25. First problems
PRIMEROS PROBLEMAS
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Emma no podía creer lo que había oído. Debía ser mentira. Tenía que ser una broma. Ese Torneo era de los más peligrosos, sino el más peligroso, en todo el mundo mágico.
Veía irreal el que Harry o hubiera hecho.¿Por qué lo haría? Emma sabía que por ninguna circunstancia él fue el autor de eso, y por supuesto, eso le preocupaba a un más.
Harry permaneció allí sentado, consciente de que todos cuantos estaban en el Gran Comedor lo miraban.
Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio, aferrando su mano con la de su novia.
En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó imperiosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.
Harry se volvió hacia Ron, Emma y Hermione.
—Yo no puse mi nombre —dijo Harry, totalmente confuso—. Ustedes lo saben.
Uno y otro le devolvieron la misma mirada de aturdimiento.
A Harry lo que más le asustaba era la mirada de completamente confusión de Emma. Tenía miedo de que no le creyera.
En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.
—¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!
Emma le tomó más firme de la mano por inercia. No quería que Harry fuera. ¿Qué sucedería si decidían que terminaba dentro del Torneo?
La castaña lo miraba con preocupación y él le devolvía una mirada que era muy difícil de entender.
—No, no, no… —dijo Emma, negándose a soltarlo—. No puedes… tú no…
—Vamos —le susurró Hermione, separando con cuidado las manos de sus amigos.
Después de darle una última mirada a Emma, Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff.
—Bueno… cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore sin sonreír.
Emma lo perdió completamente de vista cuando cruzó la puerta cercana a la mesa de los profesores.
—Será mejor que vuelvan a sus habitaciones —ordenó Dumbledore—. Buenas noches.
Uno a uno los alumnos fueron saliendo del Gran Comedor. Algunos confundidos, otros enojados y otros completamente felices. Emma se apoyo en la pared a lado de la puerta principal del Gran Comedor, dispuesta a esperar a Harry.
Al cabo de un largo rato sonaron pasos. Emma se incorporó del todo y espero. Cedric Diggory y Harry acababan de llegar al Gran Comedor.
—Emma… —murmuró Harry.
—¿Tú eres Emma Williams, verdad? —preguntó Cedric, mirando a la castaña.
—Eh… sí, lo soy —respondió Emma.
—Es un gusto poder hablarte —le dijo Cedric, muy alegre. Entonces volvió su mirada hacia Harry—. Osea ¡que volvemos a jugar el uno contra el otro!
—Eso parece —repuso Harry. No se le ocurría nada que decir. En su cabeza reinaba una confusión total, como si le hubieran robado el cerebro.
—Bueno, cuéntame —le dijo Cedric cuando él, Harry y Emma entraban en el vestíbulo, pálidamente iluminado por las antorchas—. ¿Como hiciste para dejar tu nombre?
—No lo hice —le contestó Harry levantando la mirada hacia él—. Yo no lo puse. He dicho la verdad.
—Ah… ya —respondió Cedric. Era evidente que no le creía—. Bueno… hasta mañana, pues.
En vez de continuar por la escalinata de mármol, Cedric se metió por una puerta que quedaba a su derecha. Emma lo oyó bajar por la escalera de piedra y luego, despacio, junto a Harry, comenzaron a subir por la escalinata de mármol.
Harry se detuvo de repente, antes de entrar en la sala común.
—¿Tú me crees, verdad? —le preguntó a su novia.
—Yo siempre te creeré, Harry —afirmó Emma—. Sé que no fuiste tú.
—¿Alguna vez tendremos un año normal? —cuestionó Harry, sonriendo levemente al saber que Emma si le creía.
—Teniendo en cuenta que llevamos cuatro años así —dijo Emma con una sonrisa—, no. Lo dudo.
Harry sonrió un poco más, y tomando la mano de su novia, se acercaron al retrato de la señora gorda.
Si ciertamente todavía se sentía muy desanimado, el hecho de que Emma le creyera le animaba mucho más. Tener el apoyo de ella era bastante significativo.
—Bien, bien —dijo la señora gorda—, Violeta acaba de contármelo todo. ¿A quién han escogido al final como campeón?
—Tonterías —repuso Harry .
—¡Cómo que son tonterías! —exclamó indignada una bruja de rostro arrugado.
—No, no, Violeta, ésa es la contraseña —dijo en tono apaciguador la Señora Gorda, girando sus goznes para dejarlos pasar a la sala común.
El jaleo que estalló ante ambos al abrirse el retrato casi los hace retroceder. Al segundo siguiente Harry ya no estaba al lado de Emma, ya que había sido arrastrado por todos.
Prácticamente Harry se la pasó la noche diciéndoles a todos los Gryffindors que él no había sido. Pero por supuesto, nadie le creyó.
—No lo hice —repetía una y otra vez—. No sé cómo ha ocurrido.
Emma estaba sentada junto a Hermione en uno de los sofás de la sala común. Emma quería hablar con Harry, pero simplemente todo el barbullo lo hacía imposible.
