05 | Dementors

.:. CHAPTER FIVE .:.
( DEMENTORES )

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.

—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.

Hermione se acercó cautelosamente al profesor Lupin.

—Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?

El dormido no se inmutó.

—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles en forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimiento—. Quiero decir que... no está muerto, claro.

Emma se acercó un poco al profesor Lupin.

—Todavía respira —susurró, y se volvió a sentar al lado de Harry, quien le entregó uno de los pasteles.

Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimiento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos apreció aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

—Bueno, miren quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimiento—. El chalado y la rata.

Crabbe y Goyle se rieron como bobos.

—Chicos, miren quiénes acaban de aparecer —dijo Emma fingiendo emoción—. El estúpido y sus gorilas.

Malfoy miró a la castaña con odio, como solía hacer siempre, pero decidió ignorarla.

—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano, Weasley —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?

Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó.

—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.

—¿Asustado? —sonrió Emma.

—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy?

Malfoy entornó sus ojos claros. Al parecer no era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.

—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia.

Y desaparecieron.

Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nudillos.

—Idiota —masculló Emma para sí misma, mientras le daba un mordisco a su pastel.

—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo Ron enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así sobre mi familia, lo tomaré de la cabeza y...

Ron hizo un gesto violento.

—Cuando lo hagas avísame —dijo Emma—. En verdad lo detesto.

—Cuidado, chicos —susurró Hermione, señalando al profesor Lupin—. Cuidado...

Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.

La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimientos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.

—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra.

Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo ganas de que empiece el banquete...

—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj.

—Algo no anda bien.

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.

Harry y Emma, quienes eran los que estaban más cerca de la puerta, se levantaron para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se detuvo con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.

—¿Es en serio? —dijo Emma, que con Harry volvían a tientas a sus asientos.

—¿Qué sucede? —preguntó Ron.

—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!

—¿Habremos tenido una avería? —preguntó Harry, quien había unido su mano con la de su mejor amiga.

—No sé...

Se oyó el sonido que produce la mano frotando cristal mojado, y Emma vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.

—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente...

La puerta del compartimiento se abrió de repente y alguien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño, mientras sólo había rozado a Emma.

—¡Perdona! ¿Tienen alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...

—Hola, Nev —lo saludó Emma, mientras Harry, tanteando en la oscuridad tiraba a Neville hacia arriba por la capa.

—¿Emma? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?

—No tengo ni la más mínima idea... Ven, siéntate.

Se oyeron bufidos y chillidos de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks y Felix.

—Voy a preguntarle al maquinista que sucede. —Emma notó que pasaban por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.

—¿Quién eres?

—¿Quién eres?

—¿Ginny?

—¿Hermione?

—¿Qué haces?

—Buscaba a Ron...

—Entra y siéntate...

—Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Está Emma!

—¡Ay! —exclamó Neville.

—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.

Por fin se había despertado el profesor Lupin. Emma oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.

Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimiento. El profesor Lupin parecía tener en la mano en puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.

—No se muevan —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por la capucha. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...

Emma lo reconoció luego de unos segundos, sabía lo que era, y sabía lo que hacía. Un dementor.

Entonces el dementor aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.

Un frío intenso se entendió encima de todos. Emma era consiente de que estaba reteniendo el aire. El frío penetraba más allá de su piel...

La castaña podía ver todo perfectamente, pero de pronto el recuerdo de la noticia sobre su abuelo fue lo único en su cabeza. Recordó el dolor que había sentido, el dolor que sentía pero intentaba ocultar... y sin proponérselo lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

Emma, entre lágrimas, vió al profesor Lupin caminar hacia el dementor y sacar su varita mágica, para después decir:

—Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.

El dementor no se movió. El profesor Lupin murmuró algo que Emma no logro entender, y de su varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Éste dio medía vuelta y se fue.

Emma comenzó a sentirse bien otra vez, al menos, el recuerdo de su abuelo ya no era lo único en su cabeza. La castaña se puso de pie, de a poco, y se acercó a Harry, que estaba tirado en el suelo.

La luz había vuelto, y el tren comenzaba a ponerse en marcha otra vez.

—Harry —lo llamó, dándole pequeñas palmadas en la cara—. ¡Harry! ¡James!

