ж Capítulo XXVI: Engañar al destino. ж
No sabía qué pensar al respecto. Era consciente de que en algún momento alguien con gran habilidad podría darse cuenta de lo que estaba pasando, pero jamás pensó que se trataría de Dindarrium. Él era uno de los profesores más estrictos y apegados a las normas.
Entonces, si se tenía todo eso en consideración, ¿por qué no la había delatado? Ciertamente, la actitud de la gente de Navidia era algo extraña. Su madre nunca había tenido buen concepto de ellos, lo sabía porque la había escuchado referirse a sus habitantes de forma despectiva.
Antes de salir del salón, activó otra vez el hechizo. Afuera se encontró con Julian y le contó lo que había pasado. Él no se mostró sorprendido y se limitó a sonreírle para tratar de tranquilizarla. Pero aquello no bastaba.
Que más personas supieran su secreto la ponía muy nerviosa. No dudaba de Julian porque ambos compartían demasiadas cosas que los demás no podían saber; que uno delatara al otro sería algo contraproducente. Pero no sabía nada acerca de Dindarrium. Jamás había tratado con él de manera directa y no sabía si en algún momento, en condiciones desfavorables, sería capaz de delatarla.
—Si lo que te preocupa es que hable, no lo hará —le dijo Julian, quien se encontraba un poco más atrás que ella.
Sin querer Emerald había adelantado sus pasos más de la cuenta.
—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó mientras sujetaba sus manos con fuerza. Traía las palmas sudorosas, necesitó limpiarlas sobre su uniforme para evitar el exceso de transpiración.
—Todos los soldados de Navidia tienen un pacto mágico con la familia Ases, por ende, si él habla, comenzará a ser consumido por la magia desde adentro.
—¿Estás seguro de lo que dices? —Julian puso los ojos en blanco y volvió a mirarla.
—Te lo juro. —Sin pensarlo dos veces, el pelinegro acarició el rostro de ella y Emerald no pudo evitar sentirse tensa, la sensación extraña envolvió su cuerpo por completo.
—De acuerdo —respondió no muy convencida con las mejillas encendidas—, confiaré en lo que me estás diciendo.
—Me alegra oírlo.
Cuando bajaron las escaleras, Draven los estaba esperando con una mirada sombría. Ni siquiera se dio cuenta de que habían llegado, seguía quieto, recostado ligeramente en la pared.
—¿Estás bien? —Emerald se acercó. Al escucharla, él se sobresaltó, pero luego emitió un sonoro suspiro.
—Estoy perdido... Debo quedarme una semana más para poder recuperar la clase de Digoro, mi padre va a matarme. —La simple idea del castigo que su progenitor le iba a brindar lo obligó a sujetarse la nuca por la tensión—. Mi hermana era una excelente alumna, nunca fue obligada a quedarse una semana extra. Yo, por el contrario, he demostrado no ser muy diestro para nada, salvo para el combate.
—Estoy seguro de que tu hermana y tú están demostrando ser buenos en diferentes cosas —le respondió Emerald mientras sujetaba su brazo con firmeza—. No te sientas mal por haber reprobado, velo como una manera de reforzar lo que aprendiste.
—Lo haces parecer tan simple —él volvió a suspirar—. Desde que mi hermana murió, mi padre colocó todas sus expectativas en mí. Va a ser muy difícil contactarme con él para decirle que demoraré una semana más en llegar a casa.
—Sé cómo te sientes... —respondió Emerald con un deje de tristeza.
Ella mejor que nadie sabía lo que era tener un padre que te presionara y pusiera todas las expectativas sobre tus hombros. Aunque Draven solo tenía que soportar un castigo, ella cargaba con una enorme responsabilidad; si fallaba, perderían todo, incluyendo la vida. No habría segundas oportunidades.
—¿Necesitas ayuda con algo? —Julian, quien se había mantenido callado hasta ese momento, trató de erradicar la tensión que de pronto se había formado en el aire—. Si no entiendes algo del curso, dímelo. Te puedo dejar unos apuntes antes de marcharme.
—No, gracias. —La propuesta del pelinegro había logrado molestarlo un poco.
