14. Welcome dinner

CENA DE BIENVENIDA

───⊱✿⊰───

Cuando se abrieron las puertas del tren, se oyó el retumbar de un trueno. Hermione y Emma envolvieron a su gatos con sus capas, y Ron dejó la túnica de gala cubriendo la jaula de Pigwidgeon antes de salir del tren bajo el aguacero con la cabeza inclinada y los ojos casi cerrados. La lluvia caía entonces tan rápida y abundantemente que era como si les estuvieran vaciando sobre la cabeza un cubo tras otro de agua helada.

—¡Eh, Hagrid! —gritó Harry, viendo una enorme silueta al final del andén.

—¿Todo bien, Harry? —le gritó Hagrid, saludándolo con la mano—. ¡Nos veremos en el banquete si no nos ahogamos antes!

Era tradición que los de primero llegaran al castillo de Hogwarts atravesando el lago con Hagrid.

—¡Ah, no me haría gracia pasar el lago con este tiempo! —aseguró Hermione enfáticamente, tiritando mientras avanzaban muy despacio por el oscuro andén con el resto del alumnado. Cien carruajes sin caballo los esperaban a la salida de la estación. Harry, Ron, Emma y Hermione subieron agradecidos a uno de ellos, la puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.

Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También Harry, Ron, Emma y Hermione saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

Dieu—suspiró Emma.

—¡Caray! —exclamó Ron, sacudiendo la cabeza y salpicando agua por todas partes—. Si esto sigue así, va a terminar desbordándose el lago. Estoy empapado… ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza. Empapado y farfullando de indignación, Ron se tambaleó y cayó contra Harry, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caía… rozando a Hermione y Emma. Estalló a los pies de Harry. A su alrededor, todos chillaban y se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego.

Emma levantó la vista y vio, flotando a seis o siete metros por encima de ellos, a Peeves el poltergeist. Su cara, ancha y maliciosa, estaba contraída por la concentración mientras se preparaba para apuntar a un nuevo blanco.

—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall. Resbaló en el suelo mojado y para no caerse tuvo que agarrarse al cuello de Emma.

—¡Ay! Perdón, señorita Williams.

—No se preocupe —dijo Emma jadeando y frotándose el cuello.

—¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.

—¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya empapadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —Y dirigió otro globo hacia un grupo de segundo curso que acababa de llegar.

—¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto, Peeves…

Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.

—¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud—. ¡Vamos, al Gran Comedor!

Harry, Ron, Emma y Hermione cruzaron el vestíbulo entre resbalones y atravesaron la puerta doble de la derecha. Ron murmuraba entre dientes y se apartaba el pelo empapado de la cara.

El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido como de costumbre, y el ambiente era mucho más calido que en el vestíbulo. A la luz de cientos y cientos de velas que flotaban en el aire sobre las mesas, brillaban las copas y los platos de oro.

Los cuatro pasaron por delante de los estudiantes de Slytherin, de Ravenclaw y de Hufflepuff, y se sentaron con los demás de la casa de Gryffindor al otro lado del Gran Comedor, junto a Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor.

—Buenas noches —dijo sonriéndoles.

—¡Pues como serán las malas! —contestó Harry, quitándose los zapatos y vaciándolas de agua—. Espero que se den prisa con la Ceremonia de Selección, porque me muero de hambre.

Emma se escurrió el pelo. Sus mejillas y su nariz estaban rojas por el frío.

Justo en aquel momento, una voz entrecortada y muy excitada la llamó:

—¡Eh, Harry, Emma!

La castaña levantó la mirada. Era Colin Creevey, un alumno de tercero para quien Harry era una especie de héroe.

—Hola, Colin —respondierón ambos.

—Harry, ¿a que no sabes qué? ¿A que no sabes qué, Harry? ¡Mi hermano empieza este año! ¡Mi hermano Dennis!

—Eh… bien —dijo Harry.

