10. Fear in the camp
MIEDO EN EL CAMPAMENTO
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Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de faroles, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había entorno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse. No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido.
Harry se sentó al lado de Emma, quien ya se había quedado dormida, y colocó la cabeza de su novia en su hombro.
El señor Weasley dio por finalizado el análisis del partido cuando vio a Emma y a Ginny, que habían caído dormidas desde hace un buen rato. Entonces los mandó a dormir. Harry despertó muy cuidadosamente a Emma, y, después de despedirse, ella, Hermione y Ginny se metieron en su tienda.
Emma se colocó su pijama y subió a una de las literas que habían en la tienda. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.
A la castaña se le había quitado el sueño repentinamente, o también podía ser porque desde que es pequeña, siempre que la despertaban le era bastante difícil volver a consiliar el sueño.
Emma estuvo mirando el techo de la tienda un buen rato mientras su mente divagaba en los recuerdos de Amelia y Thomas.
Todavía los amaba, sí. Creció con ellos. Los vio como sus padres por trece años. Pero ahora que sabía la verdad todo era muy raro en esa casa desde que había vuelto. Emma no sabía si en algún futuro cambiaría su apellido por el verdadero. Emma Walk no sonaba mal, pero desde que tenía memoria se considero una Williams. La conocieron como Emma Williams. Su vida había cambiado completamente desde que descubrió la verdad, y tenía muchas cosas que afrontar en un futuro.
Emma no sabía a ciencia cierta cuando se había quedado dormida, lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.
—¡Levántense, niñas! Deprisa… ¡es urgente! ¡Emma, Hermione, Ginny!
Emma se incorporó de golpe y se golpeó la cabeza con la lona del techo.
—¿Qué sucede? —preguntó.
Intuyó que algo malo sucedía porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos y gente que corría.
La castaña bajó de la litera y tomó un abrigo que tenía a la mano.
—¡Rápido, chicas! —gritó el señor Weasley.
Ginny y Hermione tomaron sus batas de pijama y las tres salieron detrás del señor Weasley. Al mismo tiempo vieron salir de la tienda de los chicos a Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.
Lo que vio dejó completamente aterrorizada a Emma.
A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Parecía que no tuvieran rostro, pero en realidad iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adaptando formas grotescas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.
—Vamos a ayudar al Ministerio —gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido, arremangándose el también—. Ustedes vayan al bosque, y no se separen. ¡Cuando hayamos solucionado esto iré a buscarlos!
Bill, Charlie y Percy se precipitaron al encuentro de la multitud. El señor Weasley corrió tras ellos. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.
—Vamos —dijo Fred, agarrando a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.
Los gemelos también hubieran tomado a Emma y se la hubieran llevado con ellos, pero sabían que con Harry cerca no le sucedería nada, además, sabían que ella era muy capaz de defenderse sin ayuda.
Harry tomó a Emma de la mano y junto a Ron, Hermione y George los siguieron. Al llegar a los primeros árboles volvieron la vista atrás. La multitud seguía creciendo. Distinguieron a los magos del Ministerio, que intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta los encapuchados que iban en el centro: les estaba costando trabajo.
Las farolas de colores que habían iluminado el camino al estadio estaban apagados. Oscuras siluetas daban tumbos entre los árboles, y se oía el llanto de niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Emma avanzaba con dificultad, ya que varias personas la iban empujando. Harry la apegó más a él, y entonces escucharon a Ron gritar de dolor.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Hermione nerviosa, deteniéndose tan de repente que Harry y Emma chocaron con ella.
—¿Ron? —lo llamó Emma—. ¿Dónde estás?
—Que idiotez… —murmuró Hermione.
—¡Lumos! —dijeron ambas chicas a la vez.
Las varitas se encendieron, y sus haz de luz se proyectaron en el camino. Ron estaba echado en el suelo.
—He tropezado con la raíz de un árbol —dijo de malhumor, volviendo a ponerse en pie.
—Bueno, con pies de ese tamaño, lo difícil sería no tropezar —dijo detrás de ellos una voz que arrastraba las palabras.
