ж Capítulo XX: Vinculación. ж
En cuanto terminaron de hablar, Julian, quien aún seguía transformado en dragón, observó como los profesores comenzaban a salir del cuarto. Sin embargo, de un momento a otro, Dindarrium observó hacia donde él estaba, y tuvo que alzar la cabeza por encima de los bordes de la ventana para evitar que lo descubriera.
Ya sin riesgo de ser visto, descendió al suelo de forma ágil y reptó hasta los arbustos donde Emerald y Draven estaban escondidos. En cuanto llegó, suspiró de cansancio y sacudió su cabeza ligeramente.
—¡Es un dragón! —dijo Draven en voz baja mientras apretaba los dientes. Julian puso los ojos en blanco tras oírlo y volvió a su forma original.
Draven lo observó expectante, era la primera vez que veía a una persona transformarse en una criatura. Volteó hacia Emerald, esperando verla igual de sorprendida, pero ella estaba muy calmada.
—¿Sabías que podía hacer eso? —le preguntó.
—Me enteré hace algún tiempo.
—Las cosas se van a poner estrictas para nosotros —dijo Julian antes de que el castaño pudiera preguntarle cómo lograba transformarse—. Al parecer, Eugene tuvo una visión en la que éramos asesinados. Van a entrenarnos como si no hubiera un mañana a partir de ahora, y cada profesor va a ser el encargado de nuestra protección dentro de la escuela.
—¿Asesinados? —Draven se puso pálido de golpe—. Es decir que vamos a morir... ¿de morir?
—¿Qué otro morir puede existir? —cuestionó Julian con la ceja enarcada—. Bueno, en realidad de ti no se dijo nada. Al parecer, los únicos que no llegaremos al otro año seremos Diamond y yo.
—Pero ¿qué va a pasarnos? —Una sensación gélida recorrió el cuerpo de Emerald. Por inercia, se sujetó el brazo que ahora poseía aquellas marcas de sutura.
—Ni siquiera ellos lo saben, es por eso que están tan inquietos y preocupados.
—¿Habrá algo que podamos hacer? —preguntó Draven.
—Prepararnos. No sabemos quién nos atacó en el bosque, esa persona podría estar dentro de la escuela.
—Pero los docentes son personas elegidas por el mismo director Giuseppe.
—No es muy difícil tomar la apariencia de otra persona. —Al oírlo, el estómago de Emerald dio un vuelco—. Sé que hay hechizos que te permiten tomar la apariencia de alguien más, pero es magia muy compleja, requiere de mucho control, estabilidad y cantidad de magia para poder tomar la forma de alguien durante tanto tiempo.
—¿Y no crees que de haber un impostor ya lo hubieran descubierto? —La princesa sujetó sus dedos con evidente incomodidad.
—Giuseppe no está junto a los profesores las veinticuatro horas. Durante el tiempo que no los ve, el infiltrado podría volver a su apariencia natural.
—¿Entonces no podemos confiar ni siquiera en nuestros docentes?
—No, solo nos tenemos a nosotros. —Julian realizó una breve pausa y luego sacó el diario de Cuervo para que los otros pudieran leerlo—. Estuve escuchando que dentro de dos días, cuando la luna esté en su máximo apogeo, Madam Lilehart preparará un hechizo en el revelador para poder tener visiones más claras. Esto puede ayudarnos, tal vez encontremos la forma de abrir el diario que tú tienes, Diamond.
Tras oírlo, Draven se separó un poco de los otros dos y los miró con atención.
—¿Sabe del diario? —le preguntó a Emerald.
—Sí, él tiene otro.
—¿Sabe lo de...? —Draven la observó y ella negó con un sonoro suspiro.
—Tengo que decirte algo, Julian.
Emerald se alejó unos pasos y estiró las palmas, un pequeño orbe morado se formó justo al centro y este adoptó la forma de un minúsculo ratón que comenzó a correr por sus dedos.
—Me alegra que confiaras en mí. —Para sorpresa de todos, Julian se acercó hacia Emerald y le dio un abrazo. Ella no supo cómo reaccionar en ese momento, y Draven se limitó a abrir la boca en señal de sorpresa.
—¿Lo... lo sabías? —preguntó la princesa.
