36. Sleeping Beauty

LA BELLA DURMIENTE

───⊱✿⊰───

—¿Podrías callarte?

—¿Disculpa? —dijo Adhara.

—No, no pienso callarme, mucho menos si lo pides de esa manera —se opuso Daphne, que parecía echar fuego en ese momento—. Primero te declaras cuando sabes perfectamente que tiene novio y luego intentas besarla. ¿¡Qué demonios te sucede!?

Theodore se aferró fuertemente al libro que estaba sosteniendo antes de hacer algo de lo que se arrepentiría. Era mejor guardar silencio y no responderle.

—Creí que habías recapacitado pero ya veo que no, estás más loco que antes. Caiste en la locura, ¡le pediste a Parkinson ser tu novia! ¿Te cabe en la cabeza? ¿No sé suponía que amabas mucho a… a… Emma?

—Es eso, la amaba.

—¿Hiciste qué? —exclamó Adhara, sorprendida, dejando caer su varita al suelo, causando un fuerte eco en la habitación—. Dijiste que estarías ahí cuando…

—Será mejor que lo olvide.

—Como lo oyes, Ad, lo hizo frente a mi ojos.

—No me digas que estás celosa.

—Deja de decir estupideces —espetó Daphne con furia—. Ya no te reconozco, Theodore, ¿quién eres? Entendería un poco si Parkinson te lo hubiera pedido, pero fuiste tú. ¿Alguien te hizo algo? Quiero decir, intentas besar a Emma y una hora después estás con Parkinson, ¿acaso te convertiste en Malfoy?

—¡Cállate! —gritó Nott, perdiendo los estribos, lanzando su libro directamente hasta la rubia con toda sus fuerza.

—¡Protego! —con un rápido movimiento Adhara tomó su varita del sueño y lanzó el hechizo para proteger a su amiga—. ¿Estás loco?

—¡Pueden callarse! —pidió Theodore, poniéndose en pie—. ¡No les interesa en lo más mínimo lo que haga o no en mi vida! ¿Qué con Emma? ¡Ella ha arruinado muchas cosas en tan poco tiempo!

—¡Tú lo hiciste! —repuso Daphne en voz alta.

—¿Yo lo hice? —rio irónicamente Nott—. ¿Acaso saben todo? Por supuesto que no, pero vamos, es Emma. ¡Creen todo lo que dice en menos de un segundo!

—¿Sabes por qué lo hacemos? —cuestionó Daphne—. Emma nunca nos ha mentido en estos años, ¿y sabes qué más? Nunca se atrevería a hacerle daño a nadie por más que lo odie.

—Solo espero que le pase algo para que se den cuenta de quién es en realidad Alyssa Walk… —musitó Nott.

—¡Quita esas palabras de tu boca! —exclamó Adhara, golpeando fuertemente la palma de su mano contra la mejilla del Slytherin—. Te juro, Nott, te juro que si le sucede algo a Emma todo se acabó contigo. Quédate con Parkinson, veamos si tu novia es mejor que Emma.

—Te aseguro que lo es —soltó Nott, tocando lentamente su mejilla—.  Y no pienso quitar lo que dije: Alyssa no es una santa mujer.

—Mejor cállate antes de que terminemos contigo —amenazó Daphne, tomando a Adhara de la mano y sacándola de la habitación.








( . . . )










—¡Dijiste que ya habías descifrado el enigma! —exclamó Hermione indignada.

—¿Ahora en verdad lo sabes, Harry? —preguntó Emma.

—¡Bajen la voz! Sí, sólo me falta… afinar un poco, ¿bueno?

Ocupaban un pupitre justo al final del aula de Encantamientos. Aquel día tenían que practicar lo contrario del encantamiento convocador: el encantamiento repulsor. Debido a la posibilidad de que ocurrieran desagradables percances cuando los objetos cruzaban el aula por los aires, el profesor Flitwick había entregado a cada estudiante una pila de cojines con los que practicar, suponiendo que éstos no harían daño a nadie aunque erraran su diana. No era una idea desacertada, pero no acababa de funcionar. La puntería de Neville, sin ir más lejos, era tan mala que no paraba de lanzar por el aula cosas mucho más pesadas: como, por ejemplo, al propio profesor Flitwick.