Aunque ninguno de los dos quisiera aceptarlo, había surgido cierta rivalidad que era muy notoria. Desde luego, Julian siempre tenía las de ganar en cualquier competencia por el simple hecho de que poseía magia, pero no por eso el castaño se quedaba atrás.
—¿A qué hora se marcharán? —le preguntó a Emerald.
—En un par de horas. Tengo que ir a mi habitación a empacar mis cosas.
—Entiendo. —El muchacho apretó los labios en una línea al mismo tiempo que desordenaba su cabello.
—Draven, necesito hablar contigo. —Digoro los tomó por sorpresa a los tres. El maestro apareció por el lado contrario, como si viniera de la oficina del director.
—¿P...pasó algo malo, profesor? —Era inevitable que su voz se entrecortara, aunque no hubiera hecho nada malo. Por el momento, sentía como si estuviera en graves problemas.
—El director necesita verte. —Fue lo único que exclamó, a la par que fruncía el ceño.
Draven le dirigió una mirada de extrañeza a sus dos amigos y luego fue hacia el docente. Cuando se alejaron un poco más y ya no había peligro de que los vieran, tanto Emerald como Julian decidieron seguirlos. Caminaron paso a paso a una distancia muy prudente, y una vez que se encerraron dentro de la oficina del director, acercaron sus orejas hacia la superficie de madera.
—Tranquilo, joven Sallow, no ha hecho nada malo. —La voz de Giuseppe sonaba muy calmada—. Tengo entendido que reprobaste el examen del maestro Digoro.
—S... sí —respondió él, tartamudeando.
—Maestro... —Aunque no podían ver a Giuseppe, intuían que estaba mirando al profesor como siempre lo hacía, con tranquilidad.
—Bien, Sallow, reprobaste mi materia por tan solo un punto. —Digoro no sonaba muy alegre; al parecer, estaba siendo forzado a hacer algo que no quería—. He hablado con el director y... me pidió que tomara en consideración lo aplicado que has sido durante todo el curso para... mejorar un poco ese promedio.
—Entonces... eso quiere decir que...
—No es necesario que te quedes una semana más en la escuela. Sin embargo, debo recalcar que esta oportunidad que te estoy dando de salir junto al resto de tus compañeros no volverá a repetirse —exclamó con severidad—. Ni bien empiece el ciclo lectivo, seré el doble de duro, especialmente contigo, porque estoy quebrantando mis propias reglas.
—Pero... no entiendo, se supone que...
—No cuestiones mis decisiones, Sallow —replicó Digoro, que al parecer ya estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba.
—Lo que el maestro quiere decir, mi querido muchacho, es que no es necesario que te quedes. Sin embargo —tanto Digoro como Draven observaron a Giuseppe—, tu padre nos ha indicado que debes ir a Navidia junto con el joven Ases y el joven Lagnes.
—¿A Navidia? —Draven sonaba desconcertado—. ¿Ha pasado algo en mi hogar?
—Hay una reunión de los reyes de la Alianza en Orfelia, y como tu padre es el líder de la guardia real, acompañará a la reina Agatha para darle protección. El padre del joven Ases ya está informado al respecto y no tiene ningún problema en recibirlos en su ausencia.
—¿Escucharon eso? —preguntó Digoro mientras con un simple hechizo abría la puerta, dejando descubiertos a Julian y Emerald—. Ya pueden dejar de espiar las conversaciones ajenas, Ases y Lagnes.
Las bisagras rechinaron y ellos se irguieron de inmediato. Giuseppe, contrario a mostrarse molesto, les dirigió una mirada paternal.
—Como oyeron, los tres irán a Navidia durante las vacaciones. Me tomé la libertad de pedirle a las amables señoras del servicio que fueran a sus alcobas y comenzaran a empacar sus pertenencias.
—Bien, por mi parte, eso es todo lo que tenía que informarles, así que me retiraré. —Digoro realizó una pequeña reverencia y salió de la oficina.
Los tres se quedaron frente al director sin saber qué hacer o decir. En un comienzo, Emerald pensó que su madre no había querido recibirla y la envió a Navidia por el ataque que hubo en el mausoleo de su familia, pero que les acabaran de indicar que había una reunión de los líderes era algo desconcertante. Por lo general, siempre se reunían al finalizar el año. Que lo adelantaran tan de pronto y sin preparativos previos no era de buen augurio.