—Me alegro —dijo Emma.

—¡Está muy nervioso! —explicó Colin, casi saltando arriba y abajo en su asiento—. ¡Espero que le toque Gryffindor! Crucen los dedos, ¿eh?

—Sí, vale —accedió Harry.

—Lo haremos —le aseguró Emma, con la voz algo entrecortada a causa del frío.

Emma junto sus manos y sopló, intentando darse un poco de calor. Harry, al verla, la atrajo hacía él y la abrazó.

—Los hermanos generalmente van a la misma casa, ¿no? —comentó Harry, frotando el hombro de su novia suavemente.

—No, no necesariamente —repuso Hermione—. La hermana gemela de Parvati Patil está en Ravenclaw, y son idénticas. Uno pensaría que tenían que estar juntas, ¿verdad?

Hubo un silencio en el cual Emma había dejado caer su cabeza en hombro de Harry. Y de pronto Hermione dijo:

—¿Dónde está el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras?

Emma volvió ligeramente la mirada hacia la mesa de los profesores. Había más asientos de lo normal. Hagrid, por supuesto, estaría abriéndose camino entre las aguas del lago con los de primera; la profesora McGonagall se encontraría seguramente supervisando el secado del suelo del vestíbulo: pero había además otra silla vacía. Emma miró detenidamente a todos los profesores y no había ninguna cara nueva.

—¡A lo mejor no han podido encontrar a nadie! —dijo Hermione, preocupada.

—No lo creo —repuso Emma—. Probablemente solo se retrasó con la lluvia. Tuvimos a Lockhart como profesor, estoy segura de que encontraron a alguien.

Harry observó la mesa de los profesores con mucho detenimiento, y luego de un rato su mirada se posó en Emma. Tocó con su dedo la punta de la nariz sonrosada de su novia.

La castaña lo miró.

—¿Tanto frío tienes? —preguntó Harry.

Emma asintió levemente con la cabeza. Harry despositó un rápido beso en la frente de la castaña.

—¡Ay, por favor! —dijo Ron—. ¡Que se den prisa! Podría comerme un hipogrifo.

—A Buckbeak no le agrada tu comentario —dijo Emma con una pequeña sonrisa.

No había acabado de pronunciar aquella palabras cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo el silencio. Emma se acomodó en su asiento. La profesora McGonagall marchaba a la cabeza de una larga fila de alumnos de primero, a los que condujo hasta la parte superior del Gran Comedor, donde se encontraba la mesa de los profesores. Si Harry, Ron, Emma y Hermione estaban empapados, lo suyo no era nada comparado con lo de aquellos alumnos de primero. Más que haber navegado por el lago, parecían haberlo pasado a nado. Temblando con una mezcla de frío y nervios, llegaron a la altura de la mesa de los profesores y se detuvieron, puesto en fila, de cara al resto de los estudiantes. El único que no temblaba era el más pequeño de todos, un muchacho con pelo castaño desvaído que iba envuelto en abrigo de piel de topo de Hagrid. Su carita salía del cuello del abrigo con aspecto de estar al borde de la comisión. Cuando se puso en fila con sus aterrorizados compañeros, vio a Colin Creevey, levantó dos veces el pulgar para darle a entender que todo iba bien y dijo sin hablar, moviendo los labios: «¡Me he caído en el lago!» Parecía completamente encantado por el accidente.

Entonces la profesora McGonagall colocó un taburete de cuatro patas en el suelo ante los alumnos de primero y, encima de él, un sombrero extremadamente viejo, sucio y remendado. Por un momento el Gran Comedor quedó en silencio. Entonces se abrió un desgarrón que el sombrero tenía cerca del ala, formando como una boca, y empezó a cantar.

En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el Sombrero.

—No es la misma canción de cuando nos seleccionó a nosotros —comentó Harry, aplaudiendo con los demás.

—Canta una canción diferente cada año —explicó Emma.

