9. Veelas and Leprechauns
VEELAS Y LEPRECHAUNS
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Ludo sacó la varita, se apuntó con ella la garganta y dijo:
—¡Sonorus! —Su voz se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón de las tribunas—. Damas y Caballeros… ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo del quidditch!
Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio y mostró a continuación: BULGARIA: O; IRLANDA: O.
—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a… ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!
Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.
—Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante—. ¡Aaah! —De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica—. ¡Son veelas!
Las veelas eran mujeres hermosas, pero no eran completamente humanas. La música comenzó a sonar, las veelas comenzaron a bailar, y el estadio cayó en un silencio absoluto.
Eras bastante tonto ver la manera en que habían quedado todos los hombres en el estadio. Muy pocos, incluidos en esos el señor Weasley, no tenían una cara extraña o se intentaban lanzar.
—¿Por qué Ron actúa de esa manera? —preguntó Harry, volviéndose hacia Emma.
—¿Por qué tú no? —preguntó Emma con confusión.
—¿Por qué yo no, qué?
—James, mirá la forma de actuar de los demás —dijo Emma, volviéndose para mirar al estadio.
Harry dirigió su mirada a la multitud, y justo como había dicho Emma, vio a la mayoría actuar de manera extraña.
En ese momento cesó la música. Ron permanecía inmóvil, en la postura que habría adoptado si hubiera pretendido saltar desde un trampolín.
El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran. Ron, mientras tanto, hacia trizas, sin darse cuenta, los tréboles de su sombrero. El señor Weasley, sonriendo, se inclinó hacia él para quitárselo de las manos.
—Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las mascotas de Irlanda —le dijo.
—¿Eh? —musitó Ron, mirando con la boca abierta a las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.
Hermione chasqueó fuerte la lengua y jaló a Ron para que se volviera a sentar.
—¡Lo que hay que ver! —exclamó.
—Ni que lo digas —dijo Emma, apoyando su cabeza en el hombro de Harry.
—Y ahora —bramó la voz de Ludo Bagman— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a… ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!
En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba «¡ooooooooh» y luego «¡aaaaaah!», como si estuviera contemplando un castillo de fuegos artificiales. A continuación se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formando un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.
—¡Maravilloso! —exclamó Ron cuando el trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud. Entornando los ojos para ver mejor el trébol, Emma apreció que estaba compuesta de miles de hombrecitos diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una diminuta lámpara de color oro o verde.
—¡Son leprechauns! —explicó el señor Weasley, alzando la voz por encima del tumultuoso aplauso de los espectadores, muchos de los cuales estaban todavía buscando monedas de oro debajo de los asientos.
Emma no tomó ninguna moneda. La castaña se encontraba más concentrada mirando a las pequeñas criaturas como para recolectar monedas de oro.
El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las piernas cruzadas para contemplar el partido.
—Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes… ¡¡Dimitrov!!
Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.
—¡Inova!
Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.
—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyyy… ¡¡Krum!!
—¡Es él, es él! –gritó Ron, siguiendo a Krum con los omniculares. Emma enfocó los suyos.
Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Semejaba una enorme ave de presa. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.
—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presentó a… ¡Connolly!,¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyyyy… ¡¡Lynch!!
Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Emma ajustaba la ruedecilla de los omniculares. Realmente era increíble.
—Y ya por fin, llegando desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch. ¡Hasán Mustafá!
Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote. A Emma le llegó a recordar, por un momento, a su fallecido abuelo. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Mustafá montó en la escoba y abrió la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludgers negras, y (Emma apenas y la vio, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.
—¡Comieeeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman—. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!
Aunque ciertamente Emma no fuera una gran fanática del quidditch (de hecho no entendía casi ninguna de las jugadas), ese partido estaba siendo de lo más emocionante de su vida.
El juego se tornó aún más rápido pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria.
—¡Métanse los dedos en las orejas! —les gritó el señor Weasley cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo.
Emma lo hizo, aunque no supo por qué. A los pocos segundos las veelas dejaron de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posición de la quaffle.
—¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova… ¡¡eh!! —bramó Bagman.
Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando loa buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picada por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas.