—¡Estoy cansado! —Emma escuchó a Harry gritar—. No, George, en serio… Me voy a la cama.
Lo que más deseaba Harry era poder tener a Emma a su lado en ese momento. Que le hiciera compañía en la noche. Pero no pudo llegar hasta ella. Apenas y le fue posible llegar a las escaleras para su habitación.
Emma suspiró, cansada, antes de subir a la habitación de las chicas.
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AL DESPERTAR EL DOMINGO POR LA MAÑANA, a Emma le costó largo rato ponerse en pie. Pero al recordar lo que había pasado la noche anterior la hizo levantarse de un salto y se arregló.
Cuando la castaña llegó al Gran Comedor, sólo se encontró con Ron y Hermione sentados en la mesa de Gryffindor.
—Buenos días —saludó Emma.
Hermione le regresó el saludó, pero Ron ni siquiera se limitó a mirarla.
—Ron, ¿sabes dónde está Harry? —le preguntó Emma, sentándose a su lado.
—No lo sé —respondió Ron fríamente—. Ni me importa. Eres su novia, ¿no deberías de saberlo?
—¿Qué te sucede? —preguntó Emma con confusión ante la reacción del pelirrojo.
—Nada. Como siempre —contestó Ron—. Ese es el problema.
Emma abrió la boca, confundida—. ¿Qué?
—Ayer tu novio no me quiso decir cómo le hizo para poner su nombre en el cáliz. ¿Puedes creerlo?
—¿En serio crees que Harry hizo eso? —le preguntó Emma, incrédula.
—¿Por qué no lo haría? Vamos. Todos los años es lo mismo, ¿no? Harry Potter, siempre llamando la atención de todo el colegio. Y luego estamos nosotros, «sus amigos».
—¿Qué quieres decir, Ron? —preguntó Hermione.
—¿Por qué creen que no nos dijo? —dijo Ron, ignorando completamente a Hermione—. Digo, ¿meter su nombre en el cáliz?
—Harry no lo hizo —repuso Emma.
—Por supuesto, creele a él. Estás tan ciega por tu "enamoramiento", Emma, que no ves la realidad —Ron tomó aire, y sin siquiera pensarlo, dijo—: A veces te comportas de manera tan estúpida creyendo que él es tu amor de verdad. ¿En serio lo crees? Pues es muy idiota de tu parte creer que llegarán si quiera a durar lejos de este año. Y se supone que muchos te admiran.
Esa fue la gota que derramó el vaso, y el martillo que rompió el delicado y ya herido corazón de Emma.
—¿Es así? Bien, Ronald Weasley, sigue creyendo que soy la persona más estúpida en este mundo, porque al parecer todavía no te fijas bien.
—¿Entonces lo soy yo? —rio Ronald con sarcasmo—. Deja de decir estupideces. Tú no sabes ni la cuarta parte de lo que tu amado novio piensa desde que se supone te ha entregado su am…
—Vete al carajo, Ronald —lo interrumpió Emma, alejándose, dejando al pelirrojo con la palabra en la boca.
Emma estaba intentando relajarse mientras buscaba a Harry por los pasillos. Tal vez estaba tan distraída en lo que había sucedido y por eso no había escuchado a la persona detrás de ella.
—¿Me estás evitando, Lia? —sonrió Theodore al tocar el hombro de la castaña, logrando hacerla detener por fin.
—No, ¿por qué lo dices?
—Seguramente llevo más de tres minutos llamándote —explicó el Slytherin.
Emma pasó una mano por su cabello, apenada—. En verdad lo siento, es que todo esto es… preocupante.
—¿Tu pelea con Weasley o el que Potter esté en el Torneo? —cuestionó, caminando a la par de Emma.
—Ambas —rió Emma con nerviosismo.
—Creo que Weasley se ha pasado —opinó Theo—. Decirte eso no estuvo nada bien.
—Lo sé —suspiró Emma—. Pero está enojado, no digo que lo entienda pero siempre supe que nunca le ha gustado estar por debajo de Harry o…
—No deberías pensar en lo que te dijo —le sonrió Theo, tomándola de las manos, deteniéndose nuevamente—. Y la verdad no creo que nadie más piense igual que él.
Emma agachó la mirada.
—Lo digo en serio —Nott levanto la mirada de Emma—. Está celoso, lo sabes ¿verdad? Solo tuvo razón en algo: muchos te admiramos.
Emma sonrió ligeramente—. Por supuesto que no. Nadie lo hace, Theo.
—Hasta las más pequeñas de Slytherin te conocen, Lia, y eso ya es decir mucho. Dime que no te preocuparas más por eso.
—Lo intentaré —sonrió Emma.
—Con eso me basta —Theo igualmente sonrió, luego, dirigió su mirada a la escalinata de mármol que llevaba a la sala común de Gryffindor—. Alguien te espera —susurró—. Hablamos luego.
Emma se volvió para mirar, ahí, de pie, se encontraba Harry, que miraba a Nott con una expresión de disgusto evidente.
