ж Capítulo XIV: Tras la pista de cuervo (II) ж

Julian se marchó luego de varios minutos durante los que trataron, de forma infructuosa, de obtener más información del duende. Lo poco que habían descubierto era que la pequeña criatura estaba atada a un juramento sellador, lo que le imposibilitaba responder a sus interrogantes.

Esa noche, Emerald analizó lo que había sucedido durante la clase de combate. Hasta ese momento, el fantasma de la mujer nunca había sido agresivo con nadie, en especial con Draven.

¿Por qué ahora sí había optado por atacarlo?

La mujer había dicho con claridad que deseaba que los traidores murieran.

¿Acaso la familia de Draven tenía algo que ver con su muerte?

Con aquellas interrogantes rondándole la mente, cerró los ojos y se dejó llevar por el cansancio. Al oírse los tres campanazos que indicaban las tres de la madrugada, su cuerpo se levantó por inercia y se sentó en el borde de la cama. Frente a ella se encontraba la mujer con los brazos estáticos. Como siempre, una capucha negra cubría su rostro y lo único que lograba escapar era su mata de cabello oscuro, que llegaba a cubrir su torso hasta la altura de sus pechos.

—¿Por qué querías lastimarlo? —preguntó Emerald armándose de valor.

Quizás en otra situación hubiera estado aún más nerviosa, pero tal atrevimiento de su parte había conseguido enojarla.

No obtuvo respuesta alguna. La mujer, muy por el contrario, comenzó a dirigirse a la salida y atravesó la puerta. Emerald la siguió desde atrás y la abrió, ella la aguardaba en dirección al recibidor, y recién volvió a avanzar después de cerciorarse de que la princesa iba tras ella.

La quietud de la noche las envolvía. La mujer se limitaba a caminar hacia el frente y Emerald avanzaba tras ella sin poder ofrecer resistencia. Se dirigían al interior de la escuela, pero la entrada por donde ella la estaba conduciendo no era la de la cocina, ni mucho menos la principal.

La espectral aparición la guio por la parte de atrás del castillo, por un sendero que ella nunca antes había visto. Tras unos minutos, se detuvo de forma abrupta frente a una mata de enredaderas y extendió el índice señalando en esa dirección. La muchacha retiró las plantas y encontró una puerta ennegrecida y resquebrajada. Observó a la mujer como aguardando alguna señal, y esta asintió de manera afirmativa.

Al tirar de la manija oxidada, las bisagras rechinaron y ella se introdujo en la oscuridad. Extendió la palma de su mano y en un suave susurro dijo:

Luminae.

El pequeño resplandor que se formó en su palma fue guiando su camino, y para cuando volteó a ver al espectro, la mujer la atravesó y provocó que por un momento se le entrecortara el aliento.

Tras reponerse, caminó durante largo rato, subió algunas escaleras y llegó hasta una entrada rectangular. La mujer la atravesó y ella empujó la superficie. Esta se abrió y se dio con la sorpresa de que acababa de llegar al salón de Clarividencia.

Y en el centro, el revelador se removía en ondas y soltaba algunos destellos dorados.

—El hechizo... —Emerald volteó a observar a la mujer y esta asintió.

Comenzó a caminar hacia el revelador. A través de la ventana, vio que la luna estaba brillando en lo alto. Solo en ese momento se dio cuenta de que se encontraba soñando. Según el ciclo lunar, ese día había luna nueva, no luna llena.

—Conoces el camino —dijo la mujer a sus espaldas y ella volteó—. Cuando la luna se encuentre brillando en lo alto, elabora el hechizo. Solo en ese momento podrás ver las cosas que pasaron... Trae contigo al muchacho de cabello negro, de lo contrario, esto no funcionará.

Emerald extendió los dedos hacia las ondas que alborotaban sin cesar y estas la envolvieron, provocando que sintiera mucha tristeza dentro de su ser. Experimentó un remolino de emociones nuevas, sus recuerdos se mezclaban con los de alguien más, pero no podía verlos, tan solo percibía los sentimientos que estos habían dejado atrás.

—Despierta... —Sus ojos se entreabrieron. Julian se hallaba frente a ella, observándola a una distancia demasiado cercana.

—¿Qué haces? —preguntó en un tenue aliento, su corazón palpitaba y sentía el rostro enrojecido. Por alguna razón, además, le parecía percibir una sensación de calidez en sus labios.

—Ya va a ser hora de desayunar —respondió él sin apartarse—, vine a ver cómo te encontrabas.

—Estoy... bien —dijo ella y rompió el contacto visual mientras se sentaba—. ¿Y Draven? —Ante la pregunta, Julian simplemente se encogió de hombros.

—No lo he visto, debe de haber ido con el resto al comedor.

—Entiendo... Bueno, gracias por venir, Julian. —El pelinegro asintió y se cruzó de brazos, Emerald lo observó y luego dirigió su mirada a la puerta—. Necesito cambiarme el pijama —respondió.