—Olvídense por un minuto del huevo ese, ¿quieren? —susurró Harry, mientras el profesor Flitwick, con aspecto resignando, pasaba volando por su lado e iba a aterrizar sobre un armario grande—. Lo que quiero es hablarles de Snape y Moody…

Aquella clase era el marco ideal para contar secretos, porque la gente se divertía demasiado para prestar atención a las conversaciones de otros. Durante la última media hora, en episodios susurrados, Harry les había relatado su aventura de la noche anterior.

—¿Snape dijo que Moody también había registrado su despacho? —preguntó Ron con los ojos encendidos de interés, mientras repelía un cojín con un movimiento de la varita—. Esto… ¿crees que Moody ha venido a vigilar a Snape además de a Karkarov?

—Bueno, no sé si eso es lo que Dumbledore le pidió hacer, pero desde luego es lo que está haciendo —dijo Harry—. Moody dijo que si Dumbledore permitía a Snape quedarse aquí era por darle una segunda oportunidad…

—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido, mientras su segundo almohadón salía por el aire rotando, rebotaba en la lámpara del techo y caía pesadamente sobre la mesa de Flitwick—. Harry… ¡a lo mejor Moody cree que fue Snape el que puso tu nombre en el cáliz de fuego!

—No lo creo —dijo Emma, escéptica—. Vamos, ya creímos una vez que Snape quería matar a Harry, y resultó que lo estaba salvando.

Mientras hablaba, repelió un cojín, que se fue volando y aterrizó cerca de la caja a la que se suponía que estaban apuntando todos.

—Me da igual lo que diga Moody —añadió Hermione—. Dumbledore no es tonto. No se equivocó al confiar en Hagrid y en el profesor Lupin, aunque hay muchos que no les habrían dado trabajo, así que ¿por qué no va a tener razón también con Snape, aunque sea un poco…?

—… terrorífico? —interrumpió Emma.

—… diabólico? —se apresuró a decir Ron—. Vamos, chicas, a ver, ¿por qué le registran el despacho todos esos buscadores de magos tenebrosos?

—¿Y por qué se hace el enfermo el señor Crouch? —preguntó a su vez Hermione—. Es un poco raro que no pueda venir al baile de Navidad pero que, cuando le apatece, se meta en el castillo en medio de la noche.

—Lo que pasa es que le tienes rabia a Crouch por lo de esa elfina, Winky —dijo Ron lanzando un cojín contra la ventana.

—Y tú sólo quieres creer que Snape mata algo —contestó Hermione metiendo la suya en la caja.

—Yo me conformaría con saber qué hizo Snape en su primera oportunidad, si es que va ya por la segunda —dijo Harry en tono grave. Para su sorpresa, el cojín cruzó el aula sin desviarse y aterrizó de forma impecable sobre el de Hermione.

—Increíble —se alegró Emma, aplaudiendo levemente. Harry sonrió.










( . . . )













Emma había propuesto ir a la biblioteca para investigar alguna técnica que pudiera ayudar a Harry en la siguiente prueba, y eso es lo que los cuatro estaban haciendo.

—Por supuesto, la solución ideal sería que te transformaras en un submarino o algo así —comentó ella—. ¡Si hubiéramos dado ya la transformación humana! Pero no creo que empecemos a verla hasta sexto, y si uno no sabe muy bien cómo es la cosa, el resultado puede ser un desastre…

—Sí, ya. No me hace gracia andar por ahí con un periscopio que me salga de la cabeza. A lo mejor, si atacara a alguien delante de Moody, él podría convertirme en uno…

—Sería graciosos verte convertido en eso —sonrió Emma—. Pero de todas formas, no creo que te diera a escoger en que convertirte. Lo mejor sería usar un encantamiento.

