16. Skrewts

ESCREGUTOS

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A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, unas nubes enormes de color gris del peltre se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos, mientras Harry, Ron, Emma y Hermione examinaban sus nuevos horarios. Unos asientos más allá, Fred, George y Lee Jordan discutían métodos mágicos de envejecerse y engañar al juez para poder participar en el Torneo de los tres magos.

—Hoy no está mal: fuera toda la mañana —dijo Ron pasando el dedo por la columna del lunes en su horario—. Herbología con los de Hufflepuff y Cuidado de Criaturas Mágicas… ¡Maldita sea!, seguimos teniéndola con lo de Slytherin…

—Y esta tarde dos horas de Adivinación —gruñó Harry, observando el horario.

Emma dejó caer su cara sobre sus manos. Adivinación no era su materia favorita, pero tampoco llegaba a tal punto de odiarla como para dejarla.

—Tendrían que haber abandonado esa asignatura como hice yo —dijo Hermione con énfasis, untando mantequilla en la tostada—. De esa manera estudiarían algo sensato como Artimancia o Runas Antiguas.

—Estás volviendo a comer, según veo —dijo Ron, mirando a Hermione y las generosas cantidades de mermelada que añadía a su tostada, encima de la mantequilla.

—He llegado a la conclusión de que hay mejores medios de hacer campaña por los derechos de los elfos —repuso Hermione con altivez.

—Sí… y además tenías hambre —comentó Ron, sonriendo.

De repente oyeron sobre ellos un batir de alas, y un centenar de lechuzas entró volando a través de los ventanales abiertos. Llevaban el correo matutino. Emma alzó la vista por curiosidad, y se encontró con una lechuza que jamás había visto en su vida, bajando hacia ella. Se incorporó en su asiento y la lechuza dejo caer un paquete muy pequeño en sus manos.

—¿Es de…? —preguntó Hermione, mirándolo con curiosidad.

Harry se acercó, esperando ver la respuesta de Sirius, pero se alejó algo decepcionado cuando Emma dijo:

—Es de Lupin.

—¿El profesor Lupin? —preguntó Ron.

—¿Conoces a algún otro Lupin, Ron? —cuestionó Hermione.

En el paquete venía una carta, y eso fue lo primero que Emma tomó.

Querida Emma:

Espero que te encuentres bien con respecto a todo. Lamento no haber podido ir a despedirte a la estación (porque de verdad era algo que quería hacer), pero con la busca de trabajo el tiempo se me va muy rápido.

El año pasado me dí cuenta de que amas los libros al igual que Alhena lo hacía, así que decidí que podía regalarte un libro. Como solía hacer con ella antes.

La verdad espero que te guste y sea de tu agrado.

Te quiere,
Remus

Emma se sorprendió mucho al ver que había sido heredado de su madre su amor por los libros, y después de dejar la carta de lado tomó el paquete y lo abrió.

Lo primero que encontró fueron unas cuantas barras de chocolate, y luego de eso encontró un libro titulado Los cuentos de beedle el bardo. Emma nunca había escuchado de ese libro, y le parecía interesante.

Cuando terminó el desayuno, el cuarteto recorrió el embarrado camino que llevaba al Invernadero 3. La profesora Sprout les enseñó unas plantas muy feas. Todas estaban algo retorcidas, y tenían una serie de bultos grandes y brillantes que parecían llenos de liquido.

—Son bubotubérculos les dijo con énfasis la profesora Sprout—. Hay que exprimirlos, para recoger el pus…

—¿El qué? —preguntó Seamus Finnigan, con asco.

—El pus, Finnigan, el pus —dijo la profesora Sprout—. Es extremadamente útil, así que espero que no se pierda nada. Como decía, recogerán el pus en estas botellas. Tienen que ponerse los guantes de piel de dragón, porque el pus de bubotubérculo puede tener efectos bastante molestos en la piel cuando no está diluido.

Exprimir los bubotubérculos resultaba desagradable, pero curiosamente satisfactorio. Cada vez que se reventaba uno de los bultos, salía de golpe un líquido espeso de color amarillo verdoso que olía intensamente a petróleo. Lo fueron introduciendo en las botellas, tal como les había indicado la profesora Sprout, y al final de la clase habían recogido varios litros.

—La señora Pomfrey se pondrá muy contenta —comentó la profesora Sprout, tapando con un corcho la última botella—. El pus de bubotubérculo es un remedio excelente para las formas más persistentes de acné. Les evitaría a los estudiantes tener que recurrir a ciertas medidas desesperadas para librarse de los granos.

—Como la pobre Eloise Midgen —dijo Hannah Abbott, alumna de Hufflepuff, en voz baja—. Intentó quitárselos mediante una maldición.

—Una chica bastante tonta —afirmó la profesora Sprout, moviendo la cabeza—. Pero al final la señora Pomfrey consiguió ponerle la nariz donde la tenía.

El insistencia replicar de una campana procedente del castillo resonó en loa húmedos terrenos del colegio, señalando que la clase había finalizado, y el grupo de alumnos se dividió: los de Hufflepuff subieron al aula de Transformaciones, y los de Gryffindor se encaminaron en sentido contrario, bajando por la explanada, hacia la pequeña cabaña de madera de Hagrid, que se alzaba en el mismo borde del bosque prohibido.

Hagrid los estaba esperando de pie, fuera de la cabaña, con una mano puesta en el collar de Fang, su enorme perro jabalinero de color negro. En el suelo, a sus pies, había varias cajas de madera abiertas, y Fang gimoteaba y tiraba del collar, ansioso por investigar el contenido. Al acercarse, un traqueteo llegó a sus oídos, acompaño de lo que parecían pequeños estallidos.

