ж Capítulo VII: Bienvenido a la escuela. ж
En cuanto las festividades cesaron, los demás monarcas se dirigieron a sus respectivos hogares. Y aunque Emerald hubiera deseado que todo siguiera igual que antes, la realidad era completamente diferente.
Su madre, que de por sí la trataba de forma distante, había comenzado a ignorarla. Nunca estaba en el palacio. Ella siempre la veía marcharse a realizar diversas diligencias a las afueras del reino, y aunque no le dijera nada al respecto, sabía que la carga de trabajo que la reina ahora tenía era en gran parte por su culpa.
Desde la pronta muerte de su padre, Diamond siempre había representado la esperanza de Delia. Muchas personas tenían altas expectativas puestas en él, pero todo se había derrumbado en cuestión de segundos cuando el portal dio a conocer la clase a la cual ella pertenecería. En más de una ocasión había escuchado a los sirvientes conversando a escondidas acerca de lo que había pasado. Y, como es lógico, al ser ellos los que tenían más contacto con los demás pobladores, siempre tenían alguna novedad.
—Es horrible —alcanzó a oír los susurros de una de las mucamas, quien se encontraba pelando las batatas—. El herrero del pueblo dice que, a este paso, la reina podría ser destituida del cargo y el título de protector de la Alianza pasaría a la familia del rey Rugbert.
—¿Pueden hacer eso? —preguntó otra que se había acercado—. La familia Lagnes siempre fue la líder.
—¿Qué crees que nos depara el futuro? —cuestionó el cochero antes de morder una hogaza de pan; cuando continuó, lo hizo con la boca llena—. Para ese portal antiguo el príncipe no tiene magia, y la reina Agatha no vivirá por siempre. Que haya una revuelta es algo inevitable.
—No entiendo por qué pasó todo esto —acotó una de las sirvientas más longevas—. Las veces que logré ver al príncipe haciendo magia, siempre hizo despliegue del poder que tenía.
—¿Estás diciendo que el portal se equivocó? —preguntó la mujer de las batatas mientras depositaba una en un balde.
—No lo sé —contestó con sinceridad—, ninguno de nosotros entiende el mundo mágico, pero... creo que el que peor la debe estar pasando debe ser el príncipe Diamond.
Tras escuchar esto, Emerald volvió a escabullirse sin ser vista. Sabía que oír lo que los sirvientes decían no era para nada sano, pero no podía evitarlo. Ella mejor que nadie era consciente de que acababa de mancillar la imagen de Igor como tutor, la de su hermano y la de todos sus antepasados, que siempre destacaron por el enorme poder mágico que poseían.
Algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Había perdido ya la cuenta de cuántas veces lloraba por día. Siempre traía la nariz roja y los ojos levemente hinchados, y su aspecto se había demacrado un poco, ya que hasta el apetito se le había ido.
Observó por la ventana y vio unas aves surcar el cielo a gran velocidad. Cuánto las envidiaba... Anhelaba tener alas al igual que ellas y marcharse de ese lugar. Deseaba alejarse de todas sus preocupaciones y no pensar en nada.
Emerald se balanceó en la silla y luego apoyó su cabeza sobre el escritorio. Sus dedos tamborilearon sobre la superficie de madera y luego sujetó algunas hebras de su corto cabello. Divisó el libro de magia por el rabillo del ojo, era el único tomo que sobresalía, ya que desprendía un ligero brillo celeste. Lo sujetó y comenzó a pasar hoja por hoja.
Múltiples hechizos se revelaban ante ella. Cada entrada de aquel libro despedía sabiduría: todos ellos, desde el hechizo más simple hasta el más complejo, había sido desarrollado en algún momento por alguno de sus antepasados. Si tan solo su destino no hubiera sido marcado desde antes de su nacimiento, ella hubiera podido aprender todo esto. Aunque se decía a sí misma que ahora era algo inútil que repasara aquellos conocimientos, no se daba por vencida. Si deseaba obtener respuestas en la escuela adonde iría, debía poseer cierta base. Al fin y al cabo, pese a que el portal la hubiera enviado a aquella clase, ella tenía magia.
Golpearon la puerta y enseguida oyó la voz de Alessa del otro lado. Cuando le dio permiso de entrar, la sirvienta asomó los ojos por la pequeña ranura del cuarto.