—Lo intuía. No hubiera sido posible que llegaras tan rápido el día de la prueba si no tuvieras algo de magia. —Al sonreír, el pelinegro dejó a la vista uno de sus hoyuelos, pero aquella sonrisa enseguida se esfumó—. Esto refuerza la teoría de que hay alguien que está acomodando las cosas a su conveniencia.
—Cada vez estoy más convencido —respondió ella.
—¿Lo dices por la elección del portal respecto a Diamond? —añadió Draven.
—Correcto —afirmó Julian—. Nunca se ha visto que el portal relegue a alguien que posee magia a una clase que no la tiene. Es extraño, muy extraño. Debe haber sido influenciado por algo en específico.
—¡Diamond! ¡Julian! ¡Draven! —Los tres escucharon a Greyslan llamándolos desde la entrada de la cabaña y se miraron.
—Tenemos que ir dentro de dos días al salón de Clarividencia —dijo Emerald mientras daba un paso al frente—. El revelador me mostrará lo que quiero saber.
—Te ayudaremos —respondieron Julian y Draven al unísono, lo cual la tomó por sorpresa.
—Tal y como te dije en la cueva, quiero ayudarte si está dentro de mis posibilidades. —Draven dio un paso al frente e inclinó la cabeza.
Julian solo se cruzó de brazos y asintió con una sonrisa de lado. Emerald les sonrió a ambos y los tres se encaminaron hacia donde estaba Greyslan.
Fueron llevados de regreso a la escuela ese mismo día, y aunque no se les dijo el desenlace fatal de aquella visión, comenzaron a ser instruidos por sus ahora defensores.
Las jornadas siguientes se volvieron en extremo pesadas: los maestros eran más severos durante las clases y les hacían preguntas de forma constante. Ni siquiera podían ir al baño en paz, los tutores prácticamente los seguían al atravesar cada puerta y aguardaban con paciencia su salida.
Estaban hartos, en especial Julian, quien no podía deshacerse de Dindarrium por ningún motivo. Draven y Emerald traían el cuerpo agarrotado y lleno de moretones. Después de clases, Greyslan siempre los llevaba al campo de entrenamiento y los hacía practicar no solo con espadas, sino también con arcos, garrotes y lanzas. El hombre risueño había sido consumido por la indicación que le fue brindada, ahora era un tirano a la misma altura de Digoro o Dindarrium.
—¡Draven, reposa el peso de la espada en tu hombro! Si lo haces en la muñeca, puedes sufrir un desgarro.
Greyslan le enseñó la correcta postura que él debía asumir. A regañadientes, el castaño le hizo caso y comenzó a blandir la espada en el aire con movimientos repetitivos e hipnotizantes.
—¡Mientras mayor agilidad logres con esa espada, más eficaz serás como soldado! —gritó otra vez su tutor.
Emerald, quien se encontraba practicando posturas de pelea con una lanza, miraba cada tanto por el rabillo del ojo a su compañero. Ninguno de los dos podía hablar demasiado en las prácticas, ya que, si Greyslan los encontraba holgazaneando, los enviaba a correr todo el contorno de la escuela, y aquello era un castigo que no querían volver a repetir.
—¡Diamond! —La nombrada pegó un brinco en su lugar—. Cambia a la espada, es momento de practicar tu postura.
Emerald asintió y caminó hacia donde las espadas estaban colocadas. Observó los mangos de colores y por un segundo creyó ver una de empuñadura dorada con incrustaciones de rubí, pero al mover la cabeza aquel objeto desapareció.
—Bien, pónganse uno frente al otro y finjan que están siendo atacados por su contrincante. La idea es que logren derrumbar a la otra persona.
Tanto Draven como Emerald sintieron cierto pavor luego de oírlo. La última experiencia que habían tenido no fue nada grata, pero ese día en particular ella se sentía diferente, era como si estuviera cansada. Pese a que había dormido y comido correctamente, su energía parecía estar drenada.
Ambos comenzaron a chocar los fríos metales. Emerald poseía una postura un poco más prolija en comparación, pero al ser una mujer terminaba teniendo una leve desventaja: por ser tan pesada, el arma que cargaba le restaba movilidad.
