30. I love you
TE AMO
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—¡Potter!, ¡Weasley!, ¿quieren atender?
Emma reprimió una risa al escuchar la, tal vez, quinta regañada para Harry y Ron.
La irritada voz de la profesora McGonagall restalló como un látigo en la clase de Transformaciones del jueves, y tanto Harry como Ron se sobresaltaron.
La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guines que habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall, y habían copiado de la pizarra el enunciado de sus deberes («Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar de un momento a otro.
—Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo con su edad —dijo la profesora McGonagall dirigiéndoles a los dos una mirada de enfado cuando la cabeza de la merluza de Harry cayó al suelo (súbitamente cortada por el pico del loro de hojalata de Ron)—, tengo que decirles algo a todos ustedes.
»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo desean pueden invitar a un estudiante más joven...
Lavender Brown dejó escapar una risita estridente. Parvati Patil le dio un codazo en las costillas, haciendo un duro esfuerzo para no reírse también, y las dos miraron a Harry. Emma no pudo evitar rodar los ojos. La profesora McGonagall no les hizo caso.
—Será obligatoria la túnica de gala —prosiguió la profesora McGonagall—. El baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto el día de Navidad y terminará a medianoche. Ahora bien... —La profesora McGonagall recorrió la clase muy despacio con la mirada—. El baile de Navidad es por supuesto una oportunidad para que todos echemos una cana al aire —dijo, en tono de desaprobación.
Lavender se rió más fuerte, poniéndose la mano en la boca para ahogar el sonido.
—Pero eso NO quiere decir —prosiguió la profesora McGonagall— que vayamos a exigir menos del comportamiento que esperamos de los alumnos de Hogwarts. Me diagustaré muy seriamente si algún alumno de Gryffindor deja en mal lugar al colegio.
Sonó la campana, y se formó el habitual revuelo mientras recogían las cosas y se echaban las mochilas al hombro.
La profesora McGonagall llamó por encima del alboroto:
—Potter, por favor, quiero hablar contigo.
—Te espero fuera —le dijo Emma a Harry, para luego dirigirse hasta la puerta del salón y salir por ella.
Harry asintió levemente con la cabeza y suspiró, nervioso. Dando por supuesto que aquello tenía algo que ver con su merluza de goma descabezada, se acercó a la mesa de la profesora.
La profesora McGonagall esperó a que se hubiera ido el resto de la clase, y luego le dijo:
—Potter, sus campeones y sus parejas...
—¿Qué parejas? —preguntó Harry.
La profesora McGonagall lo miró recelosa, como si pensara que intentaba tomarle el pelo.
—Sus parejas para el baile de Navidad, Potter —dijo con frialdad—. Sus parejas de baile. Por favor, toma el ejemplo de Williams y compórtate con seriedad.
Harry se puso tan rojo como un tomate en menos de un segundo.
—Es tradición que los campeones y sus parejas abran el baile.
—Yo no bailo —dijo Harry.
—Es la tradición —declaró con firmeza la profesora McGonagall—. Tú eres campeón de Hogwarts, y harás lo que se espera de ti como representante del colegio. Así que encárgate de practicar con Williams. Estoy segura que ella sabe bailar.
—Pero... yo no... ella... —balbuceaba Harry, nervioso.
—Ya me has oído, Potter —dijo la profesora McGonagall en un tono que no admitía réplica.
Cuando salió de el aula, se encontró con su novia, apoyada en el muro esperándolo. Harry abrió la boca con aire vacilante, pero simplemente no pudo hablar. Le hubiera gustado explicarle todo en ese mismo momento e invitarla pero fue como si le hubieran quitado la capacidad de hablar.
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ERAN PASADAS LAS DIEZ DE LA NOCHE. La sala común se encontraba vacía en aquel momento, y Harry y Emma estaban ahí. Harry terminaba uno de sus trabajos de Encantamientos, mientras que Emma escribía un poco.
Aburrida, la castaña lanzó su pluma lejos de ella y se dejó caer en el suelo de la sala, cerca de la chimenea, para sentir su calor abrigadora. Se quedó mirando por un segundo las chispas que saltaban de la chimenea, dejando su mente en blanco por un segundo.
Hasta que algo llegó a su cabeza.
—¿Para qué te llamó la profesora Mcgonagall? —preguntó con curiosidad, sentándose en el suelo.
