ж Capítulo XXVIII: Sanación. ж

Emerald se quedó muda luego de escuchar a Draven; él, por su parte, se mantuvo quieto en su sitio, observando un punto inexacto del cuarto. Julian comenzó a dar vueltas en círculos mientras meditaba la conclusión a la que habían llegado. Ninguno sabía cómo continuar la conversación después de un descubrimiento tan impactante, duro y triste. Aunque ella hubiera deseado que sus amigos estuvieran equivocados, su reacción reafirmaba ese cruel hecho.

—Pero no tiene sentido lo que me están diciendo —dijo la muchacha con una sonrisa nerviosa—. Lo hemos visto comer con nosotros... Si en verdad estuviera muerto, ni siquiera podría hacer eso, ¿no?

Julian se detuvo y volvió a tomar asiento.

—Que lo veamos comer no es garantía de nada.

—Julian tiene razón. Greyslan podría vomitar todo lo que ingiere cuando nadie lo ve —habló Draven, alzando el rostro—. Es un cadáver, su cuerpo no puede digerir la comida como una persona viva. Si se quedara con los alimentos, comenzaría a oler a podrido...

—Si bien lo han traído a la vida, él no puede sentir nada: ni los olores, ni los sabores, ni la calidez de las demás personas. —Julian depositó su mano sobre el hombro de Emerald—. Lo siento...

Draven había cambiado por completo su gesto. Por lo general, siempre que hablaba de Greyslan fruncía el ceño y se expresaba con un deje de molestia, pero ahora la situación era diferente, tanto Emerald como Julian podían sentir que se encontraba mal. Él seguía callado; ambos lo estaban observando y se vio obligado a mirar a otro lado porque comenzó a llorar de golpe.

—No sé ni cuánto tiempo llevará en este estado... —dijo con la voz entrecortada luego de una larga pausa—. Posiblemente jamás regresó de la batalla en la que estuvo con mi hermana. —El castaño ocultó el rostro entre las manos—. Por los dioses, me siento terrible, he vivido odiándolo desde que Leila falleció, pero ni siquiera él logró sobrevivir.

—Un muerto no regresa a la vida si no tiene un motivo por el cual volver —dijo Julian—. Greyslan debe de haber sentido un profundo resentimiento dentro de su corazón cuando murió, es por eso que regresó a este mundo.

—¿Crees que lo haya hecho por mi hermana? —Draven habló con el rostro aún escondido—. El cuerpo de ella jamás apareció... Siempre lo culparon por los errores que se cometieron en esa misión.

—Es probable. Lo que él debe estar buscando es venganza —el pelinegro se posicionó delante de los otros dos mientras observaba a Emerald—, ¿verdad?

—Sí... Dijo algo referente a que Leila no descansaría si no continuaban.

—¿Y qué tendría que ver el director? —Draven ni siquiera los miraba, parecía como si estuviera pensando muchas cosas a la vez.

—Creo que la razón por la cual los envió a ellos con nosotros es porque sabe que la persona que mató a tu hermana es la misma que está planeando asesinarnos. —Julian estaba cruzado de brazos; al parecer, en ese breve tiempo había estado discutiendo con Diómedes dentro de su cabeza.

—¿Crees que Bristol se prestaría a todo este juego? —preguntó Emerald.

—El que le haya dado una parte de su alma me da a entender que es aliado del director, y puede que no sea el único que esté colaborando con él desde las sombras.

—¿No han pensado que quizás todo esto sea una trampa? —Draven sujetó sus manos con inquietud—. Me parece muy extraño que un maestro como Bristol, que tiene fama de ser clasista, ayude a un guerrero —dijo señalándose y emitió un sonoro suspiro—. Queramos o no aceptarlo, los que no tenemos magia en este mundo somos duramente discriminados. Acaban de comprobarlo ustedes mismos.

Los tres volvieron a mirar al suelo, sentían un nudo en el estómago por todo lo que estaban pensando. Si bien eran todavía muy jóvenes, la educación que recibieron fue muy dura desde que aprendieron a hablar y caminar, sobre todo la de Julian y Emerald por ser hijos de linaje real.

—¿Y si Bristol es en realidad el impostor? —Tras la pregunta, tanto Emerald como Julian se observaron—. Estamos en un punto en el que no sabemos quién es nuestro aliado y quién es nuestro enemigo—añadió Draven mientras miraba a los otros dos con los ojos rojos por el llanto—. Debemos cuidarnos las espaldas.

