29. Dobby and Winky

DOBBY Y WINKY

───⊱✿⊰───

Harry, Ron, Emma y Hermione fueron aquella noche a buscar a Beauty a la luchecería para que Harry le pudiera enviar una carta a Sirius diciéndole que había logrado burlar al dragón sin recibir ningún daño. Por el camino, Harry puso a Ron al corriente sobre todo lo que Sirius les había dicho sobre Karkarov. Aunque al principio Ron se mostró impresionado al oír que Karkarov había sido un mortífago, para cuando entraban en la lechucería se extrañaba de que no lo hubieran sospechado desde el principio.

—Todo encaja, ¿no? —dijo—. ¿No se acuerdan de lo que dijo Malfoy en el tren de que su padre y Karkarov eran amigos? Ahora ya sabemos dónde se conocieron. Seguramente en los Mundiales iban los dos juntitos y bien enmascarados… Pero te diré una cosa, Harry: si fue Karkarov el que puso tu nombre en el cáliz ahora mismo se debe de sentir como un idiota, ¿a que sí? No le ha funcionado, ¿verdad? ¡Sólo recibiste un rasguño!

Emma estaba acariciando a Beauty en ese momento mientras Harry le ataba la carta a la patita.

—No es posible que el resto de las pruebas sean tan peligrosas como ésta… ¿Cómo podrían serlo? —siguió Ron, mientras Emma acercaba a Beauty a la ventana—. ¿Sabes qué? Creo que podrías ganar el Torneo, Harry, te lo digo en serio.

Emma sabía muy bien que Ron sólo decía eso para compensar de alguna manera su comportamiento de las últimas semanas, pero de igual forma su intentó era lindo. Hermione, sin embargo, se apoyó contra el muro de la lechucería, cruzó los brazos y miró a Ron con el entrecejo fruncido.

—A Harry le queda mucho por andar antes de que termine el Torneo —declaró muy seria—. Si esta ha sido la primera prueba, no me atrevo a pensar qué puede venir después.

Aunque a Emma no le gustara pensar en eso, concordaba con Hermione. Si los dragones habían sido la primera prueba, no quería ni imaginar lo que vendría. Pero no diría nada, sabía que eso preocuparía mucho más a Harry.

—Eres la esperanza personificada, Hermione —le reprochó Ron—. Parece que te hayas puesto de acuerdo con la profesora Trelawney.

Emma soltó una pequeña risa, al mismo tiempo en que veía a Beauty emprender vuelo.

Contemplaron cómo desaparecía la lechuza en la oscuridad, y luego dijo Ron:

—Bueno, será mejor que bajemos para tu fiesta sorpresa, Harry. A estas alturas, Fred y George ya habrán robado suficiente comida de las cocinas del castillo.

Por supuesto, cuando entraron en la sala común de Gryffindor todos prorrumpieron una vez más en gritos y vitores. Habían decorado la sala común, además, tal y cómo había dicho Ron, los gemelos parecían haber asaltado toda la cocina.

Emma se sirvió comida (realmente fue muy poca) y se sentó entre Ron y Harry.

—¡Cómo pesa! —dijo Lee Jordan tomando el huevo de oro, que Harry había dejado en una mesa, y sopesándolo en una mano—. ¡Vamos, Harry, ábrelo! ¡A ver lo que hay dentro!

—Se supone que tiene que resolver la pista por sí mismo —objetó Hermione—. Son las reglas del Torneo…

—También se suponía que Harry tenía que averiguar por sí mismo cómo burlar al dragón —susurró Emma con una sonrisita. Hermione sonrió sintiéndose un poco culpable.

—¡Sí, vamos, Harry, ábrelo! —repitieron varios.

Lee le pasó el huevo a Harry, que hundió las uñas en la ranura y apalancó para abrirlo.

Estaba hueco y completamente vacío. Pero, en cuanto Harry lo abrió, el más horrible de los ruidos, una especie de lamento chirriante y estrepitoso, llenó la sala.

Emma se cubrió los oídos inmediatamente, provocando que las pocas galletas que había tomado por poco terminaran en el suelo.

—¡Ciérralo! —gritó Fred, tapándose los oídos de igual forma.

—¿Qué era eso? —preguntó Seamus, observando el huevo cuando Harry volvió a cerrarlo—. Sonaba como una banshee. ¡A lo mejor te hacen burlar a una de ellas, Harry!

—¡Era como alguien a quien estuvieran torturando! —opinó Neville, que se había puesto muy blanco y había dejado caer los hojaldres rellenos de salchichas—. ¡Vas a tener que luchar contra la maldición cruciatus!

—Nev, eso es imposible —observó Emma, poniendo una de sus manos en el hombro del chico—. No creo que sean capaces de torturar a los campeones, eso se si… —se dió cuenta de lo que iba a decir—, quiero decir, eso debe ser horrible.