Harry, Ron, Emma y Hermione se volvieron con brusquedad. Draco Malfoy estaba solo, cerca de ellos, apoyado tranquilamente en un árbol. Tenía los brazos cruzados y parecía que había estado contemplando todo lo sucedido desde un hueco entre los árboles.
Ron mandó a Malfoy a hacer algo que, como bien sabía Emma, nunca habría dicho delante de su madre.
—Cuida esa lengua, Weasley —le respondió Malfoy, con un brillo en los ojos—. ¿No sería mejor que echaran a correr? No les gustaría que la vieran, supongo…
Señaló a Hermione con un gesto de la cabeza, al mismo tiempo que desde el camping llegaba un sonido como de una bomba y un destello de luz verde iluminaba por un momento los árboles que había a su alrededor.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Hermione desafiante.
—Que van detrás de los muggles, Granger —explicó Malfoy—. ¿Quieres ir por el aire enseñando los calzones? No tienes más que darte una vuelta… Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.
—¡Hermione es bruja! —exclamó Emma.
—Sigue tu camino, Williams —dijo Malfoy sonriendo maliciosamente—. Pero si crees que no pueden distinguir a una sangre sucia, quédate aquí.
—¡Te voy a lavar la boca! —gritó Ron. Todos los presentes sabían que sangre sucia era una denominación muy ofensiva para referirse a un mago o bruja que tenía padres muggles.
—No importa, Ron —dijo Hermione rápidamente, agarrándolo del brazo para impedirle que se acercara a Malfoy.
Desde el otro lado de los árboles llegó otra explosión, más fuerte que cualquier de las anteriores. Cerca de ellos gritaron algunas personas.
Malfoy soltó una risita.
—Qué fácil es asustarlos, ¿verdad? —dijo con calma—. Supongo que papá les dijo que se escondieran. ¿Qué pretende? ¿Rescatar a los muggles?
—¿Dónde están tus padres? —preguntó Harry, a quien le hervía la sangre—. Tendrán una máscara puesta, ¿no?
Malfoy se volvió hacia Harry, sin dejar de sonreír.
—Bueno, si así fuera, me temo que no te lo diría, Potter.
—Vámonos —los apremió Emma, tirándole a Malfoy una mirada de asco.
—Tenemos que buscar a los otros —añadió Hermione.
—Mantén agachada tu cabezota, Granger —dijo Malfoy con desprecio.
—Mantén cerrada tu bocota, Malfoy —espetó Emma, haciendo un gesto grosero con la mano. Ciertamente ella odiaba ese tipo de gesto, pero Malfoy simplemente la sacaba de quicio.
—No entiendo como Potter está con alguien que hace ese tipo de gestos, Williams. ¿No se supone que eres el ejemplo a seguir de las niñas en Hogwarts? Se decepcionarían mucho si te vieran ahora —dijo Malfoy, sonriendo en grande.
—Vete a la mierda, Malfoy —le dijo Emma. No lo pudo evitar. Sentía que le hervía la sangre.
Harry, Ron y Hermione la vieron sorprendidos. Nunca, en todo el tiempo que la conocían, la habían escuchado decir algo así.
—Vámonos —repitió Hermione arrastrando a Harry, Ron y Emma.
—¡Les apuesto lo que quieran a que su padre es uno de los enmascarados! —exclamó Ron, furioso.
—¡Bueno, con un poco de suerte, el Ministerio lo atrapará! —repuso Hermione enfáticamente—. ¿Dónde están los otros?
Fred, George y Ginny habían desaparecido, aunque el camino estaba abarrotado de gente que huía sin dejar de echar nerviosas miradas por encima del hombro hacia el campamento.
Un grupo de adolescentes en pijama discutía a voces, un poco apartados del camino. Al ver a Harry, Ron, Emma y Hermione, una muchacha de pelo espeso y rizado se volvió y les preguntó rápidamente:
—Où est Madame Maxime? Nous I'avons perdue…
—Eh… ¿qué? —preguntó Ron.
—Je suis désolé, nous ne connaissons pas de Madame Maxime —respondió Emma.
—¡Oh…! —dijo la muchacha—. Merci quand même.
La muchacha que acababa de hablar les dio la espalda, y, cuando reemprendieron la marcha, la oyeron decir claramente:
—«Ogwarts».