—Hola, James —lo saludó, dándole un beso en la mejilla—. He traído esto… ¿Harry? —Emma vió dónde su novio tenía la mirada—. ¡Harry! Vino a saludar, es todo.
Harry asintió con la cabeza y por fin apartó la mirada por dónde había desaparecido el Slytherin.
—¿Quieres dar una vuelta? —propuso Emma.
—Me parece bien —le contestó Harry, agradecido, tomándola de la mano.
Bajaron la escalera, cruzaron aprisa el vestíbulo sin desviar la mirada hacia el Gran Comedor y pronto recorrían a zancadas la explanada en dirección al lago, donde estaba anclado el barco de Durmstrang, que se reflejaba en la superficie como una mancha oscura. Era una mañana fresca, y no dejaron de moverse, balanceando sus manos unidas y masticando las tostadas. Harry le contaba a Emma qué era exactamente lo que había ocurrido después de abandonar la noche anterior la mesa de Gryffindor.
—Supe que no habías sido tú desde un inicio —declaró cuando él terminó de relatar lo sucedido en la sala y hubiera apoyado su cabeza en las piernas de su novia—. ¡Hubieras visto tu cara! Lo que me pregunto es: ¿quién lo hizo? Por más que no me guste, Moody tiene razón, ningún estudiante fue capaz de hacerlo.
—Oye, Dai —la interrumpió Harry—, ¿has visto a Ron?
Emma dudó.
—Sí, él está… está desayunando —dijo.
—¿Por qué esa cara?
—Digamos que Ronald está un poquito, solo un poquito, enojado —explicó.
—¿Pasó algo? —cuestionó Harry, incorporándose.
—Nada importante, de verdad.
—Emma… —dijo Harry, mirándola fijamente.
—Cree que metiste tú nombre en el Cáliz y… otras cosas más que a nadie le importa —Harry entrecerró los ojos—. Cree que soy una completa estúpida por confiar en ti —masculló.
—¿En serio dijo eso? —repitió Harry, sin dar crédito a lo que había oído.
—Lo dijo en serio —respondió Emma—. Mira, Harry, él está muy enojado y trató de dejar salir eso con alguien más. Tan solo espero haber logrado que piense un poco más las cosas que dijo.
—Pero no tenía porque meterse contigo.
—James, ya pasó —Emna dejó caer sus manos sobre el césped—. Ahora, ¿sabes en qué pensado, no?
—¿Darle una buena patada a Ron en el…?
Emma río—. ¡Escribir a Sirius! Te pidió que lo mantuvieras informado de lo que sea. Tengo una pluma y un pergamino…
—Ni lo pienses, Dai —contestó Harry, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los oía. Pero los terrenos del castillo parecían desiertos—. Le bastó saber que me dolía la cicatriz, para regresar al país. Si le cuento que alguien me ha hecho entrar en el Torneo de los tres magos se presentará en el castillo.
—No creo que este tan loco como para venir al castillo —dijo Emma—. Además, el querría que tú se lo dijeras. Se enterará de todos modos al final.
—¿Cómo?
—Harry, este Torneo es más que famoso, y el que tú entraras es una gran novedad. Me sorprendería que El Profeta no abriera la boca y se lo contara a todos.
—Bueno, bueno, ya le escribo —aceptó Harry, tirando al lago el último pedazo de tostada.
Lo vieron flotar un momento, antes de que saliera del agua un largo tentáculo, lo tomará y se lo llevara a la profundidad del lago.
—Me lo hubieras dado a mí —bromeó Emma, fingiendo estar dolida.
—Te puedo dar algo más —sonrió Harry con diversión, dándole un breve beso en los labios a su novia.
Volvieron al castillo y subieron a la lechuceria. Emma le dejó a Harry un trozo de pergamino, una pluma y un frasco de tinta, y luego paseó entre los largos palos observando las lechuzas y tarareando una suave melodía, mientras Harry se sentaba con la espalda apoyada en el muro y escribía.
—Ya he acabado —le dijo a Emma poniéndose de pie.
Al oír aquello, Hedwig bajó revoloteando, se le posó en el hombro y alargó una pata.
—No te puedo enviar a ti —le explicó Harry, buscando entre las lechuzas del colegio—. Tendré que utilizar a Beauty por ahora.
Hedwig ululó muy fuerte y echó a volar tan repentinamente que las garras le hicieron un rasguño en el hombro.
—Perdón, Hedwig —se disculpó Emma, buscando a Beauty—. Ven, bonita.
La lechuza bajó ululando con lo que parecía mucha elegancia y se posó en el hombro de Emma e imitó la anterior acción de Hedwig.
Harry le ató la carta a la pata y la vieron alejarse lentamente por el azul cielo. Cuando ésta partió, Harry se acercó a Hedwig para acariciarla, pero ella chasqueó el pico con furia y revoloteó hacia el techo, donde Harry no podía alcanzarla.
—Primero Ron y ahora tú —le dijo enfadado—. Y yo no tengo la culpa.
Emma rio cruzada de brazos antes de acercarse y darle un suave beso a Harry.
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