Ambos amigos asintieron. Aunque no quisieran aceptarlo, pese a que Draven era un poco más inmaduro que ellos, en momentos como ese demostraba ser una persona juiciosa. La propuesta que les estaba haciendo parecía ser sensata si es que querían seguir con vida.

—El cochero es de Navidia, lo conozco bien. Siempre le hace recados a mi padre, no permitiría que nada nos pasara —respondió Julian con seguridad.

—¿Y si se deshacen de él? —preguntó Draven—. Lo que me parece alarmante es que estamos en medio de la nada en dirección a un reino que tiene fama de sacrificar a las personas. —Julian lo miró con reproche—. No quiero ofender, pero los libros dicen eso.

—Aunque el pasado de mi pueblo haya sido escrito con sangre, el presente es muy diferente —replicó con molestia.

—¡Dejen de pelear! —Emerald alzó la voz y los otros se quedaron callados—. Necesitamos calmarnos, ellos dos no pueden ser peligrosos, ya hubieran tenido la oportunidad perfecta de atacarnos. Yo pienso que en realidad los han enviado para protegernos de alguien más.

—¿Crees que es verdad lo que dijo Dindarrium, que sintió a alguien en el bosque?

—Este último tiempo he estado sintiendo cosas raras. Prácticamente siento como si la muerte me respirara en la nuca. —Emerald frotó sus brazos con incomodidad—. Desde que salió mal la vinculación, no he dejado de sentirme de esta forma.

—De alguna manera todo está conectado —añadió Draven.

—Nada sucede por una simple casualidad —le dijo Julian—. Que estés aquí hoy por hoy es porque era tu destino.

—Julian puede tener razón. —Ella sacó los diarios de su bolsillo—. Tres es un número importante, no solo ahora, sino desde mucho antes.

—Marie, Diómedes y August —dijo Julian.

—Agatha, Rugbert y Cornellius —aportó Emerald.

—Emerald, Julian y Draven —completó el castaño mientras los otros asentían.

—¿Lograste leer el diario de tu madre? —preguntó Julian.

—No, no tuve la oportunidad de abrirlo.

—Hazlo. —Julian observó la tapa del diario y luego le dirigió una mirada fugaz a la muchacha.

Ella lo sujetó entre sus dedos y abrió las primeras hojas, pero al hacerlo, tan solo encontró unas figuras extrañas que no tenían ningún sentido. En su gran mayoría, estaban tachadas con una marca circular roja como la sangre.

—¿Qué es esto? —Emerald observó los símbolos con atención, pero no lograba entender nada.

—Son conjuros selladores. —Esta vez fue Diómedes quien hizo acto de presencia, la seriedad en su voz fue tal que inclusive Draven sintió miedo—. No es un diario como el de tu padre o el de Rugbert, la única finalidad que tiene esto es registrar todos los sellos que Agatha ha realizado a lo largo de su vida. Está conectado con su yo actual.

—¿Cómo podría ella realizar algo tan complejo desde joven?

—Agatha siempre fue una niña arisca y extraña —contestó el hechicero—. Ni Rugbert ni yo confiábamos demasiado en ella, esconde algo. Traté de meterme en su mente en más de una ocasión, pero siempre me echaba fuera. El único que pudo sellar sus poderes sin que se diera cuenta fue Cornellius, aunque, para ser franco, no sé si no bajó sus barreras a propósito.

En cada hoja que iban pasando encontraban una marca ya tachada. Emerald quedó sorprendida por la cantidad de sellos que había dentro, su madre había hecho eso durante muchos años; tanto que se había quedado sin espacio allí.

—Mira. —Diómedes señaló la única marca que todavía no estaba marcada con color rojo.

—Solo una... —De inmediato, recordó el sello que su madre les mostró a los demás líderes—. ¿Será el que le puso a Igor?

—Es probable que sí. Estaba pensando exactamente lo mismo.

—¿Pero por qué dejaría esto en un libro viejo y abandonado? —preguntó Draven.

—Por esto...

En cuanto Diómedes estiró el brazo, dejó al descubierto su piel y enseñó la marca que Emerald y él compartían.

—Cuando realizas este conjuro, la marca se queda grabada en tu cuerpo. La meta de Agatha siempre fue ser reina y lo consiguió. Si Cornellius hubiera visto tantos símbolos en su cuerpo, hubiera anulado su matrimonio.

—Pero mi padre dijo que le debía algo a mi madre.