—Beauxbatons —murmuraron Emma y Hermione.
—¿Cómo? —dijo Harry.
—Probablemente sean de Beauxbatons —susurró Emma.
—Ya saben: la Academia de Magia Beauxbatons… —explicó Hermione—. Hemos leído algunas cosas sobre ella en Evaluación de la educación mágica en Europa.
—Ah… Ya… —respondió Harry.
—¿No entendiste nada, verdad? —preguntó Emma.
Harry sólo sonrió tímidamente mientras se encogía de hombros.
—Fred y George no pueden haber ido muy lejos —dijo Ron, que sacó la varita mágica, la encendió como la de las chicas y entrecerrón los ojos para ver mejor a lo largo del camino.
—No, no lo puedo creer… —dijo Harry—. ¡He perdido la varita!
—¿Bromeas?
—¿Es un chiste, cierto?
Ron, Emma y Hermione levantaron las suyas lo suficiente para iluminar el terreno a cierta distancia.
—A lo mejor la has dejado en la tienda —dijo Ron.
—O tal vez se ha caído del bolsillo mientras corríamos —sugirió Hermione, nerviosa.
—Sí —respondió Harry—, tal vez…
Un crujido los asustó a los cuatro, provocando que Emma apuntara con su varita al lugar de dónde provenía el ruido. Winky, la elfina doméstica, intentaba abrirse paso entre los matorrales. Se movía de manera muy rara, con mucha dificultad, como si una mano invisible la sujetara por la espalda.
—¡Hay magos malos por ahí! —chilló como loca, mientras se inclinaba hacia delante y trataba de seguir corriendo—. ¡Gente en lo alto! ¡En lo alto del aire! ¡Winky prefiere salir de la vista!
Y se metió entre los árboles del otro lado del camino, jadeando y chillando como si tratara de vencer la fuerza que la empujaba hacia atrás.
—Pobre —se lamentó Emma.
—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Ron, mirando con curiosidad a Winky mientras ella escapaba—. ¿Por qué no puede correr con normalidad?
—Me imagino que no le dieron permiso para esconderse —explicó Harry.
—¿Saben? ¡Los elfos domésticos llevan una vida muy dura! —dijo, indignada, Hermione—. ¡Es esclavitud, eso es lo que es! Ese señor Crouch la hizo subir a lo alto del estadio, aunque a ella la aterrorizara, ¡y la ha embrujado para que ni siquiera pueda correr cuando aquéllos están arrasando las tiendas de campaña! ¿Por qué nadie hace nada al respecto?
—Bueno, los elfos domésticos son felices así, ¿no? —observó Ron—. Ya oíste a Winky antes del partido: «La diversión no es para los elfos domésticos…» Eso es lo que le gusta, que la manden.
—Es gente como tú, Ron—–explicó Hermione, acalorada—, la que mantiene estos sistemas injustos y podridos, simplemente porque son demasiado perezosos para…
Oyeron otra fuerte explosión proveniente del otro lado del bosque.
—¿Qué tal si seguimos? —propuso Ron.
Siguieron el oscuro camino internándose en el bosque más y más, todavía tratando de encontrar a Fred, George y Ginny. Pasaron junto a unos duendes que se reían a carcajadas, reunidos alrededor de una bolsa de monedas de oro que sin duda habían ganado apostando en el partido, y que no parecían dar ninguna importancia a lo que ocurría en el camping. Poco después llegaron a una zona iluminada por una luz plateada, y al mirar por entre los árboles vieron a tres veelas altas de pie en un claro del bosque, rodeadas por un grupo de jóvenes magos que hablaban a voces.
—Yo gano cien galeones al día —gritaba uno de ellos—. Me dedico a matar dragones a cuenta de la Comisión para las Criaturas Peligrosas.
—De eso nada —le gritó su amigo—: tú te dedicas a lavar platos en el Caldero Chorreante. Pero yo soy cazador de vampiros. Hasta ahora he matado a unos noventa…
Un tercer joven, cuyos granos eran visibles incluso a la tenue luz plateada que emitían las veelas, lo cortó:
—Yo estoy a punto de convertirme en el ministro de Magia más joven de todos los tiempos.