—Ah, sí, claro. Perdón.

Julian se puso de pie, fue en dirección a la salida y cerró la puerta con suavidad. Emerald sujetó su rostro y lo aprisionó. Luego cayó en cuenta de que él pudo ver su verdadera apariencia, pero al correr el espejo y ver su rostro, notó que tenía la apariencia de su hermano.

—¿En qué momento volví a activar el hechizo? —se preguntó.

Por inercia, miró sus pies y se percató de que estaban llenos de tierra. Al volver el rostro hacia la cama, vio que encima de las sábanas que cubrían el colchón también había restos de suciedad.

—¿Acaso no fue un sueño?

No tenía demasiado tiempo para ponerse a pensar, el desayuno ya había dado inicio y si no asistía, era más que probable que recibiera una reprimenda por parte de Greyslan. Entonces, Emerald retiró las sábanas sucias y las dejó dentro del cesto de ropa, cogió una toalla y se aseó un poco antes de salir del dormitorio.

Mientras transitaba por los senderos, comenzó a recordar por dónde había ido, aparentemente dormida, y vio que el camino estaba lleno de las mismas plantas que la habían atacado cuando pasó con Draven.

Cuando entró al comedor, quien más, quien menos volteó a observarla. Ella sintió que un nudo aprisionaba su estómago, pero fingió tranquilidad y caminó en dirección a la mesa donde estaba Draven conversando de manera amena con el resto. Pero en cuanto tomó asiento, el ambiente se tornó algo incómodo. Los muchachos dejaron de hablar y Draven, por increíble que pareciera, dejó de comer.

—Hola... —saludó Emerald en voz baja para que solo él pudiera escucharla.

—Hola... —dijo Draven en el mismo tono.

—Necesito hablar contigo. —Tras decir esto, su compañero se tensó aún más. Julian, quien se hallaba frente a ambos, los observaba de forma discreta; era el único en la mesa que lo hacía.

—Hoy estoy algo ocupado —respondió él con prisa, tratando de zafarse de aquella situación.

—Entonces cuando te desocupes, antes de ir a dormir, te espero en el lago...

Tras decir aquello, Emerald apenas tomó un jugo de naranja. Luego se puso de pie y fue directo a su habitación; no toleraba que sus amigos la observaran con miedo. Apresuró el paso y en cuanto llegó, se encerró y comenzó a leer los libros que había sacado de manera ilegal de la biblioteca. Al menos de esa forma su mente lograba distraerse de aquel sinsabor que había tenido. Necesitaba explicarle a Draven que no fue su intención el casi matarlo, había sido manipulada por el espectro, ella jamás lo lastimaría a propósito.

Al llegar la hora, y luego de asistir a la cena, ella se dirigió en dirección a su lugar especial. Pero los minutos se fueron acumulando y Draven nunca apareció. La hora de dormir ya había pasado y ella aún seguía allí, sola, aguardando alguna señal de él.

—Tonto —murmuró y aprisionó sus piernas contra su pecho. Algunas lágrimas escaparon y terminaron impregnadas en la tela de su ropa.

Los matorrales comenzaron a moverse a sus espaldas y cuando levantó el rostro para ver si se trataba de Draven, se dio con la sorpresa de que era Julian, que traía consigo una manta. Emerald volteó su vista hacia el frente y apretó los puños. Cuando él llegó a su lado, colocó la manta y se sentó junto a ella.

—No va a venir —exclamó el pelinegro mientras observaba hacia el lago.

—Ya lo sé. —Un quejido escapó de sus labios, lo que menos quería era que Julian la viera llorar, pero aquella titánica lucha contra el llanto estaba perdida desde hacía mucho.

—Fue un gran susto el que se llevó, debes tratar de entenderlo.

—Pero yo no... —Antes de que pudiera terminar de hablar, se detuvo de golpe: él no sabía nada sobre la mujer.

—No querías lastimarlo, ¿no es verdad?

—¡Por supuesto que no! —Volteó hacia él, unas cuantas lágrimas resbalaron por su mejilla. Julian la observó y apretó los labios. Luego, su mano acarició su rostro y las limpió.

—Los accidentes pasan —dijo en tanto que volvía a observar al frente—. Puedo ayudarte a frenar algunas cosas, pero necesito que confíes en mí. —Cuando él volvió a mirarla, Emerald se percató de que Julian sabía más de lo que ella suponía.

—No me pasa nad...

—La vi ese día entre los matorrales, y la veo en algunas ocasiones siguiéndote desde las sombras. —Ella abrió los ojos ampliamente tras oírlo, sus manos sudaban y sentía el golpeteo de su corazón contra su pecho—. ¿Sabes quién es? —preguntó.

—No puedo hablar más —respondió ella de forma cortante.

—¿No confías en mí? —preguntó con un deje de decepción.

—Lo siento, pero no lo hago —ella suspiró—. No sé cuál es el verdadero Julian. A veces eres atento, otras eres un petulante. ¿Cómo habría de confiar en alguien que no muestra su verdadero rostro?