Pero, apesar de que los cuatro investigaron durante los mediodías, las noches y los fines de semana, y aunque Harry solicitó a la profesora McGonagall un permiso para usar la Sección Prohibida, y hasta le pidieron ayuda a la irritable señora Pince, no encontraron nada en absoluto que capacitara a Harry para sumergirse una hora en el agua y vivir para contarlo.

Incluso Emma entro varias veces a hurtadillas en medio de la madrugada a la biblioteca para seguir buscando algo de ayuda, pero seguía sin encontrar algo, y eso le estaba llegando a desesperar. No encontrar una forma de ayudar a su novio le estaba preocupando bastante.

Pero lo que más le preocupaba de Harry era su aspecto nervioso y el pánico que mantenía últimamente. Por lo que, se alegro cuando por fin vio una sonrisa en el rostro del azabache en el desayuno del Lunes; Sirius había enviado una carta.

Envíame la lechuza de vuelta indicando la fecha de tu próximo permiso para ir a Hogsmeade.

Emma giró la hoja para ver si ponía algo más, pero estaba en blanco.

—Este fin de semana no, el siguiente —susurró Hermione, que había leído la nota por encima del hombro de Harry—. Toma, ten mi pluma y envíale otra vez la lechuza.

Emma le devolvió la nota a su novio y él anotó la fecha en el reverso de la carta de Sirius, la ató de nuevo en la pata de la lechuza de color marrón y la vieron remontar el vuelo.

—¿Para qué querrá saber lo del próximo permiso para ir a Hogsmeade? —preguntó Ron.

—No lo sé —dijo Harry desanimado.

—Vamos, chicos —apremió Emma, tomando la mano Harry—, tenemos clase con Hagrid.

—¿Segura de que quieres ir? —le preguntó Harry.

Emma asintió unas cuantas veces. La verdad era que encontrarse con Nott no era lo que quería, pero no podía seguir faltando a la clase de su amigo Hagrid por eso, ya no más.

Aquel día Hagrid había logrado capturar dos potrillos de unicornio, que, a diferencia de los unicornios adultos, eran de color dorado. Parvati y Lavender se quedaron extasiadas al verlos, e incluso Pansy Parkinson tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular lo mucho que le gustaban.

—Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase—. Cuando tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados…  admiten incluso a los chicos. Vamos, acérquense un poco. Si quieren pueden acariciarlos… Denlos unos terrones de azúcar de esos.

Emma se acercó un terrón de azúcar y con una sonrisa camino hasta el unicornio. Éste lo recibió muy gustoso e incluso lamió la mano de la castaña.
















( . . . )












La noche antes de la prueba Harry, Ron, Emma y Hermione estaban en la biblioteca a la puesta del sol, pasando febrilmente página tras página de encantamientos, ocultos unos de otros por enormes pilas de libros amontonados en la mesa.

—Creo que es imposible —declaró la voz de Ron desde el otro lado de la mesa—. No hay nada. Nada. Lo que más se aproxima a lo que necesitamos es este encantamiento desecador para drenar charcos y estanques, pero no es ni mucho menos lo bastante potente para desecar el lago.

—Nos tomaría mucho tiempo —dijo Emma, tirando otro libro más a la pila que tenía a su derecha—. Es imposible que no exista forma. Debe haber algo.

—Nunca habrían puesto una prueba que no se pudiera realizar —murmuró Hermione, acercándose una vela.

—Ahora lo han hecho —replicó Ron—. Harry, lo que tienes que hacer mañana es bajar al lago, meter la cabeza dentro, gritarles a las sirenas que te devuelvan lo que sea que te hayan quitado y ver si te hacen caso. Es tu opción más segura.

—Ya sé lo que tendría que haber hecho —dijo Harry, dejando descansar la cabeza en el libro Trucos ingeniosos para casos peliagudos—. Tendría que haber aprendido a hacerme animago como Sirius.

—¡Claro, así podrías convertirte en carpa cuando quisieras! —corroboró Ron.

—O en una rana —añadió Harry con un bostezo. Estaba exhausto.

Pero probablemente no tanto como Emma lo estaba, quién había apoyado su cabeza en la torre de libros para "descansar" un momento y había comenzado a cerrar sus ojos.

