VIII. The Push
VIII.
Nos encontrábamos en La Push con los chicos. El cielo estaba completamente cubierto de nubes, y el sonido de las olas rompiendo contra la orilla era atronador.
—Ya vuelvo, chicos —dijo Tyler, tomando su tabla de surf antes de dirigirse hacia el agua.
Eric observó las olas con expresión indecisa mientras cerraba la cremallera de su traje de neopreno.
—No sé si valga la pena meterse hoy... —comentó con duda.
Mike y Jessica hicieron lo mismo, evaluando el mar con cierta aprensión.
—Ya estamos aquí, así que al menos lo intentaré —dijo Jessica con determinación.
—Sí, tiene razón —coincidió Mike, aunque su tono no sonó muy convencido.
—Son unos bebés —se burló Jessica antes de alejarse hacia la orilla.
Mientras tanto, Bella, Angela y yo permanecíamos dentro de una de las furgonetas, resguardándonos del frío.
—Sigo pensando que Eric me invitará al baile… pero no lo hace —suspiró Angela, jugando con los cordones de su sudadera.
—Entonces hazlo tú —propuso Bella con naturalidad.
—Exacto, eres una mujer fuerte e independiente. Da el primer paso —añadí, siguiéndole la corriente a Bella con una sonrisa.
Angela nos miró con incertidumbre.
—¿Ustedes creen?
—Sí —afirmamos al unísono.
Antes de que pudiera decir algo más, Jessica se acercó para pedirle ayuda a Angela con su traje. Mientras ellas se ocupaban, mi vista se desvió hacia un grupo de chicos de cabello largo que venían en nuestra dirección.
Uno de ellos frunció el ceño al ver a Bella y pareció sorprendido.
—¿Bella?
Bella levantó la mirada y sonrió al reconocerlo.
—Jacob.
Los observé con curiosidad mientras sacaba un regaliz de mi bolsillo y lo mordisqueaba distraídamente.
—Chicas, él es Jacob —nos presentó Bella.
—Hola —respondimos al unísono.
Ellos parecían estar en su propia burbuja, así que decidí volver a la furgoneta, envolviéndome con una manta para resguardarme del frío. Mi mente comenzó a divagar hacia la noche anterior, hacia lo que Jasper me había confesado…
Pero no tuve mucho tiempo para perderme en mis pensamientos, ya que la conversación del grupo volvió a captar mi atención.
—¿Invitaste a Edward? —preguntó Jessica con incredulidad, mirando a Bella.
—Solo fue por cortesía —se defendió Bella rápidamente.
—Fuiste muy amable. Nadie lo invita —comentó Angela con un dejo de sorpresa.
—Es que es muy raro —intervino Mike con desdén.
Uno de los chicos de cabello largo asintió.
—Eso es verdad.
Bella pareció tensarse ligeramente.
—¿Lo conocen bien?
El chico negó con la cabeza.
—Los Cullen no vienen aquí.
Fruncí el ceño.
Curioso… ¿Por qué los Cullen no vendrían aquí?
Más tarde, Bella se había alejado con Jacob, perdida en su conversación con él, mientras que Angela y Eric se fueron juntos, probablemente para hablar sobre el baile.
Yo, en cambio, me quedé en la furgoneta, envuelta en mi manta, con la mirada fija en el horizonte grisáceo del océano. Pero en realidad, mi mente estaba muy lejos de allí.
Deslicé la mano dentro del bolsillo de mi abrigo y saqué mi varita con discreción. Susurrando un hechizo, dirigí la punta hacia mi otra mano, y en un instante, un anillo de oro con un gran diamante apareció en mi dedo anular. Lo observé en silencio, sintiendo el peso de su significado más allá de la simple joya.
Mi anillo de matrimonio.
Siempre había estado ahí, oculto por la magia, invisible para los demás, pero nunca para mí. Acaricié la fría superficie del anillo con el pulgar, recordando la sensación de sus dedos entrelazados con los míos, la suavidad de su voz cuando susurró la promesa que ahora nos mantenía unidos incluso más allá de la muerte.
Porque ese anillo no era solo un símbolo de nuestra unión. Era un vínculo encantado, un juramento inquebrantable.
Regulus y yo lo sabíamos desde el momento en que realizamos el ritual. No importaba el tiempo, la distancia o la muerte misma. Mientras existiera el anillo, existiría la promesa.