—¡Vamos! Buen contraataque, Draven. ¡Diamond, sube más los codos, la espada se te va a resbalar de las manos! —Greyslan cruzó los brazos y asentía con la cabeza cuando alguno de los dos lograba bloquear el ataque de su compañero—. Es esencial saber reconocer las debilidades del enemigo, son muy pocos los guerreros que no tienen puntos huecos en sus ataques. Mírense de forma atenta y traten de descubrir aquellos vacíos para poder atacar.
Emerald comenzó a observar a Draven a medida que este se defendía de sus ataques; no tenía mucho tiempo para pensar, así que tuvo que ser rápida para poder darse cuenta de su punto débil. De forma inmediata, ella fingió que alzaría la espada hacia la izquierda. Al verla, su compañero desvió su atención a ese lado y ella aprovechó ese momento para golpear su pantorrilla. Draven cayó con una rodilla en el suelo y ella terminó poniendo la espada a la altura de su cabeza.
—¡Perfecto! —Greyslan aplaudió con orgullo—. Lograste descubrir un punto débil, esto en un combate real le hubiera costado la vida.
Draven, quien tenía la respiración agitada, se limpió algunas gotas de sudor de la frente. Ella extendió la mano en su dirección para que él pudiera sostenerse. Sin embargo, en cuanto el castaño la sujetó, tiró de ella para hacerla caer. En ese momento, Draven colocó la espada a la altura de su garganta y apoyó un pie encima de su pecho.
—¡Buen ataque sorpresa! —exclamó Greyslan.
Draven sonrió, un gesto que Emerald le devolvió, y la ayudó a ponerse de pie. El profesor les extendió dos cantimploras de agua para que pudieran hidratarse un poco.
—Tienen excelentes habilidades con la espada. Draven, esa técnica y postura que posees es propia de tu familia. —El hombre hablaba con cierta nostalgia, recordaba como entrenaba su exprometida cuando era más joven—. Tienes la misma destreza que tuvo Leila alguna vez.
—Me enseñó lo que pudo —respondió el castaño con recelo.
El que ahora tuviera que mantener algún tipo de cercanía con Greyslan no terminaba de agradarle. Draven aún desconfiaba por el trato que había tenido con su hermana, ya que ni siquiera había sido lo suficientemente valiente para dar las condolencias a su padre.
—Diamond, de igual manera tienes un arte con las armas, pero sobre todo con la espada. Tu padre poseía la misma destreza cuando era joven. —Una sonrisita escapó de sus labios—. Cuando éramos estudiantes como ustedes nunca pude ganarle un combate. Es algo vergonzoso decirlo, ya que soy su tutor, pero Cornellius era excepcional en todo lo que hacía. No fue hasta muchos años después, casi finalizando la escuela, que pude hacerlo caer.
Greyslan comenzó a narrar diversas aventuras de Leila cuando era niña, así como también anécdotas del padre de Emerald. Ella lo escuchaba embelesada, era la primera vez que tenía tanta información acerca de su progenitor, y recordar la imagen de aquel niño tan parecido a su hermano al que vio en su visión tan solo provocaba que ella sintiera una inmensa calidez dentro de su corazón.
—¿Siempre fueron amigos? —preguntó ella luego de que una fugaz idea surcara su mente.
—Sí, aunque hubo una vez en la cual tuvimos una pequeña gresca y dejamos de hablarnos durante algún tiempo. —Como si fuera un recuerdo no muy grato, Greyslan apretó los labios.
—¿Cuando hicieron la prueba como la que hicimos nosotros estuvieron en el mismo grupo de expedición?
Enseguida Draven entendió adónde quería llegar, les había contado acerca de su visión. El muchacho pelirrojo de aquella imagen del pasado podría haber sido Greyslan.
—No, tu padre estuvo en el grupo con tu madre y con otro compañero que tuvimos; yo fui con otras personas.
Esa respuesta no fue para nada creíble, había algo en el rostro de Greyslan, tal vez un gesto, que terminaba delatándolo. Si él era en realidad aquel niño, entonces sabía lo que pasaría desde mucho tiempo antes.
—Como último consejo, les diré lo siguiente —Greyslan se puso de pie al ver como el sol en tonos naranjas comenzaba a esconderse en el horizonte—: en un combate no existen los amigos ni los aliados. Según sean las circunstancias, hasta tu mejor amigo se puede volver tu enemigo. Por eso, como guerreros, nuestra misión es proteger a quienes les juramos lealtad, pero, a su vez, no podemos enceguecernos, siempre debemos ser cautos y racionales.
