X. Goldilocks

X.

Al rato, ambos estábamos acostados en el suelo, rodeados por las flores silvestres que se mecían suavemente con la brisa.

El sonido de la cascada al fondo era relajante, casi hipnótico, y por un momento me permití cerrar los ojos, disfrutando de la sensación de la hierba fría contra mi piel.

—¿Me contarás tu historia? —pregunté de repente, girando el rostro para mirarlo—. De cómo te convirtieron y todo eso.

Jasper permaneció en silencio por un instante, como si sopesara su respuesta.

Entonces, asintió.

—No es una historia bonita —advirtió con voz baja.

—No espero que lo sea.

Él sonrió de lado, sin verdadero humor, antes de desviar la vista hacia el cielo.

—Nací en Texas, en 1843. Me uní al ejército cuando tenía diecisiete años, mentí sobre mi edad para alistarme… pero no importó, porque me ascendieron rápidamente. Siempre tuve facilidad para liderar, para inspirar a otros a seguirme. Me entrenaron para la guerra y, cuando llegó la Guerra Civil, fui promovido a mayor.

Me quedé en silencio, escuchándolo con atención. No me sorprendía saber que había sido un líder militar, su porte y su forma de hablar siempre habían transmitido autoridad.

—Una noche, cuando patrullaba cerca de Galveston, vi a tres mujeres… eran las más hermosas que había visto en mi vida —continuó con un deje de nostalgia amarga en la voz—. No sabía en ese momento que eran vampiros. María, la líder, me vio como un recurso valioso, alguien que podía ayudarle a crear y controlar un ejército.

—¿Ejército? —pregunté con el ceño fruncido.

Jasper asintió.

—María era parte de las guerras entre neófitos en el sur. Allí, los vampiros luchaban por el control del territorio. Creaban nuevos vampiros porque eran más fuertes al principio, pero luego los destruían cuando se volvían incontrolables. Yo fui convertido para entrenarlos… y también para eliminarlos cuando ya no servían.

Me estremecí.

—¿Cuánto tiempo estuviste con ellos?

—Décadas —respondió con voz tensa—. Durante años, fui la mano derecha de María. Creé docenas de neófitos, entrené a cientos… y maté a muchos más.

Lo dijo sin emoción, pero pude notar la sombra de culpa en sus ojos dorados.

—¿Y cómo saliste de ahí?

Jasper soltó una pequeña risa sin alegría.

—No soportaba más la sangre, la violencia… la desesperación de los neófitos cuando se daban cuenta de que su existencia tenía fecha de caducidad. Fue Peter, un antiguo neófito que había escapado con su compañera, quien me mostró que había otra forma de vivir. Me llevó con él… y por primera vez vi vampiros que no mataban por placer.

—¿Ahí conociste a los Cullen?

—No de inmediato —negó con la cabeza—. Pasé años vagando, consumido por la culpa, sin saber qué hacer conmigo mismo. Hasta que encontré a Alice.

El simple hecho de mencionarla hizo que una leve sonrisa se dibujara en su rostro.

—Ella me estaba esperando. Me dijo que había visto a mi compañera, mi pareja destinada... A tí. También dijo que encontraríamos una familia... y me llevó con Carlisle.

Su voz se suavizó al decir el nombre del doctor, y supe que realmente lo respetaba.

—Carlisle me enseñó otra forma de vida. Me dio una oportunidad de redimirme.

Se hizo el silencio entre nosotros. No sabía qué decir.

Su historia era brutal, marcada por la guerra y la sangre, pero también por redención y segundas oportunidades.

Jasper desvió la vista hacia mí, estudiando mi expresión.

—¿Qué piensas?

Suspiré, eligiendo mis palabras con cuidado.

—Que debió ser un infierno. Y que… —hice una pausa—, aunque no puedas cambiar tu pasado, al menos ahora tienes la oportunidad de hacer algo diferente.

Jasper me miró con intensidad.

—Eso intento.

Su tono era casi un susurro, pero el peso de sus palabras quedó suspendido entre nosotros.

Y por primera vez desde que lo conocí, comprendí que, detrás de su apariencia tranquila y su sonrisa encantadora, había un hombre que aún luchaba con su propia oscuridad.

Un hombre que, pese a todo, estaba decidido a encontrar la luz.

—Aun así, siento que todo valió la pena, porque Alice no se equivocó... —dijo Jasper en un susurro mientras su fría mano acariciaba suavemente mi mejilla—. Porque ahora estás aquí, a mi lado.

Un escalofrío recorrió mi piel, pero no por la frialdad de su toque, sino por la intensidad en su mirada.

Sentí cómo mis mejillas ardían.

Estaba sonrojada.

Por Merlín…

Me incorporé rápidamente, apartándome con torpeza mientras aclaraba mi garganta en un intento desesperado de disimular mi nerviosismo.

—E-Es bonito ver que confías en Alice —dije, desviando la mirada hacia la cascada—. Después de todo, sin ella no estarías aquí… ni con los Cullen… ni… —Ni conmigo, quise decir, pero las palabras se me quedaron atoradas en la garganta.

Jasper sonrió de lado, como si supiera exactamente lo que estaba evitando decir.

