ж Capítulo XVII: Los lazos que nos unen (II) ж

Ella comenzó a contarle todo lo que Nenium le había dicho y Julian se mantuvo en silencio mientras observaba el camino de tierra frente a ellos. Cuando Emerald terminó, él colocó un gesto indescifrable en tanto que le devolvía la mirada.

—¿Y bien? ¿Qué piensas? —le preguntó ella con impaciencia

—Imagino que lo mismo que tú, que aquí hay animal encerrado.

—¿Crees que pudieron asesinarla por parecerse a la reina Marie? —cuestionó y este emitió un sonoro suspiro.

—Creo eso, pero... Para serte franco, también creo que tu madre pudo ser capaz de asesinarla.

Tras oír tal cosa, Emerald frenó en seco y lo observó como si hubiera perdido el juicio. Julian se mantuvo quieto, esperando algún tipo de reacción de su parte, pero aquello tardó en llegar.

—Mi madre... no sería capaz de...

—¿Seguro? —le preguntó el pelinegro mientras se cruzaba de brazos—. Comprometió a su hija con el príncipe de una nación de gitanos, mandándola lejos de su vista, para dejar únicamente a su primogénito a su lado. ¿Tienes dudas pese a eso? Seré franco contigo, Diamond. La reina Agatha no tiene muy buena reputación entre los nobles, ni mucho menos entre los reyes de cada reino.

—¿A qué te refieres?

—¿Por qué crees que todos agachan la cabeza ante las órdenes que da? —Tras la pregunta, ella se mantuvo en silencio—. Agatha es considerada una de las mujeres más frías y calculadoras que alguien tuviera el placer de conocer. El único periodo de tiempo en donde ella se mostró apacible fue antes de la muerte de tu padre.

—¿Y no crees que aquel cambio se debiera a que ella perdió a quien amaba?

—¿Te parece que es excusa para justificar el trato inhumano que le da al resto?

Julian acababa de dejarla sin palabras, después de todo, ella mejor que nadie había vivido en carne propia el desdén y el repudio que su propia madre le brindaba. Ahora la mantenía a su lado solo porque le era útil. Si la verdad saliera a la luz, Emerald sería ejecutada por usurpadora del trono y su madre la acompañaría en la ejecución por omisión y encubrimiento de un aparente asesino, aunque ella no hubiera hecho nada.

—Lo que yo pienso es lo siguiente. Si bien Nenium te dijo que Agatha nunca presentó poderes mágicos hasta que tuvo nuestra edad, quizás algo pasó en ese momento en el cual estuvo a solas con su hermana y... pues... se deshizo de ella para ser la única que pudiera salir de este pueblo.

—¿Por qué sería la única en salir del pueblo? Cualquiera puede entrar en la escuela.

—No, no cualquiera. Y esto es algo que debieron haberte enseñado. —Emerald no pudo evitar encogerse un poco, había muchas cosas que desconocía de su propio mundo—. Solo los que poseen el gen dominante, en el caso de los magos o virtuosos, pueden acceder a la escuela, ya que es más sencillo poder moldearlos. Los hermanos que poseen el gen recesivo tienden a ser inestables, así que son instruidos en casa para que desarrollen otro tipo de habilidades.

—Yo... no lo sabía. Igor jamás me habló acerca de esto.

—Imagino que, por ser de la familia dominante, los Lagnes sí podrían hacer ingresar a ambos hijos a la escuela.

—Mi hermana —dijo ella con la voz temblorosa— nunca recibió entrenamiento mágico, nunca la dejaron explotar su potencial.

—¿Y pese a eso aún defiendes a tu progenitora? —cuestionó él con desdén—. Agatha es una mujer sin escrúpulos que ve solo por sus intereses. Es la peor reina que Delia tuvo. Si tu padre siguiera vivo, otra sería la historia y otro sería el destino, pero, por desgracia, las cosas no fueron así.

—Mi madre no es una asesina...

—¿No lo es? —bufó—. ¡Diamond, tu madre tiene en sus manos la sangre de mucha gente!