—¡Se van a estrellar! —gritó Emma, entrecerrando sus ojos.
Y así parecía… hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que oyó todo el estadio.
—¡Tonto! —se lamentó el señor Weasley—. ¡Krum lo ha engañado!
Emma se quedó horrorizada. Pensó, que si no moría de un infarto por las cosas que le pasaban a Harry, moriría del susto si se convertía en jugador profesional de quidditch.
—¡Tiempo muerto! —gritó la voz de Bagman—. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!
Finalmente Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda.
En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.
—Y Mustafá está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento… ¡Excesivo uso de los codos! —informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor—. Y… ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!
Los leprechauns, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido su falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras: «¡JA, JA, JA!». Las veelas, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.
Todos a uno, los chicos Weasley volvieron a taparse los oídos, pero ni Harry, ni Emma, ni Hermione lo hicieron.
—¡Fíjense en el árbitro! —gritó Hermione, mientras se ría.
Emma miró al terreno de juego. Hasán Mustafá había aterrizado justo delante de las veelas y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.
Emma ya tenía lágrimas en los ojos de tanto reír.
—¡No, esto sí que no! —dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia—. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!
Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafá en la espinilla. Mustafá volvió en sí.
—Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! —explicó la voz de Bagman—. Esto es algo que no habíamos visto nunca… ¡Ah, la cosa podría ponerse fea…!
Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían en él furiosamente señalando hacia los leprechauns, que acababan de formar las palabras: «¡JE, JE, JE!». Pero a Mustafá no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.
—¡Dos penaltis a favor de Irlanda! —gritó Bagman, y la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia—. Será mejor que Volkov y Vulchanov regresen a sus escobas… Sí… ahí van… Troy toma la quaffle…
A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posición de la quaffle, y casi lo derriba de la escoba.
—¡Falta! —corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.
—¡Falta! —repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman—. Dimitrov pretende acabar con Moran… volando deliberadamente para chocar con ella… Eso será otro penalti… ¡Sí, ya oímos el silbato!
Los leprechauns habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las veelas que tenían enfrente. Entonces las veelas perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los leprechauns lo que parecían puñados de fuego. Su aspecto ya no era bello en absoluto. Al contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.
—¡Por eso, muchachos —gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto—, es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!
El señor Weasley miró de reojo a la pareja. Le causaba demasiada ternura, en cierta parte, el amor y la confianza que se tenían para que Harry no hubiera caído ni una sola vez en los encantos de las veelas.
Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. La quaffle no paraba de cambiar de manos, y Emma se comenzaba a marear.
—Levski… Dimitrov… Moran… Troy… Mullet… Inanova… De nuevo Moran… Moran… ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!
Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por loa gritos de las veelas, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de loa búlgaros. El juego se reanudó la enseguida: primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov…
Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba al lado de Viktor Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo, le pegó de lleno en la cara.
La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato.
Emma pensaba que debían de detener el partido y atender a Krum. Y al parecer Ron pensaba lo mismo.
—¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo…
—¡Miren a Lynch! —gritó Harry de repente.
El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente.
—¡Ha visto la snitch! —gritó Harry—. ¡La ha visto! ¡Mírenlo!
Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador… pero Krum fue detrás. Emma no comprendía cómo veía a dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero su puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo…
—¡Van a estrellarse! —chilló Hermione.
—¡Otra vez no! —gritó Emma.
—¡Nada de eso! —negó Ron.
—¡Lynch sí! —gritó Harry.
Y acertó. Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darles patadas.
—La snitch, ¿dónde está la snitch? —gritó Charlie, desde su lugar en la fila.
—¡La tiene…! ¡Krum la tiene…! ¡Ha terminado! —gritó Harry.
Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre caída de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto y un destello de oro dentro de la mano.
El tablero anunció «BULGARIA: 160; IRLANDA: 170» a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido. Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta convertir en gritos de alegría.
—¡IRLANDA HA GANADO! —voceó Bagman, que, como los mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego—. ¡KRUM HA ATRAPADO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO! ¡Dios Santo, no creo que nadie se lo esperara!
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