—Eso… —musitó Harry, soltando su pluma de igual manera y alzando la mirada lentamente, nervioso. El habla se le fue de nuevo cuando aprecio la imágen frente a él.
Tal vez estaba demasiado cansado o el fuego de la chimenea combinado con el perfume de Emma lo estaban adormilando, pero la manera en la que vió a Emma fue como la primera vez que la conoció hace cuatro años.
La imagen de su novia sentada frente a la chimenea, con su castaño cabello un tanto alborotado, sus labios un tanto entreabiertos y sus hermosos y brillantes ojos lo habían envuelto.
—James… —canturreó Emma cuando no obtuvo respuesta después de varios segundos—. Ey, ¿estás bien?
Harry asintió vagamente, saliendo de su trance—. La profesora Mcgonagall me habló sobre mi pareja…
Emma frunció el ceño, pero con una sonrisa—. ¿Qué sucede con eso? Te noto preocupado.
—… de baile —finalizó Harry, poniéndose en pie y tomando puesto al lado de Emma.
Al escuchar las palabras «pareja de baile» Emma se desconectó un segundo del momento y recordó cuando Theodore había estado a punto de preguntarle algo. Había mencionado un evento en Navidad, así que… ¿él la había querido invitar al baile?
—Emma —la llamó Harry, tomándola de la mano delicadamente—, sé que puede sonar más que tonto, esto es… muy tonto porque no hay razón para que yo esté… nervioso pero… No solo eres mi novia, sino también de las chicas más lindas en todo Hogwarts y me encantaría tener el honor de que… seas mi pareja en el baile de Navidad.
Emma soltó una pequeña risita.
—¿Es una invitación?
—¿Tú qué crees?
—Antes de aceptar —dijo Emma con diversión— deberías buscar una manera de convencerme.
Harry le dejó un breve beso en los sonrosados labios de su novia. Emma jadeó ante el repentino movimiento, pero sonrió al instante.
—Me parece que no estoy del todo convenc…
Harry no permitió que Emma terminara su frase antes de que la acercara más a él, la sentará en su regazo y la besara. Pero está vez fue diferente, ya no era un pico o un beso robado del todo como el anterior. Era un beso que hace mucho no disfrutaban a causa de todas las cosas que habían pasado desde octubre.
Harry enrolló sus brazos en la cintura de Emma, mientras que la castaña lo hacía alrededor de su cuello. Disfrutaron del momento cuánto más pudieron, hasta que la falta de aire los obligó a separarse.
—¿Qué dices ahora? —cuestionó Harry con una sonrisa.
—Digo que sería un honor ser tu pareja de baile —dijo Emma, ocultando su cara en el cuello de Harry.
—Te amo, Emma —soltó repentinamente Harry, que hasta él mismo se llegó a sorprender por ello.
Emma abrió sus ojos como platos, sorprendida ante la repentina expresión. Pero, separándose lentamente del cuello de Harry lo miró a los ojos y respondió con total seguridad:
—También te amo, Harry.
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—NO PARECÍA MUY INTERESADA EN CRIATURAS MÁGICAS —les contó Hagrid durante la última clase del trimestre, cuando Harry, Ron, Emma y Hermione le preguntaron cómo le había ido en la entrevista con Rita Skeeter.
Para alivio de ellos, Hagrid abandonó la idea del contacto directo con los escregutos, y aquel día se guarecieron simplemente tras la cabaña y se sentaron a una mesa de caballetes a preparar una selección de comida fresca con la que tentarlos.
—Sólo quería hablar de ti, Harry —continuó Hagrid en voz baja—. Bueno, yo le dije que somos amigos desde que fui a buscarte a casa de los Dursley. «¿Nunca ha tenido que regañarlo en cuatro años?», me preguntó. «¿Nunca le ha dado guerra en clase?». Yo le dije que no, y a ella no le hizo ninguna gracia. Creo que quería que le dijera que eras horrible, Harry.
—Claro que sí —corroboró Harry, echando unos cuantos trozos de hígado de dragón en una fuente de metal, y tomando un cuchillo para cortar un poco más—. No puede seguir pintándome como un héroe trágico, porque se hartarían.
—Skeeter es demasiado rara —opinó Emma, que con Hermione cortaban al igual que Harry, hígado—. ¿No lo creen?