—Me gustaría darte una respuesta a eso, pero la verdad es que no lo sé. —Él se encogió de hombros, restándole importancia—. Puede que haya sido la culpa por sellar sus poderes, o puede que haya pasado algo entre ellos que ni yo ni Rugbert supiéramos... No sabría decirte a qué se refería con eso.

Al llegar a la última hoja, unas letras comenzaron a aparecer sobre el amarillento papel:

«No volverás a entrar, no volverás a ver. El recuerdo de este diario verás desaparecer».

Y en cuanto las leyeron, el diario se cerró y fue consumido de a poco por las brasas. El fuego no se extendió, solo lo devoró hasta no dejar rastro de lo que había allí.

—Tu madre jamás tuvo intención de dejar nada, no fue como Cornellius o como Rugbert, siempre se guardó los mejores hechizos para ella. —Diómedes sopló las cenizas que quedaron y estas se esparcieron por todo el cuarto—. Julian pensaba que quizás habría dejado algo referente a lo que los persigue, pero esperó demasiado de ella. —Sin querer, una sonrisa sarcástica se escapó de sus labios.

—Estamos en un punto muerto —acotó Draven.

—Yo siempre estoy despierto, niño —le respondió y el castaño no entendió a qué se refería—. Si hace falta, apareceré.

—Gracias por eso, Diómedes —dijo Emerald con genuina gratitud.

El hechicero asintió y enseguida la expresión tan característica de Julian regresó. Draven aún no lograba entender qué había dentro de su compañero. Si bien había visto lo mismo que Emerald cuando ella le confesó quien era realmente, el mundo mágico era muy ajeno para él todavía.

—Descansemos por el momento. Voy a colocar sellos de protección en la puerta. Al menos, si alguien intenta entrar, se activarán y nos despertarán a tiempo.

Se acostaron y apagaron todas las luces; el lejano ruido del viento apenas era perceptible por el hechizo que realizó Bristol.

Emerald colocó los brazos detrás de su cabeza y observó el techo. Faltaba poco para que descubrieran si la visión de Eugene se cumpliría o no, y de solo pensarlo volvió a sentir aquella sensación de frío en su nuca. Era como si alguien soplara aire en su dirección para hacerle saber que estaba allí junto a ella.

—¿No puedes dormir? —preguntó Julian, mirándola desde su cama.

—No. ¿Tú tampoco? —Ella giró a verlo y este sonrió.

—Respiras de forma ruidosa, no me dejas dormir —exclamó él con sarcasmo mientras sonreía.

—Creo que tengo un poco tapada la nariz, hace demasiado frío.

—Eso se puede solucionar con facilidad.

Julian se levantó de su cama y se colocó a su lado. Emerald se corrió un poco para liberar un espacio y aunque tratara de mantenerse serena, no podía evitar sentirse nerviosa. El único niño con el que había dormido había sido su hermano, y esto porque a veces tenía pesadillas. Sin embargo, ni bien amanecía, ella debía regresar a su dormitorio; si su madre la hubiera visto en la alcoba de él, Agatha la habría castigado con severidad.

—¿Te puedo ser sincero? —Julian observó al techo y colocó los brazos por debajo de la almohada—. El día que mi padre me informó que me comprometería contigo...

—Sé que no querías, no tienes por qué decirlo... —Ella observó al lado contrario, pero la mano de Julian tomó la suya por debajo de las mantas y la obligó a mirarlo otra vez.

—Me gustó la idea —dijo él y ella frunció el ceño—. Sé que no nos conocíamos, pero en Navidia siempre me hablaron acerca de la princesa de Delia, sentía curiosidad por ti.

—Pensé que mi madre no había encontrado a nadie más para comprometerlo conmigo.

—Eso cree Agatha. Tu padre siempre pensó en mí como candidato desde el momento en que nací. —Sonrió y ella inevitablemente también lo hizo—. Mi padre se ve como alguien que da miedo, pero él quiso mucho a Cornellius.

—Gracias por decírmelo.

Una pequeña opresión se formó dentro de su pecho tras esas palabras. Recordó la visión. El sentir el corazón de su versión adulta estrujarse al ver a un Julian así de afligido era algo que no quería experimentar nunca más, pero no sabía qué podría hacer para evitar llegar a ese desenlace.

Ella jamás volvería a ser Emerald. Ante los ojos del resto era Diamond, el príncipe de Delia, el futuro rey protector de los otros reyes que conformaban la Alianza. Y para ellos, ambos siempre serían dos varones.