Una promesa que seguiría en pie, aunque él ya no estuviera.
Apreté los labios, sintiendo el ardor en mis ojos. No iba a llorar. No ahora. No aquí.
Respiré hondo y volví a mover mi varita, escondiendo nuevamente el anillo bajo el velo de la magia. Luego, me recosté contra el asiento de la furgoneta y cerré los ojos, dejando que el sonido de las olas y el viento helado se mezclaran con los recuerdos de un amor que nunca se rompería.
(...)
Al día siguiente, el sol estaba en su máximo esplendor en Forks, un acontecimiento poco común en esta ciudad siempre cubierta de nubes. Todos parecían aprovechar el clima cálido, disfrutando del aire libre como si fuera un regalo inesperado.
Lo entendía. Cuando pasabas la mayor parte del tiempo atrapado bajo la lluvia, un día soleado se sentía casi milagroso.
A mi lado, Bella miraba a su alrededor con el ceño fruncido, claramente buscando a alguien en particular. No necesitaba preguntarle para saber que se trataba de Edward. Aunque yo ya conocía la razón por la que no estaba allí.
—No está aquí —comentó Jessica desde su lugar sobre una de las mesas, donde tomaba el sol con los ojos cerrados—. Cuando hay buen clima, los Cullen desaparecen.
Bella frunció aún más el ceño y comenzó a jugar distraídamente con una manzana verde entre sus manos.
—¿No van a la escuela? —preguntó, tratando de sonar casual.
—No. El doctor Cullen y su señora los llevan a acampar —respondió Jessica sin mucho interés—. Intenté eso con mis padres y no funcionó.
Antes de que Bella pudiera seguir con sus preguntas, Angela llegó corriendo hacia nosotras con una gran sonrisa.
—¡Chicas, iré al baile con Eric! Lo invité y dijo que sí —anunció emocionada mientras se dejaba caer a mi lado.
—Te lo dijimos —dije con una sonrisa triunfal, y Angela nos envolvió a Bella y a mí en un abrazo.
—¿En serio se tienen que ir de viaje? —preguntó después, separándose un poco.
—Sí, tengo algunas cosas que hacer allá —respondí sin entrar en detalles.
—Y lo mío son asuntos familiares —añadió Bella.
Jessica rodó los ojos y cambió de tema con entusiasmo.
—Bueno, ¿qué tal si después de clases vamos a Port Ángeles?
—Claro —respondimos al unísono.
Después de clases, fuimos con las chicas a Port Ángeles. Mientras Jessica y Angela se probaban vestidos para el baile, Bella y yo nos limitábamos a darles nuestra opinión.
—¿Y? ¿Cómo nos queda? —preguntó Jessica, girando sobre sí misma para que pudiéramos verla desde todos los ángulos.
—A mí me gusta más cómo se les ve ese —confesé, señalando un vestido en particular.
—¡Gracias! —dijeron al mismo tiempo Angela y Jessica.
—¿Y tú qué opinas, Bella? —insistió Jessica, dirigiéndose ahora a ella.
Bella observó los vestidos sin mucho interés.
—Mmm… les queda bien —dijo finalmente.
Solté un suspiro.
—Dijiste lo mismo con los últimos cinco vestidos —se quejó Angela con diversión.
—Esto no te interesa, ¿verdad? —preguntó Jessica con una ceja levantada.
—Yo solo quiero ir a una librería —confesó Bella—. Las veo en el restaurante.
—¡Voy contigo, Bella! —exclamé, tomando mi cartera y caminando a su lado.
Al llegar a la librería, tomé un libro de historia mientras Bella hojeaba uno que parecía ser sobre leyendas.
Todo parecía tranquilo.
Hasta que dejamos la librería.
Fue entonces cuando sentí un mal presentimiento.
A unos metros de nosotras, un grupo de chicos se acercaba con una actitud que no me gustó nada. El instinto me decía que nos fuéramos de inmediato.
—Bella, hay que irnos. Apresúrate —dije en un murmullo tenso, tomando su brazo para acelerar el paso.
Pero uno de los chicos se interpuso en nuestro camino con una sonrisa pícara.
—¿A dónde van con tanta prisa? —preguntó con tono burlón.
—Eso no te incumbe —respondí con frialdad, apretando más la mano de Bella e intentando alejarla de allí.
