12. Uncles?

¿TÍOS?

───⊱✿⊰───

El señor Weasley los despertó cuando llevaban sólo unas pocas horas durmiendo. Usó la magia para desmontar las tiendas, y dejaron el camping tan rápidamente como pudieron. Al pasar al lado del señor Roberts, que estaba a la puerta de su casita, vieron que tenía un aspecto extraño, como de aturdimiento. El muggle los despidió con un vago «Feliz Navidad».

Al acercarse al punto donde se hallaban los trasladores oyeron voces insistentes. Cuando llegaron vieron a Basil, el que estaba a cargo de los trasladores, rodeado de magos y brujas que exigían abandonar el camping lo antes posible. El señor Weasley discutió también brevemente con Basil, y terminaron poniéndose a la cola. Antes de que saliera el sol tomaron un neumático viejo que los llevó a la colina de Stoadshead. Con la luz en el alba, regresaron por Ottery St. Catchpole hacia la Madriguera, hablando muy poco porque estaban cansados y no pensaban más que en el desayuno. Cuando doblaron el recodo del camino y La Madriguera apareció a la vista, les llegó por el húmedo camino el eco de una persona que gritaba:

—¡Gracias a Dios, gracias a Dios!

La señora Weasley, que evidentemente los había estado aguardando en el jardín delantero, corrió hacia ellos, todavía calzada con las zapatillas que se ponía para salir de la cama, la cara pálida y tensa y un ejemplar de El Profeta en la mano.

—¡Arthur, qué preocupada me han tenido, qué preocupada!

Le echó a su marido los brazos al cuello, y El Profeta se le cayó de la mano. Al mirarlo en el suelo, Emma distinguió el titular «Escenas de terror en los Mundiales de quidditch», acompañado de una centelleante fotografía en blanco y negro que mostraba la Marca Tenebrosa sobre la copa de los árboles.

—Están todos bien —murmuraba la señora Weasley como ida, soltando al señor Weasley y mirándolos con los ojos enrojecidos—. Están vivos, niños… —se quedó callada por un instante—. Por cierto, Emma, cielo, tus padres están esperándote dentro.

Emma se quedó estática.

—¿Mis…?

La señora Weasley asintió y Emma, soltando suavemente la mano de Harry, entró corriendo a la Madriguera.

Y tal y como le había dicho la señora Weasley, la castaña encontró a Amelia y Thomas sentados en la sala de estar.

—¡Estás bien! —dijo Amelia, levantándose rápidamente y abrazando a Emma—. Nos asustamos mucho, cariño, por un momento pensé que…

—No seguiré bien si me asfíxias.

Amelia se separó de Emma lentamente. La castaña se dio cuenta de que en sus ojos brillaban algunas lágrimas.

—Se que se preocuparon… —dijo Emma en un susurro—, pero, ¿por qué vinieron?

—Estarás con nosotros hasta que sea el día de regresar a el colegio —explicó Thomas—. Nosotros…

—¿Qué? —soltó Emma.

Queremos pasar tiempo contigo —dijo Amelia—. Tienes catorce años y últimamente casi ni hablamos.

—Bueno, no lo hacemos porque yo…

Pero Emma no pudo terminar lo que quería decir ya que en ese momento empezaron a entrar en la casa.

Una vez que hubieran entrado todos, algo apretados, en la pequeña cocina y que Hermione hubo preparado una taza de té muy fuerte para la señora Weasley, en el que su marido insistió.en echar unas gotas de «whisky envejecido de Ogden», Bill le entregó el periódico a su padre. Éste echó un vistazo a la primera pagina mientras Percy atisbaba por encima de su hombro.

—Me lo imaginaba —dijo reposlando el señor Weasley—. «Errores garrafales del Ministerio… los culpables en libertad… falta de seguridad… magos tenebrosos yendo por ahí libremente… desgracia nacional…» ¿Quién ha escrito esto? Ah, claro… Rita Skeeter.

—¡Esa mujer la tomó contra el Ministerio de Magia! —exclamó Percy furioso—. La semana pasada dijo que perdíamos el tiempo con nimiedades referentes al grosor de los calderos en vez de acabar con los vampiros. Como si no estuviera expresamente establecido en el parágrafo duodécimo de las Orientaciones para el trato de los seres no mágicos parcialmente humanos…

—Haznos un favor, Percy —le pidió Bill, bostezando—, cállate

—Me mencionan —dijo el señor Weasley, abriendo los ojos tras las gafas al llegar al final del artículo de El Profeta.