—¡Ya basta! —Ella se tapó los oídos mientras Julian hablaba. Quería que se detuviera, pero al mismo tiempo necesitaba escuchar todo de lo que era capaz su madre para poder dejar de quererla como aún lo hacía.

—Si deseas que pare, lo haré. Pero créeme cuando te digo lo siguiente, Diamond: la persona en la que menos debes confiar es en la mujer que te dio la vida.

Emerald asintió y comenzó a caminar en completo silencio. Draven, Eugene y Privai, quienes se habían detenido metros más allá al ver que ambos, al parecer, estaban discutiendo, decidieron esperarlos. Aunque por el rostro de Draven era notorio que quería ir a ayudar de alguna manera a su amigo, el orgullo pudo más y terminó frenándolo a mitad de camino.

Al llegar, Julian prácticamente le arrebató el mapa a Draven y caminó al frente. El muchacho castaño, incómodo como estaba, se acercó de forma lenta a Diamond, que lucía bastante acongojado.

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja para evitar ser escuchado. Emerald volteó a observarlo y enarcó una ceja.

—¿Te importa cómo esté? —respondió de forma cortante, pero él, en lugar de sentirse aludido, se limitó a emitir un suspiro.

—Mira, sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero...

—¿Tuvimos diferencias? —Una risotada escapó de sus labios—. ¡Dejaste de hablarme sin que pudiera explicarte nada!

—¡Casi me matas!

—¡Pero no fue porque quisiera hacerlo!

Antes de que ambos pudieran continuar con su discusión, un trueno retumbó a lo lejos y enseguida comenzó a llover a cántaros. Julian, quien se encontraba junto a los otros dos muchachos, les gritó se reunieran con ellos, ya que habían encontrado una cueva en donde podían resguardarse de la lluvia.

Emerald y Draven subieron a toda prisa la pequeña elevación que los separaba. Al entrar, vieron que Julian acomodaba algunas ramas en el centro. Luego de chocar un pedazo de piedra y un trozo de carbón, emergió una chispa que hizo luz.

—Parece que estaremos aquí un buen rato.

—¿Por qué demonios empezó a llover? —preguntó Draven—. ¡El cielo estaba despejado hace nada!

—¿Cómo pretendes que lo sepa? —respondió Julian—. No controlo el clima.

—Genial, esto va a retrasarnos. —Emerald escurrió su cabello, que ya estaba un poco más largo—. ¿El mineurus no evitará salir a partir de ahora?

—Es probable —dijo Eugene, quien estaba sacándole el agua a su ropa—, son animales a los que no les gusta demasiado la lluvia. Si de por sí era complicado encontrar uno, ahora lo será el doble. Sus nidos no están muy a la vista.

—Esto tuvieron que hacerlo los maestros, no se me ocurre otra respuesta lógica. —El castaño estaba hastiado de aquella prueba. Por lo general era el más optimista en ese tipo de eventos, pero no se sentía nada cómodo con el grupo en el que estaba.

—¿Y si salimos a buscar uno? —preguntó Privai.

—¿Con esta lluvia? —Julian habló quizás demasiado duro, lo que provocó que ella agachara la cabeza—. Antes de que pasara el tiempo límite, caeríamos al suelo producto de la fiebre.

—Bueno, pues tenemos que hacer algo, ¿no? —Emerald se quedó observando el fuego del centro mientras abrazaba sus piernas.

—Seguro el resto está escondido. Aunque, conociendo a Trellonius, puede que él y su grupo estén buscando justo ahora. —Draven se sentó al lado de Emerald y cruzó las piernas.

—Si quieres arriesgarte a que te dé un resfrío, adelante, comienza a buscar al mineurus. —Julian soltó una pequeña risotada.

—¿No me crees capaz de hacerlo? ¡Soy perfectamente capaz de encontrar uno pese al clima!

—No estoy poniendo en duda tu capacidad de hacerlo. Estoy diciendo que el clima no va a jugar a nuestro favor. Uno de los objetivos de la prueba es impedir que los otros equipos lleguen a la meta.

Y como si Julian hubiera vaticinado algo, pudieron ver a lo lejos humo de color rojo extendiéndose entre las nubes.

