XIV. The day after darkness

XIV.

—Iré a ver cómo están todos —susurró Remus antes de salir de la habitación.

Asentí y lo vi alejarse, pero apenas un momento después, Pólux apareció en la puerta. Se apoyó en el marco y me miró, una pequeña sonrisa en sus labios.

—Sabes, por alguna razón, Kreacher no me dejó entrar aquí, cuando ustedes fueron a buscar a Harry —dijo Pólux con un tono de broma—. Aunque noté que cuando él me vio, mencionó el nombre de mi padre.

Lo miré en silencio por un momento, sintiendo la conexión que tenía con él. Mi voz se suavizó cuando respondí:

—Te pareces mucho a él —dije con una mini sonrisa, aunque la tristeza no dejaba de pesar sobre mi pecho.

Pólux asintió, pensativo, y se acercó un poco más, como si buscara algo en el aire que no podía comprender.

—Creo que por más que intente no puedo evitarlo. Siempre se siente como si parte de él viviera en mí —respondió, mirando hacia el suelo, algo distante.

Me quedé en silencio, dándole tiempo para pensar. La figura de su padre era algo que ambos llevábamos con nosotros, y eso parecía pesar tanto para él como lo hacía para mí.

En ese momento, Hermione también entró en la habitación, su mirada curiosa y atenta.

—¿Cómo era él? —preguntó Hermione suavemente, como si la pregunta le costara.

Miré a ambos, Pólux y Hermione, y luego bajé la mirada hacia el suelo. Una mini sonrisa, llena de nostalgia, apareció en mi rostro mientras recordaba los momentos que compartí con Regulus. Un suspiro escapó de mis labios antes de que pudiera responder.

—Era... una mezcla de firmeza y dulzura —empecé, con la voz baja, como si las palabras pudieran romperse—. Siempre pensaba en los demás, incluso si a veces no lo demostraba. Era protector, pero al mismo tiempo, su corazón guardaba mucho más de lo que parecía. Un verdadero enigma, en muchos sentidos.

Pólux asintió lentamente, como si las palabras resonaran con algo dentro de él. Hermione, por su parte, parecía absorver cada palabra con una intensidad que me sorprendía.

(...)

La noche continuó. Habíamos mandado a los niños a dormir, aunque algunos de ellos no tardaron en irse a la cama, la energía en la casa aún se sentía cargada. Todos parecían estar en sus pensamientos, procesando lo ocurrido. Yo, sin embargo, no lograba tranquilizarme.

Me quedé en silencio, sentada junto a la ventana, mirando la oscuridad afuera. Un frío sutil se filtraba por los cristales, pero no era eso lo que me mantenía despierta. Mi mente se encontraba atrapada en pensamientos que no podía callar.

Pensé en Jasper. Recordé la invitación para jugar béisbol. Él había sido tan amable, tan insistente en que me uniera a ellos. Pero no podía evitar sentirme culpable. Él no entendería por qué no salí con él, por qué había decidido quedarme aquí. Sabía que su amor por mí era genuino, y eso me hacía sentir aún más complicada.

Sacudí la cabeza, tratando de despejarme. Me sentía atrapada entre dos mundos. Uno donde mi deber era proteger a quienes amaba, y otro donde mis propios sentimientos me llevaban hacia él, hacia Jasper. ¿Cómo podría explicarle que, aunque me importaba, había algo más grande en juego?

Me recosté finalmente, cerrando los ojos con fuerza, pero el sueño parecía estar lejos. La tensión en el aire se sentía densa, como si todo lo que había ocurrido, todo lo que aún no se había resuelto, se reflejara en esa quietud. Mi mente seguía dando vueltas, y aunque el cansancio me vencía, no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido, y en lo que me esperaba.

El dolor de no saber qué hacer, de no saber si las decisiones que tomaba eran las correctas, me pesaba más de lo que imaginaba. ¿Podría mantener todo en equilibrio? ¿Podría encontrar una manera de estar con Jasper, mientras aún protegía todo lo que más quería?

Me volví a girar hacia la ventana, mirando la luna llena que brillaba en el cielo. Y, por un momento, sentí que todo estaba en su lugar. Aunque todo parecía estar fuera de control, tal vez había algo en mi interior que sabía que las cosas se acomodarían eventualmente.

(...)

A la mañana siguiente, todos habíamos despertado, aunque la tensión de los últimos días seguía en el aire. Aún con el cansancio de la noche, traté de arrancarme los pensamientos que me perseguían. La casa estaba tranquila, aunque el peso de todo lo que había sucedido parecía colgar sobre cada uno de nosotros.