El profesor Lupin, al oír ese nombre se giró bruscamente hacia la castaña.

—¿Perdona?

Emma alzó la mirada para observarlo, y para Lupin le fue imposible no reconocerla. Realmente era idéntica a ellos.

—Emma —murmuró Lupin. Para su suerte, nadie más que él lo escucho, puesto que Harry acababa de abrir los ojos.

—¿Se encuentran bien? —preguntó Ron, asustado.

—Sí —respondió Harry, mirando hacia la puerta—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba? ¿Por qué dijese "encuentran"?

—Harry, nadie gritaba —respondió Emma.

La castaña alzó la mirada. Ginny y Neville los miraban, muy pálidos.

—Pero he odió gritos...

Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.

—Tomen —les dijo a Harry y a Emma, entregándoles trozos especialmente grandes—. Coman. Les ayudará.

Emma tomó el trozo de chocolate, y al contrario de Harry, comenzó a comer al instante.

—¿Qué era ese ser? —le preguntó Harry a Lupin.

—Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el chocolate entre los demás—. Era uno de los dementores de Azkaban.

Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.

—Coman —insistió—. Les vendrá bien. Discúlpenme, tengo que hablar con el maquinista...

Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo.

—¿Seguros de qué están bien? —preguntó Hermione con preocupación, mirando a Harry y Emma.

—No entiendo... ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry.

—Bueno, ese ser... el dementor... se quedó ahí mirándonos (es decir; creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y tú, tú...

—Creí que te estaba dando un ataque o algo así, Harry —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Te quedaste como rígido, te caíste del asiento y empezaste a agitarse... y Emma... comenzó a llorar, demasiado...

—Y entonces el profesor Lupin pasó por encima de Harry, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó Hermione—. Y dijo: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.» Pero el dementor no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y esté dio media vuelta y se fue...

—Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal—. ¿Notaron el frío cuando entró?

—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento...

Harry, aún con lo débil y tembloroso que se sentía, acercó a Emma a su cuerpo, abrazándola de costado.

—¿Estás bien? —susurró Harry, entrelazando su mano con la de ella. Emma se alejó un poco, pero no lo suficiente como para poner en obviedad su nerviosismo.

—Lo estoy ahora —respondió la castaña, esbozando una forzada sonrisa—. ¿Cómo te sientes tú? Los dementores son seres horribles...

—Yo estoy bien —dijo Harry en voz baja—. Me preocupas tú. No pude hacer nada para...

Emma dejó escapar una risa.—No podías hacer nada —le dijo—. Ellos me afectarían de todas formas.

En ese momento el profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró alrededor, y su mirada se posó un segundo en Harry y Emma. No podía creer que el tiempo hubiera pasado tan rápido. Luego miro a los demás y dijo con una sonrisa:

—No he envenenado el chocolate, ¿saben?

Emma volvió a comer el chocolate, y era extraño la manera en que reconfortaba el cuerpo.

—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —anunció el profesor Lupin—. ¿Se encuentran bien Harry y Emma?

La castaña se extraño al ver que el profesor sabía su nombre, pero no pregunto nada.

—Sí —respondieron ambos.

No hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.

—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Harry, Ron, Emma y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.

—¿Están bien los cuatro? —gritó Hagrid, por encima de la multitud.

Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén. Los cuatro siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos, había al menos cien diligencias, todas tiradas por caballos invisibles, porque cuando se subieron una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.

La diligencia olía un poco a moho y paja. Ron y Hermione miraban todo el tiempo a Harry de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.

Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Emma vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. El carruaje tomó velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Emma y Hermione se asomaban por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.

Harry los siguió y ayudó a Emma a bajar, pero de una forma... nueva, y bastante peculiar si era de admitir. En vez de tomarla de la mano y ayudarla, como siempre hacía, esa vez la tomó de la cintura y él la puso en el suelo.

—Gracias —dijo Emma,deseando que si cabello cubriera lo suficiente el sonrojo en sus mejillas.

Harry le sonrió y comenzaron a caminar detrás de Ron y Hermione. No habían ni dado tres pasos cuando escucharon una voz que arrastraba alegremente las sílabas:

—¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?

