11. Sentimientos una vez más, ¿O no?
—Dime en qué momento decidí hacer esto —se lamentó Emma con la respiración agitada y bastante nerviosa.
—Viniste por tu diadema, ¿no? Ahora acepta las consecuencias, Walk.
—¡Pero no es mi culpa! —susurró Emma—. ¡Dijiste que la regresarías!
—Guarda silencio —pidió Malfoy, asomándose por el pasillo para asegurarse de que Filch ya se había ido—. Ya no está, vamos
Emma siguió al Slytherin con cuidado de no hacer mucho ruido hasta la torre de Gryffindor. Resultaba que la castaña había salido en busca de su diadema en la sala de Menesteres y Draco Malfoy se ofreció a acompañarla porque según él “era tan distraída que probablemente nunca llegaría”, Emma refunfuñó al inicio, pero terminó aceptando la buena voluntad del chico —aunque él no admitiera que era así—.
—¿Soportas esto todos los días?
—Es mejor que no poder abrir la ventana, ¿sabes? —bromeó Emma, observando las escaleras que la llevarían al retrato de la señora Gorda—. Gracias por acompañarme, Malfoy.
—Solo ofrecí mis servicios de prefecto, no te confundas —sonrió Draco.
—Oh, claro —Emma volteó los ojos—, si en realidad fuera así Gryffindor ya tendría treinta puntos menos.
—Ya vete, o me arrepentiré.
—¿De qué? —sonrió Emma—, ya estás aquí de todas formas.
—Y ahora tendré que regresar solo.
—Eres tan quejumbroso —Emma arrugo la nariz.
—Ya vete, Walk —rió el chico—. Tus amigos deben estar esperando.
Emma asintió—. Buenas noches, Draco.
—¿Draco?
—¿Así te llamas, no? —dijo Emma de forma sarcástica—. ¿O acaso tu nombre real es Joel? Bastante fuera de lo normal me atrevería a dec…
—Buenas noches, Emma —la interrumpió Malfoy, dejando unas palmaditas en su hombro y comenzando a alejarse.
Emma se volvió para observarlo unos instantes. Era bastante irreal que comenzara a divertirse con Draco Malfoy en sus tiempos libres, o cuando se cruzaban por el camino. Si debía ser completamente sincera, estaba siendo bastante agradable tener una amistad —o lo que sea que tuviera— con él. Había cambiado demasiado, y eso era agradable. Ya no era el niño mimado, insoportable y purista de hace años anteriores, y aunque seguía disgustada por haberla retenido en varias ocasiones por órdenes de Umbridge, no podía negar que era una buena compañía.
Cuando el retrato se abrió y Emma lo atravesó se encontró con una silueta en la mesita más alejada de la sala común. Al principio Emma supuso que se trataba de un estudiante de años inferiores que se había quedado dormido, sin embargo, cuando se acercó para ver, describió que quién estaba ahí, descansando plácidamente era Harry Potter. A su alrededor se encontraban varios libros abiertos, pergaminos a medio escribir, la tinta estaba apunto de derramarse y el muchacho sostenía muy débilmente la pluma en su mano.
Emma ladeó su cabeza con nostalgia, recordándole el millón de veces en que ella fue la que se encontró en esa situación y Harry la arropaba. Claro que la castaña no podía hacer eso, pero se encargó de sacar una manta de su habitación y arropó al azabache luego de colocarlo en una posición más cómoda y quitarle sus gafas.
Dado que todavía no estaba cansada, comenzó a leer los apuntes para ver en qué forma podía ayudar, y luego de darles una pasada, tomó la pluma que Harry sostenía con mucho cuidado de no despertarlo, y comenzó a escribir. Se tomó el tiempo de hacerlo bien —y aunque ni ella sabía porque lo ayudaba— su corazón le mandaba hacerlo pues verlo así de cansado era bastante nuevo para ella.