Harry entrecerró un poco sus ojos, y Hermione le dirigió a Emma una mirada de tristeza y precaución.

—Yo creo que se parecía más a bien a Percy cantando… —opinó George—. A lo mejor tienes que atacarlo cuando esté en la ducha, Harry.

—¿Quieres un trozo de torta de mermelada, hermanita? —le ofreció Fred.

—No gracias, así estoy bien —dijo Emma, mirando con desconfianza la fuente que él le ofrecía.

—No te preocupes, no le he hecho nada —le aseguró—. Con las que hay que tener cuidado es con las galletas de crema.

Neville, que precisamente acababa de probar una de esas galletas, se atragantó y la escupió. Fred se rió.

—Sólo es una broma inocente, Neville…

Emma miró por última vez la torta, y, con algo de desconfianza todavía, se sirvió un poco.

—¿Has tomado todo esto de las cocinas, Fred? —le preguntó Hermione.

—Ajá —contestó Fred muy sonriente. Adoptó un tono muy agudo para imitar la voz de un elfo—: «¡Cualquier cosa que podamos darle, señor, absolutamente cualquier cosa!» Son lo más de atentos… Si les digo que tengo un poquito de hambre son capaces de ofrecerme un buey asado.

Por un momento Emma perdió el hilo de la conversación, pensando en los que le esperaba a Harry con la pruebas restantes, pero volvió en sí cuando vio a Neville convertirse en un canario grande.

—¡Ah, lo siento, Neville! —gritó Fred, por encima de las carcajadas—. Se me había olvidado. Es la galleta de crema que hemos embrujado.

Un minuto después las plumas de Neville empezaron a desprenderse, y, una vez que se hubieron caído todas, su aspecto volvió a ser el de siempre. Hasta él se rió.

—¡Son galletas de canarios! —explicó Fred con entusiasmo—. Las hemos inventado George y yo… Siete sickles cada una. ¡Son una ganga!

Era casi la una de la madrugada cuando por fin dieron por terminado el festejo. Como era obvio, antes de subir a su dormitorio, Harry se despidió de su novia con un delicado beso en los labios, ignorando las risas y murmullos de fondo.






















EL COMIENZO DEL MES DE DICIEMBRE llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, a Emma le alegraba encontrar las chimeneas encendidas cada vez que caminaba por los pasillos.

—No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid a sus alumnos, que temblaban de frío, en la siguiente clase, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito… Los pondremos en estas cajas.

Solo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. Desalentada, la clase observó las enormes cajas que Harry acababa de llevarles, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.

—Los meteremos dentro —explicó Hagrid—, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede.

Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados. Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No se asusten, no se asusten!», mientras los escregutos se desmadraban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se habían refugiado en la cabaña de Hagrid y se habían atrincherado allí dentro. Harry, Ron, Emma y Hermione, sin embargo, estaban entre los que se habían quedado fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos consiguieron sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.

—¡No lo espanten! —les gritó Hagrid a Harry y Ron, que le lanzaban chorros de chispas con las varitas.

—¿Cómo estás? —le preguntó Theodore a Emma, que se había acercado para revisar sus manos con algunas quemaduras y heridas.

—Tampoco duele tanto —dijo Emma, restándole importancia. El Slytherin la miró con desconfianza— ¡De acuerdo! No es la gran cosa, Theo.

Te conozco más de lo que crees, Emma —dijo, sacando algo de su bolsillo—. Debes dejar de perseguir a esas cosas.

—Hagrid necesitaba ayuda —replicó Emma, mientras Theo le vendaba su mano lo mejor posible

—Para eso están Harry y Ron.

—¿Crees que no puedo?

—Creo que te puedes lastimar más de lo que piensas, Lia.

Ahora fue el turno de Emma de fruncir el ceño.

—¿A qué te refieres?

—A nada de lo que te estés imaginando —explicó—. Me refiero a que los escregutos en particular no son criaturas a las que se les pueda llamar tranquilas, ¿o sí?

Emma abrió la boca, con aire vacilante, y cuando estuvo apunto de responder…

—Bien, bien, bien… esto parece divertido.

Rita Skeeter estaba apoyada en la valla del jardín de Hagrid, contemplando la vista. Harry siguió la mirada de Skeeter, y se encontró con Theodore Nott acariciando suavemente la mano de Emma. Frunció un poco el entrecejo al ver aquella escena.

En ese momento Hagrid se lanzó sobre el escreguto que estaba acorralando a Harry y Ron, y lo aplastó contra el suelo. El animal disparó por la cola un chorro de fuego que estropeó las plantas de calabazas cercanas.

Harry, con paso lo más normal posible se acercó a Emma y a Nott.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó a su novia.