Todos asintieron de acuerdo.
Emma de verdad pensaba que Rita Skeeter era muy extraña. Había algo en ella que generaba cierta desconfianza en la castaña.
—Ahora Skeeter quiere un nuevo punto de vista —opinó Ron, mientras cascaba huevos de salamandra—. ¡Tendrías que haberle dicho que Harry era un criminal demente!
—¡Pero no lo es! —dijo Hagrid, realmente sorprendido.
—Debería haber ido a hablar con Snape —comentó Harry en tono sombrío—. Le puede decir lo que quiere oír sobre mí en cualquier momento: «Potter no ha hecho otra cosa que traspasar límites desde que llegó a este colegio... Y Williams siempre anda detrás de él».
—¿Ha dicho eso? —se asombró Hagrid, mientras Ron, Emma y Hermione se reían.
—Te sorprendería saber todo lo que ha dicho —asintió Emma.
—Bueno, habrás desobedecido alguna norma, Harry, pero en realidad eres bueno. Y que decir de ti, Emma, la mejor bruja (junto a Hermione) de tu edad. Y no pienso que siempre estés detrás de Harry... la verdad, siempre han estado juntos, eso es lo que pasa.
—Gracias, Hagrid —agradecieron ambos a la vez.
—¿Vas a ir al baile de Navidad, Hagrid? —quiso saber Ron.
—Creo que me daré una vuelta por allí, sÍ —contestó Hagrid con voz ronca—. Será una buena fiesta, supongo. Tú vas a abrir el baile, ¿no, Harry? ¿Con quién vas a bailar?
—Emma Williams, me presento —saludó Emma, extendiendo su brazo—. Un gusto, Hagrid.
Ron y Hermione prorrumpieron en una carcajada.
—-No lo pensé —se disculpó Hagrid, riéndose de igual manera—. ¿Saben? Me alegro mucho de que estén juntos, creo que nunca se los dije.
Harry y Emma compartieron una pequeña mirada, y luego le sonrieron a Hagrid, en manera de expresar su agradecimiento.
Cada día de la última semana del trimestre fue más bullicioso que el anterior. Por todas partes corrían los rumores sobre el baile de Navidad, aunque Emma no daba crédito ni a mitad de ellos.
Algunos profesores, como el profesor Flitwick, desistieron de intentar enseñarles gran cosa al ver que sus mentes estaban tan claramente situadas en otro lugar. En la clase del miércoles los dejó jugar. Otros profesores no fueron tan generosos. Nada apartaría al profesor Binns, por ejemplo, de avanzar pesadamente a través de sus apuntes sobre las revueltas de los duendes. También McGonagall y Moody los hicieron trabajar hasta el último segundo de clase, y Snape antes hubiera adoptado a Harry que dejarlos jugar durante una lección. Con una mirada muy desagradable les informó que dedicaría la última clase del trimestre a un examen sobre antídotos.
—Es un aguafiestas —dijo amargamente Ron aquella noche en la sala común de Gryffindor—. Colocarnos un examen el último día... Estropearnos el último cachito de trimestre con montones de cosas que repasar...
—Mmm... pero no veo que te estés agobiando mucho —replicó Hermione, mirándolo por encima de sus apuntes de Pociones.
Ron se entretenía levantando un castillo con los naipes explosivos, que era mucho más divertido que hacerlo con la baraja muggle porque el edificio entero podía estallar en cualquier momento.
Harry, mientras tanto, observaba a su novia repasar sus apuntes al igual que Hermione. Sabia muy bien que, aunque ella lo negara repetidas veces, seguía poniéndose demasiada presión cada vez que había un examen.
—Es Navidad, chicas —les recordó Harry.
Emma levanto la mirada de sus apuntes. Ella veía muy importante estudiar para ese examen, pero, tampoco obligaría a sus amigos a estudiar justo en ese momento. Ciertamente Harry tenia razón, era Navidad, pero el miedo de fracasar agobiaba a Emma a un punto demasiado grande.
Hermione miró a Harry con severidad.
—Creí que harías algo constructivo, Harry, aunque no quisieras estudiar antídotos.
—¿Como qué? —inquirió Harry.
—¡Como pensar en ese huevo!
