13. Una fiesta de reconciliación
—¿No puedes guardar silencio un segundo? —dijo Emma entre dientes, rasgando su pergamino con más fuerza de lo normal—. ¡Un segundo!
Los cuatro estaban en la biblioteca terminando sus apuntes de pociones y Ron, durante todo el rato, se la pasó hablando de su vida libre y que si Hermione no lo había invitado de manera formal al baile de Slughorn, el no tenía porqué atarse a ella.
En ese momento, Emma logró vislumbrar a un grupo de chicas detrás de las estanterías tan solo unos metros más allá de Harry. Últimamente parecían haberse obsesionado con el chico y no lo dejaban respirar en paz ni un segundo.
—Deberías hablarles —le propuso Emma al azabache con diversión—. Están profundamente... obsesionadas.
Harry frunció el ceño—. ¡Es horrible! —dijo con la voz más ronca que la castaña había escuchado nunca—. Pero deberían entender que ellas no me importan y que solo hay una persona para mí.
Emma rió ante el comentario y tomó un libro a su lado.
—A propósito —dijo Hermione—. Debes tener cuidado.
—Por ultima vez —dijo Harry—, si te refieres al libro, no voy a regresar este libro. He aprendido más del principe mestizo que lo que Snape y Slughorn me han enseñado en...
—No estoy hablando de tu estúpido autonombrado Principe —dijo Hermione
dándole a su libro una mirada de desagrado, como si este hubiera sido grosero con ella—. Estoy hablando acerca de la fiesta y las chicas de allá. Fui al baño de chicas justo antes de venir aqui, y había cerca de una docena de chicas, incluyendo a esa Romilda Vane, tratando de decidir cómo darte disimuladamente una poción de amor.
Todas ellas tienen esperanzas de que las lleves a la fiesta de Slughorn, pues estan bien informadas que no tienes pareja, y todas ellas parecen haber comprado pociones de amor de Fred y George, las cuales, temo decirte que probablemente funcionan...
—¿Y entonces porque no se las confiscaste? —le reclamó Harry, parecia como si esa extraordinaria manía por respetar las reglas la hubiera abandonado en esa crucial coyuntura.
—No tenian la poción con ellas en el baño —dijo desdeñosamente Hermione—. Sólo estaban discutiendo tácticas, como yo desconfio que el Principe Mestizo —y ella le dio al libro otra desdeñosa mirada— pueda idear un antidoto para doce diferentes pociones de amor. Si invitaras a alguien, eso detendria a todas las demás que piensan que todavía tienen la oportunidad de ir contigo. Es mañana en la noche, se están desesperando.
Harry se volvió hacia Emma. La castaña se encontraba distraída, enfocándose en su trabajo. Movía su pluma entre los dedos de manera rápida al mismo tiempo que ojeaba su pergamino y el libro abierto a su lado.
—Lo tomaré en cuenta, Hermione —le respondió Harry, suspirando levemente—. Gracias por advertirme.
( . . . )
Las vacaciones de Navidad comenzarían después del baile de Slughorn, y Emma no estaba todavía muy convencida de ir a tal. Pero Hermione terminó por convencerla alegando que no duraría mucho con Cormac y, que si ella estaba ahí, podrían hacerse compañía mutuamente.
Emma no había conseguido pareja, y sabía que su profesor probablemente haría preguntas sobre eso, pero terminó aceptando por su mejor amiga y sus nervios a flor de piel.
Aquella tarde, la castaña fue la primera en alistarse para la noche. En realidad no se había colocado algo muy llamativo: un vestido negro largo con unos cuantos brillos plateados en forma de pequeñas estrellas, la falda de terciopelo, y unos tacos plateados habían sido su elección para la noche. Como siempre, su cabello no tenía nada más impresionante que unas simples ondas en las puntas y unos mechones sueltos en la parte de enfrente.
Según rumores en el castillo —y gracias Peeves— había llegado a oídos de Emma que Harry invitó a la chica Ravenclaw Luna Lovegood. Y lo cierto es que no le molestaba, sin embargo, si se sentía extraño no ser su compañía cuando siempre lo había sido.
—¿Está todo bien? —preguntó Hermione luego de avisar que ya estaba lista.
Emma asintió lentamente—. Si. Es solo que... es extraño, Her.
—Mira —Hermione tomó las manos de su amiga con cuidado—, si consideras que no puedes estar ahí por mucho tiempo, vendré contigo. En realidad no me importa mucho irme o no.
—Bien —sonrió Emma—. Espero que sea una buena velada —dijo, cuando comenzaron a bajar las escaleras.
—Ya verás que sí.
