Introduction
31 de octubre de 1981
Hace un tiempo supimos de una profecía que hablaba del elegido, aquel que derrotaría a Voldemort. Nuestras sospechas recaían en dos personas: Neville y Harry. Por ello, Dumbledore ordenó a mi hermano y a mi cuñada que se escondieran bajo un poderoso hechizo de protección.
Mientras tanto, yo, Emily Black—anteriormente Potter—estaba casada con Regulus, quien, a pesar de todo, seguía siendo un mortífago. La Orden del Fénix nunca confió del todo en mí.
Permanecí en casa, convencida de que James y Lily estarían a salvo, mientras le daba leche a Pólux, mi hijo. A mi lado, Regulus acunaba a nuestra hija, Helena.
—Pareces inquieta —dijo él, dejando a Helena en su cuna—. ¿Todo bien?
—Solo me preocupa mi hermano... y Harry —respondí, colocando a Pólux en la suya.
Regulus guardó silencio.
—Emily... —murmuró, con una tensión inusual en su voz—. Lo que estoy haciendo no está bien. Sé que debí habértelo dicho antes, pero Voldemort me amenazó... Amenazó con matarte a ti y a nuestros hijos.
Me giré hacia él con el estómago encogido.
—¿De qué hablas, Regulus?
Él tragó saliva antes de mirarme a los ojos.
—Sabe dónde están James y Lily. Peter los traicionó.
El mundo pareció detenerse. Me aferré a la cuna de Pólux con los dedos temblorosos, negando con la cabeza.
—No... No bromees con esto.
Regulus bajó la mirada y soltó un suspiro.
—No es una broma. Voldemort planea matarlos esta noche. Lo siento.
Mi respiración se volvió errática. Sin pensarlo, caminé hacia la puerta con urgencia, pero Regulus me detuvo.
—Emily, es demasiado tarde. No dejaré que vayas... No permitiré que la persona que amo muera a manos de esa bestia.
Me sostuvo el rostro con delicadeza, limpiando las lágrimas que ya rodaban por mis mejillas.
—No... ellos son mi familia. No puedo aceptar esto.
Entonces, el sonido inconfundible de alguien llegando por la chimenea nos congeló. Me separé de Regulus y bajé corriendo las escaleras. En el living, encontré a Remus.
—Por favor... dime que no sucedió —susurré, con la voz quebrada.
Remus bajó la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas contenidas.
—Lo lamento, Emily...
El aire abandonó mis pulmones. Me llevé las manos a la cabeza y, antes de que mis piernas cedieran, Regulus me envolvió en sus brazos.
Pero de repente, su cuerpo se tensó, dejando escapar un quejido de dolor.
—Los mortífagos lo saben —susurró, presionando la Marca Tenebrosa—. Saben que te lo conté.
—Regulus...
—Tenemos que esconder a los niños. Vendrán por nosotros. Tal vez no ahora, Voldemort está débil... pero no tardará.
—Sé que no te gustará lo que voy a decir, Regulus —intervino Remus—, pero lo mejor será llevar a los niños con una familia muggle. Allí estarán más seguros.
—¿Qué? No. Cualquier cosa menos eso —rechazó Regulus de inmediato.
Yo cerré los ojos con fuerza.
—Regulus... No podemos dejarlos aquí. Ya no podemos confiar en nadie.
Mi esposo dejó escapar un largo resoplido.
—De acuerdo... si no hay otra opción.
4 de noviembre de 1981
El plan estaba en marcha. Kreacher nos ayudó a encontrar familias adecuadas para Pólux y Helena, y acordamos separarlos con la esperanza de que se reencontraran en Hogwarts.
Mientras tanto, Dumbledore había enviado a Harry con la despreciable hermana de Lily y su esposo. Y como si la tragedia no fuera suficiente, Sirius fue enviado a Azkaban, acusado injustamente del asesinato de mi familia.
Me enfoqué en terminar la Poción Multijugos que nos permitiría escapar sin ser reconocidos. Cuando la mezcla burbujeó con el color exacto, sonreí con satisfacción.
Regulus había salido y me aseguró que regresaría para llevar a los niños. Bajé las escaleras en busca de Kreacher.
—¿Kreacher? ¿Estás aquí?
Abrí la puerta del pequeño armario donde solía esconderse... pero al hacerlo, lo encontré petrificado.
Mi sangre se heló.
Me giré de inmediato hacia el pasillo y, al hacerlo, me detuve en seco.
Bellatrix.
—Miren a quién tenemos aquí... Emily Potter, o debería decir Black —se burló con su risa característica.
Le apunté con la varita de inmediato.
—Oh, querida, acabas de caer en la trampa.
Giré la cabeza a la derecha y sentí que el mundo se desmoronaba.
Greyback sostenía a Pólux en sus brazos.
—No... —susurré, justo antes de lanzar un hechizo.
Pero él ya había desaparecido.
—¡No! —grité, volviéndome hacia Bellatrix con furia desbordante.
—¿Qué pasa, pequeña? ¿Acaso no lo viste venir? —rio ella, pero su diversión se esfumó al escuchar el ruido de un enfrentamiento en el piso de arriba.
Aproveché su distracción para lanzarle un hechizo. Bellatrix salió despedida, golpeándose con fuerza contra la pared.
Escuché pasos bajando apresuradamente las escaleras. Apunté mi varita... y la bajé en cuanto vi a Remus con Helena en brazos.
Dejé escapar un suspiro aliviado.
—Ve y llévala a donde planeamos —susurró, entregándomela—. Yo me encargo de esto.
—Gracias, Remus... Te debo la vida.
Con lágrimas en los ojos, me dirigí a la sala, tomé la canasta con la carta y activé el transportador.
Aparecí en una residencia muggle. Frente a mí, la casa de la familia a la que confiaría uno de mis mayores tesoros: los Granger.
Me acerqué con pasos temblorosos a la puerta.
—Espero que nunca olvides de dónde vienes, Helena... Aunque no recuerdes nada, quiero que sepas cuánto te amo. Siempre estaré contigo, mi pequeña estrella.
Dejé un beso en su frente y, conteniendo el llanto, la coloqué suavemente en el umbral. Toqué el timbre y me escondí tras un árbol. Desde allí, observé cómo los Granger la tomaban en brazos y la llevaban adentro.
Cuando regresé a la mansión, Kreacher había recuperado la movilidad.
—Ama...
—No lo digas, por favor —susurré.
En la sala, Remus me esperaba con el semblante preocupado.
—Emily, no quiero alarmarte... pero Regulus no ha vuelto.
Mi pecho se oprimió. Me giré hacia Kreacher con el corazón en un puño.
—A-Ama le juro por Merlín que no sé dónde está.
Miré fijamente a Kreacher, sabiendo que no tardaría en decírmelo.
—Uno... dos... tres...
—¡De acuerdo! ¡Sé dónde está!
Nos transportamos a una cueva oscura. Kreacher se quedó atrás. Yo avancé... hasta que lo vi.
Regulus.
Estaba inmóvil, pálido...
No respiraba.
—Reggie... Vamos, por favor —susurré, cayendo de rodillas junto a él— no puedes dejarme tu también.
Lo sostuve entre mis brazos, temblando.
—Prometiste quedarte conmigo... No puedes dejarme ahora. Regulus, por favor... No quiero dejarte ir ahora... Nunca podré amar de la misma manera si tu no estas...
Las lágrimas nublaron mi vista. Todo lo que amaba me estaba siendo arrebatado...
Tal vez este era el peso que estaba destinada a cargar.
Uno del cual desearía que no estuviera. Uno en el que el hombre que amaba no se hubiera ido...
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