—¿Sucede algo? —preguntó Giuseppe ante el silencio.
—No... no es nada, director —respondieron los tres al unísono.
—No tienen por qué preocuparse —les dijo al ver sus expresiones—. Sus familias están bien, es solo que la orden ha sido dada para que no estén solos en sus reinos.
—Está bien, director...
—Ah, he de decirles una cosa más. Al no contar con suficiente personal en Navidia para que puedan escoltarlos, y con tal de garantizar su seguridad, Greyslan, Dindarrium y Bristol los acompañarán en todo el trayecto. Esto lo hacemos tan solo como medida de precaución.
Luego de escuchar a Giuseppe, el grupo de amigos asintió, realizó una reverencia y salió del despacho. El director se quedó sonriéndoles desde adentro hasta que la puerta se cerró.
Julian era el que menos contento se veía con la noticia. No tenía problema con que Emerald fuera a su reino, después de todo, quería pasar más tiempo con ella, pero que ahora tuviera a Draven interrumpiéndolos hasta el próximo inicio de curso era algo completamente contraproducente.
—No creas que me hace feliz ir —dijo de pronto Draven.
—No creas que me hace feliz que vayas —respondió el pelinegro con desgano.
—Vamos... será divertido pasar las vacaciones juntos. —Ni bien terminó de decirlo, ambos le dirigieron una mirada fulminante y ella no pudo evitar encogerse un poco en su sitio.
—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar a Navidia? —preguntó el castaño.
—Tenemos que ir en carruaje aéreo hasta un punto. Luego, tomaremos otra movilidad terrestre. Los carruajes no pueden llegar de forma directa, los animales convencionales no tolerarían las bajas temperaturas.
—¿Qué tipo de animal soportaría el camino de Navidia? —Tras la pregunta, Julian observó a Emerald.
—Nosotros usamos usos pardos para movilizarnos. Son un poco más lentos que los caballos, pero son los únicos que sobreviven todo el trayecto.
—¿Eso significa que estaremos varios días dentro del carruaje? —Draven no parecía entusiasmado con esa información.
—Correcto —respondió Julian con una sonrisa sarcástica—. Siendo un guerrero, debes acostumbrarte a viajar varios días; es parte del trabajo que te espera.
—Sé cómo será mi trabajo, no es necesario que me lo recuerdes —le respondió de forma forzada.
—Perdón, pensé que te estabas quejando. —Julian no pudo evitar cerrar los ojos, pero se notaba bastante molesto y frustrado por la noticia.
—¿Qué tal si cada quien va a su habitación y termina de empacar? —Emerald trataba de ser conciliadora, pero por el momento parecía que ninguno de los dos quería dar su brazo a torcer.
—Diamond tiene razón, Draven —exclamó él con molestia—. Debes ir a empacar. Eres el que acaba de recibir la noticia, después de todo.
—Nos vemos luego, Diamond. —Fue lo único que el castaño se limitó a responder.
Una vez más, los planes acababan de cambiar de manera desfavorable. Emerald necesitaba hablar con el padre de Julian respecto al diario, quería saber qué había pasado con el cuerpo de su progenitor y quería también preguntarle si su padre alguna vez le había comentado sobre aquello que trataba de evitar.
—Estoy tan sorprendido como lo estás tú —le dijo Julian—. Pensé que mi padre estaría en casa para cuando llegáramos.
—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?
—Hace unos días, pero no mencionó nada al respecto.
—¿No se te hace muy extraño que nos envíen con Draven a Navidia?
—Lo es, y es lo que más me alarma. El padre de Draven es el general de la guardia contra los monstruos del abismo. La última vez que fue citado fue cuando... Leila, la hermana de Draven, falleció.
—En la visión de Eugene dijeron que no llegábamos a fin de año, ¿crees que tenga algo que ver con todo esto?
—Draven no aportaría algo útil para nosotros —respondió, y aunque Emerald lo observó con reproche, tenía algo de razón—. No tiene magia, no tiene habilidades para otra cosa que no sea el combate. Incluso en esto último aún le falta mucho por aprender, no podría protegernos de nada. Es más probable que nosotros terminemos defendiéndolo a él.
