18. Unforgivable curses

MALDICIONES IMPERDONABLES

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Los dos días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se cuente como tal el que Neville dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones. El profesor Snape, que durante el verano parecía haber acumulado rencor en cantidades nunca antes conocidas, castigó a Neville a quedarse después de clase. Al final del castigo, Neville sufría un colapso nervioso, porque el profesor Snape lo había obligado a destripar un barril de sapos cornudos.

Los de cuarto curso de Gryffindor tenían tantas ganas de recibir la primera clase de Moody que el jueves, después de comer, llegaron muy temprano e hicieron cola a la puerta del aula cuando la campana aún no había sonado.

La única que faltaba era Hermione, que apareció puntual.

—Vengo de la…

—… biblioteca —adivinó Ron—. Date prisa o nos quedaremos con los peores asientos.

Y se apresuraron a ocupar cuatro sillas delante de la mesa del profesor. Sacaron sus ejemplares de Las fuerzas oscuras: una guía para la autoprotección, y aguardaron en un silencio poco habitual. No tardaron en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor como siempre. Entrevieron la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica.

—Ya pueden guardar los libros
—gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella—. No los necesitaran para nada.

Emma se extrañó un poco, pero aún así guardó su libro como todos los demás.

Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartar la larga mata de pelo gris del rostro, desfigurado y lleno de cicatrices, y comenzó a pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre.

—Bien —dijo cuando el último de la lista hubo contestado «presente»—. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya son bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Han estudiado los boggarts, los gorros rojos, los hinkypunks, lo grindylows, los kappas y los hombres lobo, ¿no es eso?

Hubo un murmullo general de asentimiento.

—Pero están atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentarse a maldiciones —prosiguió Moody—. Así que he venido para prepararlos contra lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para enseñarlos a tratar con las mal…

—¿Por qué, no se va a quedar más? —dejó escapar Ron.

El ojo mágico de Moody giró para mirarlo. Éste se asustó, pero al cabo de un rato Moody sonrió. Era la primera vez que Emma lo veía sonreír. El resultado de aquel gesto fue que su rostro pareció aún más desfigurado y lleno de cicatrices que nunca, pero era un alivio saber que en ocasiones podía adoptar una expresión tan amistosa como la sonrisa.

—Supongo que tú eres el hijo de Arthur Weasley, ¿no? —dijo Moody—. Hace unos días tu padre me sacó de un buen aprieto… Sí, sólo me quedaré este curso. Es un favor que le hago a Dumbledore: un curso y me vuelvo a mi retiro.

Soltó una risa estridente, y luego dio una palmada con sus nudosas manos.

—Así que… vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñarles las contramaldiciones y dejarlo en eso. No tendrían que aprender cómo son las maldiciones prohibidas hasta que estén en sexto. Se supone que hasta entonces no serán lo bastante mayores para tratar el tema. Pero el profesor Dumbledore tiene mejor opinión de ustedes y piensa que pueden resistirlo, y yo creo que, cuanto antes sepan a qué se enfrentan, mejor. ¿Cómo pueden defenderse de algo que no han visto nunca? Un mago que esté a punto de echarles una maldición prohibida no va a avisarles antes. No es probable que se comparte de forma caballerosa. Tienen que estar preparados. Tienen que estar alerta y vigilantes. Y usted, señorita Brown, tiene que guardar eso cuando yo estoy hablando.

Lavender se sobresaltó y se puso colorada. Le había estado mostrando a Parvati por debajo del pupitre un horóscopo completo. Daba la impresión de que el ojo mágico de Moody podía ver a través de la madera maciza como por la nuca.

—Así que… ¿alguno de ustedes sabe cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?

Varias manos se levantaron, incluyendo la de Ron y la de Hermione. Moody señaló a Ron, aunque su ojo mágico seguía fijo en Lavender.

—Eh… —dijo Ron, titubeando— mi padre me ha hablado de una… Se llamá maldición imperius, o algo parecido.

—Así es —aprobó Moody—. Tu padre la conoce bien. En otro tiempo la maldición imperius le dio al Ministerio muchos problemas.

Moody se levantó con cierta dificultad sobre sus disparejos pies, abrió el cajón de la mesa y sacó de él un tarro de cristal. Dentro correteaban tres arañas grandes y negras. Emma apenas se hizo para atrás un poco, mientras que Ron si se echaba más atrás que ella.

