15. Mad eye moody
OJOLOCO MOODY
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La lluvia seguía golpeando con fuerza contra los altos y oscuros ventanales. Otro truenos hizo vibrar los cristales, y el techo que reproducía la tormenta del cielo brilló iluminando la vajilla de oro justo en el momento en que los restos del plato principal se desvanecieron y fueron reemplazados, en un abrir y cerrar de ojos, por los postres.
—¡Pastel de miel, Hermione! —dijo Ron, dándosela a oler—. ¡Bollo de pasas, mira! ¡Y pastel de chocolate!
Pero la mirada que le dirigió Hermione le recordó hasta tal punto la de la profesora McGonagall que prefirió desistir.
Emma probó al menos unos cinco bocados de su pastel de chocolate y lo dejó de lado. Se sentía somnolienta.
Una vez terminado los postres y cuando los últimos restos desaparecieron de los platos, dejándolos completamente limpios, Albus Dumbledore volvió a levantarse. El rumor de charla que llevaba el Gran Comedor se apagó al instante, y sólo se oyó el silbido del viento y la lluvia golpeando contra los ventanales.
—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos —Hermiome lanzó un gruñido—, debo una vez más pedir su atención mientras los comunico algunas noticias:
»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que les comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes–porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.
La boca de Dumbledore se cripsó un poco en las comisuras. Luego prosiguió:
—Como cada año, quiero recordarles que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.
»Es también mi doloroso deber informarles que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.
—¿Qué? —dijo Harry sin aliento.
Emma lo miró primero a él y luego a Fred y George. Los gemelos le decían algo a Dumbledore moviendo sólo los labios, sin pronunciar ningún sonido, porque debían estar demasiado consternados para poder hablar. Dumbledore continuó:
—Esto se debe a un evento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores… pero estoy seguro de que lo disfrutarán enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts…
Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.
En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.
Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo.
Aquella luz había destacado el rostro del hombre, y era un rostro que, sinceramente, no le agradaba del todo a Emma. Parecía como labrado en un trozo de madera desgastado por el tiempo y la lluvia, por alguien que no tenía la más leve idea de cómo eran los rostros humanos y que además no era nada habilidoso con el formón. Cada centímetro de la piel parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos.
Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal… y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.
El extraño llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que Emma no consiguió oír. Parecía estar haciéndole preguntas al extraño, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre el asiento vacío que había a su derecha.
El extraño se sentó y sacudió su melena para apartarse el pelo entrecano de la cara; se acercó un plato de salchichas, lo levantó hacia lo que le quedaba de nariz y lo olfateó. A continuación sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.
—Les presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—. El profesor Moody.
Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore. El sonido de las palmadas de ambos resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Todos los demás parecían demasiado impresionados por la extraña apariencia de Moody para hacer algo más que mirarlo.
—¿Moody? —le susurró Harry a Ron—. ¿Ojoloco Moody? ¿Al que tu padre ha ido a ayudar esta mañana?
—Debe de ser él —dijo Ron, con voz asustada.
—¿El señor Weasley ha ido a ayudar a ese hombre? —preguntó Emma un susurró. Sólo recibió un asentamiento de parte de Ron.
—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó Hermione en voz muy baja—. ¿Qué le pasó en la cara?
—No lo sé —contestó Ron, observando a Moody con fascinación.
Moody parecía totalmente indiferente a aquella fría acogida. Haciendo caso omiso de la jarra de jugo de calabaza que tenía delante, volvió a buscar en su capa de viaje, sacó una petaca y echó un largo trago de su contenido. Al levantar el brazo para beber, la capa se alzó unos centímetros de suelo, y Emma vio, por debajo de la mesa, parte de una pata de palo que terminaba en una garra.
—Lo que dije al final del anterior año era broma —musitó Emma.
Dumbledore volvió a aclararse la garganta.
—Como iba diciendo —siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Ojoloco Moody—, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hace más de un siglo. Es un gran placer para mí informarles que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos.
A continuación, Dumbledore siguió explicando algunas cosas sobre el torneo, además, de que menciono sobre las muchas muertes en ese torneo, cosa que preocupo bastante a Emma, pero se alivio cuando el director mencionó que sólo las personas mayores de diecisiete años podrían participar. También, Dumbledore mencionó que las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarían en octubre y permanecerian en Hogwarts la mayor parte del curso.
Al entrar en la sala común Emma se sintió en su casa. Por primera vez en su vida, la castaña se atrevía a decir que Hogwarts era su primera casa.
Emma se despidió de los chicos, y, después de recibir un breve beso de parte de Harry y una mueca de disgusto de Ron, ella y Hermione subieron a la habitación de las chicas.
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