Luego de indicarles que la lección había terminado por el día, les dijo que fueran a asearse y que después se encaminaran al comedor para poder cenar. Greyslan se despidió de ellos con la mano y luego de algunos metros de distancia, desapareció por completo de su rango de visión.
—¿Pensaste lo mismo que yo? —le preguntó Draven a Emerald, quien sujetaba su mentón con detenimiento.
—Lo hice —respondió—, ¿pero con qué objetivo mentiría? Si en verdad era el niño que vi, ¿por qué nos diría que no estuvo junto a mis padres ese día?
—¿Y si no es el verdadero Greyslan? —Tras aquel cuestionamiento, Emerald le dedicó una mirada indescifrable—. Piénsalo, Greyslan tiene algunas actitudes extrañas y nunca se deja ver más allá del toque de queda.
—Dudo que ese sea motivo suficiente para sospechar de él.
—Oye, es solo una sugerencia. —Draven alzó los brazos como restándole importancia y ella se limitó a poner los ojos en blanco.
Ambos caminaron hacia los dormitorios de su clase y, una vez allí, se dividieron para ir a asearse. Emerald no podía asistir a los baños comunes con los demás, ya que notarían que no era un niño y eso terminaría desmoronando todo el teatro que había armado hasta ese momento. Así que, como siempre lo hacía, aguardó paciente a que no hubiera nadie, y solo en ese instante se aseó como era debido. Al salir, retornó a su habitación, se colocó ropa fresca y decidió descansar un poco antes de ir a cenar.
—Hoy es el día. —Se quedó observando al techo durante largo rato, luego tomó asiento en el borde de su cama y sujetó el diario de su padre, aún sellado.
Desde el momento en que lo tuvo en su poder, siempre se preguntó qué cosas podría encontrar allí escritas, pero por más que trató de revelar los misterios que lo envolvían, nunca pudo hacerlo. Su progenitor había sido tan prodigioso que ni siquiera Julian, que era el mejor de la clase, había logrado abrirlo.
—Tiempo sin verte, niño.
El duende, que ya hacía tiempo que había escapado de su custodia, se encontraba arriba del ropero moviendo los deformes dedos de sus pies de adelante hacia atrás. A diferencia de la última vez que lo vio, ahora traía encima de su cuerpo unos listones de colores que adornaban su ropa desgastada; al parecer, los había robado de algún dormitorio.
—¿¡Dónde estabas!? —le preguntó y la pequeña criatura rio mientras achinaba sus enormes ojos amarillos.
—Por aquí, por allá... No gustarme mucho estar encerrado. —El ser llegó al suelo de un solo brinco y comenzó a rascar una de sus axilas—. ¿Descubriste a Cuervo? —preguntó luego de terminar su faena.
—Esta noche lo descubriré.
—Niño listo, niño listo igual que él.
—¿Cómo te llamas? —La criatura enarcó una ceja.
—¿Por qué tú querer saber mi nombre? —Con cierta desconfianza, la criatura tomó asiento en el suelo y empezó a rascar una de sus grandes orejas.
—Porque la última vez que nos vimos no logré preguntarte. Además... el trato que tuvimos contigo no fue el mejor.
—Gracioso, muy gracioso —dijo él mientras ladeaba la cabeza—, primera vez que un Lagnes se muestra humilde.
—Eres un ser vivo, ¿no? —La respuesta de Emerald lo tomó aún más por sorpresa—. Mereces respeto al igual que un humano.
Sin querer, el duende comenzó a reír, cayó de espalda al suelo y agarró su barriga. Tuvo que limpiar algunas lágrimas que escapaban de sus ojos.
—Raro, muy raro —dijo en cuanto logró calmarse—. Raro ver un Lagnes siendo amable. El último de tu línea que fue amable me usó, y luego Cuervo terminó sellando mi boca.
Después de oírlo, Emerald pensó de inmediato en su padre. A partir de la visión, tuvo un poco más en claro los rostros de aquellas personas. Cuervo había sido un estudiante amigo de sus padres, al igual que aquel muchacho de cabello rojo, que estaba segura de que se trataba de Greyslan.
—Lamento si mi padre fue grosero contigo de alguna manera.