Nott, comprendiendo perfectamente la situación, soltó la mano de la castaña y se fue con sus amigos de casa.

—Por supuesto, Harry —le aseguró Emma, poniéndose en pie—. Theodore solo me ayudó con la venda.

—¿Quién es usted? —le preguntó Hagrid a Rita Skeeter, mientras le pasaba al escreguto un lazo por el aguijón y lo apretaba.

—Rita Skeeter, reportera de El Profeta contestó Rita con una sonrisa.

—Creía que Dumbledore le había dicho que ya no se le permitía entrar en Hogwarts —contestó ceñudo Hagrid, que se incorporó y empezó a arrastrar el escreguto hasta sus compañeros.

Rita actuó como si no lo hubiera oído.

—¿Cómo se llamas esas fascinantes criaturas? —preguntó, acentuando aún más su sonrisa.

—Escregutos de cola explosiva —gruñó Hagrid.

Después de eso Rita puso toda su atención en Harry, para luego invitar a Hagrid a una "entrevista" el viernes por la noche, cosa que no les gustó mucho a Harry, Ron, Emma y Hermione.















DESPUÉS DE LA CLASE DE HAGRID, HARRY, RON Y Emma tuvieron que ir a la clase de Adivinación. Fue bastante más alegre que antes. La verdad era que el volver a tener a Ron de buenas era algo bueno.

En medio de la clase a Harry y a Ron les agarró tal ataque de risa, lo que hizo enfadar a la profesora Trelawney, por lo cual, les habló de la muerte y la bola de cristal por octava vez en la semana.

—Sería más aterrador si ya no lo hubiera comentado ochenta veces —comentó Emma, cuando por fin salieron al aire fresco de la escalera que había bajo el aula de la profesora Trelawney.

—Pero si me hubiera muerto cada vez que me lo ha pronosticado, sería a estas alturas un milagro médico —dijo Harry.

—Serías un concentrado de fantasma —dijo Ron riéndose alegremente cuando se cruzaron con el Barón Sanguinario, que iba en el sentido opuesto, con una expresión siniestra en los ojos—. Al menos no nos han puesto deberes. Espero que la profesora Vector le haya puesto a Hermione un montón de trabajo. Me encanta no hacer nada mientras ella está…

Pero no terminó la oración ya que Emma lo miró con los ojos entrecerrados y una mirada amenazante.

Pero con la llegada de la tarde Emma comenzó a preocuparse a tal punto de no cenar esa noche. Hermione no fue a cenar, ni la encontraron en la biblioteca cuando fueron a buscarla. El único que se encontraba ahí era Viktor Krum.

—Pero ¿adónde habrá ido? —preguntó Ron, mientras volvían con Harry y Emma a la torre de Gryffindor.

—Ni idea… —dijo Harry—. ¿Tú sabes algo?

Emma negó con la cabeza.

—«Tonterías…»

Apenas había empezado la Señora Gorda a despejar el paso, cuando las pisadas de alguien que se acercaba corriendo por detrás les anunciaron la llegada de Hermione.

—¡Harry! —llamó, jadeante, y patinó al intentar detenerse en seco—. Tienes que venir, Harry. Tienes que venir: es lo más sorprendente que puedas imaginar. Por favor…

Agarró a Harry del brazo e intentó arrastrarlo por el corredor.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry.

—Ya lo verás cuando lleguemos. Ven, ven, rápido…

Harry miró a Ron y a Emma, y ellos le devolvieron la mirada, intrigados.

—Bueno —aceptó Harry, que dio media vuelta para acompañar a Hermione.

Ron y Emma compartieron una última mirada de confusión, y se apresuraron a seguir a Harry y a Hermione.

—¡Ah, no se preocupen por mí! —les gritó bastante irritada la Señora Gorda—. ¡No es necesario que se disculpen por haberme molestado! No me importa quedarme aquí, franqueando el paso hasta que vuelvan.

—¡Lo sentimos mucho! —se disculpó Emma, mirando por encima del hombro.

—¿Adónde vamos, Hermione? —preguntó Harry, después de que ella los hubo conducido por seis pisos y comenzaron a bajar la escalinata de mármol que daba al vestíbulo.

—¡Ya lo verán, lo verán dentro de un minuto! —dijo Hermione emocionada.

Al final de la escalinata dobló a la izquierda y fue aprisa hacia la puerta que llevaba a la sala común de Hufflepuff. Aunque Emma nunca había estado allí, Adhara y Daphne le contaron dónde quedaba. Ella, Harry y Ron siguieron a Hermione por otro tramo de escaleras que, en lugar de dar a un sombrío pasaje subterráneo como el que llevaba a la mazmorra de Snape, desembocaba en un amplió corredor de piedra, brillantemente iluminado con antorchas y decorado con alegres pinturas, la mayoría bodegones.