Cuando llegaron a la sala común, se percataron que más personas de las esperadas estaban vestidas de manera muy elegante. Emma tuvo que separarse de Hermione luego de atravesar el retrato de la dama Gorda pues su pareja ya la estaba esperando, pero mientras avanzaba hasta la oficina de Slughorn, vió a varios muchachos de distintas casas esperando a sus acompañantes en un punto fijo.
Algo punzó en su corazón entonces. Recordaba que solía amar esas fechas años atrás y celebrar con Harry, Ron, Hermione y su familia. Intercambiar regalos y recibir los mimos del azabache se volvieron una costumbre en la vida de Emma, y ahora que ya no los recibía, no podía evitar sentir un gran vacío en su corazón y una punzada en el corazón.
¿Qué sí las cosas fueran diferentes?
Probablemente se estaría dirigiendo a esa fiesta acompañada de un muy elegante Harry Potter, tomados del brazo y platicando sobre cosas muy tontas y cursis a la vez, bromeando entre ellos. Emma soltó un prolongado suspiro cuando se dió cuenta que estaba pensando en él otra vez. Se sentía bastante derrotada por hacerlo, pues aunque tratara de negarlo y enfocarse en otras personas, no lograba sacarlo de su corazón. Y por más daño que le haya causado, seguía ahí, y no parecía querer marcharse.
Sin darse cuenta, parecía ya haber llegado al lugar indicado, pues el ruido de las risas, música y conversaciones en voz alta, se iban haciendo más fuertes a cada paso que daba.
Haya sido porque lo construyeron así, o porque usaron magia, pero la oficina de Slughorn parecia mucho más grande que una oficina común de maestro. El techo y las paredes habían sido cubiertos con adornos colgantes color esmeralda, carmesí y oro; asi que se veia como si estuvieran en una enorme carpa, el lugar estaba repleto y sofocante, bañado en una luz roja que salia de una lampara adornada en oro que colgaba del centro del techo, en el cual auténticas hadas estaban revoloteando, cada una brillaba
como una particula de luz. Un fuerte canto acompañado de un sonido como de
mandolinas venía de una esquina lejana. Una bruma de humo de pipa estaba suspendida sobre varios ancianos brujos metidos en la conversación, y un buen numero de elfos domésticos a chillidos trataban de abrirse paso por entre una selva de rodillas, ocultos por los pesados platones de plata que sostenían con comida, de modo que parecían como
pequeñas mesas ambulantes.
—¡Emma, querida! Pensé por un segundo que no vendrías —Retumbó la voz de Slughorn, al momento que Emma era apretujada al pasar la puerta—. Pasa, pasa. Pero... ¿estás sola, muchacha? Pensaba que... no nada, ¡anda, diviértete!
Emma le regaló una fingida sonrisa y se alejó hasta una de las mesas en el fondo, dónde le pareció que había menos gente. Desde allí logró vislumbrar muchas cabelleras, pero la que más le llamó la atención fue la azabache más allá de unos cinco pasos de distancia, hablando con quién parecía ser una persona muy anciana y una chica de cabellos rubios.
De pronto una persona tiró de su vestido delicadamente y alzó una bandeja llena de copas.
—¿Desea un poco de hidromiel, señorita? —le ofreció.
Emma dudó en segundo. Lo cierto es que el alcohol no era algo que le llamara la atención, sin embargo, la tomó entre sus manos y le agradeció al elfo, quién siguió inmediatamente con su camino. La castaña observó la copa en su mano, la acercó a su nariz para olerla y de inmediato la alejó: no era el olor más agradable si era necesario admitirlo.
Sin pensarlo dos veces, se llevó la copa a los labios y tomó un buen trago, dejándola casi vacía. Hizo una mueca, sin embargo, se acercó a su mesa y tomó un poco más de ese trago. Unas cuentas copas de hidromiel entraron en su sistema esa noche, ni siquiera la misma Emma tenía la cuenta. No había sido mucho, pero tampoco fue poco.
—¿Ahora bebes?
Emma tuvo que tragar bien antes de responder.
—No. —respondió—. Pero es un sabor... diferente. ¿Qué haces aquí? —terminó con lo que quedaba en su copa—. Deberías volver con Luna.
—No vine con Luna —aclaró Harry, arrebatándole la nueva copa que tomó la castaña—. Detente.
—No me hará daño, Harry —dijo Emma ladeando la cabeza con una sonrisa—. Devuelve eso y ve... no sé, con quién fuera la rubia.
—¿Te refieres a la nieta del señor Worple? —se extrañó Harry—. No creo que a su novio le agrade mi presencia.
—Como sea. Dame esa copa, Harry.
—Ya te dije que no —repuso Harry firmemente, alejando la copa de la castaña, elevándola hasta donde le daba su brazo.
