo para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor.
—Disculpe —dijo Harry, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad conoce usted el camino?
—¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentiles señoritas! ¡Vamos!
Y corrió por el lado izquierdo del marco, haciendo un fuerte ruido metálico.
Corrieron tras él por el pasillo, siguiendo el sonido de su armadura.
—¡Endureced vuestros corazones, o lo peor está aún por llegar! —gritó el caballero, y lo volvieron a ver enfrente de un grupo alarmado de mujeres con miriñaque, cuyo cuadro colgaba en el muro de una estrecha escalera de caracol.
Jadeando, Harry, Ron, Emma y Hermione ascendieron los escalones, mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.
—¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y temple de acero, llamad a sir Cadogan!
—Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.
—Al menos nos ayudo —objetó Emma—. Por cierto, ¿nos llamó compañeros de armas?
Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase. No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló el techo, donde había una trampilla circular con una placa de bronce.
—Sybill Trelawney, profesora de Adivinación —leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?
Como en respuesta a su pregunta, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies de Emma. Todos que quedaron en silencio.
—Damas primero, ¿no? —dijo Ron con una sonrisa. Emma negó antes de comenzar a subir de primera.
Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.
Harry y Ron fueron a su lado mientras la clase se iba congregando alrededor; entre murmullos.
—¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron.
De repente salió de las sombras una voz suave:
—Bienvenidos —dijo—. Es un placer verlos por fin en el mundo físico.
La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innunerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.
—Tomen asientos, niños míos —dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Harry, Ron, Emma y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me ven. Noto que descender muy a menudo el bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.
Nadie dijo nada ante esa extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:
—Así que han decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas. Debo advertirles desde el principio de que si no poseen la Vista, no podré enseñarles prácticamente nada. Los libros tampoco los ayudarán mucho en este terreno… —Al oír estás palabras, Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a sus amigas—. Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, olores y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas antes sus ojos enormes—. Es un don reservado a unos pocos. Dime, muchacho —le dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela?
—Creo que sí —dijo Neville tembloroso.
—Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito querida mía —le soltó de pronto a Parvati Patil—, te cuidado con cierto pelirrojo.
Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.
Emma vio todo de forma divertida.
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