22. The Goblet of Fire
EL CÁLIZ DE FUEGO
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—¡No me lo puedo creer! —exclamó Ron asombrado cuando los alumnos de Hogwarts, formados en fila, volvían a subir la escalinata tras la comitiva de Durmstrang— ¡Krum, Harry! ¡Es Viktor Krum!
—Definitivamente estás enamorado —le dijo Emma, mientras le daba palmaditas en el hombro.
Cuando volvían a cruzar el vestíbulo con el resto de los estudiantes de Hogwarts, de camino al Gran Comedor, Emma vio a Lee Jordan dando saltos en vertical para poder distinguir la nuca de Krum. Unas chicas de sexto revolvían en sus bolsillos mientras caminaban.
—¡Ah, es increíble, no llevo ni una simple pluma! ¿Crees que accedería a firmarme un autógrafo en el sombrero con mi lápiz de labios?
—¡Pero bueno! —bufó Hermione muy altanera al adelantar a las chicas, que habían empezado a pelearse por el lápiz de labios.
—Voy a intentar conseguir un autógrafo —dijo Ron—. No llevarás una pluma, ¿verdad, Harry?
—Las dejé todas en mi mochila —contestó.
—¿De casualidad quieres mi lápiz labial? —preguntó Emma con diversión.
—Puede ser una opción… —dijo Ron, encogiéndose de hombros.
—¡La gente está loca! —exclamó Hermione, cruzándose de brazos.
—¿Usas labial? —le preguntó Harry a Emma.
La castaña sonrió.
—No —contestó—, solo un brillo.
—¿Ah sí? —cuestionó Harry, sonriendo.
—Vámonos, Hermione —dijo Ron, intuyendo lo que sucedería, mientras tomaban a Hermione del brazo.
Harry se acercó a su novia, y vislumbró claramente cierto brillo en sus sonrosados labios. Aprovechando el momento, dejo un corto beso en los labios de Emma.
Al llegar se dirigieron a la mesa de Gryffindor. Ron puso mucho interés en sentarse orientado hacia la puerta de entrada, porque Krum y sus compañeros de Durmstrang seguían amontonados junto a ella sin saber dónde sentarse. Los alumnos de Beauxbatons se habían puesto en la mesa de Ravenclaw y observaban el Gran Comedor con expresión crítica. Tres de ellos se sujetaban aún bufandas o chales en torno a la cabeza.
—No hace tanto frío —dijo Hermione, molesta—. ¿Por qué no han traído capa?
—¡Aquí! ¡Ven a sentarte aquí! —decía Ron entre dientes—. ¡Aquí! Chicas, háganse a un lado para hacerle sitio…
—¿Qué?
—¿Disculpa?
—Demasiado tarde —se lamentó Ron, con amargura.
Viktor Krum y sus compañeros de Durmstrang se habían colocado en la mesa de Slytherin. Emma vio que Malfoy, Crabbe y Goyle parecían ufanos por este hecho. En el instante en que miró, Malfoy se inclinaba un poco para dirigirse a Krum.
—Sí, muy bien, hazle la pelota, Malfoy —dijo Ron de forma mordaz—. Apuesto algo a que Krum no tarda en calarte… Seguro que tiene montones de gente lisonjeándolo todo el día… ¿Dónde creen que dormirán? Podríamos hacerle sitio en nuestro dormitorio, Harry… No me importaría dejarle mi cama: yo puedo dormir en una plegable.
Hermione exhaló un sonoro resoplido. Emma negó con la cabeza levemente.
—Parece que están mucho más contentos que los de Beauxbatons —comentó Harry.
Los alumnos de Durmstrang se quitaban las pesadas pieles y miraban con expresión de interés el negro techo lleno de estrellas. Dos de ellos tomaban los platos y las copas de oro y las examinaban, aparentemente muy impresionados.
En el fondo, en la mesa de los profesores, Filch, el conserje, estaba añadiendo sillas. Cómo la ocasión lo merecía, llevaba puesto su frac viejo y enmohecido. Emma se extrañó y sorprendió de verlo añadir cuatro sillas, dos a cada lado de Dumbledore.
—Pero sólo hay dos profesores más —se extrañó Harry—. ¿Por qué Filch pone cuatro sillas? ¿Quién más va a venir?
—¿Eh? —dijo Ron un poco ido. Seguía observando a Krum con avidez.
Habiendo entrado todos los alumnos en el Gran Comedor y una vez sentados a las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila los profesores, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos. Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore, el profesor Karkarov y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. Algunos de los de Hogwarts se rieron. El grupo de Beauxbatons no pareció avergonzarse en absoluto, y no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore. Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor.
—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mí un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.
Una de las chicas de Beauxbatons, que seguía aferrando la bufanda con que se envolvía la cabeza, profirió lo que inconfundiblemente era una risa despectiva.
—¡Nadie te obliga a quedarte! —susurró Hermione, irritada con ella.
—El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó Dumbledore—. ¡Ahora los invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvieran en su casa!
Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Los elfos domésticos de las cocinas parecían haber tocado todos los registros. Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que Emma hubiera visto nunca, o bueno, no la mayoría.
—¿Qué es esto? —dijo Ron, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco que había al lado de un familiar pastel de carne y riñones.
—Bullabesa —repuso Emma.
—Por si acaso, tuya —replicó Ron.