—¿Ves? —Todos observaron hacia aquella dirección y luego volvieron a mirar al pelinegro—. Hay dos opciones: o estuvieron buscando y alguno se lastimó, u otro equipo les puso una trampa. Apostaría más a lo segundo.

—¿Y no es un poco peligroso quedarnos aquí? —Privai habló en voz baja, pero todos pudieron oírla por el eco de la caverna—. Es decir, la cueva no tiene puerta o algo que impida ver desde afuera y el humo de la fogata pues... puede filtrarse y llamar la atención.

—Eso lo sé, pero era la solución más pronta que encontré. La lluvia nos agarró por sorpresa. —Julian introdujo las manos dentro de su uniforme de virtuoso y de allí sacó un mapa que terminó extendiendo sobre la tierra—. Miren, nos encontramos ubicados justo en esta posición. —Señaló un pequeño tramo sobre las montañas—. Por lo poco que sé de este lugar, los mineurus, al ser familia de los roedores, prefieren excavar en terrenos fértiles para poder encontrar alimento para sus crías.

—Entonces tenemos que ir hacia el lado del valle... —dijo Eugene en un hilo de voz.

—¡Pero eso está al otro extremo del mapa! —Esta vez Privai fue la que habló.

—Nadie dijo que esta prueba sería sencilla. —Julian tomó el papel y se lo guardó.

—¿Dónde conseguiste ese mapa? —preguntó Draven—. Tiene señalizada la zona exacta donde están los nidos esos, y podría jurar que a ningún otro equipo le dieron uno.

—Puede que lo haya tomado prestado sin permiso de la oficina del alcalde. —El pelinegro se encogió de hombros.

—¿Lo robaste? —Emerald lo observó con reproche.

—Sin el mapa hubiéramos estado perdidos —dijo él con desinterés mientras le sonreía—. Necesitábamos un poco de ayuda, ¿no crees?

—¡Pero es deshonesto! —Draven se puso de pie de forma inmediata, su sentido de la moral estaba en juego en ese momento.

—Mira, niño, solo he hecho lo mejor para el grupo. Necesitábamos ayuda de alguna manera y esta es la única forma sensata en la que podemos llegar hacia los mineurus.

—No me digas niño. ¡Tengo la misma edad que tú!

—Bien, Draven. —Julian rodó los ojos y esto visiblemente molestó al castaño—. Si quieres ir dando tumbos por todo el bosque, hazlo, pero el que desee obtener una buena calificación, pues sígame.

—Bueno... La clase de Greyslan no es mi mejor materia porque... no he asistido mucho. —Eugene se sentía apenado al confesarlo, pero para él era más importante todo lo que concerniera a la magia.

—Me pasa lo mismo. —Privai traía las mejillas enrojecidas, y aunque trató de disimularlo, le fue imposible hacerlo.

—¿Tú qué vas a elegir? —Draven volteó a observar a Emerald, quien dio un respingo. Paseó la vista entre Julian y su antes mejor amigo y luego se rascó la cabeza con evidente incomodidad.

—Debo decir que está mal lo que ha hecho Julian —una sonrisa satisfactoria se dibujó en el rostro de Draven—, pero también es verdad que dos de nuestros compañeros tienen problemas con la materia... Lo ideal sería ayudarlos a aprobarla, ¿no crees?

—No me estarás diciendo que estás de su lado... —La boca de Draven se encontraba tan abierta en ese punto que se podría pensar que su quijada caería al suelo.

—Lo siento, pero por esta vez lo estoy. Si Eugene y Privai no necesitaran ayuda, ni siquiera dudaría en rechazar seguir el mapa.

—¡Perfecto! Entonces es una decisión unánime, seguiremos el mapa.

—¡Increíble! —Draven se sentía indignado al ver la poca moral de todos los que se encontraban allí—. Y pensar que si ganamos esto será con trampa...

—Por favor, ni que fuéramos los únicos. —Julian volvió a revolotear los ojos—. He visto como a tres grupos robar un mapa, estaban colocados en un lugar tan visible que prácticamente gritaban que los agarraran.

—¡No quiero saber en qué condiciones lo encontraste, eso me haría cómplice del crimen!