—Perdón —respondió con voz queda mientras despegaba la vista del libro— ¿Es hora de cenar? —preguntó.
—Sí —le respondió con calma a medida que se acercaba.
En cuanto estuvo un poco más cerca, pudo darse cuenta de que Emerald había estado llorando y la observó con una tímida sonrisa.
—Sé que solo soy una simple sirvienta, pero, príncipe Diamond, quería pedirle permiso para decirle algo. —Tras recibir un gesto que la alentaba a seguir, Alessa continuó, avergonzada—: No debe culparse por el resultado de la prueba. Los últimos meses no fueron nada fáciles para usted... Ni siquiera yo he logrado reponerme de lo sucedido... Extraño muchísimo a la princesa y a Diani. Y quería decirle algo más... Algo que también le dije a su hermana: no está solo, príncipe Diamond. Sé que no puedo hacer mucho, pero al menos deseo que sepa que siempre habrá alguien dispuesto a escucharlo.
Emerald se quedó quiera un momento, sorprendida. Aunque Alessa prácticamente la había criado desde su nacimiento, nunca había tenido alguna demostración así ni con ella ni con su hermano; sin embargo, ella siempre había sido un sostén que la ayudaba a estabilizarse. Decidió dejar de lado todo protocolo y abrazó a la criada con fuerza. Ella al principio no supo cómo reaccionar, pero entendió que en aquel momento necesitaba ese contacto.
Cuando se separaron después de un rato, Emerald quiso aprovechar ese momento de intimidad.
—Alessa, quiero preguntarte algo.
—Sí, desde luego. Dígame, príncipe Diamond.
—¿Sabes por qué todos dicen que Emerald estaba maldita?
Como si aquella pregunta hubiera detonado algo dentro de la mente de la muchacha, Alessa se puso de pie de inmediato y con la mirada perdida, como si algún tipo de mecanismo se hubiera activado, comenzó a caminar afuera del cuarto pese a que Emerald la llamaba con insistencia. Ella nunca se iría de esa forma. Y, a diferencia de los demás sirvientes que sí tocaban el tema, se había comportado de manera extraña. Era como si hubiera algo dentro de su cabeza que le impidiera hablar sobre el tema.
—Alessa es la única persona que queda que estuvo en nuestro nacimiento...
Alessa era la única persona que quedaba que había estado presente en su nacimiento. Lo único que la diferenciaba de los demás era que podía saber un poco más. Entonces se le ocurrió: no sería raro que su madre hubiera ordenado poner algún tipo de hechizo que se activara en cuanto ese tema fuera tocado.
—¡El libro! En el libro debe decir algo...
Con prisa, se acercó al libro de magia y, tras pasar varias hojas, encontró un hechizo que ya había visto en más de una ocasión.
—« Regim Lagnes, gobernante de la segunda generación , creó después de asumir como rey de Delia los que ahora se denominan "hechizos aprisionadores", que pueden dividirse en los siguientes tipos según las necesidades:
»Los hechizos de control se emplean para guardar secretos, ya que permiten al controlador impedir que el controlado pueda hablar de un tema específico. Para esto, al momento de realizarlo, la persona encargada de ejercer el control debe establecer las palabras que gatillarán el hechizo. De esta forma, así se encuentre lejos, podrá impedir que la otra parte hable. »Los hechizos selladores necesitan que dos partes se comprometan a realizar una promesa de sangre. Una vez que el pacto se ha concretado, se forma una pequeña figura en la piel de los portadores que permanece allí hasta que lo que se prometió sea realizado. No existe forma de destruirla.
»Los hechizos desmemorizadores permiten al hechicero que los convoca suprimir algo que no desea que se sepa. Este tipo de hechizos tan solo debe ser usado en caso de que una vida corra peligro, ya que, de lo contrario, quien sea descubierto empleando este tipo de magia, que entra en la categoría de oscura, verá revocado todo derecho que pudiera poseer y será encarcelado.»
—¿Habrán utilizado el primero y el último con Alessa?
Emerald no podía evitar preguntarse si habrían usado el primer hechizo con Alessa. O tal vez también el tercero. De ser así, quien lo hubiera hecho estaba en grandes aprietos. El libro indicaba claramente que ese tipo de magia era oscura y prohibida, y que bajo ningún concepto debía ser empleada. Algo que le llamaba la atención era que en esa entrada en específico, a diferencia de otras partes del libro, era solamente informativa y no había instrucciones para realizar los conjuros.