—¿En qué piensas, Ron? —preguntó Emma, sonriendo—. La bullabesa es un plato francés. Lo probé hace unos años, es deliciosa.
—Te creo sin necesidad de probarla —dijo Ron sirviéndose pastel.
—Tú te lo pierdes —le dijo Emma, encogiéndose de hombros.
El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo sangre.
A los veinte minutos del banquete, Hagrid entró furtivamente en el Gran Comedor a través de la puerta que estaba situada detrás de la mesa de los profesores. Ocupó su silla en un extremo de la mesa y saludó a Harry, Ron, Emma y Hermione con la mano vendada.
—¿Están bien los escregutos, Hagrid? —le preguntó Harry.
—Prosperando —respondió Hagrid muy contento.
—Sí, estoy seguro de que prosperan —dijo Ron en voz baja—. Parece que por fin han encontrado algo de comer que les gusta, ¿verdad? ¡Los dedos de Hagrid!
En aquel momento dijo una voz:
—Pegdonad, ¿no quieguen bouillabaise?
Se trataba de la misma chica de Beauxbatons que se había reído durante el discurso de Dumbledore. Al fin se había quitado la bufanda. Una larga cortina de pelo rubio plateado le caía casi hasta la cintura. Tenía los ojos muy azules y los dientes muy blancos y regulares.
Ron se puso colorado. La miró, abrió la boca para contestar, pero de ella no salió nada más que un débil gorjeo.
—Puedes llevártela —le dijo Harry, acercándole a la chica la sopera.
—¿Han tegminado con ella?
—Sí —repuso Ron sin aliento—. Sí, es deliciosa.
La chica tomó la sopera y se la llevó con cuidado a la mesa de Ravenclaw. Ron seguía mirándola con ojos desorbitados, como si nunca hubiera visto una chica. Harry y Emma se echaron a reír, y el sonido de sus risas pareció sacar a Ron de su ensimismamiento.
—¡Es una veela! —le dijo a Harry con voz ronca.
—¡Por supuesto que no lo es! —repuso Hermione ásperamente—. No veo que nadie más se haya quedado mirándola con la boca abierta como un idiota.
Pero no estaba totalmente en lo cierto. Cuando la chica cruzó el Gran Comedor muchos chicos volvieron sus cabezas, y alguno se quedaban sin habla.
—¡Te digo que no es una chica normal! —exclamó Ron, haciéndose a un lado para verla mejor—. ¡Las de Hogwarts no están tan bien!
—En Hogwarts las hay que están muy bien —contestó Harry, pensando en Emma. Para sus ojos, ella era simplemente perfecta.
—Si te fijas sólo en el físico, y en especial en alguien que se vea como ella, Ron, obviamente no encontrarás a nadie —le dijo Emma—. Pero, si mirarás con un poquito más de atención, te darás cuenta.
Ron la miro algo confundido, y luego volvió su mirada a la chica de Beauxbatons.
—Cuando puedan apartar la vista de sus amadas —dijo Hermione a los chicos—, verán quién acaba de llegar.
Señaló la mesa de los profesores, donde ya se habían ocupado los dos asientos vacíos. Ludo Bagman estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto que el señor Crouch, el jefe de Percy, ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Harry sorprendido.
—Son los organizadores del Torneo, ¿no? —repuso Emma—. Probablemente querían venir a la inauguración.
Una vez limpios los platos de oro, Dumbledore volvió a levantarse. Todos en el Gran Comedor parecían emocionados y nerviosos. Unos asientos más allá, Fred y George se inclinaban hacia delante, sin despegar los ojos de Dumbledore.
—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre…
—¿El qué? —murmuró Harry.
—El cofre —le respondió Emma en voz baja.
—… sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no lo conocen, permítanme que les presente al señor Bartemius Crouch, el director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
Aplaudieron mucho más fuerte a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos en un jovial gesto de mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado.
—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones.
A la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más.
Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía:
—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre…
Filch, que había pasado inadvertido pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja. De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción.
—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.
Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar.
—Como todos saben, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada uno de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.
Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte súper del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.
Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.
—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta última noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.
»Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.
»Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar su nombre en el cáliz de fuego están firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Así que deben estar muy seguros antes de ofrecer su candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.
Todos comenzaron a salir del vestíbulo, y Emma tomó a Hermione del brazo y la jaló a un lado, mientras seguían en camino.
—¿Qué sucede? —preguntó Hermione, confundida.
—Sé, que probablemente sea la peor novia del universo por haberme olvidado de eso —dijo Emma muy rápido. Hermione frunció el entrecejo—. Cuando Dumbledore mencionó Halloween, recordé de mi aniversario con Harry…
—¡No puede ser! —exclamó Hermione con emoción—. ¿Ya un año, verdad?
Emma asintió con la cabeza.
—Bueno, supongo que Harry si lo recordó un poquito antes —dijo Hermione—. Y si no, pues igualmente los dos verán la forma de que sea un lindo aniversario. Y yo me encargaré de que Ron no se acerque mientras estén juntos.
Emma río levemente.
—Gracias, Her —agradeció.
Realmente no sabía que haría al día siguiente. Su primer aniversario con Harry y… Emma sólo quería que nada fuera un desastre. Aunque algo dentro de ella la mantenía inquieta, y no entendía muy bien qué era.
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