—Dai… —la llamó Harry—. Será mejor que vayas a descansar.

—No —se negó Emma, frotando sus ojos con sus muñecas—. Sólo…

—¡Ah, esto no sirve de nada! —se quejó Hermione cerrando de un golpe los Problemas mágicos extraordinarios, sobresaltando a Emma—. Pero ¡quién demonios va a querer hacerse tirabuzones en los pelos de la nariz!

—A mí no me importaría —dijo la voz de Fred Weasley—. Daría que hablar, ¿no? —dirgió la mirada a Emma—. Que linda la bella durmiente.

—Muy gracioso —sonrió Emma, risueña.

—¿Qué hacen aquí? —les preguntó Ron a Fred y George.

—Buscarlos —repuso George—. McGonagall quiere que vayas, Emma. Y tú también, Hermione.

—¿Me metí en algo? —dijo Emma, sorprendida.

—Ni idea… pero estaba muy seria —contestó Fred—. Vamos, bella durmiente. Tú primer castigo con McGonagall te espera.

—Nos vemos en la sala común —le dijo Emma a Harry al levantarse y darle un beso en la mejilla.

—Llévate todos los libros que puedas, ¿bien? —le dijo Hermione.

—Bien —asintió Harry.












(. . . )














Emma tomó una bocanada de aire, con la sensación de que no hubiera respirado en un largo tiempo.

La castaña miró a su alrededor: estaba en medio del lago negro junto a Harry y una niña pequeña bastante parecida a Fleur Delacour.

Emma tocio un poco debido al agua que había tragado.

—¡EMMA! —gritó Harry, quitándose un poco de cabello de los ojos.

—¿James? —preguntó Emma, desorientada.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado insepccionándola con la mirada.

—Lo estoy —aseguró—. ¿Quién es ella?

—Lo que tenía que rescatar Fleur —explicó—. Vamos, ayúdame a llevarla, me parece que no nada muy bien

Con la compañía de veinte sirenas y tritones, que hacían de guardia de honor cantando sus horrible cánticos que parecían chirridos, llevaron a la hermana de Fleur por el agua hasta la orilla, desde donde los observaban los miembros del tribunal.

Emma vio a la señora Pomfrey prodigando sus atenciones a Hermione, Krum, Cedric Diggory y Cho Chang, que estaban envueltos en mantas muy gruesas. Dumbledore y Ludo Bagman les sonreían, pero Percy, que parecía muy pálido y, en cierto modo, más joven de lo habitual. Mientras tanto, Madame Maxime intentaba sujetar a Fleur, que estaba completamente histérica y peleaba con uñas y dientes para volver al agua.

—¡«Gabguielle»!, ¡«Gabguielle»! ¿Está viva? ¿Está «heguida»?

—¡Fleur! —la llamó Emma desde su lugar—. Gabguielle va bien. C'est parfait.

Fleur se soltó de Madame Maxime y corrió a abrazar a su hermana.

—Fue «pog» los «guondylows… Me «atacagon»… ¡Ah, Gabguielle, pensé… pensé…!

—¡Vámonos! —Emma escuchó la voz de Adhara muy cerca de ella. La busco con la mirada, y la verdad no fue muy difícil de encontrala: a menos de dos metros de la castaña, Adhara estaba arrastrando a Nott con ayuda de Blaise para que se alejara—. ¡Muévete ahora!

Fue por un segundo, tan solo uno, que Emma cruzó su mirada con la de Nott. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la castaña en ese momento.

—Tú, ven aquí —dijo la voz de la señora Pomfrey.

Agarró a Emma y, llevándola hasta donde estaban Hermione y los otros, la envolvió tan apretada en una manta que le pareció que le había puesto una camisa de fuerza, y la obligo a beber una poción muy caliente que les hizo salie humo por las orejas.

—Lo viste ¿no es así? —cuestionó Harry cuando Emma tomó lugar a su lado.

—Tranquilo, Harry —lo tranquilizó Emma, colocando su mano sobre la de él.

Ambos se quedaron en silencio por un largo rato hasta que la castaña decidió por hablar nuevamente.

