20. Empire

IMPERIO

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Hace mucho tiempo, en una región muy lejana vivía un rey idiota que decidió que sólo él debía ejercer el poder de la magia… —leyó Emma en voz baja. La castaña se encontraba sentada en uno de los sofas de la sala común.

Por la ventana que tenía cerca Emma podía vislumbrar el cercano atardecer.

—Interesante —dijo una voz detrás de ella.

—Obviamente, James —respondió Emma despegando la mirada del su libro.

—¿Cómo se llama? —preguntó Harry, sentándose al lado de su novia mientras la abrazaba por la cintura.

—Los cuentos de Beedle el Bardo —contestó la castaña—. Es el capítulo cuatro: Babbitty Rabbitty y su Cepa Carcajeante.

—¿Babby qué?

—Babbitty Rabbitty —respondió Emma riendo.

Ambos se quedaron sumidos en un cómodo silencio. Esos momentos juntos era algo que apreciaban mucho y les llenaba de gran felicidad; se sentía como estar en casa, un lugar que te llenaba de alegría.

Hubo un momento donde Emma decidió dejar su libro de lado y poner toda su atención en Harry; en el momento que tenían solos. No era algo muy común puesto que siempre estaban o con Ron o Hermione, o en alguna clase.

—¿Esto es mío? —sonrió Harry al mirar el suéter que Emma llevaba puesto.

La castaña dirigió su mirada hasta la prenda.

—Obvio que no…

—¿Cuándo lo tomaste?

Emma fingió estar ofendida.

—Tú me lo diste —explicó.

Harry hizo memoria. Le costó un rato recordar cuándo se la había dado puesto que estaba algo afligido por Sirius. Al final logró recordar: en tercer año, antes de que fueran novios.

—Se te ve mucho mejor que a mí.

Emma sonrió y agachó su cabeza algo sonrojada. La noche comenzaba a hacerse presente en la sala, y la luz del fuego de la chimenea junto a la luz de la luna le permitieron ver a Harry el sonrojo en su novia.

Ambos se miraron. Se podían reflejar en los ojos del otro. Podían observar cada mínimo detalle en los ojos del otro; los ojos que amaban con todo su corazón.

Se dejaron llevar: se dejaron llevar por sus sentimientos. Unieron sus labios en un delicado y sincero beso donde todas esas emociones se hacían presentes y eran tan claras como el agua. Ambos transmitían lo que sentían; el amor que sentían por el otro.

Harry acercó más a su novia hasta él por la cintura y colocó su mano en la mejilla de Emma. La castaña pasó sus manos detrás del cuello de Harry para evitar caer al suelo y de la misma manera poder estar más cerca de su novio.

Ambos disfrutaron el momento cuanto más pudieron. Se sentía como estar en las nubes; podían oler el aroma del otro con tanta claridad.

A Harry le era difícil explicar lo que sentía cuando estaba cerca de Emma. Se sentía tan nervioso como la primera vez que la vio, sentía sudar sus manos y las típicas mariposas en el estómago cuando la veía acercarse, cuando tocaba su mano o cuando la besaba, pero eso se sentía tan bien.

A Emma le pasaba lo mismo con Harry. Cuando lo tenía cerca se sentía libre de toda preocupación que hubiera tenido, el dolor se iba cuando estaban juntos. Cuando lo tenía junto a ella era como estar encerrada en una burbuja de felicidad de la cual no quería salir nunca. Harry la hacía sentir tan segura: a salvo de todo mal.

Luego de lo que pareció una eternidad terminaron por separarse debido a la falta de aire. Ambos se sonrieron y se acurrucaron juntos para admirar el fuego.

Querían que esa felicidad durara siempre.















DURANTE LAS DOS SEMANAS SIGUIENTES, Emma intentó olvidar de todos los modos la maldición. Después de su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se dio cuenta de el trauma que le había dejado Ryddle cuando ella sólo tenía doce años. Tal vez, en el momento, no le afectó tanto por lo preocupada que estaba por Harry, pero ahora que no había una gran preocupación entendió lo mucho que le había afectado.