Aunque Emerald era joven y estaba experimentando nuevas emociones, no podía negar la increíble conexión que existía entre los dos, la cual era demasiado fuerte como para pretender ignorarla. Lo quería, era un gran amigo y sentía enorme admiración por él, pero no sabía si todo el cúmulo de cosas se debía a Julian o a los sentimientos que Marie introdujo dentro de ella al volver.

—Si algo nos pasa —el pelinegro sujetó sus dedos con firmeza, estaba temblando—, quiero que sepas que te quiero, Emerald. He disfrutado todo este tiempo a tu lado, me he divertido como nunca lo había hecho en mi corta vida. Inclusive podría decir que también me he divertido con Sallow; es un poco tonto, pero es alguien bueno.

Emerald sentía que el rubor de su rostro se extendía; por suerte, no había luz alguna que la delatara.

—Han sido los mejores amigos que me dio esta vida. —De un momento a otro, escucharon que Draven sorbía la nariz; estaba llorando—. Ya deja de escuchar desde allá y ven aquí —le dijo ella riendo.

De inmediato, el muchacho se acercó y se introdujo bajo las sábanas con ellos. Emerald quedó justo en medio de ambos y comenzó a llorar al igual que ellos; sus amigos la abrazaron con mucha fuerza.

La noche se volvió larga, pero en mitad de aquel mar de lágrimas, los tres, de un momento a otro y sin darse cuenta, cayeron profundamente dormidos.

Luego de algunas horas, escucharon movimiento. Los chicos se removieron con incomodidad, en especial Emerald, quien había quedado aplastada debajo de sus amigos. El pergamino que estaba en la puerta brilló y emitió un pequeño sonido que les indicó que alguien se estaba acercando.

—¡Muchachos! —Se trataba de Greyslan, el pelirrojo no tardó en abrir la puerta y se topó con la peculiar escena—. Vaya, sí que se divierten juntos. —Les sonrió de manera fraternal mientras se recostaba sobre el marco de la puerta—. Debemos irnos, viene una tormenta y el paso a Navidia podría cerrarse.

Los tres frotaron sus ojos; tenían demasiado sueño y sentían los párpados muy pesados por lo que habían llorado.

—Las cosas ya están en el carruaje. Los esperamos abajo, no tarden mucho.

Greyslan se fue y ellos enseguida comenzaron a cambiarse. Al igual que la noche anterior, Draven y Julian fueron los primeros en desvestirse; luego lo hizo Emerald, mientras ellos observaban en otra dirección.

Descendieron por los escalones y todos los sirvientes de la posada hicieron una reverencia hasta que salieron del lugar.

El frío calaba en sus huesos, la ventisca golpeaba sus mejillas y las entumecía un poco. Los profesores los saludaron desde la puerta del carruaje y aguardaron a que entraran para poder cerrarla.

Draven aún se mostraba muy contrariado con respecto a Greyslan. Había crecido oyendo comentarios al pasar de su padre, quien lo culpaba por el fracaso de la misión en la que perdió a su hija. Todo ese resentimiento lo había afectado.

Julian volvió a añadir más leños a la estufa y luego se fue a sentar junto a sus amigos. Trataron de mantenerse despiertos; si uno se percataba de que el otro estaba por cabecear, le apretaba alguna parte del cuerpo con disimulo.

De un momento a otro, el carruaje se detuvo. Los tres se miraron alarmados, pero el cochero no tardó en abrir la puerta para asomar el rostro; la nieve y la brisa helada los congelaron momentáneamente.

—Están removiendo el hielo del puente. Les falta poco, pero pueden tardar. —El hombre entró con ellos para evitar que el frío siguiera colándose en el interior—. ¿Desean que los lleve a una tienda para que tomen algo caliente?

—¿Queda muy lejos de aquí? —preguntó Bristol mientras frotaba sus brazos.

—No mucho. Puedo llevarlos en el carruaje y después regresar para cruzar.

—Hagamos eso entonces —dijo Greyslan con entusiasmo—. Nadie quiere morir congelado acá.

Aunque los tres hubieran preferido no reírse, tuvieron que hacerlo por pura cortesía. Ahora que sabían que estaba muerto, que bromeara sobre eso les resultaba un tanto perturbador.

El cochero volvió a salir y comenzó a desviarlos de la ruta. Los osos movían sus pesadas patas en medio de la nieve y siguieron a paso lento hasta que pudieron ver una tienda de madera con techo de barro. En las afueras había un letrero rojo despintado y un farol de aceite que colgaba de la entrada. Una mujer estaba sentada en el pórtico y tiraba leños en una estufa.