—¿Dónde? —balbuceó la señora Weasley, atragantándose con el té de whisky—. ¡Si lo hubiera visto, habría sabido que estabas vivo!

—No dicen mi nombre —aclaró el señor Weasley—. Escucha: «Si los magos y brujas aterrorizados que aguardaban ansiosamente noticias del bosque esperaban algún aliento proveniente del Ministerio de Magia, quedaron tristemente decepcionados. Un oficial del Ministerio salió del bosque poco tiempo después de la aparición de la Marca Tenebrosa diciendo que nadie había resultado herido, pero negándose a dar más información. Está por ver si su declaración bastará para sofocar los rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque una hora más tarde.» Vaya, francamente… —dijo el señor Weasley exasperado, pasándole el periódico a Percy—. No hubo ningún herido, ¿qué se supone que tendría que haber dicho? «Rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque…» Desde luego, habrá rumores después de publicado esto.

Exhaló un profundo suspiro.

—Molly, voy a tener que ir a la oficina. Habrá que hacer algo.

—Iré contigo, papá —anunció gravemente Percy—. El señor Crouch necesitará todas las manos disponibles. Y podré entregarle en persona mi informe sobre los calderos.

Salió aprisa de la cocina.

La señora Weasley parecía angustiada.

—¡Arthur, te recuerdo que estás de vacaciones! Esto no tiene nada que ver con la oficina. ¿No se las pueden arreglar sin ti?

—Tengo que ir, Molly —insitió el señor Weasley—. Por culpa mía están peor las cosas. Me pongo la túnica y me voy…

—Señora Weasley —dijo de pronto Harry—, ¿no ha llegado Hedwig trayéndome una carta?

¿Hedwig, cariño? —contestó la señora Weasley como distraída—. No… no, no ha habido correos.

Ron, Emma y Hermione miraron a Harry con curiosidad. Harry les dirigió una significativa mirada y dijo:

—¿Te parece bien que deje mis cosas en tu habitación, Ron?

—Sí, claro… Subo contigo —respondió Ron de inmediato—. Emma, Hermione…

—Vamos con ustedes —respondieron ambas.

Harry, bajo la intensa mirada de Thomas, tomó a Emma de la mano y junto a Ron y Hermione salieron de la cocina y subieron la escalera.

—¿Qué pasa, Harry? —preguntó Ron en cuanto cerraron tras ellos la puerta de la habitación de la buhardilla.

—Hay algo que no les he dicho —explicó Harry—: cuando desperté el domingo por la mañana, la cicatriz me volvía a doler.

Emma miró a Harry con preocupación. No encontraba razón alguna para que le doliera si Voldemort no estaba cerca.

Hermione ahogó un grito y comenzó de inmediato a proponer cosas, mencionando varios libros de consulta y a todo el mundo al que se podía recurrir, desde Albus Dumbledore a la señora Pomfrey, la enfermera de Hogwarts.

Ron se había quedado atónito.

—Pero… él no estaba allí… ¿o sí? ¿Estaba por allí Quien-tú-sabes? Quiero decir… la anterior vez que te dolió la cicatriz era porque él estaba en Hogwarts, ¿no?

—Estoy seguro de que esta vez no estaba en Privet Driver —dijo Harry—. Pero yo había estado soñando con él… con él y Peter… ya saben, Colagusano. Ahora no puedo recordar todo el sueño, pero sí me acuerdo de que hablaban de matar… a alguien.

—¿Matarte? —susurró Emma sólo para que Harry lo escuchará—. ¿Hablaban sobre matarte? —Harry asintió levemente.

—Sólo fue un sueño —afirmó Ron para darle ánimos—. Una pesadilla nada más.

—Sí… pero ¿seguro que no fue nada más? —replicó Harry—. Es extraño, ¿no? Me duele la cicatriz, y tres días después los mortífagos se ponen en marcha y el símbolo de Voldemort aparece en el cielo.

—¡No… pronuncies… ese… nombre! —dijo Ron entre sus dientes apretados.

—¿Y recuerdan lo que dijo la profesora Trelawney al final de este curso? —siguió Harry, sin hacer caso a Ron.