Malfoy le dio en el codo a Emma al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.

—¡Largate, Malfoy! —dijo Ron con la mandíbula apretada.

—¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor, Weasley?

—¿Tiene algo de malo? —interfirió Emma caminando hacía delante—. Alguien me contó que cuando viste al dementor saliste corriendo de miedo, ¿y tienes la cara de venir a criticar a los demás? Das asco, Malfoy.

—¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse del carruaje que iba detrás de ellos.

Malfoy dirigió una mirada insolente a Emma y a Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:

—Oh, no, eh... profesor...

Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo.

Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se diera prisa, y los cuatro se unieron a la multitud apiñada en la parte superior; a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado por antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores.

A la derecha, abierta, estaba la puerta del Gran Comedor. Emma estaba vislumbrando el techo encantando, como cada vez desde hace dos años, cuando una voz que gritó detrás la hizo girar.

—¡Potter, Granger, quiero hablar con ustedes!

Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba la clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de Gryffindor; los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarcaban en sus gafas cuadradas. Los cuatro se acercaron a la profesora.

—No tienen porque poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con ustedes en mi despacho —les dijo a Harry y Hermione—. Vayan con los demás, Williams y Weasley.

Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGonagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa multitud. Emma analizaba por cuál razón la profesora los llamaría, pero en un momento la hicieron salir de sus pensamientos.

Alguien la había empujado, y no cayó al suelo gracias a Ron.

—Hola, Pankirson —saludó Emma fingiendo felicidad.

—Aléjate de mi camino.

—Verás, Pansy, se me va a complicar bastante quitarme, porque como ves, no me dejan caminar —dijo la castaña señalando el camino que estaba abarrotado de estudiantes—. Pero podrías buscar algún camino libre, o esperar aquí, como prefieras.

Parkinson se alejó a zancadas, furiosa

Emma era una chica pacífica, y no le gustaba pelearse con nadie, pero la gran mayoría de Slytherin la sacaban de quicio.

—Vamos, Ron —dijo Emma, entrelazando su brazo con el pelirrojo—. El banquete comenzará en poco.

Ron soltó una risa por el comportamiento de su amiga.

La verdad Emma no le puso mucha atención a la selección, que se llevó a cabo con el profesor Flitwick, hasta que está termino.

En el momento en el que el profesor Flitwick salía del Gran Comedor con el taburete y el sombrero seleccionador, Harry y Hermione llegaron, y se sentaron a cada lado de Emma.

—¿De qué iba la cosa? —preguntó Ron.

Harry comenzó a explicarles en su susurro, pero entonces el director se puso en pie para hablar y Harry se calló.

—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que decirles a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete los deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos saben después de el registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy en claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Emma y Hermione se miraron—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, les advierto a todos y cada uno de ustedes que no deben darles ningún motivo para que les hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.

Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Emma, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.

—Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.

Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Emma entre ellos.

—¡Miren a Snape! —susurró Ron.

El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profesores.

—En cuanto al último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento decirles que el profesor Kettlebum, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

Harry, Ron, Emma y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor.

—¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos a comprar un libro que muerde?

Los cuatro amigos fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.

—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!

Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Emma, que aunque tenía bastante hambre en aquel momento, no tomó demasiada comida como Harry y Ron.

Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Harry, Ron, Emma y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor.

Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.

—¡Enhorabuena, Hagrid! —gritò Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.

—¡Estoy muy, muy feliz por ti, Hagrid! —dijo Emma con alegría.

—Todo ha sido gracias a ustedes cuatro —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettlebum dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.

Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.

Harry, Ron, Emma y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de la señora gorda, vestida de rosa:

—¿Contraseña?

—¡Déjenme pasar, déjenme pasar! —gritaba Percy desde atrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»!

Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron hacia las respectivas escaleras. Emma subió la escalera de caracol hablando animadamente con Hermione, Lavender y Parvati. Llegaron al conocido dormitorio de forma circular ; con cuatro camas con dosel, y cada una se despidió, se pusieron su pijama y se metieron en sus respectivas camas. La castaña se recostó de lado, sintiendo una enorme felicidad embargarle el cuerpo.

Se sentía en su hogar una vez más.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top