Por otro lado, las clases se estaban haciendo más difíciles y duras que nunca, en especial la de Moody.

Para su sorpresa, el profesor Moody anunció que les echaría la maldición imperius por turno, tanto para mostrarles su poder como para ver si podían resistirse a sus efectos.

—Pero… pero usted dijo que estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba…

—Dumbledore quiere que les enseñe cómo es —la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora—. Si alguno de ustedes prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula.

Señaló la puerta con un dedo nudoso.

Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición imperius. Emma vio cómo sus compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody lo anulaba.

Pronto había llegado el turno de Harry, y fue, hasta el momento, el único capaz de resistirse a la maldición. Moody lo obligó a intentarlo varias veces hasta que Harry se resistió completamente.

—Williams —gruñó Moody—, tu turno.

Emma se adelantó hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas. Moody levantó la varita mágica, la apuntó con ella y dijo:

¡Imperio!

Fue una sensación increíble. Emma se sintió como flotando cuando toda preocupación y pensamiento desaparecieron de su cabeza, no dejándole otra cosa que una felicidad vaga que no sabía muy bien de dónde provenía. Se quedó allí, inmensamente relajada, apenas consciente de que todos la miraban.

Y luego oyó la voz de Ojoloco Moody, retumbando en alguna remota región de su cerebro: Baila… baila…

Emma, obedientemente, se puso en posición de un baile que ni ella conocía, lista para obedecer.

Baila…

«Sí, bueno, pero ¿por qué debería hacerlo?»

Otra voz susurró desde la parte de atrás de su cerebro.

«No me gustaría ridiculizarme en frente de todos», dijo la voz.

Baila…

«¿Puedo esperar a que se vayan todos —dijo la otra voz, con un poco más de firmeza—. Si falló todos se reirán de mí y… »

¡Baila! ¡Ya!

Lo siguiente que notó Emma fue a sus manos casi tocar el suelo. Había tratado al mismo tiempo bailar y de resistirse. El resultado había sido perder el equilibrio, pero para su suerte, Harry fue más rápido y la logró sostener.

-—¡Muy bien, Williams! —gruñó la voz de Moody, y entonces Emma se incorporó como se debía nuevamente—. ¡Se ha intentado resistir! ¡Potter y Williams son los únicos que lo han logrado! Se les hará muy difícil controlarlos si los atacarán.

—Por la manera en que habla —murmuró Harry una hora más tarde, cuando salía cojeando del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras–—, se diría que estamos a punto de ser atacados de un momento a otro.

—Tienes razón —corroboró Emma, frotándose la muñeca que se había lastimado ligeramente—. Es demasiado paranoico… La verdad no creo que alguien nos quiera atacar ahora.

—Sí, es verdad —dijo Ron, dando alternativamente un paso y un brinco—. Hablando de paranoias… —Ron echó una mirada nerviosa por encima del hombro para comprobar que Moody no estaba en ningún lugar en que pudiera oírlo, y prosiguió—, no me extraña que en el Ministerio estuvieran tan contentos de desembarazarse de él: ¿no le oyeron contarle a Seamus lo que le hizo a la bruja que le gritó «¡bu!» por detrás el día de los inocentes? ¿Y cuándo se supone que vamos a ponernos al tanto de la maldición imperius con todas las otras cosas que tenemos que hacer?

Todos los alumnos de cuarto habían apreciado un evidente incremento en la cantidad de trabajo para aquel trimestre. La profesora McGonagall les explicó a qué se debía, cuando la clase recibió con quejas los deberes de Transformaciones que ella acaba de ponerles.

—¡Están entrando a un fase muy importante de su educación mágica! —declaró con los ojos centelleantes—. Se acercan los exámenes para el TIMO.

—¡Pero si no tendremos el TIMO hasta el quinto curso! —objetó Dean Thomas.