—Pero oíste a Giuseppe, Bristol, Dindarrium y Greyslan vendrán con nosotros. ¿Y si lo están enviando con una excusa para que ellos nos acompañen?
—Eso podría ser más acertado. —Él sujetó su barbilla mientras analizaba la situación, pero, aunque tratara de buscar una respuesta lógica, no la encontraba.
—¿Diómedes no sabe nada al respecto?
—En estos momentos, yo solo soy un huésped en mi cuerpo —le respondió Julian—. Una vez que se realizó la fusión, él pasó a ser el dueño.
—Entiendo —le dijo ella, sujetando el puente de su nariz.
—Lo único que podemos hacer es esperar pacientes para ver qué es lo que pasará. La visión de Eugene mostraba que éramos ambos los que estábamos tendidos en el suelo, Draven no aparecía por ningún lado. ¿Y si la intención de Giuseppe es justamente eso, cambiar el destino?
—Mi padre escribió en su diario que por más que trató de tomar otras decisiones para cambiar su destino, fue imposible que pudiera hacerlo. Creo que él consideraba que todo lo que hacemos tiene un cómo y un por qué.
—Podemos cambiarlo si nos lo proponemos, es solo que tenemos que evaluar las opciones.
—¿Y si suceden más cosas malas en el proceso? —le preguntó—. No quiero arrepentirme más adelante por las cosas que decidí.
—Considero que parte de crecer es eso, equivocarse en el camino. Pero lo mejor que podemos hacer es confiar entre nosotros. Ahora estamos juntos en esto, Draven, tú y yo.
—¿Qué estás tratando de decirme? —Emerald detuvo su andar y Julian volteó a observarla con un sonoro suspiro.
—Que es hora de poner a prueba la lealtad de Draven. Si queremos que nos ayude hasta el final, necesita conocer la historia completa.
—Estás pidiéndome que...
—Le digas quién eres en realidad. —Julian se encontraba tenso, no le agradaba que Draven supiera el más grande secreto que ambos compartían porque, a diferencia de Dindarrium, no había garantía de que guardara silencio.
—Pero eso... no es posible —exclamó ella nerviosa—. ¿Qué pasará si...?
—Si abre la boca, no verá el sol al amanecer. —Esta vez fue Diómedes quien respondió—. Recuerda que estoy ligado a ti por la promesa que me hiciste, niña, y cualquiera que trate de lastimarte, será borrado del mapa. Julian piensa lo mismo.
—No puedo comprometer a Draven en algo que podría ser peligroso...
—Pero ya está ligado a todo esto desde el momento en que decidió protegerte. Hace mucho que Sallow tomó la decisión por su cuenta. Lo único que harás será tener la posibilidad de modificar tu futuro.
—¿Cómo podría esto cambiar algo de lo que pasará? Tarde o temprano, la catástrofe terminará sobre nosotros.
—Lo que le faltó a tu padre fue confiar en los demás —le respondió tenso mientras se cruzaba de brazos—. No repitas sus errores, rompe el círculo, Emerald.
—Tengo miedo...
—Sé que eres todavía muy joven, pero tú ya cargas con la responsabilidad de un adulto. Y no de cualquier adulto, sino la de un rey. —Ella agachó la cabeza tras escucharlo—. Tienes que tomar las mejores decisiones para tu pueblo. Si quieres confiar solo en las visiones que has tenido, hazlo, pero terminarás avanzando hacia un final que probablemente sea desastroso. En cambio, si quieres alterar algo, es hora de que comiences a engañar al destino.
Al llegar a su habitación, se encontró con la mayoría de sus cosas empacadas. Los baúles que había llevado al inicio del curso estaban llenos y lo único que quedaba sobre la cama del dormitorio era una muda de ropa y abrigos con los que podría protegerse del frío que encontraría al acercarse a Navidia.
—Lucir triste. —Escuchó la voz de Ferco, quien movía los pies descalzos sobre el armario.
—¿Qué harías si tuvieras que revelar un secreto que puede costarte la vida?
—¿Referirte a quién ser tú?
—Correcto —respondió con la voz apagada.
—¿Es alguien en quien confiar? —preguntó mientras de un brinco llegaba al suelo.
—Es mi mejor amigo.