Emma intentaba recordar una de las muchas cosas que había dicho su profesora, cuando Hermione lanzó un resoplido de burla.

—Harry, ¡no irás a prestar atención a lo que dijo aquel fraude!

—Tú no estabas allí —contestó Harry—. No la oíste. Aquella vez fue diferente. Ya te lo conté, entró en trance. En un trance de verdad. Y dijo que el Señor Tenebroso se alzaría de nuevo… más grande y más terrible que nunca… y que lo lograría porque su vasallo iba a regresar con él. Y aquella misma noche escapó Colagusano.

Se hizo un silencio durante el cual Ron hurgaba, sin darse cuenta, en un agujero que había en la colcha de los Chudley Cannons.

—¿Por qué preguntaste si había llegado Hedwig, Harry? —preguntó Hermione—. ¿Esperas carta?

—Le escribí a Sirius contándole lo de mi cicatriz —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. Espero su respuesta.

—¿Crees que Sirius pueda…?

—¡Bien pensado! —interrumpió Ron, y su rostro se alegró un poco—. ¡Seguro que Sirius sabe qué hay que hacer!

—Claro —dijo Emma forzando un sonrisa.

—Pero no sabemos dónde está Sirius… Podría estar en África o ve a saber dónde, ¿no? —opinó sensatamente Hermione—. Hedwig no va a hacer un viaje así en pocos días.

—Sí, ya lo se —admitió Harry.

—Vamos a jugar quidditch en el huerto, Harry —propuso Ron—. Vamos, seremos tres contra tres. Jugarán Bill, Charlie, Fred y George… Puedes intentar el «Amago de Wronski»…

—Ron —dijo Hermione, en tono de «no creo que estés siendo muy sensato»—, Harry no tiene ganas de jugar a quidditch justamente ahora… Está preocupado y cansado. Deberíamos ir todos a dormir.

—Sí que me apetece jugar quidditch —la contradijo Harry—. Vamos, tomaré mi Saeta de Fuego. ¿Vienes, Dai?

—No, lo siento —respondió Emma, frunciendo los labios—. Amelia y Thomas vinieron aquí para llevarme.

—¿Qué? —dijeron los tres a la vez.

—Sí, realmente no... —La castaña suspiró—. Pero no los puedo contradecir ahora.

—¿Entonces te vas? —preguntó Ron con tristeza.

—Nos veremos en King's Croos —aseguró Emma.

















EMMA YA LLEVABA UNOS DÍAS EN SU CASA. Al principio estuvo algo enojada por no dejarla quedarse en la casa de los Weasley junto a Harry, Ron y Hermione, pero al cabo de un rato se le paso.

—¡Vamos, baja de ahí! —le gritó Emma a su gato. Resulta que Félix se había subido al techo de la casa, y se había quedado acostado en el borde—. ¡Si te quedas sin madre será tu culpa! —dijo, mientras entraba a la casa para tomar una escalera.

—¿Por qué grita, señorita? —preguntaron Lolen y Sofía, quienes veían muy preocupadas a Emma—. Pensamos que le sucedió algo malo.

—Oh, yo me encuentro de maravilla —dijo Emma—, lo que pasa es que Félix se quedó acostado en el borde del techo y no quiere bajar. Tengo miedo de que se caiga, así que intentaré bajarlo yo.

—Señorita, es muy peligroso —se opuso Sara, poniendo cara de susto—. Se podría caer.

—Estaré bien —les aseguró Emma—, creo… —murmuró para sí misma.

Entre las tres sacaron la escalera y ambas mujeres se quedaron para ayudar a Emma. Pero tan pronto como tocaron el timbre y tuvieron que dejar sola a Emma.

—Félix, si hiciste esto apropósito te desheredo —amenazó Emma mientras subía la escalera.

Pero como siempre, algo tenía que salir mal. Emma se sujetó mal y resbaló. Ella ya se veía en el suelo con un dolor horrible del cuerpo, pero nunca llegó a tocar el suelo.

Oh merde —murmuró, sin abrir los ojos.

—Nunca me imaginé que la pequeña tuviera ese vocabulario —dijo una voz que ella no había escuchado desde hace dos años.

Abrió los ojos rápidamente y se encontró con su tío Alexander, sosteniéndola.

—¿Tío? —preguntó Emma, sin poder creérselo.

—El mismo e inigualable —respondió Alexander—. ¿Me extrañaste?