—¿Acaso estamos en…? —quiso saber Emma, mirando la pintura que había justo detrás de Hermione, la cual representaba un gigantesco frutero de plata.

—¡Hermione! —dijo Ron cayendo en la cuenta—. ¡Nos quieres meter otra vez en ese rollo del pedo!

—¡No, no, no es vedad! —se apresuró a negar ella—. Y no se llama «pedo», Ron.

—¿Le has cambiado el nombre? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Qué somos ahora, el Frente de Liberación de los Elfos Domésticos? Yo no me voy a meter en las cocinas para intentar que dejen de trabajar, ni lo sueñes.

—¡No te pido nada de eso! —contestó Hermione un poco harta—. Acabo de venir a hablar con ellos y me he encontrado… ¡Ven, Harry, quiero que lo veas!

Tomándolo otra vez del brazo, tiró de él hasta la pintura del frutero gigante, alargó el dedo índice y le hizo cosquillas a una enorme pera verde, que comenzó a retorcerse entre risitas, y de repente se convirtió en un gran pomo verde. Hermione lo accionó, abrió la puerta y empujó a Harry por la espalda, obligándolo a entrar.

Cuando Emma entro detrás de Harry, echó un rápido vistazo a una sala enorme con el techo muy alto, tan grande como el Gran Comedor que había encima, llena de montones de relucientes ollas de metal y sartenes colgadas a lo largo de lo muros de piedra, y una gran chimenea de ladrillo al otro extremo. La castaña estaba emocionada mirando a su alrededor, cuando escuchó una vocecita chillona.

—¡Señorita Emma!

La recién nombrada bajó la mirada hasta encontrarse con un elfo ya conocido. Dobby. Éste la abrazó tan fuerte como pudo.

—Hola, Dobby —saludó la castaña—. ¿Cómo has estado?

Dobby la soltó y retrocedió unos pasos, sonriéndoles a Emma y a Harry. Sus enormes ojos verdes rebosaban lágrimas de felicidad. Sí ciertamente la vestimenta del elfo era bastante extraña, el se veía bien con eso, y a Emma le alegraba.

—¡Muy bien, señorita! —chilló el elfo, en respuesta a la pregunta de Emma.

—¿Qué haces aquí, Dobby? —dijo Harry sorprendido.

—¡Dobby ha venido para trabajar en Hogwarts, señor! —chilló Dobby emocionado—. El profesor Dumbledore les ha dado trabajo a Winky y Dobby, señor.

—¿Winky? —se asombró Emma—. ¿Ella también está aquí?

—¡Sí, señorita, sí! —Dobby agarró a Emma y a Harry de las manos y tiró de ellos entre las cuatro largas mesas de madera que había allí, que eran idénticas a la mesas que se encontraban en el Gran Comedor.

En la cocina había al menos cien pequeños elfos, que se inclinaban sonrientes cuando Harry y Emma, arrastrados por Dobby, pasaban entre ellos. Todos llevaban el mismo uniforme: un paño de cocina estampado con el blasón de Hogwarts y atado a modo de toga.

Dobby se detuvo ante la chimenea de ladrillo.

—¡Winky, señorita! —anunció.

Winky estaba sentada en un taburete al lado del fuego. A diferencia de Dobby, ella no había andado apropiándose de ropa. Llevaba una faldita elegante y una blusa con un sombrero azul a juego que tenía agujeros para las orejas. Sin embargo, mientras que todas las prendas del extraño atuendo de Dobby se hallaban tan limpias y bien cuidadas que parecían completamente nuevas, Winky no parecía dar ninguna importancia a su ropa: tenía manchas de sopa por toda la pechera de la blusa y una quemadura en la falda.

—Hola, Winky —saludó dulcemente Emma.

A Winky le tembló el labio. Luego rompió a llorar, y las lágrimas se derramaron desde sus grandes ojos castaños y le cayeron a la blusa, como en los Mundiales de quidditch.

Emma se acercó a la elfina, preocupada por haber dicho algo malo o que le hubiera ofendido.

—¡Ah, por Dios! —dijo Hermione. Ella y Ron habían seguido a sus amigos y Dobby hasta el otro extremo de las cocinas—. Winky, no llores, por favor, no…

Pero Winky lloró aún con más fuerza. Por su parte, Dobby le sonrió a Harry.

—¿Le apetecería a Harry Potter una taza de té? —chilló bien alto, por encima de los sollozos de Winky.

—Eh… bueno —aceptó Harry.

Después de que algunos de los elfos les sirvieran a los cuatro una taza de té, Dobby procedió a contarles cómo es qué había llegado hasta Hogwarts, pero claro, con los sollozos de Winky en el fondo.

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