—Cornellius era un ser de otro mundo —la criatura se puso de pie y sujetó el borde de los muebles—, tu otro progenitor era el malvado, malo, malo hasta los huesos.
La imagen de su madre apareció frente a ella. Aunque detestara darle la razón a la gente, cada vez creía con mayor firmeza que Agatha no solo era una mujer dura y estricta, sino que también podía llegar a ser alguien peligrosa si es que te consideraba su enemigo.
—Lo siento... —dijo ella con genuino pesar mientras agachaba la cabeza—. Lamento que ella de alguna manera te haya lastimado. Pero yo no soy así. No soy como mi madre, puedes confiar en mí.
El ser no supo cómo reaccionar ante tal gesto, era la segunda vez que veía a un Lagnes agachar la cabeza para pedir perdón.
—Ferco —respondió luego de una breve pausa—. Mi nombre ser Ferco.
Una sonrisa involuntaria escapó de los labios de la muchacha y la criatura simplemente le sacó la lengua.
—Tener algo para ti, niño listo. —Ferco introdujo la mano dentro del bolsillo y extrajo un pequeño saco de tela que, al parecer, contenía algo en su interior.
El duende estiró las manos y ella pudo ver algunas ampollas en sus dedos, parecía como si él hubiera estado cavando en algún lugar para lograr extraer lo que había dentro de esa pequeña bolsa. Ella, luego de recibirlo, deshizo el lazo que traía para liberar su contenido. Dentro encontró unos mechones de largo cabello negro azabache.
—¿Cabello? —cuestionó ella.
—Cabello del ser más puro que fue marchitado alguna vez. —Ferco volvió a brincar encima del ropero y observó a Emerald—. Úselo esta noche, solo así sabrá cómo entrar.
—Gracias —dijo ella con una sonrisa. Ferco mostró sus diminutos y filosos dientes; la sonrisa deformada, pese a que era fea, aparentaba ser genuina.
—Suerte, niña... —Y dicho esto, desapareció.
Al oír aquello, Emerald volvió a observarlo con rapidez, pero antes de que siquiera pudiera preguntarle por qué le dijo niña, Ferco ya había desaparecido en una nube de humo, igual que la vez anterior. Su corazón palpitaba con fuerza y comenzó a cuestionarse una y otra vez si habría más gente que supiera su secreto. Vivía con el miedo constante de que todo saliera a la luz.
¿En qué estaba fallando? ¿Cómo su hechizo había quedado en evidencia? ¿Lo sabrían los maestros o el director? Sus manos comenzaron a sudar frío y a temblar de forma sutil.
—¿Diamond? —Julian y Draven aparecieron en la entrada y la sobresaltaron.
—¿Estás bien? —El pelinegro, al verla consternada, se acercó y tomó su mano con ligereza, pero ella retrajo los dedos por inercia.
—Sí... sí —dijo con la voz temblorosa.
Ambos volvieron a preguntarle si en verdad se sentía bien. Ella, usando de excusa el cansancio por el entrenamiento, logró disipar su preocupación.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Draven mientras seguían el camino de luces en dirección al comedor.
—Haremos exactamente lo mismo que la vez pasada. He encontrado otra entrada por donde podemos ir.
—¿Hallaste otra entrada? —Julian cerró el libro que estaba leyendo y observó a aquel par.
—Un día caminé dormida, la mujer me mostró un pasaje oculto —continuó—. Lograremos llegar al salón de Clarividencia muy rápido gracias a esto.
—Bien, debemos aprovechar que el director utilizará el revelador esta noche —añadió Julian.
—Escuchen, esto puede ser peligroso. Si nos atrapan, podemos ser castigados de forma severa, incluso podrían enviarnos a casa. ¿Están seguros de querer arriesgarse?
—Somos tus caballeros —Draven ni siquiera pensó la respuesta—, y creo que hablo por ambos cuando digo que no te vamos a dejar solo.
—Estamos juntos en esto, ¿recuerdas? —acotó el pelinegro, sujetando su hombro con firmeza. Ella sonrió de soslayo y asintió, dándoles la razón.
Los tres amigos cenaron ligero aquel día. Traían un nudo en el estómago, así que no querían comer demasiado. La cena se les hizo larga y algo tediosa, los profesores estaban sentados en cada esquina donde hubiera una entrada y observaban a los tres muchachos con detenimiento.