Antes de que pudiera reaccionar, otro de los chicos me agarró del brazo y me empujó al suelo.
—¡Ly! ¿Estás bien? —preguntó Bella, agachándose a mi lado con el rostro preocupado.
—Sí —respondí con voz firme, aunque mi corazón latía con fuerza.
—Cuando te pregunten, contestas —dijo otro de ellos con una sonrisa amenazante.
Me puse de pie de inmediato, llevé la mano al bolsillo donde tenía mi varita y estaba a punto de sacarla cuando un sonido repentino me hizo detenerme.
Un auto frenó en seco frente a nosotros.
No uno, sino dos.
El primero era el Volvo plateado de Edward. El otro, el auto de Jasper.
Los acosadores se quedaron inmóviles, sus rostros palideciendo al ver quién había llegado.
—Entren al auto —ordenó Edward con voz firme.
Jasper no perdió el tiempo. Antes de que pudiera decir algo, me tomó de la cintura y me guió rápidamente hacia el asiento del copiloto de su auto.
Mientras tanto, Edward hacía lo mismo con Bella, asegurándose de que subiera a su Volvo.
No supe qué hicieron exactamente para asustar a esos tipos, pero fuera lo que fuera, funcionó. En cuanto Jasper entró al auto y cerró la puerta, sentí el peso de la tensión en el aire.
Él estaba enojado.
—¿Estás bien? —me preguntó Jasper en un susurro, su tono más suave de lo que esperaba.
Mi mirada permaneció fija en el parabrisas, aunque no realmente viendo lo que había más allá.
—Sí… gracias por preocuparte —murmuré con voz ausente.
Tal vez era el susto. Tal vez era el hecho de que, por un momento, me había sentido impotente.
Jasper no insistió, pero su energía me envolvía como una tormenta contenida.
Aún así, yo no podía enfocarme en eso.
Mi mente se alejaba, sumergiéndose en un torbellino de pensamientos.
No era solo este incidente.
Era todo.
Era la sensación constante de estar atrapada entre dos mundos que no encajaban. De ser alguien que, a pesar de sus habilidades, no podía intervenir como quería. No aquí. No sin levantar sospechas.
Era el peso de la promesa que seguía en pie, la promesa atada a mi anillo oculto.
Era la sombra de Regulus, el eco de su voz en mi mente, recordándome todo lo que habíamos compartido… y todo lo que habíamos perdido.
Era el dolor silencioso que nunca desaparecía por completo.
Miré por la ventana, observando cómo los grandes árboles pasaban en un borrón verde. Dejé que mi mente divagara entre recuerdos, entre el pasado y el presente, entre lo que era y lo que nunca volvería a ser.
Porque, aunque el mundo seguía adelante, algunas heridas nunca terminaban de sanar.
Y yo…
Yo todavía estaba aprendiendo a vivir con ello.
Por un momento, juré haber sentido una ola de calma envolviéndome, como si el miedo y la tensión se desvanecieran de repente.
Sospeché de inmediato que era Jasper.
No era la primera vez que ocurría algo así cuando él estaba cerca. Había sentido antes esa tranquilidad repentina en su presencia, pero nunca le había dado demasiada importancia. Ahora, después de lo ocurrido, no podía ignorarlo.
No sabía mucho sobre los dones de los Cullen, nunca les había preguntado directamente. Pero si Edward podía leer mentes, ¿por qué Jasper no podría hacer algo similar?
Tal vez… ¿podía controlar las emociones de los demás?
La idea me hizo fruncir el ceño levemente. Si era cierto, significaba que en este momento estaba manipulando mis sentimientos, suavizando el pánico que aún debía estar latiendo en mi pecho.
Por un instante, consideré decirle que no lo hiciera. Que quería sentir lo que tenía que sentir. Pero entonces miré de reojo a Jasper. Sus manos estaban tensas sobre el volante, sus ojos dorados clavados en la carretera, pero la sombra de su mandíbula apretada delataba lo que intentaba ocultar.
Él estaba molesto.
No conmigo, sino con la situación. Con lo que había pasado.
Tal vez, sin darse cuenta, me estaba calmando a mí porque no podía calmarse a sí mismo.
Decidí dejarlo pasar.
Dejé escapar un suspiro y apoyé la cabeza en la ventana, observando el paisaje borroso que pasaba rápidamente a nuestro lado.
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