—Alice siempre ha visto cosas que los demás no —murmuró con calma, sin apartar sus ojos dorados de mí—. Y si ella vio esto… entonces estoy seguro de que es por algo.

Mi corazón latía con fuerza, aunque intenté ignorarlo.

Me concentré en la brisa fresca, en el sonido del agua cayendo y en la forma en que las flores se mecían a nuestro alrededor.

Pero nada lograba calmar los nervios que me provocaba Jasper Hale.

Sentí su presencia moverse a mi lado, y antes de que pudiera reaccionar, una flor blanca apareció frente a mí, sostenida entre sus dedos.

—Para ti —dijo con suavidad, extendiéndomela.

Tomé la flor con cuidado, observándola en silencio.

¿Por qué hacía esto? ¿Por qué intentaba enamorarme con tanta paciencia y determinación?

Yo… No podía corresponderle.

No debía.

Tomé la flor con dedos temblorosos, sintiendo la suavidad de sus pétalos entre mis manos.

—G-Gracias… —murmuré, mi voz apenas un susurro.

Jasper dejó escapar una risa ligera, divertida, como si mi nerviosismo le resultara encantador en lugar de desconcertante.

—Por cierto —dijo de repente, inclinándose ligeramente hacia mí—, mañana pasaré por ti para ir al instituto.

Fruncí el ceño, abriendo la boca para protestar, pero antes de que pudiera decir una palabra, él ya se estaba incorporando.

—¡No acepto un no como respuesta! —exclamó con una sonrisa traviesa mientras comenzaba a alejarse.

Me quedé sentada, mirando su silueta moverse con elegancia entre las flores, con su cabello dorado brillando bajo la luz del sol filtrándose entre los árboles.

Genial… otra vez con esa frase.

Solté un suspiro y me levanté, caminando hasta colocarme a su lado. Jasper me miró de reojo con una sonrisa satisfecha, como si hubiera ganado una pequeña batalla.

—¿Lista para volver? —preguntó con su característico tono sereno.

—No tengo opción, ¿cierto? —respondí con una leve sonrisa sarcástica.

Él rió suavemente antes de, en un rápido movimiento, levantarme con facilidad entre sus brazos.

—¡Jasper! —exclamé, sorprendida, aferrándome a su camisa.

Pero antes de que pudiera protestar, comenzó a correr a una velocidad vertiginosa a través del bosque. El viento azotaba mi rostro y el paisaje pasaba borroso a mi alrededor, pero en lugar de sentir miedo, una extraña emoción se apoderó de mí.

Era… emocionante.

Cuando se detuvo, me encontré entre los árboles cerca del instituto.

Parpadeé varias veces, confundida al notar la cantidad de estudiantes saliendo del edificio.

—¿Ya es la hora de la salida? —pregunté, aturdida.

Jasper sonrió con diversión.

—Parece que sí. El tiempo pasa rápido cuando se está en buena compañía.

Rodé los ojos, pero no pude evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en mis labios.

Él se inclinó ligeramente hacia mí, acercándose lo suficiente como para que su presencia me envolviera.

—Gracias por pasar un rato conmigo, señorita —murmuró con voz aterciopelada, y antes de que pudiera reaccionar, dejó un beso fugaz en mi mejilla.

Mi respiración se detuvo por un segundo.

Cuando recobré la compostura, Jasper ya se alejaba con tranquilidad hacia donde estaban sus hermanos, como si nada hubiera pasado.

Llevé una mano a mi mejilla, sintiendo el frío persistente de su contacto.

Por Merlín… este vampiro iba a volverme loca.

(...)

A la mañana siguiente, terminaba mi desayuno mientras escuchaba a Walburga relatar con entusiasmo los últimos chismes de los Malfoy.

—Y así fue como el idiota de Lucius hizo el ridículo en la cena familiar —dijo con evidente satisfacción—. Pero bueno, ¿quiénes somos para juzgar? ¡Ah, espera! Soy una Black. Puedo juzgar a quien quiera.

Reí entre sorbos de mi café.

—Definitivamente, el drama en esa familia nunca termina —comenté con diversión—. Aunque, seamos sinceros, los Black no nos quedamos atrás.

—Por supuesto que no —afirmó con orgullo—. Pero al menos lo hacemos con clase.

Negué con la cabeza, aún sonriendo, cuando el sonido de una bocina afuera me distrajo.

Fruncí el ceño y me asomé por la ventana.

Ahí estaba Jasper, apoyado contra su auto con su típica expresión serena, sus ojos dorados brillando con diversión al verme.

Suspiré, agarrando mis cosas.

—Llegó Ricitos de Oro —murmuré para mí misma antes de despedirme rápidamente y salir hacia él.

Al abrir la puerta, Jasper arqueó una ceja con diversión.

—¿"Ricitos de Oro"? —preguntó con una sonrisa ladina.

—¿Dijiste algo? No te escuché —respondí con inocencia, subiendo al auto.

Él soltó una risa baja mientras ponía el motor en marcha.

—Hoy vas a tener un día interesante, Emily Black.

No supe si lo decía como una advertencia o una promesa.

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