***
Al día siguiente, en cuanto amaneció, los baúles mágicos fueron subidos sobre el carruaje de los caballos alados. Mientras tanto, Emerald se paró frente al espejo por última vez. Un suspiro se le escapó al ver el uniforme rojo que llevaba puesto.
Observó su entorno. Las paredes lucían más vacías que nunca. La cama, al igual que los demás muebles, ya había sido cubierta por unas telas blancas para alejar el polvo. Hasta el más pequeño de los artículos personales se encontraba en alguno de los baúles. Ya no quedaba nada suyo en ese espacio.
Alessa no había aparecido por el dormitorio durante todo el día, ni siquiera la había visto transitar los pasillos del palacio durante la cena del día anterior. Y aunque preguntaba dónde se encontraba, nadie le daba razón. Era como si se hubiera esfumado por completo después de su conversación.
Cuando todo estuvo listo, bajó por las escaleras. Una vez afuera, encontró a todos los sirvientes parados uno al lado del otro para poder despedirla, pero su madre brillaba por su ausencia. Sabía que era poco probable que su madre estuviera ahí, pero había conservado la esperanza hasta el final.
—Las cosas están listas, amo. —El cochero hizo una reverencia en cuanto la vio acercándose a la carroza.
—¿Cuánto tardaremos en llegar?
El viaje en carruaje le sentaba mal, no estaba acostumbrada a los largos paseos. Se había vuelto un tanto paranoica desde aquel sueño en el mausoleo.
—Si partimos ahora, llegaremos en unas cuatro horas —le respondió él mientras alisaba las mangas debajo de su saco.
—¿La reina dejó alguna indicación? —le preguntó mientras se cruzaba de brazos; el sujeto la imitó y negó con la cabeza —. Ya veo —dijo con un deje de desilusión en su voz.
Luego de despedirse de todos, cayó en la cuenta de que no tenía nada más que hacer. Era tiempo de partir.
—¿Nos vamos? —preguntó el cochero al ver a la pequeña mover ligeramente el pie.
—Sí, nos vamos.
Tras decir esto, ella subió a la parte posterior y el cochero se posicionó en su lugar. El par de caballos relinchó, corrió un breve trayecto y comenzó a elevarse por el cielo; batían sus alas de forma magistral, dejando caer algunos destellos dorados en su andar.
Emerald vio las nubes muy cerca de la ventana, los rayos del sol entraban tenuemente al interior del carruaje y la brisa que lograba ingresar refrescaba un poco el pequeño espacio cerrado. Sus dedos tamborilearon sobre la madera y su pie comenzó a moverse de arriba hacia abajo de forma automática. Cerró los ojos para tratar de dormir, pero fue imposible: el asiento era tan recto que ni los almohadones que revestían la madera disminuían un poco el dolor en sus nalgas.
Alrededor de dos horas después el carruaje, de pronto, comenzó a descender. Observó por la ventanilla y, una vez que atravesaron las nubes, un hermoso paisaje se mostró ante sí. Había árboles de madera oscura y hojas con gran variedad de colores y un gran lago cubría la mayor parte de la zona. Algunas hadas del campo revoloteaban sobre la superficie del agua y al ver el carruaje, volaron con rapidez hacia la ventanilla y la saludaron.
Algunas eran pequeñas, casi del tamaño de su mano, pero a lo lejos pudo ver otras más grandes que revoloteaban cerca de las copas de los árboles. Sus cuerpos eran delgados; sus alas, transparentes; sus ojos eran tan grandes que abarcaban la mayor parte de su cabeza, y su piel era de tonalidad verde. En la parte inferior de sus cuerpos, en lugar de pies, se podían ver pequeñas patas, como las de un ave.
Emerald estaba maravillada y traía una enorme sonrisa plasmada en su rostro. Conforme se fue alejando, las hadas bordearon el carruaje y dejaron un rastro de polvillo verde, el cual caía como si fuera nieve. El cochero, quien se encontraba guiando a los caballos, sonrió y comenzó a alzar un poco la carroza, ya que se acercaba a una zona aún más frondosa.
Después de eso, el tiempo pasó volando, ya que el cochero descendía cada cierto tiempo para que ella pudiera apreciar el verde paisaje. Atravesaron montañas, bosques, ríos... Incluso una pequeña villa en la frontera de Delia.