—Va a ser difícil librarnos de ellos. —Draven tomó un pan de semillas y comenzó a masticarlo para disimular que hablaba con los otros dos.
—Tengo un plan, tan solo déjenlo en mis manos —respondió Julian, quien tomaba un poco de zumo de frambuesas, su bebida favorita.
—Espero que todo salga bien...
Y en verdad aquello era un ruego conjunto. Tenían más dificultades que antes, con los profesores encima de ellos sería mucho más complicado poder escapar durante el velo de la noche. Pero si no lo hacían en ese momento, perderían demasiado tiempo. No solo tendrían que esperar un mes a que la luna estuviera nuevamente en la posición adecuada, sino que el simple hecho de conseguir los ingredientes que necesitaban sin que algún maestro los atrapara era imposible. Y aquello podía ser fatal, ya que no había garantía de que Emerald y Julian sobrevivieran hasta fin de año.
Los alumnos comenzaron a retirarse del comedor y ellos hicieron lo mismo. Esta vez, Digoro era el encargado de vigilarlos, así que el docente estricto venía desde la parte de atrás sosteniendo en su mano una lamparilla de aceite.
Una vez que se aseguró de que todos estuvieran en sus respectivos dormitorios, se quedó rondando las afueras hasta que le tocó el turno a Greyslan de relevarlo en la guardia.
—Escuchen —susurró Julian mientras observaba por el pasadizo—, me transformaré y saldré por la entrada de la chimenea. Por suerte es Greyslan, podemos escapar por la parte posterior.
Tanto Draven como Emerald asintieron y aguardaron a que Julian regresara. Los minutos se hicieron eternos, el sonido de los búhos al ulular en las afueras tan solo aumentaba su tensión. Luego de algunos minutos, él volvió a bajar transformado en el pequeño dragón, se acercó a ellos y se convirtió en humano otra vez.
—Está paseando de izquierda a derecha, demora en promedio unos dos minutos en bordear todo el contorno. Ahorita se encuentra en la parte trasera, es momento. ¡Vamos!
Los tres salieron de forma cautelosa pero con prisa hacia la entrada. Julian volvió a transformarse y salió por la chimenea, con su cola golpeó la ventana ligeramente y les indicó que era el momento preciso para que escaparan.
Corrieron hacia el bosque y esquivaron las plantas, esta vez fue muy fácil, ya que Julian empleó un hechizo protector que los hacía pasar desapercibidos. Atravesaron el pasaje que Emerald había descubierto y llegaron al punto exacto del salón de Clarividencia. Del otro lado escuchaban como Madam Lilehart y el director conversaban.
—Me resulta muy extraño el no haber podido encontrar algo más —decía ella—. Ni siquiera el revelador pudo darme más luz sobre aquella visión... Director, lo mejor será que nos reunamos con el resto de los maestros. ¿A quién le toca la guardia esta noche?
—A Greyslan —respondió el anciano—. Vayamos a la dirección, las paredes pueden estar escuchando.
Cuando los tres lo oyeron decir aquello, contuvieron la respiración. Luego de varios minutos más, pudieron escuchar que ambos se marchaban y solo en ese momento se permitieron soltar el aire que habían contenido.
—Bien, es hora de comenzar —dijo el heredero de los Ases y los otros asintieron.
Julian y Emerald se acercaron al revelador. El plato de oro había quedado cerca de la ventana y la luna se reflejaba dentro del humeante conjuro, dando la sensación de que se hallaba atrapada dentro de este.
Emerald sujetó entre sus manos el mechón de cabello negro, Julian la observó sin decir nada. En cuanto ella introdujo las hebras dentro de la mezcla, un domo se formó e hizo que ambos se elevaran en el aire. Draven se asustó al verlos levitar, pero Julian había sido muy enfático en que debía vigilar y si algo malo pasaba con ellos, era su deber ir a pedir ayuda.
Draven accedió a hacerlo, pero se sentía muy inquieto. Ya había visto a Emerald flotar sobre el agua durante la excursión y si lo que la hubiera tenido en ese trance no la hubiera soltado, ella podría haber muerto.