Moody metió la mano en el tarro, tomó una de las arañas y se la puso sobre la palma para que todos la pudieran ver. Luego apuntó hacia ella con la varita mágica y murmuró entre dientes:

¡Imperius!

La araña se descolgó de la mano de Moody por un fino y sedoso hilo, y empezó a balancearse de atrás hacia adelante como si estuviera en un trapecio; luego estiró las patas hasta ponerlas rectas y rígidas, y, de un salto, se soltó del hilo y cayó sobre la mesa, donde empezó a girar en círculos. Moody volvió a apuntarle con la varita, y la araña se levantó sobre dos de las patas traseras y se puso a bailar lo que sin lugar a duda era un claqué.

Todos se reían. Menos Moody y Emma.

—Les parece divertido, ¿verdad? —gruñó Moody—. ¿Les gustaría que se lo hicieran a ustedes?

La risa dio fin casi al instante.

—Esto supone el control total —dijo Moody en voz baja, mientras la araña se hacía una bola y empezaba a rodar—. Yo podría hacerla saltar por la ventana, ahogarse, colarse por la garganta de cualquiera de ustedes…

Ron se estremeció involuntariamente.

—Hace años, muchos magos y brujas fueron controlados por medio de la maldición imperius —explicó Moody, y Emma comprendió que se refería a los tiempos en donde Voldemort tenía el poder—. Le dio bastante que hacer al Ministerio, que tenía que averiguar quién actuaba por voluntad propia y quién, obligado por la maldición.

»Podemos combatir la maldición imperius, y yo les enseñaré cómo, pero se necesita mucha fuerza de carácter, y no todo el mundo la tiene. Lo mejor, si se puede, es evitar caer víctima de ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y todos se sobresaltaron.

Moody tomó la araña trapecista y la volvió a meter en el tarro.

—¿Alguien conoce alguna más? ¿Otra maldición prohibida?

Hermione volvió a levantar la mano y también, con cierta sorpresa para Emma, lo hizo Neville. Él mismo parecía sorprenderse de su atrevimiento.

—¿Sí? —dijo Moody, girando su ojo mágico para dirigirlo a Neville.

—Hay una… la maldición cruciatus —dijo éste con una voz muy leve pero clara.

Emma se tensó en su asiento.

Moody miró a Neville fijamente, aquella vez con los dos ojos.

—¿Tú te llamas Longbottom? —preguntó, bajando rápidamente el ojo mágico para consultar la lista.

Neville asintió nerviosamente con la cabeza, pero Moody no hizo más preguntas. Se volvió a la clase en general y alcanzó el tarro para tomar la siguiente araña y ponerla sobre la mesa, donde permaneció quieta, aparentemente demasiado asustada para moverse.

—La maldición cruciatus precisa una araña un poco más grande para que puedan apreciarla bien —explicó Moody, que apuntó con la varita mágica a la araña y dijo—: ¡Engorgio!

La araña creció hasta hacerse más grande que una tarántula. Abandonando todo disimuló, Ron apartó su silla para atrás, lo más lejos posible de la mesa del profesor.

A Emma ya no le importaba la araña de gran tamaño. Ya ni siquiera prestaba mucha atención a la clase, porque había recordado un suceso de hace unos años atrás.

Moody levantó otra vez la varita, señaló de nuevo a la araña y murmuró:

¡Crucio!

De repente, la araña encogió las patas sobre el cuerpo. Rodó y se retorció cuanto pudo, balanceándose de un lado a otro.

Entonces Emma recordó lo que le había hecho Ryddle muy claramente.

—Tonta niña —dijo Ryddle riendo, cuando la castaña chocó contra un muro—. ¿Te crees brillante no es así? ¿Te crees la mejor? ¿Crees que puedes salvar a tu amigo de lo inevitable? Lamento decepcionarte pero eso no sucederá.

No se lo que quieres —dijo Emma con el poco valor que encontró—, pero te aseguro que…

¡Cállate! —gritó Ryddle—. ¡Crucio!

Emma cayó al suelo inmediatamente. La castaña olvidó por un segundo donde se encontraba a causa del dolor: era como si cuchillos candentes le cortaran cada centímetro de piel…

La Emma actual sentía nuevamente ese horrible dolor como si estuviera sucediendo de nuevo.

—¡Pare! —dijo Hermione con voz estridente.

Ella no se fijaba en la araña sino en Neville, cuyas manos se aferraban al pupitre. Y Emma, quien parecía estar en un trance, y temblaba ligeramente.