—¡Ya vamos a llegar, príncipe Diamond! —gritó el cochero.
Inmediatamente, se pegó lo más que pudo a la ventana. A lo lejos, divisó el castillo, que parecía estar rodeado por un domo de luz que ondeaba como si se tratara del oleaje del mar. Sus paredes eran de color blanco, y los estandartes de cada familia flameaban con orgullo en el frontis; la de los Lagnes estaba justo al centro. En torno de la construcción central, había otros cinco edificios más pequeños.
El carruaje atravesó el domo de luz y se digirió hacia una amplia entrada del lado derecho. Los caballos comenzaron a descender, al parecer ya conocían el camino de memoria. En cuanto las ruedas tocaron el suelo, el interior del vehículo se meció con suavidad. Emerald se sentó como pudo en el asiento, estaba nerviosa: acababa de llegar a la escuela de magia, la tan ansiada escuela que su hermano añoraba conocer.
—Llegamos, hermanito—susurró lo suficientemente bajo para no ser oída. Sus manos se dirigieron hacia el medallón escondido dentro de su ropa y lo acarició.
La puerta se abrió y el conductor hizo una reverencia antes de que descendiera.
—Bienvenido a la escuela, joven Diamond. —Una pequeña sonrisa se plasmó en sus labios, ella asintió y caminó a paso lento pero firme hasta que se encontró en el suelo.
—Me gustó mucho el paseo —dijo con algo de vergüenza.
—Que sea un pequeño secreto entre nosotros. No tengo permitido descender durante un vuelo, pero imaginé que necesitaba distraer la mente un poco.
—Gracias por ser considerado.
Antes de que pudieran seguir con su charla, la puerta del palacio se abrió y un hombre comenzó a bajar los escalones. Debía tener aproximadamente la edad de su madre. Su cabello era de color castaño, al igual que sus ojos, y su piel era blanca, incluso más que la de Emerald. No poseía una contextura robusta, pero tampoco era alguien delgado. Traía puesto lo que parecía ser el uniforme de los docentes, el cual consistía en una túnica de color marrón que en el lado derecho, a la altura del corazón, tenía un escudo bordado: la espada de batalla de la clase de los Luchadores.
—¡Bienvenido, joven Diamond! —En cuanto el sujeto estuvo frente a ellos, hizo una pequeña reverencia—. Es un honor contar con su presencia antes del inicio del curso. Mi nombre es Greyslan Carty, soy el líder de la Casa de los Luchadores y seré su guía durante estos años de escuela.
—Gracias por la bienvenida, maestro Carty —Emerald inclinó un poco la cabeza y el sujeto sonrió—. Estaré a su cuidado desde el día de hoy.
—Por favor, dígame Greyslan, me siento más cómodo si me llaman por mi nombre —añadió él con una sonrisa—. Imagino que estará cansado, pero debo hacerle el recorrido por el campus. ¿Desea ir? —Tras oír la pregunta, Emerald observó al cochero, quien asintió levemente.
—Bueno, mi misión está cumplida, príncipe Diamond —dijo. La pequeña lo observó con detenimiento—. Daré de beber agua a los caballos y luego me marcharé. Volveré por usted al finalizar el curso. Espero que se divierta mucho aquí.
—Puedes dejarlos en el establo, Dondarrion —le dijo Greyslan—. Los ayudantes irán luego por el equipaje. ¿Recuerdas dónde estaba la cocina?
—Desde luego —sonrió con melancolía—. Cuida bien del príncipe Diamond.
—Pierde cuidado, no podría estar en un lugar más seguro que este.
Y después de aquella pequeña charla, Dondarrion se fue agitando la mano. Los caballos comenzaron a seguirlo sin dejar de halar la carroza y desaparecieron por completo al doblar la esquina.
—¿Él ya había estado antes aquí? —le preguntó y Greyslan asintió.
—Estudiamos juntos —respondió con orgullo—. Éramos compañeros de habitación.
—Entonces él...