—¡Luzmila! —gritó el cochero. Ella observó en su dirección y los saludó agitando la mano en el aire.

Al llegar, el sujeto les abrió la puerta y la mujer de canosos cabellos hizo una reverencia. Los siete entraron en la pequeña casa y se sentaron cerca de la estufa, donde había una olla de acero que olía muy bien.

—¿Qué van a desear? —La señora removió con el cucharón la mezcla de la olla y giró a observarlos—. Tengo infusión de hierbas, puchero de liebre, pan artesanal y, para los adultos, un macerado de licor.

—Puchero —dijo Draven de inmediato y su estómago no tardó en hacer ruido, todos rieron tras escucharlo.

—Infusión —dijeron Emerald y Julian al unísono.

—Macerado —pidieron Bristol y Dindarrium.

—Yo estoy bien con un poco de agua caliente, si es que tiene —respondió Greyslan al final.

—¿Y para ti, Leio? —le preguntó la mujer al cochero.

— Yo estoy bien con un poco de pan, muchas gracias.

Ella asintió y en varios viajes fue llevando todos los pedidos: las tazas de madera con la infusión y el agua caliente, unos recipientes de hueso donde sirvió el macerado, una bandeja con pan y un plato hondo con el puchero.

Cada una de las preparaciones era sublime. El puchero provocó que Draven pidiera un segundo plato debido al exquisito sabor, y Julian y Emerald pidieron un poco más de sus infusiones.

—¿Vive aquí sola? —preguntó la muchacha.

—Sí, pero Leio siempre me visita cuando pasa a hacer recados. —La mujer tomó asiento y reposó la taza sobre su regazo—. La gente de la aldea se fue hace mucho, el clima ha empeorado hace muchos años y ya no es posible hacer crecer nada en la tierra.

—¿Y usted por qué no se ha ido? —preguntó Greyslan.

—Porque mi esposo y mi hijo están enterrados en el cementerio del pueblo, me sentiría muy triste si no pudiera ir a verlos.

—La entiendo a la perfección. —Greyslan colocó un gesto de tristeza en el rostro—. Es un poco difícil no poder visitar a los seres que uno ama.

Luego de escucharlo, Draven dejó de comer y miró al suelo. Tanto Emerald como Julian se quedaron observándolo, pero su actitud pasó desapercibida para los adultos.

Al terminar, le dejaron una cuantiosa suma de dinero a la mujer. Ella en un inicio se mostró reacia a aceptarlo, pero, luego de la insistencia de todos, dio el brazo a torcer.

Draven se quedó algo rezagado, los demás ya habían entrado al carruaje. Al ver que se había detenido, Greyslan regresó hasta que estuvo frente a él. Se agachó y lo observó a los ojos con una sonrisa.

—¿Te duele el estómago? —preguntó—. Leila me dijo que siempre que comías rápido te dolía.

—No —respondió avergonzado.

—¿Te sientes mal? —Greyslan tocó la frente del castaño y este aún mantenía la mirada agachada.

De un momento a otro, Draven lo abrazó. Él se quedó estático con los brazos semiextendidos. Era la primera vez que él realizaba tal acción, ni siquiera cuando su hermana estaba viva y se lo presentó se había animado a hacerlo.

—¿Estás b...? —Antes de que pudiera hablar, el niño lo cortó de golpe.

—Cállate —le dijo—. Gracias por cuidarnos. Y gracias por haber amado tanto a mi hermana... No te lo digo por nada en particular, solo... creo que es momento de limar asperezas.

Draven sabía que Greyslan no podía ni siquiera llorar, pero sintió como su cuerpo temblaba luego de que lo oyó decir eso. El adulto le correspondió y asintió mientras palmeaba la espalda del muchacho.

—Es hora de irnos —dijo Draven, quien traía el rostro sonrojado producto de la vergüenza y comenzó a caminar con prisa.

Greyslan quedó un poco atrás algo confuso, pero todavía sonriente. Emerald y Julian habían logrado ver todo y cuando su amigo se reunió con ellos, lo abrazaron con fuerza mientras removían su cabello.

Aún no sabían qué pasaría en un par de días, pero si todo salía mal y llegaba su hora de partir, al menos los tres querían irse sin remordimiento alguno, sintiendo que sus almas habían sanado por completo. 

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