1. La luz en la oscuridad
Sentir el viento chocar contra tu rostro ya no era algo que podías hacer con tranquilidad. En realidad, ya ni siquiera era seguro salir al jardín de tu casa.
Emma Walk se encontraba contemplando el cielo desde la ventana de la sala de estar, de pie, apoyada en el marco del gigantesco ventanal y sosteniendo una carta entre sus manos.
Las cosas se habían tornado muy difíciles en los últimos meses. Harry y ella se encontraban en una situación más que complicada, y ninguno se sentía lo suficiente valiente como para enfrentar al otro y mirarlo a los ojos. Ambos habían enviado cartas al otro durante el verano (en su mayoría Harry) pero con cada palabra, Emma se recordaba que tal vez no había sido suficiente y Harry se recordaba el mayor error de su vida.
“ …sabía que debía hablar contigo y solucionar la distancia que se creó entre ambos. Las cosas no eran iguales, y sé perfectamente que eso no lo justifica… "
Ese fragmento de la carta de Potter destruía completamente a Emma.
Sin embargo, en medio de toda esa oscuridad, en la vida de Emma había un pequeño destello de luz que le recordaba que aún existía algo por lo que luchar.
Leila Williams de ya seis años se acercó hasta su prima y estiró sus brazos, esperando ser cargada por ella. La castaña sonrió, guardó la carta en el bolsillo de su chaqueta y cargó a su linda prima entre brazos.
—¿Pasa algo? —preguntó Leila inocentemente, con su dulce voz.
—No. Todo está bien —le sonrió Emma a la pequeña—. ¿Dónde están mamá y papá?
La niña se encogió de hombros—. ¡Vamos al jardín!
—Hace mucho frío —se excusó Emma.
Leila abrió la cortina—. Mentira.
—Lei —le reprochó Emma—, ya sabes que no podemos salir así porque si.
—Pero hice algo para ti.
—¿De verdad?
—Sí —sonrió Leila—. Vamos, por favor.
Emma suspiró—. De acuerdo.
Ambas salieron al patio trasero de la casa. Leila intentó que fuera una sorpresa de verdad y le cubrió los ojos de su prima, más cuando se dió cuenta que Emma se tropezaria, le destapó los ojos. Cuando Emma abrió la puerta que daba vista al jardín, la castaña sonrió al ver la “sorpresa" que hizo Leila.
Una manta de princesa estaba tendida sobre el césped la cual era sostenida por cuatro piedras en cada esquina. Sobre ella, una castaña estaba llena de lo que parecía ser flores cortadas del jardín de su casa y unos sandwiches.
—Mami y papi me ayudaron —dijo Leila cuando bajó de los brazos de Emma—. Siéntate, Emmy.
Con una gran sonrisa en su rostro, Emma tomó lugar sobre la manta y cargó a Leila en sus piernas.
—Es muy bonito —le dijo—. Gracias, Lei —agredeció, dándole un abrazo por detrás, besándola en la mejilla.
—Te quiero, Emmy —sonrió Leila, abrazando a su prima con mucho cariño, mientras que desde la ventana de su habitación Kiara y Alexander las observaban.
( . . . )
Los días pasaban y pasaban y Leila había logrado distraer a su prima para que no se encerrara en su habitación todo el día. La llevaba a jugar con ella a las atrapadas en el jardín, cocinaban juntas, o dejaba que Emma le leyera un libro de su princesa favorita. Aunque la pequeña rubia no sabía por lo que Emma pasaba, trataba de ayudar y comprender a su prima para hacerla sonreir al menos un segundo.
El cumpleaños dieciseis de Emma llegó, y ella no quería hacer nada sorprendente, sin embargo, Kiara y Alexander protestaron por hacerle soplar las velas, y salieron a comprarle un pastel.
—Falta algo —dijo Leila, observando de pies a cabeza a su prima.
—¿Qué? —sonrió Emma con burla.
—Esto. —Leila se acercó para tomar la tiara que Emma había recibido en la Navidad de 1994—. Mucho mejor así. Muy bonita.
—Estás más bonita tú —dijo Emma, haciendo girar a su primita, la cual reía—. Vamos, tus padres ya llegaron, estarán esperando a su princesa.
—Pero yo no tengo corona —se quejó Leila.