—Así que… James —sonrió Emma, mirando a Harry—. «Nos hemos llevado lo que más valoras…» ¿De verdad soy lo que más valoras?

Las mejillas de Harry tomaron un rosa carmesí, pero respondió con total seguridad.

—Eres de lo más importante en mi vida, Emma.

Emma sonrió dulcemente y se acercó a dejar un suave beso en los labios de su novio.

—¡Muy bien, Harry! —gritó Hermione, acercándose—. ¡Lo hiciste, averiguaste el modo, y todo por ti mismo!

—Bueno… —contestó Harry. Emma presintió que ocultaba algo—. Sí, es verdad.

—Tienes un «escarrabajo» en el pelo, Herr… mío… ne —dijo Krum.

Emma tuvo la impresión de que Krum intentaba recuperar la atención de Hermione, pero Hermione se quitó el escarabajo del pelo con un gesto de impaciencia y continuó:

—Pero te has pasado un montón del tiempo, Harry… ¿Te costó mucho encontrarnos?

—No, los encontré sin problemas —admitió, entrelazando su mano con la de Emma.

Dumbledore estaba agachado en la orilla, trabando conversación con la que parecía la jefa de las sirenas, que tenía un aspecto especialmente feroz y salvaje. El director hacía el mismo tipo de ruidos estridentes que las sirenas y los tritones producían fuera del agua: evidentemente, Dumbledore hablaba sirenio. Finalmente se enderezó, se volvió hacía los otros miembros del tribunal y dijo:

—Damas y caballeros, hemos tomado una desición. Murcus, la jefa sirena, nos ha explicado qué ha ocurrido exactamente en el fondo del lago, y hemos puntuado en consecuencia. El total de nuestras puntuaciones, que se dan sobre un máximo de cincuenta puntos a cada uno de los campeones es el siguiente:

»La señorita Delacour, aunque ha demostrado un uso excelente del encantamiento casco-burbuja, fue atacada por los grindylows cuando se acercaba a su meta, y no consiguió recuperar a su hermana. Le concedemos veinticinco puntos.

Aplaudieron las tribunas.

—Me «meguezco» un «cego» —dijo Fleur con voz ronca, agitando su magnífica cabellera.

—El señor Diggory, que también ha utilizado el encantamiento casco-burbuja, ha sido el primero en volver con su retenida, aunque lo hizo un minuto después de concluida la hora.

Se escucharon unos vítores atronadores procedentes de la zona de Hufflepuff.

—Por tanto le concedemos cuarentena y siete puntos.

»El señor Viktor Krum ha utilizado una forma de transformación incompleta, que sin embargo dio buen resultado, y ha sido el segundo en volver con su rescatada. Le concedemos cuarentena puntos.

Karkarov aplaudió muy fuerte y de manera muy arrogante.

—El señor Harry Potter ha utilizado con mucho éxito las branquialgas —prosiguió Bagman—. Volvió en último lugar, y mucho después de terminado el plazo de una hora. Pero la jefa sirena nos ha comunicado que el señor Potter fue el primero en llegar hasta los rehenes, y que el retraso en su vuelta se debió a su firme decisión de salvarlos a todos, no sólo a la suya.

Emma dirigió a Harry una mirada de completa felicidad y orgullo. Harry bien se pudo tomar la canción muy literalmente, pero ese gesto se le hacía demasiado lindo.

—La mayoría de los miembros del tribunal —y aquí Bagman le dirigió a Karkarov una mirada muy desagradable— están de acuerdo en que esto demuestra una gran altura moral y que merece ser recompensado con la máxima puntuación. No obstante… la puntuación del señor Potter son cuarentena y cinco puntos.

Emma soltó un ligero gritó de felicidad y abrazó a Harry. Estaba orgullosa de él y un poco más tranquila; una prueba más había pasado.

—La tercera y última prueba tendrá lugar al anochecer del día veinticuatro de junio —continuó Bagman—. A los campeones se les notificará en qué consiste justo un mes antes. Gracias a todos por el apoyo que les brindaron.

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