—No puede usar magia. —Emerald agachó un poco la mirada—. No es tan malo... —Ella levantó la mirada y él sonrió de lado—. Es decir, al comienzo es un poco chocante, pero las cosas pasan, te terminas acostumbrando. Aunque no lo parezca, somos importantes por ser la fuerza física del reino. —Se encogió de hombros y señaló con la cabeza en dirección contraria—. ¿Vamos?Emerald asintió y comenzó a seguirlo. El sujeto en cuestión era alguien muy parlanchín: no se callaba nunca. Por cada lugar que pasaban tenía una anécdota que contar de cuando él estaba en la escuela.
—¡Me olvidaba! —Greyslan frenó en seco y provocó que Emerald se golpeara la nariz contra su espalda—. Tenemos algunas reglas en la escuela.
—Lo escucho.
—Lo primero es que está prohibido que los estudiantes abandonen sus habitaciones por las noches. El director no quiere que los estudiantes ronden por los pasillos en la oscuridad haciendo travesuras.
—¿El director?
—Giuseppe de Lombardi, el director de la escuela. El único sobreviviente del consejo mágico de antaño.
—¿Del consejo mágico? —exclamó ella con sorpresa— ¿Pero cuántos años tiene?
—Pues, este año cumple... doscientos diez años.
—¡Eso es una locura! —Tras escucharla, Greyslan frunció el ceño—. Perdón, no quise ser descortés, pero me parece increíble que... bueno... ya sabes.
—¿Siga con vida? —Ella asintió—. No es tan raro si te pones a pensarlo. Es el brujo más longevo, por ende, es el más culto en asuntos mágicos, debe de haber hallado la forma de preservar su vida.
—¿La inmortalidad no estaba prohibida?
—Joven Diamond, debe entender algo: las personas que establecen las reglas para nosotros son los único que pueden estar exentos de ellas.
—No parece algo muy justo, maestro.
—Lo sé —él se encogió de hombros y colocó las manos detrás de su cabeza—, ¿pero que es justo en realidad? —le preguntó, con un deje de resentimiento tras sus palabras—. Los que estamos debajo de todo solo debemos agachar la cabeza y aceptar lo que viene. —Emerald se quedó meditando durante algunos segundos que parecieron eternos hasta que Greyslan palmeó su hombro y elevó el pulgar en señal de aprobación—. ¿Continuamos?
—Claro.
Conforme se alejaban del sector destinado para aquellas clases que poseían magia, todo parecía más simple. Ya no había aulas de pociones, encantamientos ni herbolarios y las habitaciones se veían bastante más sencillas, sin demasiados lujos. Quizás hasta descuidadas. Era todo muy diferente a lo que ella estaba acostumbrada.
—Esta es su habitación. —Greyslan se colocó frente a una puerta negra y, en cuanto la abrió, una pequeña habitación con una ventana grande al final le dio la bienvenida—. Tiene suerte —le dijo mientras ella entraba—, es la mejor habitación de estos dormitorios. El que llegara primero lo ha beneficiado enormemente.
—Gracias, es muy bonito.
—Es horrible —dijo él con un deje de diversión—, pero es lo que tenemos, y es mejor que nada. ¿Desea que lo escolte al comedor cuando sea la hora de la cena?
—Me gustaría ir por mi cuenta, digo, si no hay ningún inconveniente, maestro Greyslan.
—¡Por supuesto que no! Siéntase como en casa, pero recuerde no adentrarse al bosque, tenemos mucha fauna y flora mágica, y creo que ninguno de los dos quiere que haya un percance en su primer día —diciendo esto Greyslan volvió a dedicarle una amplia sonrisa—. En breve llegará la mucama mágica del dormitorio. Descanse, joven Diamond.
Luego de decir aquello, Greyslan se fue y dejó a Emerald sumida en el silencio. Mientras se encaminaba hacia la ventana, una de las tablas de madera del suelo se elevó cuando la pisó y dejó a la vista un pequeño compartimiento en su interior.
Se arrodilló y terminó de retirar la tapa colocada por encima. Observó que aquella parte estaba un tanto hueca, como si sirviera para esconder algo en ella.
—Luminae. —Tras decir esto, un pequeño orbe de color celeste se introdujo dentro del espacio y lo alumbró. Allí, al fondo, había un cuaderno de tapa roja con una cerradura del lado izquierdo.
En cuanto lo tuvo entre sus dedos, retiró la gruesa capa de polvo que había encima. Al girarlo, pudo ver un nombre escrito en letras doradas, casi cerca al lomo: «Cornellius Lagnes».
Era el diario de su padre.
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