Emma tomó una pequeña corona que había comprado cuando tenía la edad de Leila y se la colocó sobre su rubia melena.
—Ahora sí, todas unas princesas —halagó la castaña.
—¿Y tú príncipe? —preguntó Leila con curiosidad.
—Está muy lejos de aquí —mintió Emma—. Ya vamos.
La castaña tomó la pequeña mano de su primita y juntas bajaron por las escaleras con cuidado de no tropezar. Kiara y Alexander sonrieron al ver a sus dos pequeñas descender por las escaleras tomadas de la mano. Kiara sentía un pequeño deja vú al ver a las niñas bajar: le recordaba cuando Emma era pequeña y siempre bajaba acompañada de Amelia.
La cena fue bastante tranquila y alegre para gusto de Emma. Disfrutaron de ese pequeño momento en familia que pudieron compartir, y los Williams estaban muy felices de poder tener a su sobrina con ellos, a salvo en su casa. Leila había hecho un pequeño berrinche a mitad de la cena, y Emma tuvo que acceder a su petición para que se calmara.
La pequeña rubia había querido sacar una foto con Emma, más Kiara y Alexander se habían negado pues sabían bien que desde la muerte de Amelia y Thomas las fotografías no eran las favoritas de la castaña.
—Deja de llorar —le pidió Emma empleando un tono dulce en su voz, cargándola en su brazos—. Debes sonreír para la foto.
Leila hipo, y asintió lentamente. Emma la llevó al baño para limpiarle su cara llena de lágrimas y volvieron al salón lo más rápido que les fue posible.
—¿Estarás segura? —cuestionó Kiara—. Si no quieres…
—No, está bien —aseguró Emma, acomodando la corona en la cabeza de Leila—. Pronto deberé de… irme, y será mejor que tenga algo.
La mujer rubia asintió. Les indicó a sus niñas que sonrieran a la cámara y tomó una rápida fotografía con la cámara mágica de Emma, la cual les entregó una fotografía a movimiento.
—Emmy —la llamó Leila de repente, señalando con su dedo a la ventana entreabierta.
La castaña se volvió para observar lo que señalaba su prima. Ahí, al otro lado de la ventana, se encontraba Hedwig una vez más. Emma rodó los ojos, cansada, mientras bajaba a Emma de sus brazos y caminaba para recibir la carta atada en la pata de la lechuza.
—Hola, Hedwig —la saludó Emma, dándole una caricia en su cabecita. La lechuza extendió su pata para que la muchacha desatara la carta—. Gracias.
Hedwig ululó, y luego de darle un suave picotazo en el dedo a la castaña, se fue rápidamente del lugar. Con cansancio, Emma abrió el sobre que ya sabía de quién era y de qué se trataba y comenzó a leer, tomando asiento en el sofá de la sala.
Emma
Espero que estés a salvo en la casa de tus tíos y sobretodo me espero que no estés encerrada en tu habitación en vez de festejar tu cumpleaños. ¿Sabes? En estos caso no puedo salir a comprar algo, pero te doy mis mejores deseos en este día tan especial en tu vida.
Emma soltó un resoplido.
La señora Weasley está muy histérica aquí con lo de tu pronta llegada. Ron y yo… (Harry también) estamos muy ansiosos de verte nuevamente.
Cuídate, por favor, y feliz cumpleaños.
Con cariño,
Hermione.
Emma frunció el ceño confundida pero a la vez un poco aliviada. Al parecer Harry había captado el mensaje de su última carta y eso le tranquilizaba muchísimo. La castaña sonrió levemente, y arrugando la carta entre sus dedos, la guardó en el bolsillo de su abrigo.
—¿Y esa sonrisa? —preguntó Alexander.
—Es de su príncipe —sonrió Leila con felicidad desde los brazos de su padre.
—Por supuesto —respondió Emma, sin querer quitarle la ilusión a su prima—. Mi príncipe vendrá a buscarme pronto y tendré que ir con él… ¿no? —dijo, cargando nuevamente a la niña y haciéndola girar con ella.
—Sí —asintió Leila, riendo a causa del "baile" que se suponía estaba haciendo Emma.
Lo cierto era que pronto debería cumplir su promesa con Ron y Emma estaba intentando por todos los medios explicarle a Leila que debería irse por un largo tiempo de su lado.
Tan solo esperaba que la entendiera.
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