—¿Entonces por qué preocuparte? —Emerald alzó la vista y Ferco le estaba sonriendo con sus dientes puntiagudos—. Si ser Sallow, aunque caer mal, escuchar, no ser mala persona... Bueno, con Ferco serlo, pero yo ver cómo te protege y ayuda. Ser bueno con usted.
—Temo que me odie por habérselo ocultado tanto tiempo.
—Él poder enojarse, pero no odiarte —respondió con calma en tanto que observaba sobre su hombro—. Depender de usted, señorita Lagnes, cómo terminarán las cosas más adelante. Cuidarse mucho, ser precavida, ¿sí?
El duende se acercó y acarició su mano con gentileza mientras la hacía girar en dirección a la puerta, y como si él hubiera anticipado todo, Draven no tardó en golpear para anunciar su llegada.
—¿Diamond? —Abrió la puerta y se encontró con Emerald parada sola en medio de la habitación.
—Draven, ven. Tengo que... decirte algo.
El castaño entró y cerró la puerta tras de sí. Ella estaba tan nerviosa en ese momento que las palmas las traía llenas de sudor. Estaba incluso más nerviosa que cuando escuchó a Dindarrium hablarle por la mañana.
El collar comenzó a vibrar, pero a diferencia de lo que había pasado con el profesor, esta vez logró contener el hechizo.
—¿Qué pasa? —preguntó—. Te escuché hablando con alguien, pero no hay nadie.
—Era Ferco —respondió—, el duende.
—¿Tenía nombre? —respondió fingiendo un escalofrío—. Menos mal que no lo vi.
—Draven, necesito contarte algo, pero... necesito que me prometas que me escucharás hasta el final.
En ese punto, había dos alternativas. Que Draven la escuchara y se enojara por haberle guardado el secreto tanto tiempo, lo que haría que el viaje a Navidia fuera algo tortuoso, o que simplemente la delatara con los maestros.
Emerald caminó hasta la cama y se sentó sobre el colchón; no sabía ni cómo empezar a contar su verdad. De pronto, una idea fugaz surcó su mente y fue la única salida que encontró.
—¿Pasó algo malo? —preguntó él con genuina preocupación mientras tomaba asiento a su lado.
—No encuentro la forma de decírtelo —Emerald tenía un nudo en la garganta—, así que te mostraré todo...
Tal y como hizo Marie en el mausoleo, ella dirigió sus dedos a la frente de su amigo y la tocó con suavidad. Draven se quedó estático en su lugar, el iris de sus ojos se expandió por completo. Ella cerró los ojos y apareció justo a su lado en el momento de la celebración de su onceavo cumpleaños, lo que marcó el inicio y el final de la vida plagada de mentiras que estaba llevando.
—¿Tu cumpleaños? —Él la observó sin saber qué era lo que quería mostrarle.
—Tan solo... mira todo hasta el final, por favor...
Una a una, las imágenes de lo que pasó fueron repitiéndose de una forma muy dolorosa para ella. Las heridas que su madre le había dejado dentro de su corazón con aquellas palabras que le dijo cuando su hermano murió se mantenían frescas y sangrantes.
Draven observó todo en silencio. Vio la muerte de Diamond. Vio como su propia madre, la reina, obligó a su hija a tomar el lugar de su primogénito. Vio la prueba. Vio el acoso que recibió por parte de los otros herederos. Y vio todo lo posterior, inclusive lo que pasó en el salón de Clarividencia con Diómedes y Marie.
Al finalizar, Emerald liberó a Draven del hechizo y ambos regresaron a la habitación. Ella se quedó con la cabeza gacha, llorando en silencio con los ojos tapados.
—Lo siento tanto, no pude decírtelo...
El collar volvió a vibrar, y mientras ella seguía escondiendo el rostro, se dio cuenta de que el encantamiento, al igual que en el salón de Hechicería, acababa de desaparecer.
Sintió como Draven se ponía de pie y el corazón se le fue al suelo. Comenzó a llorar con mayor amargura, creyendo que lo había perdido. Pero contra cualquier pronóstico, él no salió corriendo, no se enojó, no le gritó sus verdades. Él la tomó entre sus brazos y la aprisionó contra su pecho, y ambos sintieron el palpitar de sus corazones al unísono.
—Gracias por confiar en mí, Emerald.
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