El tinteneo de la lluvia golpeando contra el ventanal, el fuego de la chimenea chispeando de vez en cuando y la luz de la vela que tenía a su lado era bastante relajante, razón por la cual hizo el trabajo con bastante facilidad y terminó más de lo que debió hacer: pero seguía sin estar cansada. Aburrida, y decidida a no dejarlo solo hasta que despertara (incluso si eso implicaba quedarse ahí también) se apoyó en uno de los cojines y comenzó a leer los apuntes que acababa de terminar para asegurarse de que todo estaba bien y Harry no recibiera un regaño por su culpa.
En un momento dado de la noche, cuando Emma por fin se había comenzado a quedar dormida, sintió a Harry removerse en el otro extremo del sofá, cuasando que casi llegara a estamparse contra el suelo. Por suerte no lo hizo. Emma cerró nuevamente los ojos y apoyó el libro de Encantamientos sobre su pecho. La noche resultaba bastante tranquilizadora y por alguna razón se sentía bastante relajada, incluso mucho más que en su habitación, razón por la cual en menos de dos minutos ya había caído en un profundo sueño.
( . . . )
Harry despertó confundido, esa no era su habitación y fuera estaba bastante oscuro como para haber amanecido ya. Se frotó los ojos y busco a tientas sus lentes, y aunque le costó, los había encontrado. Miró a su alrededor y comprendió que estaba en la sala común, y alguien le hacía compañía. Una muy agradable, si debía de ser sincero.
Harry sonrió al encontrarse con Emma recostada sobre un cojín, encogida como un bebé, con un libro en el pecho que amenzaba con caer al suelo en cualquier instante. No recordaba haberla visto en ese estado hace ya bastante tiempo. No recordaba lo mucho que amaba admirarla en medio de la noche cuando descansaba y apreciar cada detalle de su lindo rostro; sus casi invisibles pero notables pecas, sus sonrosados labios, sus largas pestañas y sus mejillas como de porcelana.
Al ponerse en pie, Harry se percató del frío que estaba haciendo, y aunque dudo muchísimo sobre si hacerlo o no, al final decidió que no era bueno dejarla en ese lugar y optó por cargarla hasta su habitación. Sabía que si Emma despertaba a su lado se enfadaría muchísimo, y tampoco podía despertar Ron a esas alturas de la noche (pues lo que más amaba eran sus horas de sueño).
Cuando llegó al dormitorio, colocó a Emma con cuidado en su cama y la puso debajo de las cobijas, se encargó de cerrar las cortinas de ésta misma y la dejó descansar tranquila. Él, en cambio, sacó unas cuantas cobijas de su baúl y del de Ron, le robó una almohada a su amigo mismo y se hizo una especie de cama en el suelo. Podría resultar bastante incómodo pasar la noche así, pero prefería eso antes de que la castaña le retirara la palabra para siempre. No importaba mucho que tan mal la pasara la noche, con saber que Emma estaba cómoda, arropada y descansando era suficiente para él.
Cerró los ojos y se giró, recordó entonces que el verano pasado había aprendido un poco de francés para entender a la castaña. Así que, sintiéndose bastante nostálgico, emitió en su interior un «Descansa, Emma Walk».
( . . . )
Emma despertó sobresaltada. ¡Se había quedado dormida en la sala común! Tan solo esperaba que Harry continuara dormido para poder subir a su habitación y fingir que nada de eso había pasado. Sin embargo, cuando despertó se encontró con las mismas cortinas de dosel que las de su cama, pero el aroma que percibía le recordaba mucho a… ¿Harry?
Con mucho cuidado abrió las cortinas y se encontró con la mirada confundida de Ron, quién pedía una explicación. Emma se encogió de hombros, igual de confundida que él.
—¿Dónde está Harry? —dijo sin emitir ningún sonido, solo moviendo los labios. Ron le señaló con la mirada a un lado suyo.