Moody levantó la varita. La araña relajó las patas pero siguió retorciéndose.

Reducio murmuró Moody, y la araña se encogió hasta recuperar su tamaño habitual. Volvió a meterla en el tarro—. Dolor —dijo con voz suave—. No se necesitan cuchillos ni carbones encendidos para torturar a alguien si uno sabe llevar a cabo la maldición cruciatus También esta maldición fue muy popular en otro tiempo. Bueno, ¿alguien conoce alguna otra?

Emma miraba únicamente a su mesa. No quería alzar la vista y ver lo que seguía. Además, de que el recuerdo la había dejado mal. Entonces sintió una mano sobre la suya: Harry.

La castaña por fin alzó su mirada, y se encontró con los ojos de su novio.

Moody los estaba viendo, y sonrió. Ahora sabía quien le podía servir en un futuro.

Emma alzó su mano, al ver que ya nadie lo hacia. Ni siquiera Hermione, que, aunque parecía querer hacerlo, sentía que Emma debía ser quien respondiera eso.

—¿Sí? —dijo Moody, mirándola.

Avada Kedavra susurró ella con desición.

Algunos, incluidos Ron, le dirigieron tensas miradas.

—¡Ah! —exclamó Moody, y la boca torcida se contorsionó en otra ligera sonrisa—. Sí, la última y la peor. Avada Kedavra: la maldición asesina.

Metió la mano en el tarro de cristal, y, como si supiera lo que le esperaba, la tercera araña echó a correr despavorida por el fondo del tarro, tratando de escapar a los dedos de Moody, pero él la atrapó y la puso sobre la mesa. La araña correteó por la superficie.

Moody levantó la varita, y, entonces…

¡Avada Kedavra! gritó.

Hubo en cegador destello de luz verde y un ruido como de torrente, como si algo vasto e invisible planeara por el aire. Al instante la araña se desplomó patas arriba, sin ninguna herida, pero indudablemente muerta.

Moody barrió con una mano la araña muerta y la dejó caer al suelo.

—No es agradable —dijo con calma—. Ni placentero. Y no hay contramaldición. No hay manera de interceptarla. Sólo se sabe de una persona que haya sobrevivido a esta maldición, y está sentada delante de mí.

Emma sabía que se refería a Harry, pero ahora él era quien parecía perdido. Parecía estar en otro lado.

Avada Kedavra es una maldición que sólo puede llevar a cabo un mago muy poderoso —continuó Moody—. Podrían sacar las varitas mágicas todos ustedes y apuntarme con ellas y decir las palabras, y dudo que entre todos consiguieran siquiera hacerme sangrar la nariz. Pero eso no importa, porque no les voy a enseñar a llevar a cabo esa maldición.

»Ahora bien, si no existe una contramaldición para Avada Kedavra, ¿por qué se las he mostrado? Pues porque tienen que saber. Tienen que conocer lo peor. Ninguno de ustedes querrá hallarse en una situación en que tenga que enfrentarse a ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y toda la clase volvió a sobresaltarse.

»Veamos… esas tres maldiciones, Avada Kedavra, cruciatus e imperio, son conocidas como las maldiciones imperdonables. El uso de cualquiera de ella contra un ser humano está castigado con cadena perpetua en Azkaban. Quiero prevenirlos, quiero enseñarles a combatirlas. Tienen que prepararse, tienen que armarse contra ellas; pero, por encima de todo, deben practicar la alerta permanente e incesante. Saquen las plumas y copien lo siguiente…

Se pasaron lo que quedaba de la clase tomando apuntes sobre cada una de las maldiciones imperdonables. Emma ya no soportaba estar en esa clase, pero tampoco quería dar explicaciones si se llegará a ir así de repente de la clase. Y, cuando al fin sonó la campana, y Emma hubiera recogido sus cosas y haber salido del aula junto a Harry, Ron y Hermione, se fue directo a su habitación. Luego hablaría con ellos.

—Eh… ¿es que Emma también tiene un giratiempo? —preguntó Ron, cuando notó la ausencia de su amiga.

—No, Ron —contestó Hermione—. ¿Por qué lo preguntas?

—No está aquí —explicó—. ¿O tú la ves?

Harry miró a su alrededor y la buscó. Era verdad. Ella no estaba allí. La actitud de ella desde la maldición cruciatus lo había dejado preocupado.

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