—¡Buenas! —saludó Hagrid, sonriendo a Harry, Ron, Emma y Hermione—. Será mejor que esperemos a los de Slytherin, que no querrán perderse esto: ¡escregutos de cola explosiva!

—¿Cómo? —preguntó Ron.

Hagrid señaló las cajas.

—¡Ay! —chilló Lavender Brown, dando un salto hacia atrás.

Emma se acercó muy lentamente a una de las cajas para mirar. Los escregutos parecían langostas deformes de unos quince centímetros de largo, sin caparazón, horriblemente pálidas y de aspecto viscoso, con patitas que les salían de sitios muy raros y sin cabeza visible. Despedían un olor intenso a pescado podrido. De vez en cuando saltaban chispas de la cola de un escreguto que, haciendo un suave «¡fut!», salía despendido a un palmo de distancia.

—Recién nacidos —dijo con orgullo Hagrid—, para que puedan criarlos ustedes mismos. ¡He pensado que puede ser un pequeño proyecto!

—¿Y por qué tenemos que criarlos? —preguntó una voz fría.

Acababan de llegar los de Slytherin. El que había hablado era Draco Malfoy. Crabbe y Goyle le celebraban la gracia.

Hagrid se quedó perplejo ante la pregunta.

—Sí, ¿que hacen? —insistió Malfoy—. ¿Para qué sirven?

Hagrid abrió la boca, según parecía haciendo un considerable esfuerzo para pensar. Hubo una pausa que duró unos segundos, al cabo de la cual dijo bruscamente:

—Eso lo sabremos en la próxima clase, Malfoy. Hoy sólo tienes que darles de comer. Pero tienen que probar con diferentes cosas. Nunca he tenido escregutos, y no estoy seguro de qué les gusta. He traído huevos de hormiga, hígado de rana y trozos de culebra. Prueben con un poco de cada uno.

—Primero el pus y ahora esto —murmuró Seamus.

Nada, salvo el profundo afecto que le tenían a Hagrid, podría haber convencido a Harry, Ron, Emma y Hermione de tomar puñados de hígado despachurrando de rana y tratar de tentar con él a los escregutos de cola explosiva.

—¡Ay! —gritó Dean Thomas, unos diez minutos después—. ¡Me ha hecho daño!

Hagrid, nervioso, corrió hacia él.

—¡Le ha estallado la cola y me ha quemado! —explicó Dean enfadado, mostrándole a Harry la mano enrojecida.

—¡Ah, sí, eso puede pasar cuando explotan! —dijo Hagrid, asintiendo con la cabeza.

Emma se había distraído mirando a la clase, que no notó que estaba demasiado cerca a un escreguto al cual le explotó la cola. Por suerte Harry quitó la mano de su novia de ahí.

Emma se volvió para verlo, se dio cuenta de porque lo había hecho, le sonrió agradecida y continuó con su intentó de dar de comer a los escregutos.

—¡Ay! —exclamó de nuevo Lavender Brown—. Hagrid, ¿para que hacemos esto?

—Bueno, algunos tienen aguijón —repuso con entusiasmo Hagrid (Lavender se apresuró a retirar la mano de la caja)—. Probablemente son los machos… Las hembras tienen en la barriga una especie de cosa succionadora… creo que es para chupar sangre.

—Ahora ya comprendo por qué estamos intentando criarlos —dijo Malfoy sarcásticamente—. ¿Quién no querría tener una mascota capaz de quemarlo, aguijonearlo y chuparle la sangre al mismo tiempo?

—El que no sean muy agradables no quiere decir que no sean útiles —replicó Hermione con brusquedad—. La sangre de dragón es increíblemente útil por sus propiedades mágicas, aunque nadie querría tener un dragón como mascota, ¿no?

Harry, Ron y Emma sonrieron mirando a Hagrid, quien también les dirigió disimuladamente una sonrisa tras su poblada barba.

—Bueno, al menos los escregutos son pequeños —comentó Ron una hora más tarde, mientras regresaban al castillo para comer.

—Lo son ahora —repuso Emma.

—Cuando Hagrid haya averiguado lo que comen, me temo que pueden alcanzar los dos metros —dijo Hermione, exasperada.

—Bueno, no importará mucho si resulta que curan el mareo o algo, ¿no? —dijo Ron con una sonrisa pícara.

—Sabes bien que eso sólo lo dije para que Malfoy se callara —contestó Hermione—. Pero la verdad es que sospecho que tiene razón. Lo mejor que se podría hacer con ellos es pisarlos antes de que nos empiecen a atacar.

Se sentaron a la mesa de Gryffindor y se sirvieron papas y chuletas de cordero. Hermione comenzó a comer tan rápido que sus amigos se quedaron mirándola.

—Eh… ¿se trata de la nueva estrategia de campaña por los derechos de los elfos? —le preguntó Ron—. ¿Intentas vomitar?

—No —respondió Hermione con toda la elegancia que le fue posible teniendo la boca llena de coles de Bruselas—. Sólo quiero ir a la biblioteca.

—¿Qué? —exclamó Ron sin dar crédito a sus oídos—. Hermione, ¡hoy es el primer día del curso! ¡Todavía no nos han puesto deberes!

Hermione se encogió de hombros y siguió engullendo la comida como si no hubiera probado bocado en varios días. Luego se puso en pie de un salto, les dijo «¡Los veré en la cena!» y salió a toda velocidad.

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