Antes de bajar al comedor, decidí llamar a Kreacher. Le pedí que enviara un mensaje a Jasper, explicándole que no iba a poder asistir al juego de béisbol. Sabía que él no lo entendería completamente, pero tenía que decirle. Kreacher no estaba muy contento con la idea, claro, siempre me hacía saber lo poco que le gustaba todo lo relacionado con la tecnología muggle, pero al final aceptó, aunque con varios gruñidos.

Bajé las escaleras hacia el comedor, donde ya se estaba sirviendo el desayuno. La casa, aunque tranquila, tenía una especie de energía tensa. Todos estaban en sus propios pensamientos, como si intentaran hallar la paz en medio del caos.

—Ven, Emily, come algo —me dijo Molly, sonriendo mientras me indicaba una silla.

Asentí con una ligera sonrisa, agradecida por la invitación. Tomé una taza de café, intentando que el aroma me despejara, y me serví algo de pan con mermelada. Mientras me sentaba, mis ojos cayeron sobre el Diario del Profeta, que descansaba sobre la mesa, con la primera plana mostrando una foto de Harry junto a Dumbledore. La noticia, más que cualquier otra, me hizo fruncir el ceño. Hablaban sobre la posible renuncia del Ministro de Magia, lo cual no era tan sorprendente si uno pensaba en lo que había ocurrido en el ministerio. Pero, irónicamente, me hizo pensar en lo pequeño que todo parecía cuando se trataba de la política mágica, comparado con lo que enfrentábamos a diario.

Mientras comía en silencio, observé a los demás. Todos parecían estar inmersos en sus propios pensamientos, como si la noticia del día no les afectara lo suficiente como para hablar de ello. Me pregunté si las cosas se estarían normalizando en el mundo mágico, o si más bien, nos encontrábamos a las puertas de una nueva tormenta.

Al mirarlos a todos, recordé que Jasper probablemente estaría preocupado por mí. Quizá entendiera que tenía mis razones, pero aún así me sentía mal por no poder estar con él. Sin embargo, había cosas más grandes en juego, y las prioridades no siempre son fáciles de organizar.

La sala se mantenía en silencio, y aunque parecía que todo marchaba bien en la superficie, sabía que todos estábamos esperando que algo más ocurriera, algo más grande que cambiaría la dirección de nuestras vidas.

Después del desayuno, las cosas comenzaron a moverse rápidamente. Sabíamos que tenía que llegar el momento de llevar a los chicos de vuelta a Hogwarts. La escuela los esperaba, y aunque todos parecían aliviados por la pausa que habíamos tenido, era inevitable que las preocupaciones volvieran a tomar su lugar en nuestras mentes.

Remus y Kingsley se encargaron de hacer el viaje. Los demás, a su manera, empezaron a retirarse poco a poco. Cada uno tenía sus propios asuntos que atender, pero lo que más me impactó fue lo rápido que la mansión volvió a quedar en silencio. La atmósfera de la casa, tan viva con las conversaciones y risas, se desvaneció, dejando solo la soledad. Una soledad que ya comenzaba a abrazarme de nuevo, familiar y amarga.

Cuando la puerta principal se cerró, con el sonido de los últimos pasos de los chicos resonando, sentí como el peso de la casa recaía sobre mis hombros. Era mi hogar, pero en momentos como este, sentía como si fuera más bien una prisión.

En ese momento, Kreacher apareció de la nada, como si su presencia estuviera siempre esperando el momento adecuado para aparecer. No necesitaba ser llamado para cumplir con su tarea de mantener la casa, y por supuesto, sus comentarios no podían faltar.

—Al fin, se fueron todas esas basuras inmundas —dijo, frunciendo el ceño, mientras sacudía la cabeza como si se librara de una carga pesada.

Reí por primera vez en el día, una risa suave pero reconfortante. Kreacher siempre tenía esa capacidad de hacerme sonreír, incluso en los momentos más oscuros.

—No seas cruel, Kreacher —respondí, dándole una mirada burlona.

—Sí, lo siento, Ama —dijo, su voz suavizándose de inmediato, como si en verdad se sintiera mal.

El caos de la mañana se había ido, y ahora solo quedaba el eco de la paz... y la pesada carga de lo que vendría. Pero por un breve momento, con Kreacher allí y el sol comenzando a colarse por las ventanas, sentí un ligero respiro. Aunque la soledad era algo que me solía rodear, saber que no estaba completamente sola, aunque fuera por un instante, me hizo sentir menos abrumada.

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