Emma estaba completamente segura de que todo eso era una mentira. De hecho, recordaba que Harry le había contado sobre el autobus noctámbulo, y él era el cobrador.
Sintió un codazo y la castaña volvió su vista a Ron. Éste había adoptado una extraña expresión relajada, y un segundo después su amigo decía en voz muy alta:
—¿Les he contado que he inventado una escoba para ir a Júpiter?
Emma río por lo bajo. Era increíble escuchar lo que decían para intentar impresionar a las veelas.
—¡Lo que hay que oír! —exclamó Hermione con un resoplido, y entre ella, Harry y Emma agarraron firmemente a Ron, le dieron media vuelta y siguieron caminando.
Para cuando las voces de las veelas y sus tres admiradores se habían apagado, se encontraban en lo más profundo del bosque. Estaban solos, y todo parecía mucho más silencioso.
Emma miró a su alrededor.
Las manos de ella y Harry seguían unidas.
—Creo que podríamos aguardar aquí —dijo Harry—. Podemos oír a cualquiera a un kilómetro de distancia.
Apenas había acabado de decirlo cuando Ludo Bagman salió de detrás de un árbol, justo delante de ellos.
Incluso a la débil luz de las tres varitas, Emma pudo apreciar que Bagman estaba muy cambiado. Había perdido su aspecto alegre, su rostro ya no tenía aquel color sonrosado y parecía como si le hubieran quitado los muelles de los pies. Se le veía pálido y tenso.
—¿Quién está ahí? —dijo pestañeando y tratando de distinguir sus rostros—. ¿Qué hacen aquí solos?
Se miraron unos a otros, sorprendidos.
—Bueno, en el campamento hay una especie de disturbio —explicó Ron.
Bagman lo miró.
—¿Qué?
—El camping. Unos cuantos han atrapado a una familia de muggles…
Bagman lanzó un juramento:
—¡Maldición! —dijo, muy preocupado, y sin otra palabra desapareció haciendo «¡plin!».
—No se puede decir que el señor Bagman esté a la última, ¿verdad? —observó Hermione frunciendo el entrecejo.
—Pero fue un gran golpeador —puntualizó Ron, que salió del camino para dirigirse a un pequeño claro; se sentó en la hierba seca, al pie de un árbol—. Las Avispas de Wimbourne ganaron la liga tres veces consecutivas estando él en el equipo.
—¿Qué tiene que ver el quidditch aquí? —preguntó Emma, frunciendo levemente los labios.
Ron se encogió de hombros y luego sacó del bolsillo la pequeña figura de Krum, lo posó en el suelo y lo observó caminar durante un rato.
—Espero que los otros estén bien —dijo Hermione después de un rato.
—Estarán bien —afirmó Ron.
—Realmente espero eso —dijo Emma.
—¿Te imaginas que tu padre atrapara a Lucius Malfoy? —dijo Harry, sentándose junto a Emma en el suelo—. Siempre ha dicho que le gustaría atraparlo.
—Eso borraría la sonrisa de satisfacción de la cara de Draco —comentó Ron
—¿Pero y los muggles? —dijo Emma con nerviosismo—. ¿Y si no pueden bajarlos? Ahí habían dos niños… Ellos no merecen eso.
—Podrán bajarlos —le aseguró Ron—. Hallarán la manera.
—Es una idiotez hacer algo así cuando todo el Ministerio de Magia está por allí —declaró Hermione—. Lo que quiero decir es que ¿cómo esperan salirse con la suya? ¿Creen que habrán bebido, o simplemente…?
Pero de repente dejó de hablar y miró por encima del hombro. Los demás se apresuraron a mirar también. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.
—¿Quién es? —llamó Harry.
Sólo se oyó el silencio. Harry soltó la mano de su novia, se puso en pie y miró hacia el árbol.
La respiración de Emma se agitaba y comenzaba a ponerse demasiado nerviosa.
—¿Quién está ahí? —preguntó Harry.
Y entonces, sin previo aviso, una voz diferente de cualquier otra que hubieran escuchado en el bosque desgarró el silencio. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que parecía más bien un conjuro:
—¡MORSMORDRE!
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