—Por fin viniste. —La mujer de las enredaderas negras se materializó frente a ella, la vio más nítida que nunca, con los ojos inyectados en sangre y las manos negras cual carbón.
—Vine a que me digas cómo ayudarte. Necesito saber si el diario de mi padre guarda alguna conexión contigo. —Ella temblaba, era la primera vez que tenía a la mujer cara a cara.
—Para poder ayudarme tienes que aceptarme dentro de ti —respondió la mujer a medida que sus dedos se tornaban de otro color, la piel estaba volviendo a crecer de forma natural.
—¿Qué pasará conmigo? —cuestionó la princesa con la voz temblorosa.
—Solo recordarás lo que pasó...
—¿Recordar? —La joven la observó sin entender a qué se refería y al tornar la vista hacia Julian, se percató de que este se encontraba en una especie de letargo mientras unas ondas moradas emanaban de su cuerpo.
—Eres una extensión de mi vida, Emerald —dijo la mujer; su rostro comenzó a aclararse, sus ojos volvieron al blanco que en otro tiempo habían tenido—. Recuerda lo que fuiste alguna vez, recuerda a quienes amaste y recuerda también a aquellos que tanto dolor te causaron.
La mujer se acercó y pegó su frente a la de ella. Emerald sintió un pequeño escozor en esa zona, pero al cabo de unos minutos, sus ojos le permitieron ver a un hombre de tez morena y cabello negro que se encontraba justo en frente de Julian. Se dio cuenta de que aquello que le habían parecido ondas tenían en realidad la forma de hilos morados que los conectaban a ambos, como si los fragmentos del alma del hombre se estuvieran introduciendo cada vez más en el cuerpo del muchacho.
—La única forma de salvarte es recordar lo que fuiste. —La mujer lloraba, las lágrimas desbordaban sus mejillas—. Recuerda a quienes amaste, recuerda la forma en que moriste...
Emerald no podía formular ni una oración, su vista se hallaba fija en el hombre que se encontraba justo en frente de Julian.
—Diómedes... —exclamaron ambas al unísono mientras sentía el corazón desgarrándosele por dentro—. ¿Eres tú, amor mío? —volvieron a decir juntas.
El hombre pelinegro abrió los ojos y sonrió de soslayo; Julian hizo lo mismo, aunque aún se mantenía con los ojos cerrados. Emerald observó a la mujer y esta sonreía con nostalgia, su cuerpo empezó a disiparse, al igual que estaba pasando con el hechicero que estaba a su lado. Aquellos fragmentos de luz cual hebras negras comenzaron a introducirse dentro de su cuerpo y poco a poco fue entrando en trance.
El alma de Diómedes terminó de introducirse dentro de Julian y este volvió a bajar al suelo. Luego de algunos minutos, abrió los ojos y observó como aquella mujer que durante tanto tiempo esperó por fin estaba retornando a su lugar de origen.
Por su parte, Emerald sentía que flotaba en una nube. Pasajes de su antigua vida desfilaron frente a sus ojos en fracciones de segundos; todo pasaba de forma muy rápida, pero se mantenía fresco aún en su memoria. Sin embargo, antes de llegar al momento del quiebre, la respiración comenzó a fallarle. Tanto ella como la reina comenzaron a encorvarse por la falta de oxígeno, algo que parecía imposible, ya que una de las dos estaba muerta.
Julian gritaba los nombres de ambas, pero ninguna reaccionaba. Emerald sujetó su cuello y emitió un quejido, las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. De pronto, al igual que en aquella cueva, algunos orbes escaparon de su interior. Marie observó perpleja como los trozos de su vida salían disparados por la ventana.
—¡No lo hagas! —gritó Julian al saber qué planeaba hacer.
La reina sonrió con profunda tristeza en su ser y cortó el nexo que había entre ambas. Al hacerlo, Emerald cayó al suelo y él la sujetó antes de que pudiera golpearse la cabeza. Marie se quedó observándolos a ambos con el rostro inundado en llanto. Julian estiró su mano para poder tocarla, pero ella comenzó a fragmentarse cual luciérnagas en el aire. Él lloraba y temblaba, la llamaba con desesperación, pero la reina solo sonreía y lloraba.
—Perdóname, no fui tan fuerte después de todo...
Fue lo último que escuchó antes de que ella se desmaterializara en una especie de polvo brillante.
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