—Es verdad, Thomas, pero créeme: ¡tienen que prepararse lo más posible! Las señoritas Williams y Granger siguen siendo las únicas personas de la clase que han logrado convertir un erizo en un alfiletero como Dios manda. ¡Permíteme recordarte que el tuyo, Thomas, aún se hace una pelota cada vez que alguien de le acerca con un alfiler!

Emma sonrió ligeramente, satisfecha de sí misma, mientras que Hermione se había ruborizado.

El profesor Binns, el fantasma que enseñaba Historia de la Magia, les mandaba redacciones todas las semanas sobre las revueltas de los duendes en el siglo XVIII; el profesor Snape los obligaba a descubrir antídotos, y se lo tomaron muy en serio porque había dado a entender que envenenaría a uno de ellos antes de Navidad para ver si el antídoto funcionaba; y el profesor Flitwick les había ordenado leer tres libros más como preparación a su clase de encantamientos convocadores.

Hasta Hagrid los cargaba con un montón de trabajo. Los escregutos de cola explosiva crecían a un ritmo sorprendente aunque nadie había descubierto todavía qué comían. Hagrid estaba encantado y, como parte del proyecto, les sugirió ir a la cabaña una tarde cada dos para observar los escregutos y tomar notas sobre su extraordinario compartimiento.

—No lo haré —se negó rotundamente Malfoy cuando Hagrid les propuso aquello con el aire de Papá Noel que sacara de su saco un nuevo juguete—. Ya tengo bastante con ver esos bichos durante las clases, gracias.

De la cara de Hagrid desapareció la sonrisa.

—Harás lo que te digo —gruñó—, o seguiré el ejemplo del profesor Moody… Me han dicho que eres un hurón magnífico, Malfoy.

Los de Gryffindor estallaron en carcajadas. Malfoy enrojeció de cólera, pero dio la impresión de que el recuerdo del castigo que le había infligido Moody era lo bastante doloroso para impedirle replicar. Harry, Ron, Emma y Hermione volvieron al castillo al final de la clase de muy buen humor: haber visto que Hagrid ponía en su sitio a Malfoy era especialmente gratificante, sobre todo porque éste había hecho todo lo posible el año anterior para que despidieran a Hagrid.

Cuando llegaron al vestíbulo, no pudieron pasar debido a la multitud de estudiantes que estaban arremolinados al pie de la escalinata de mármol, alrededor de un gran letrero. Ron se puso de puntillas para poder ver, pero de igual forma Harry cargó a Emma en su espalda, para que ella también pudiera ver lo que ocurría.

TORNEO DE LOS TRES MAGOS

Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases de interrumpirán media hora antes.

—¡Estupendo! —dijo Harry—. ¡La última clase del viernes es Pociones! ¡A Snape no le dará tiempo de envenenarnos a todos!

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.

—¡Sólo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Mcmillian, un alumno de Hufflepuff, saliendo de la aglomeración—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo…

—¿Cedric? —dijo Ron sin comprender, mientras Ernie se iba a toda prisa.

—Diggory —explicó Emma, bajando con cuidado de la espalda de Harry—. Querrá participa en el torneo. Después de todo, ya tiene diecisiete.

—¿Ese idiota, campeón de Hogwarts? —gruñó Ron mientras se abrían camino hacia la escalera por entre la bulliciosa multitud.

—No es idiota. Lo que pasa es que no te gusta porque venció al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch —repuso Hermione—. He oído que es un estudiante realmente bueno. Y es prefecto.

—Sólo te gusta porque es guapo —dijo Ron mordazmente.

—Perdona, a mí no me gusta la gente sólo porque sea guapa —repuso Hermione indignada

Emma canturreó un «Lockhart», mientras balanceaba su mano unida con la de Harry.


. . . . . . .

Sentía que hacía falta momentos entre Harry y Emma.
Bueno, en fin, ellos >>>>

—Mel

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