—¿Me harás ir por ella? —se quejó Emma. Harry se encogió de hombros.
Emma se movió de su lugar con cuidado y comenzó a querer jalar el brazo de Harry para que éste bajase la copa, sin embargo, no funcionó. Así que tomó otra opción: intentar alcanzar la copa (así fuera bastante imposible). Mientras ella intentaba conseguir su copa, la mayor parte de sus conocidos, desde lo lejos, creían que se estaban dando un abrazo muy cariño. Y no estaban muy desasertados después de todo.
Al no conseguir su objetivo, Emma dió por rendida su misión y se apoyó en el hombro de Harry para comenzar a reír en voz baja. El azabache la observó confundido por un segundo antes de bajar la copa y dejarla fuera de su alcance.
—¿Y ahora por qué te ríes? —cuestionó divertido—. ¿El alcohol ya hizo efecto?
—Probablemente —respondió la castaña entre risas—. Esto es una estúpidez, Harry.
—¿Y por qué lo es? —quiso saber el azabache, sosteniendo a Emma entre sus brazos.
—Solo miranos —se explicó la castaña con una sonrisa en sus labios—. Se suponía que estaba molesta contigo, ¿sabías?
—Y lo sigues estando —dijo Harry—, solo que ahora estás... confundida por el alcohol.
Emma se quejó—. No, tal vez un poco mareada, pero todavía sé lo que digo —se separó de Harry y se le quedó viendo un segundo—. No estoy molesta, tal vez desilusionada, pero no molesta.
Harry sonrió ligeramente al escuchar esas palabras salir de la boca de la castaña.
—Emma.
—¿Qué? ¡Solo un sorbo y ya!
—Tendré que sacarte de aquí si no te controlas —sentenció Harry.
—Bien —Emma devolvió la copa a la bandeja del elfo—. Te preocupas demasiado, ¿te he vuelto a importar?
Harry frunció levemente el ceño—. Nunca dejaste de hacerlo.
Emma soltó un suspiro antes de dar un paso para quedar al lado de Harry.
—A veces extraño cuando éramos niños —admitió—. Las cosas eran más sencillas.
—Ni que lo digas. Me hace bastante falta las visitas con Hagrid o escondernos en las aulas vacías para conversar un rato fuera de la vista de todos.
—¿Conversar o escucharme hablar? —preguntó Emma, cruzándose de brazos y ladeando la cabeza con una sonrisa acusadora.
—¿Qué quieres decir?
—Por momentos creí que hablaba con la pared —respondió la castaña—, o qué te comió la lengua el ratón.
—Era divertido escuchar hablar a una niña con tanta ilusión —sinceró el azabache.
—¿Y ahora? La mayor parte del tiempo te noto agotado —dijo Emma—. ¿Te aburres?
—No, para nada —contestó—. Simplemente es relajante estar contigo. Te sientes seguro.
—Con respecto a eso —Emma masticó un bocadillo que le acababan de ofrecer a ella y Harry—, ¿a quién te referías ayer? ¿La chica?
—Merlín, no estás en tus cinco sentidos —rió Harry—. Cuando el efecto del alcohol haya desaparecido me odiaras si te lo digo.
—Ya te dije que no te odio —aclaró Emma—. ¡Y estoy en mis cinco sentidos!
Harry tomó la mano de Emma, la cual no se soltó del agarre.
—No, no lo estás —dijo luego de eso—. Tú eres esa chica, Emma.
La castaña se echó a reír en voz baja.
—¿Estás seguro de lo que me dices? —preguntó con burla, sin soltar la mano del azabache.
—Muy seguro, ¿por qué?
Emma se mordió el labio inferior antes de hablar—. Porque no quiero caer otra vez. Porque por más que intento negarlo, creo que todavía te quiero, Harry.
Harry en ese momento sintió como su corazón comenzaba a latir a gran velocidad. En ese momento quería besarla de la manera en que nunca lo había hecho y decirle lo mucho que la amaba: pero no podía hacerlo. Sabía en el estado en que se encontraba Emma, y aprovecharse de los efectos del alcohol no era una opción para él.
Sin embargo, no se quedó quieto.
Atrajo a Emma a sus brazos y la rodeo con ellos mismos, dejando que ésta apoyara su mentón en su hombro. Harry le esparció delicadas caricias en su espalda, sintiéndose relajado como no lo era hace mucho tiempo. Inhalando su ligero aroma a fresas y vainilla, un aroma fresco y veraniego, sintiéndose tan mareado por tenerla justo con él.
—Te quiero, muchísimo, Emma —susurró el azabache en sus oídos.
—Es bueno saberlo, James —sonrió la castaña contra su pecho, dejando que Harry acariciara su cabello con cuidado.
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