Emma se puso en pie y lo abrazó.

—¡Claro! —respondió—. ¿Vino mi tía contigo? Espera… ¿y Leila?

—Aquí estamos —contestó una voz femenina.

Emma dejó a su tío en segundo plano y corrió hasta su tía. La había extrañado demasiado, y aunque sabía que no era su tía por lazos sanguíneos, Emma la quería como si lo fuera.

—Pero mira lo mucho que has crecido —dijo Kiara, haciendo girar a Emma—. Yo deje a una niña de doce años, y mirá con lo que me encuentro: a toda una señorita.

—Te extrañe mucho, tía —susurró Emma.

Kiara estuvo a nada de responder, pero alguien la interrumpió:

—¡Emma! —exclamó una vocecita que la castaña desconocía, pero supuso saber de quien era.

—¿Leila? —preguntó, mirando a la pequeña niña rubia que estaba al lado de Amelia.

Leila ahora era una pequeña niña de tres años. Y si Emma era sincera, era muy linda, definitivamente era heredado de sus tíos.

La pequeña caminó con ayuda de su madre hasta Emma y la castaña la cargo en sus brazos.

—¡Eres preciosa! —dijo Emma, irradiando felicidad en ese momento.

Leila rio y comenzó a intentar quitarle a Emma la diadema que llevaba puesta. La castaña se la quitó y se la entregó a su primita.

Cuando Emma dejó en el suelo nuevamente a su prima, se dio cuenta de que Félix ya había bajado del techo. Emma lo cargó en brazos..

—¿Lo sabías, verdad? —le preguntó, mientras le acariciaba el pelaje.

Por primera vez en mucho tiempo Emma pasó una buena tarde en su casa. Tener a sus tíos y a su prima alegró a Emma como nunca. Tuvieron largas conversaciones sobre Hogwarts, y luego de un rato, Thomas sacó muy "disimuladamente" el tema sobre Harry.

Una linda tarde para Emma. Era algo que había necesitado.
















¿Y CÓMO VAN LAS COSAS CON ÉL?

Emma y Kiara se encontraban caminando hacia una tienda vestidos, ya que en la lista escolar les pedían una vestimenta formal.

—Bien, él es… —Emma suspiró—, él.

—Te ves muy enamorada —dijo Kiara con una sonrisa—. ¡Y te lo dije! ¡Ja! Gané. Ya no es tan amigo tuyo, ¿no?

Emma rio.

—Ya, pero hablando en serio —continuó su tía—, deberías tener cuidado, Emma. A veces el amor te llega a cegar de la verdad.

—¿A qué te refieres? —se extrañó la castaña.

—Los hombres te pueden hacer caer en sus encantos y luego traicionarte como nunca pensaste —explicó Kiara—. ¡No más preguntas! —dijo repentinamente, cuando llegaron a la entrada de la tienda—. Hora de dar a relucir tu belleza a más no poder.

Entraron en la tienda y se encontraron con una cantidad impresionante de vestidos de todo tipo.

Buscaron y probaron por horas, pero ninguno llegaba a convencer a Emma.

—Nunca encontraré nada —suspiró Emma frustrada, recargándose en la pared del vestidor.

—Pequeña, creo que lo encontré —la llamó Kiara, llevando un vestido detrás de ella. Cuando lo mostró Emma quedó encantada— Es perfecto, ¿a que sí?

—Ya lo creo.

Era un vestido azul, largo, con unas pequeñas mangas, y no tan apretado al cuerpo. Era lo que Emma buscaba desde que llego a la tienda.

La castaña entró y se probó el vestido. Salió al cabo de un rato y se miró en el espejo.

—A mi me encanta —dijo Kiara, sosteniéndola por los hombros—. Pero aquí lo importante es ¿tú te sientes cómoda?

Emma asintió mientras admiraba su reflejo en el espejo. No podía creer que ya tuviera catorce años. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo.

La castaña se quitó el vestido, se puso nuevamente su ropa, pagaron y regresaron a su casa. Claro, después de comprar las zapatillas de tacón de Emma (aunque ella se hubiera negado más de una vez a no comprarlas) y uno que otro accesorio.

. . . .

Yo no soy alguien a la que le guste poner fotos como tales en los capítulos, pero esta vez es algo necesario.

Les pondré una imagen para que se den una idea de como es el vestido de Emma.

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