—Es un pedazo de papel. —Julian se cruzó de brazos mientras observaba al castaño.

—No, no es solo un pedazo de papel —acotó indignado—. Es la prueba de que hurtaste algo, y lo que me resulta increíble es que tú, siendo un futuro rey, lo hayas hecho.

—Por los dioses, cierra ya la boca. Eres exasperante. —El pelinegro ya estaba hastiado, la paranoia de Draven llegaba a ser irritante.

Antes de que pudieran seguir enfrascados en su conversación, un extraño silbido llegó hasta sus oídos, y una vez más vieron a lo lejos el humo rojo de otro de los equipos disolverse en el aire.

—Será mejor movernos, no es bueno que otro grupo haya sido eliminado.

—¿Qué pasó con lo de resguardarnos hasta que la lluvia pase? —preguntó Eugene.

—Cambio de planes. Apaguen la fogata y salgamos de aquí.

Como un líder natural, Julian guardó las pocas cosas que había sacado y los demás comenzaron a hacer lo mismo. Draven, pese a que se encontraba aún receloso, accedió a obedecer, ya que en parte el pelinegro tenía razón: que otro grupo hubiera emitido la alerta no era muy buena señal.

—Escuchen, si alguno se separa por algún motivo, quiero que corran y nos esperen en este punto. —Julian sacó otra vez el mapa y lo expandió sobre la corteza de un árbol, el cual era lo suficientemente frondoso para que el agua no entrara—. Si siguen derecho, encontrarán una laguna. Ojo, tienen que seguir derecho hasta verla. Según esto, en el medio de ella hay una especie de roca en forma de centauro, así que sabrán ubicarse. El valle adonde tenemos que ir está a una hora de allí. ¿Entendieron?

—Sí —respondieron al unísono.

—Si nos separamos y uno ubica primero a la criatura, la captura y se esconde para esperar al resto.

Una vez dadas las indicaciones, comenzaron a caminar en la dirección marcada. El recorrido se estaba volviendo muy complicado, la lluvia había provocado una gran cantidad de lodo y esto dificultaba que pudieran avanzar con normalidad. Al cabo de unos minutos, volvieron a observar el humo de otro grupo, esta vez venía de muy cerca de donde ellos habían estado antes.

—¿Por qué tantos están activando la alerta? —Emerald no podía evitar estar preocupada, sentía una corazonada algo extraña en ese momento.

—No tengo idea, pero no debe ser algo bueno. —Privai se acercó a ella, la misma sensación escalofriante estaba comenzando a recorrerle el cuerpo.

—Apresuremos el paso, es la única manera de llegar primero y acabar con todo esto. —Draven trataba de caminar lo más rápido que podía, pero el lodo fijaba sus pies a la tierra por algunos segundos.

—¿Crees que los maestros ya estén en los lugares donde hubo alertas? —Eugene sujetó una hoja de árbol lo bastante grande como para que le cubriera la cabeza.

—Es probable —respondió Julian.

Al continuar por el sendero, no volvieron a cruzarse con ningún otro grupo. La ruta que estaban tomando ya debería de haber recibido a alguno de sus compañeros, pero la tierra estaba intacta, sin ninguna huella de pisada.

—¿Vamos a la delantera? —preguntó Emerald, quien se vio obligada a escurrir su ropa.

—Parece que sí, pero me resulta extraño que el grupo de Trellonius ni siquiera haya pasado por aquí. Lo vi agarrando un mapa, ya debería de haber pasado por este lugar.

En el campo donde se hallaban había unos árboles de bambú gigantescos, pero no eran lo suficientemente frondosos como para repeler la lluvia. Por suerte, al ser un terreno un poco diferente al que habían atravesado antes, caminar por ahí estaba siendo un poco más fácil.

—¿Escuchan eso? —Emerald había oído otra vez un silbido muy cerca de donde ella se encontraba. Al voltear, pudo ver la silueta de aquella mujer que estaba parada mirando hacia la derecha.

—¿Escuchar qué? —preguntó Draven.

—El silbido —dijo ella—. ¿No lo oyen? Sonó también en la cueva.