—Tiene que ser bastante aburrido ser un sombrero, ¿verdad? —dijo Ron—. Supongo que se pasa el año preparando la próxima canción.

La profesora McGonagall desplegaba en aquel momento un rollo grande de pergamino.

—Cuando pronuncie su nombre, se pondrán el sombrero y se sentarán en el taburete —dijo dirigiéndose a los de primero—. Cuando el sombrero anuncie la casa a la que pertenecen, irán a sentarse en la mesa correspondiente.
¡Ackerkey, Stewart!

Un chico se adelantó, temblando claramente de la cabeza a los pies, tomó el Sombrero Seleccionador, se lo puso y se sentó en el taburete.

—¡Ravenclaw! —gritó el sombrero.

Así la selección siguió con varios niños y niñas, que fueron seleccionados en diferentes casas. Y entonces:

—¡Creevey, Dennis!

El pequeño Dennis Creevey avanzó tambaleándose y se tropezó en el abrigo de piel de topo de Hagrid al mismo tiempo que éste entraba furtivamente en el Gran Comedor a través de una puerta situada detrás de la mesa de los profesores. Les guiñó un ojo mientras se sentaba a un extremo de la mesa de los profesores, y observó cómo Dennis Creevey se ponía el Sombrero Seleccionador. El desgarrón que tenía el sombrero cerca del ala volvió a abrirse:

—¡Gryffindor! —gritó el sombrero.

Emma aplaudió con los demás de la mesa de Gryffindor cuando Dennis Creevey, sonriendo de oreja a oreja, se quitó el sombrero, lo volvió a poner en el taburete y se fue a toda prisa junto a su hermano.

—¡Colin, me caí! —dijo de modo estridente, arrojándose sobre un asiento vacío—. ¡Fue estupendo! ¡Y algo en el agua me agarró y me devolvió a la barca!

—¡Tranqui! —repuso Colin, igual de emocionado—. ¡Seguramente fue el calamar gigante, Dennis!

—¡Vaya! —exclamó Dennis, como si nadie, en sus mejores sueños, pudiera imaginar nada mejor que ser arrojado al agua en un lago de varias brazas de profundidad, por una sacudida en medio de una tormenta, y ser sacado por un monstruo marino gigante.

—¡Dennis! ¡Dennis!, ¿has visto a ese chico? ¡El de pelo negro y las gafas! ¿Y a la chica a su lado?, ¿los ves? ¿A que no sabes quiénes son, Dennis?

Emma sonrió disimuladamente mientras seguía atenta a la selección.

La ceremonia de selección continuó. Chicos y chicas con diferentes grados de nerviosismo en la cara se iban sentando, uno a uno, al taburete de cuatro patas, y la fila se acortaba considerablemente conforme la profesora McGonagall iba llamando a los de la ele.

—¡Vamos, deprisa! —gimió Ron, frotándose el estómago.

—¡Por favor, Ron! Recuerda que la Selección es mucho más importante que la comida —le dijo Nick Casi Decapitado, al tiempo que «¡Madley, Laura!» se convertía en miembro de la cada Hufflepuff.

—Por supuesto que sí, si uno está muerto —replicó Ron.

—Espero que la remesa de este año en nuestra casa cumpla con los requisitos —comentó Nick Casi Decapitado, aplaudiendo cuando «¡McDonald, Natalie!» llegó a la mesa de Gryffindor—. No queremos romper nuestra racha ganadora, ¿verdad?

Por último, con «¡Whitby, Kevin!» («¡Hufflepuff!»), la Ceremonia de Selección dio fin. La profesora McGonagall tomó el sombrero y el taburete, y se los llevó.

—Se acerca el momento —dijo Ron agarrando el tenedor y el cuchillo y mirando ansioso su plato de oro.

Emma negó con la cabeza mientras sonreía.

El profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.