—Escucha, no sé qué habrás oído o qué hizo que pienses de esa forma, pero si quisiera lastimarte, o si en mis planes estuviera el tenderte una trampa, lo habría hecho hace mucho, ¿no lo crees?

—Pues...

—Diamond —Julian la obligó a mirarlo, ella se tensó al sentir sus manos sobre su rostro—, si te preocupa que hable, entonces aquí y ahora haré un juramento sellador.

—¿Por qué lo harías? —soltó ella y él esbozó una sonrisa de lado.

—Algo me impulsa a querer ayudarte —dijo de forma graciosa mientras la soltaba—. A qué se debe exactamente, no sabría decírtelo. Supongo que es porque, de alguna manera, yo me veo reflejado en ti.

—¿Cómo podrías verte en mí? —preguntó Emerald, a quien se le había escapado una sonrisa involuntaria.

—Ambos somos excluidos por lo que somos. Cada uno se esfuerza según las capacidades que posee, y cada uno de nosotros de alguna forma sabe lo que es el rechazo del resto.

Él la observó con atención y, por primera vez, ella se sintió diminuta a su lado. Julian siempre le había parecido alguien orgulloso y seguro de sí mismo, pero al parecer era tan inestable como ella.

—Promete que no hablarás —dijo, y él asintió.

—No lo haría aunque quisiera, el juramento sellador me lo impediría.

Emerald optó por confiar un poco más en él, así que se sinceró. Quizás fue por lo vulnerable que se encontraba o tal vez el haberlo oído removió algo dentro de su ser.

Julian la escuchó atento con una mirada neutral en el rostro. No dijo nada en absoluto, tan solo aguardó paciente a que ella terminara de desahogarse. Cuando terminó de hablar, él introdujo la mano en su bolsillo, sacó una pequeña daga con incrustes de esmeraldas en el mango y cortó su palma. Luego se la tendió a ella, que hizo lo mismo, y mientras sus manos se sujetaban con firmeza, una cadena los envolvió hasta sus muñecas.

—Juro que nunca he de revelar el secreto que me acabas de contar. Tal lazo no se ha de quebrar hasta que la muerte con su manto me venga a llevar...

En cuanto Julian terminó de decir esto, el cabello de ambos comenzó a removerse con el viento. Los rizos cortos del flequillo de Emerald acariciaron su rostro y le provocaron cosquillas. Los mechones de pelo de la mata negra de Julian ondearon hacia arriba descubriendo su frente. Cuando el conjuro terminó, ella pudo ver que tenía una marca a la altura de la muñeca, la misma que Julian ahora portaba en su cuerpo.

—Tenemos que preparar todo para cuando la luna llena esté en lo alto. —El muchacho observó al cielo y vio como la luna cubierta de nubes estaba aún teñida de negro.

—¿Estás seguro de querer formar parte de esto?

—Ya formo parte. —Él extendió el diario en su dirección y lo depositó sobre su regazo—. Es probable que yo también esté involucrado de alguna forma, el que hallara el diario de Cuervo no ha podido ser casualidad.

—¿Por qué decidiste mudarte a nuestros dormitorios?

—Porque he tenido visiones desde muy pequeño —respondió de manera pausada, tirando de su cabeza hacia atrás—. Esas visiones me indican qué camino tomar. Nunca me han fallado, por eso confío tanto en ellas.

—¿Ellas te dijeron que te mudaras a los dormitorios?

—Eso y mucho más —suspiró con cierta pesadez y cerró los ojos—. Deseo entenderlas para poder interpretarlas mejor. Algunas... son un tanto alarmantes, y aunque confío en lo que veo, no quiero seguir ese camino que se me muestra al cien por ciento.

—Entiendo. —Ella reposó la cabeza sobre sus rodillas y se quedó quieta mirando al lago—. Pensé que era la única con este problema tan particular.

—Pues no lo eres. —Julian sonrió— En cierta medida, es tranquilizador saber que no me encuentro tan solo. Pensé que nadie podría comprenderme.

—Puedo entenderte. —Ella volvió a sonreír. Él se puso de pie y extendió la mano en su dirección.

—Entonces tenemos un trato, Diamond. Ambos buscaremos las respuestas a esas preguntas que nos aquejan.

—Sí. —Emerald aceptó que él quisiera ayudarla. Sujetó su mano con firmeza y se puso de pie, dejando caer la manta que estaba en sus hombros.

—A partir de hoy, somos camaradas.

—Encontremos ese diario. —Esta vez fue ella quien extendió la mano en su dirección, Julian sonrió con goce y le devolvió el gesto.

Luego de sellar aquel pacto, ambos comenzaron a caminar en dirección a los dormitorios. El ambiente ahora era completamente diferente entre los dos.

Ella siempre había asumido que era la única que cargaba una pesada mochila en sus espaldas, pero no era así. Julian aquel día le había demostrado que no todo es lo que parece.

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