—¿En la cueva? —Eugene y Privai se observaron uno al otro y luego se encogieron de hombros—. No escuchamos nada, salimos porque vimos el humo rojo cerca de nosotros.

—¿Estás bien? —Julian se acercó y tocó su frente—. No tienes fiebre.

—Te digo que escucho un silbido, no mi...

Pero antes de que pudiera seguir hablando, una especie de bomba de humo, seguida de una segadora, cayó muy cerca de donde se encontraban. La respiración de todos comenzó a volverse dificultosa y nadie podía ver nada.

—¡Vayan a donde les dije! —gritó Julian.

—¡Entendido! —La voz de Eugene y Privai se escuchó. A continuación, se oyeron muchas pisadas que se fueron dispersando.

—¡Ven! —Emerald sintió que una de sus muñecas era tomada y se desorientó, pero al notar que al mismo tiempo otra persona tomaba su mano y una descarga eléctrica la recorría, entendió que tanto Draven como Julian estaban huyendo a ciegas con ella.

Fueron dando tumbos, ya que no podían ver. En más de una ocasión tropezaron con las raíces de los árboles, pero entre los tres se ayudaban para evitar retrasos y continuar con el escape. Cuando lograron alejarse del humo lo suficiente, comenzaron a toser; no habían podido respirar de forma correcta. Al recuperar la visión, ella vio que Draven sujetaba su muñeca y que Julian era el que la tomaba de la mano y entrelazaba sus dedos con los de ella.

—¿¡Qué demonios fue eso!? —preguntó Draven, pero Julian le pidió que cerrara la boca, por lo que comenzó a susurrar—. ¿Cómo se les ocurre a los maestros usar semejante instrumento? Si eso hubiera caído cerca de nosotros, nos podría haber lastimado.

—No fueron los maestros —Julian volvió a observar en dirección al sitio de donde habían escapado—, ellos jamás han usado ese tipo de arma en una prueba como esta. A lo mucho, han empleado técnicas de confusión o puesto a la naturaleza en contra, pero nunca han expuesto así la vida de los estudiantes.

Emerald volteó hacia sus espaldas y escuchó aquel silbido de nuevo. Esta vez el sonido era mucho más fuerte, casi podía percibirlo junto a ella.

Mientras Draven y Julian observaban el mapa y trataban de descifrar dónde se encontraban, Emerald empezó a caminar en dirección a aquel ruido. Tenía la sensación de que aquello, fuera lo que fuera, la estaba llamando.

Se sentía adormecida, su vista se nubló y cuando miró sus manos, vio que eran como las de una adulta. La mujer había vuelto a tomar el control de su cuerpo y la estaba guiando de alguna manera hacia un lugar específico.

—¡Diamond! —Escuchaba que sus amigos gritaban su nombre, pero ella no podía responder.

Llegó a un pequeño lago alejado de todo. Los restos de una estatua en el centro del mismo la recibieron. Cuando pisó la orilla, unas ondas se formaron bajo sus pies. Caminó sobre el agua en dirección a la estatua, y una vez que estuvo cerca de ella, colocó su palma sobre la destrozada superficie.

—¡No podemos estar aquí! —Oyó decir a alguien, pero no reconoció la voz.

El lugar se transformó en un campo completamente diferente, la estatua estaba reconstruida. Era una imagen de aquella mujer que veía, esta sujetaba con ambas manos una espada que lucía igual a la que cargaba su padre en el monumento que le hicieron en el mausoleo.

Un sendero atravesaba el lago desde la orilla hasta la estatua. Allí vio al portador de la voz que no había reconocido. Era un niño de su edad muy vivaz y con una sonrisa amplia. Era igual a Diamond.

—¡Cornellius, nos meteremos en problemas! —Una joven de cabello negro, que reconoció como su madre, se acercaba con timidez desde la parte de atrás.

—¿No lo entiendes, Agatha? —preguntó mientras la observaba—. Las visiones de las que te hablé me trajeron a este punto.

—¿Es ella la reina? —Un muchacho con pelo oscuro y mirada fría apareció en escena. Ella no sabía quién era.