—Tengo sólo dos palabras que decirles —dijo, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor—: ¡A comer!

—¡Obedecemos! —dijeron Harry y Ron en voz alta, cuando por arte de magia las fuentes vacías de repente aparecieron llenas antes sus ojos.

Nick Casi Decapitado observó con tristeza cómo Harry, Ron, Emma y Hermione llenaban sus platos de comida.

—¡Ah, «esdo esdá me' or»! —dijo Ron con la boca llena de puré de papas.

—Tienen suerte de que haya banquete esta noche, ¿saben? —comentó Nick Casi Decapitado—. Antes ha habido problemas en las cocinas.

—«¿Po' gué»? ¿«Gué ha sudedido»? —dijo Harry, con la boca llena con un buen pedazo de carne.

Emma lo miró con los ojos entrecerrados. Harry masticó lentamente.

—Adoró tu "francés", James —dijo Emma, mientras tomaba una servilleta y le limpiaba las comisuras de los labios a Harry—, pero se ve horrible hablar con la boca llena.

—Perdón —murmuró Harry, agachando la cabeza.

Emma hizo un ademán con la mano, dando a mostrar que ya no importaba. La castaña estuvo segura de que Harry había querido decir algo cuando de pronto…

¡Paf!

Hermione acababa de golpear su copa de oro. El jugo de calabaza se extendió rápidamente por el mantel, manchando de color naranja una amplía superficie de tela blanca, pero Hermione no se inmutó por ello.

—¿Aquí hay elfos domésticos? —preguntó, clavando los ojos en Nick Casi Decapitado, con expresión horrorizada—. ¿Aquí, en Hogwarts?

Emma empezó a prestarle atención a la conversación.

—Claro que sí —respondió Nick Casi Decapitado, sorprendido de la reacción de Hermione—. Más que en ninguna otra morada de Gran Bretaña, según creo. Más de un centenar.

—¡Si nunca he visto a ninguno! —objetó Hermione.

—Bueno, apenas abandonan las cocinas durante el día —explicó Nick Casi Decapitado—. Salen de noche para hacer un poco de limpieza… atender los fuegos y esas cosas… Se supone que no hay que verlos. Eso es lo que distingue a un buen elfo doméstico, que nadie sabe que está ahí.

Hermione lo miró fijamente.

—Pero ¿les pagan? —preguntó—. Tendrán vacaciones, ¿no? Y… y permisos por enfermedad, pensiones y todo eso…

Nick Casi Decapitado se rió con tantas ganas que la gorguera se le bajó y la cabeza se le cayó y quedó colgando del fantasmal trocito de piel y músculo que todavía la mantenía unida al cuello.

—¿Permisos por enfermedad y pensiones? —repitió, volviendo a colocarse la cabeza sobre los hombros y asegurándola de nuevo con la gorguera—. ¡Los elfos domésticos no quieren permisos por enfermedad ni pensiones!

—Her, la verdad no creo que… —comenzó a decir Emma, pero Hermione le dirigió tal mirada que decidió callarse y no decir nada más. Emma no estaba para nada de acuerdo con el trato que recibían la mayoría de los elfos domésticos, pero prefería mantenerse al margen en la situación. Pero, si en algún momento le llegaba la oportunidad para poder cambiar ese trato, lo haría sin dudas.

Hermione miró su plato, que estaba casi intacto, puso encima el tenedor y el cuchillo y lo apartó de ella.

—«Vabos, He' mione» —dijo Ron, rociando sin querer a Emma con trocitos de torta de Yorkshire. La castaña tomó una servilleta, haciendo una mueca, y se limpió la cara—. «Va' a», lo siento, Emma. —Tragó—. ¡Porque te mueras de hambre no vas a conseguir que tengan permisos por enfermedad!

—Esclavitud —dijo Hermione, respirando con dificultad—. Así es como se hizo esta cena: mediante la esclavitud.

Y se negó a probar otro bocado.

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