—Vamos, Hermione, tengo hasta el veinticuatro de febrero —le recordó Harry.
—¡Pero te podría llevar semanas averiguarlo! —objetó Hermione—. Y vas a quedar como un auténtico idiota si todos descifran la siguiente prueba menos tú.
—Déjalo en paz, Hermione. Se merece un descanso —dijo Ron.
—En eso Ronald tiene razón —dijo Emma, dejando por fin de lado sus apuntes.
Y en ese momento, al Ron colocar las dos últimas cartas en el techo, el edificio de naipes estalló y le chamuscó las cejas.
—Muy guapo, Ron... Esas cejas te combinarán a la perfección con la túnica de gala.
Eran Fred y George. Se sentaron a la mesa con Ron y Hermione mientras aquél evaluaba los daños.
—Hermanita, ¿nos puedes prestar a Beauty? —le preguntó George.
—Lo haría, pero está entregando un carta —se disculpó Emma.
—Lastima… —dijo Fred, y se volvió hacía Ron—. Ron, ¿nos puedes prestar a Pigwidgeon?
—¿Por qué?
—Porque George quiere que sea su pareja de baile —repuso Fred sarcásticamente.
—Pues porque queremos enviar una carta, tonto —dijo George.
—¿A quién siguen escribiendo ustedes dos, eh? —preguntó Ron.
—Aparta las narices, Ron, si no quieres que se te chamusquen también —le advirtió Fred moviendo la varita con gesto amenazador—. Bueno… ¿y tienen todos pareja para el baile?
—Cuando decimos todos, nos referimos sólo a Ron y a Hermione —aclaró George con burla—. Sabemos muy bien que la pareja del año irán al baile juntos.
—Y bueno… ¿si tienen pareja? —quisó saber Fred.
—No —respondió Ron.
—Pues mejor que te des prisa, muchacho, o acapararán a todas las guapas —dijo Fred.
—¿Con quién vas tú? —quiso saber Ron.
—Con Angelina —contestó enseguida Fred, sin pizca de vergüenza.
—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido—. ¿Se lo has pedido ya?
—Buena pregunta —reconoció Fred. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Eh, Angelina!
Angelina, que estaba charlando con Alicia Spinnet cerca del fuego, se volvió hacia él.
—¿Qué? —le preguntó.
—¿Quieres ser mi pareja de baile?
Angelina le dirigió a Fred una mirada evaluadora.
—Bueno, vale —aceptó, y se volvió para seguir hablando con Alicia, con una leve sonrisa en la cara.
—Ya lo ven —les dijo Fred a Harry y Ron—: pan comido. Supongo que fue así de fácil con nuestra hermanita, ¿no, Harry? —Harry se sonrojó levemente. Fred se puso en pie, bostezó y añadió—: Tendremos que usar una lechuza del colegio, George. Vamos…
En cuanto se fueron, Ron dejó de tocarse las cejas y miró a Harry por encima de los restos del castillo, que ardían sin llamas.
—Tendré que hacer algo, ¿sabes? Pedírselo a alguien. Fred tiene razón: puedo acabar con un trol.
Emma y Hermione dejaron escapar bufidos de indignación.
—¿Un qué, perdona? —dijo Emma.
—Bueno, ya saben —dijo Ron, encogiéndose de hombros ante la intimidante mirada de sus amigas—. Preferiría ir solo que con… con Eloise Midgeon, por ejemplo.
—Su acné está mucho mejor últimamente —repuso Hermione—. ¡Y es muy simpática!
—Tiene la nariz torcida –—bjetó Ron.
Emma abrió su boca y frunció el entrecejo, indignada.
—¿Disculpa, Ron?
—B-bueno, quiero decir que…
Harry sonrió, divertido, al ver lo nervioso que se encontraba Ron. Realmente Emma lograba intimidar en un segundo.
—Ya veo —exclamó Hermione enfureciéndose—. Así que, básicamente, vas a intentar ir con la chica más guapa que puedas, aunque sea un espanto como persona.
—Eh… bueno, sí, eso suena bastante bien —dijo Ron.
—Me voy a la cama —espetó Hermione, y sin decir otra palabra salió para la escalera que llevaba al dormitorio de las chicas.
Emma bufó, pero no se fue del lugar.
A veces incluso le sorprendía lo idiota que podía llegar a ser Ron.
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