—La reina Marie... —Su padre caminó embelesado hacia la estatua abandonada.

—¿Crees que sea sensato el haber traído a Agatha con nosotros? —Esta vez un chico pelirrojo se acercó dubitativo hacia ellos.

—Sabes que ella no dirá nada, ya nos ha demostrado su lealtad.

—No lo decía por eso —respondió el pelinegro—. Esta es su aldea, donde... bueno, ya sabes...

—Estoy bien —respondió ella de forma inmediata, los puños apretados a cada lado de su cuerpo.

Cornellius caminó hacia la muchacha y sujetó sus manos con cariño, ella no pudo evitar sonrojarse y sus dos compañeros pusieron los ojos en blanco ante tal escena.

—¿Puedes hacerlo? —preguntó y ella asintió.

—¿Estás seguro de querer saber tu futuro? —El muchacho sonrió y aquella imagen le estrujó el corazón a Emerald, le recordaba tanto a su hermano...

—Necesito saber qué pasará. Soy la novena generación de la dinastía de los Lagnes, la reina podría volver y necesito estar preparado. —La determinación en su voz era tal que a la joven no le quedó más opción que asentir.

Agatha, su madre, caminó hacia la estatua y de su morral sacó un cuenco pequeño de oro. Era el revelador, pero en una apariencia más diminuta. Al añadir diversas pociones, unas que ella procuró memorizar a toda costa, el agua en su interior comenzó a teñirse de color morado. Agatha puso sus manos encima y unas ondas comenzaron a emerger.

—Necesito una gota de sangre tuya, ya que allí se encuentra la de la reina.

Cornellius asintió, el joven de mirada dura y cabello negro extendió un puñal en su dirección. El rubio lo sujetó con firmeza y caminó hacia donde se encontraba Agatha, quien le indicó que dejara caer la sangre dentro del cuenco.

—Bien, ahora coloca tu mano encima de la mía y con la otra, toca la superficie de la estatua.

Cornellius hizo lo que ella le dijo, pero en cuanto su palma se posicionó sobre la piedra, Agatha salió disparada hacia atrás. Los muchachos, que esperaban un poco más lejos, corrieron a sujetarla y comprobar que no se hubiera hecho demasiado daño.

El pelirrojo, al ver que ella se había desmayado, se quedó a su lado y le gritó al otro que corriera a ver a Cornellius.

Su padre estaba levitando frente a la estatua con los ojos en blanco. Un domo se había formado a su alrededor, imposibilitando así que cualquiera que estuviera fuera pudiera pasar.

—¡Cornellius! —gritaba el pelinegro desde el otro extremo mientras golpeaba la superficie—. ¡Pyrominus! —gritó y una bola de fuego salió despedida, pero al entrar en contacto con la superficie que lo rodeaba, se disipó.

—¡Cuervo, busquemos ayuda! ¡Agatha no está respirando!

El muchacho se acercó corriendo hacia donde estaban ellos, pero antes de que pudiera practicarle primeros auxilios para luego activar la bomba de humo rojo, ella también comenzó a levitar y flotó hacia donde se encontraba Cornellius.

—Un príncipe y una princesa —dijo él en trance, con su cabeza observando hacia el cielo.

—Uno guiará a su nación a la grandeza... —respondió Agatha, quien aún se mantenía inconsciente, pero presentaba los ojos en blanco igual que él.

—... y el otro destruirá todo a su alcance.

Al terminar de decir esto, dos orbes de luz, uno celeste y otro negro, emergieron de la estatua. Ambos se introdujeron en el cuerpo de la joven a la altura de su útero. Cuando esto pasó, la estatua explotó, lo que impulsó a ambos chicos hacia el lago.

—¡Cornellius, Agatha! —gritaron los otros dos mientras corrían a auxiliarlos.

Emerald despertó y vio que se encontraba ella también levitando sobre el agua. Al entrar en pánico, terminó hundiéndose hasta el fondo. Cuando observó hacia arriba, vio que tanto Julian como Draven se acercaban nadando con desesperación hacia ella, buscando sujetar su mano.

Al sentir el tacto de ambos, ella cerró los ojos y, al final, se desmayó. 

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