Emma se asomó con cuidado y lo encontró muy encogido en el suelo, cubierto por una manta color rojo escarlata. Su cabello estaba bastante alborotado y se veía bastante incómodo.
La castaña dudaba muchísimo en si despertarlo o irse sin más, pero mientras ella se debatía mentalmente su decisión, Harry despertó, se desperezó y se colocó sus gafas. Al hacerlo, instantáneamente alzó su mirada a su cama, esperando ver a una Emma dormida, razón por la cual se sobresaltó cuando la encontró mirándolo.
—Lo siento… —dijo rápidamente Harry—. Si te molesta juro que…
—¿Qué? —Emma se levantó de un brinco y le ofreció una mano a Harry para ponerlo en pie—. No, Harry… yo lo lamento. No debiste…, está es tu cama… —dijo bastante apenada.
—No importa —aseguró el azabache, aún adormilado, agachándose para recoger las cobijas del suelo.
—Harry —lo llamó Emma. El nombrado se volvió sorprendido, hace mucho tiempo que ya no lo llamaba así, incluso se había acostumbrado a que le dijera Potter—, déjame ayudarte.
—No hace falta, Emma.
—De verdad —insistió la castaña, recogiendo las cobijas y comenzando a doblarlas. Mientras Harry arreglaba su cama, observaba de reojo como Emma se encargaba de dejar todo en perfecto estado, cómo si nada hubiera pasado.
—¡Emma! —exclamó Seamus despertando—. ¿Qué haces aquí? ¿Es real o un sueño? Sí, un sueño, que vas a hacer aquí a estas alturas de la mañana…
—Es muy real —le dijo Emma con una vaga sonrisa, devolviéndole su almohada a Ron (luego de que Harry le hubiera dicho a quién le pertencía)—. Hola también.
—Admite que es nuevo.
—Es… diferente —Emma se encogió de hombros, restándole importancia—. ¿Necesitas ayuda en algo más? —dijo, mirando a Harry, que se había sentado en su cama.
—No, en realidad no pero… —hizo una pequeña pausa, no muy seguro de preguntar lo siguiente—… ¿Emma?
La castaña alzó las cejas—. ¿Sí?
—¿Vendrías hoy al entrenamiento de Quidditch? Si no tienes algo más importante que hacer, claro… no me gustaría molestar.
Emma se sorprendió ante la invitación y abrió la boca ligeramente, sin saber muy bien que decir.
—Me sería de mucha ayuda alguien que los callé un segundo, son bastante difíciles de controlar —sonrió tímidamente Harry.
—Claro —respondió la castaña, saliendo de su trance—. Estaré ahí con ustedes.
Minutos después, cuando Emma abandonó la habitación y Harry pudo respirar como era debido, se tiró para atrás sobre su cama y Ron y Seamus no perdieron la oportunidad para molestarlo.
—¡Quiero tus trucos! —se quejó el pelinegro—. ¿Viste a Emma? ¡Oh, Godric! Juro que no la veía así de nerviosa con tu presencia hace años, Harry.
—No digas tonterías —gruñó Harry, cubriéndose la cara con una almohada (que tenía el olor del perfume de Emma impregnado)—. Claro que no.
—Amigo, seré muy sincero contigo —dijo Ron fingiendo estar muy serio—. ¡Estaba muy nerviosa! Ya déjate de tonterías, aprecia lo linda que es y conquistala otra vez.
—Como es muy fácil —ironizó Harry.
—¡No lo intentas! —repuso Ron, lanzando una almohada en el cubierto rostro de su mejor amigo—. Ustedes dos fingen mucho no extrañarse.
—Mejor —Harry le devolvió el almohadazo a Ron— alístate para el entrenamiento, casamentero.
—Admíte que todavía te trae loquitamente enamorado —se burló el pelirrojo.
—Claro —respondió sarcásticamente el azabache. Aunque tanto como él, como sus compañeros sabían que era verdad y negarlo no era una opción.
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