ж Capítulo VI: El llanto de la esmeralda (II) ж
Los tambores comenzaron a retumbar, el vitoreo de los asistentes del evento aumentó. La euforia estaba a tope: por fin, luego de doce años, los herederos de cada reino harían el tan ansiado examen que determinaría a qué clase pertenecían. Y no solo eso, sino que más de uno se encontraba celebrando en ese momento la muerte de la pequeña Emerald. Con la niña fuera del camino, los aldeanos sentían que la paz y la tranquilidad había regresado a todas las naciones.
Las trompetas y cornos se alzaron por encima de las voces de todos en una melodía alegre mientras los asistentes tiraban papeles de colores al aire, que eran llevados por el viento. La reina Agatha, sentada en un podio de madera junto a los demás regentes, se puso de pie y saludó a los presentes con una sonrisa plasmada en sus labios. En ese instante, la melodía cesó y ella comenzó a hablar.
—Queridos visitantes, quiero agradecer el que vinieran a ver a nuestros pequeños hijos. Como saben, el día de hoy conoceremos las clases a las cuales irán ellos en los próximos meses. Espero que disfruten del espectáculo.
El grito de entusiasmo de los presentes no se hizo esperar.
Agatha saludó a los príncipes desde donde se encontraba y luego extendió la palma en el aire y comenzó a mover el brazo. El confeti que todavía estaba flotando en el aire tomó la forma de una liebre. A los saltos, se dirigió en dirección al arco de piedra, que estaba algo más alejado. En cuanto se introdujo en él, comenzó a brillar, y un manto transparente se materializó dentro del mismo.
—¡Que comience el examen! —gritó ella. Los participantes fueron ingresando uno por uno a través del portal.
Emerald, quien se había quedado más atrás que el resto, comenzó a correr con sumo nerviosismo. Julian se hallaba a su lado y le deseó mucha suerte antes de desaparecer dentro del portal. En cuanto ella estuvo frente al arco de piedra, se quedó quieta un momento, observándolo; luego apretó los puños, respiró de manera profunda y se introdujo en él.
Se vio transportada a una especie de mazmorra y descubrió que frente a sí se abrían cuatro caminos. El lugar era oscuro y tétrico, a lo lejos podía escuchar las voces de los demás, e incluso algunos gritos, algo que solo logró inquietarla. Se detuvo a contemplar las puertas oscuras y finalmente optó por aventurarse por el sendero del centro.
Para disipar un poco los nervios, comenzó acorrer. El pasaje era angosto, las luces de las paredes titilaban con cada paso que daba y, a lo lejos, se oía el eco de un ruido, parecía sonar como una gotera, aunque más fuerte. Cuando se acercaba al final, el ruido de agua se convirtió casi en un rugido. Pronto pudo ver una cascada que partía desde la boca de un león de piedra. Debajo de este, había una extraña figura en forma de corazón, recubierta de una gruesa capa de hielo. El camino se abría desde ese punto hasta el centro, donde había una pequeña nota puesta encima de una piedra rectangular.
—Bien, aquí vamos —se dijo, y comenzó a avanzar.
Emerald observó el pequeño lago que rodeaba la base rectangular, el agua era de una extraña mezcla de color morado, tan opaca que no reflejaba ni siquiera el fondo. Sin embargo, a la distancia, se podía distinguir en algunos momentos que unas tenues luces de color amarillo se movían bajo la roca, en los resquicios dejados por aquel líquido viscoso. Volvió a dirigir su mirada al frente y continuó avanzando, en cuanto estuvo frente a la piedra, sujetó el pedazo de papel y lo leyó:
«La siguiente fase está a un paso de ti. Debajo del agua encontrarás los ingredientes necesarios para descongelar el corazón del león. Recuerda que tres es el número que has de necesitar. ¡Pero, cuidado! Una mezcla incorrecta bastará, para que las paredes se comiencen a cerrar.»
Emerald dejó el papel sobre la piedra y volvió a mirar el lago oscuro.
—¿Cómo pretenden que encuentre los ingredientes debajo del agua? —De pronto, una idea fugaz surcó su mente—. ¿Se podrá derretir si uso otro hechizo? —se preguntó a sí misma; luego, extendió la palma de su mano y gritó—: ¡Pyro!
La pequeña flama que emergió del centro de su mano desapareció sin más y las paredes comenzaron a temblar.
—¡Bien, lo siento! —Tras decirlo, los muros se detuvieron y ella volvió a respirar con tranquilidad.
Al acercarse al borde del lago y ver hacia abajo, este parecía no tener fin. Juntó todo el valor que pudo, inhaló la mayor cantidad posible de aire y se lanzó de cabeza al fondo.
El agua empapó su ropa por completo, algunas burbujas salieron de su boca conforme iba descendiendo. Cuando llegó hasta el oscuro final de ese pozo, las luces se dispersaron en diversas direcciones. Cada una de ellas era una pequeña botella de diferentes tonalidades que poseía unas brillantes aletas amarillas. Atadas a sus patas, había unas etiquetas que indicaban su contenido.
Igor le había dicho que la primera prueba siempre mediría el valor del postulante, por eso habían empleado el simbolismo del corazón del león.
«Tres. Necesito tres elementos lo suficientemente inflamables para que lo derritan, pensó, y tras un rápido vistazo, se dio cuenta de que algunos metros más lejos estaba lo que necesitaba. «Bien, primero iré por la saliva de dragón».
Nadó lo más rápido que pudo. Cuando estiró la mano, la botella se disparó hacia la izquierda, y en cada oportunidad que tuvo de sujetarla, pasó lo mismo. Los pulmones comenzaban a dolerle, ya había pasado bastante tiempo bajo del agua y necesitaba respirar de nuevo.
En cuanto subió a la superficie, comenzó a toser por el esfuerzo. Acomodó su cabello hacia atrás y se sujetó del borde para pensar una pronta solución.
—Bien, no puedo usar magia en la superficie... pero, tal vez, si la uso debajo del agua, pueda hacer algo...
Emerald volvió a aguantar la respiración y se sumergió. Estiró la palma de su mano y mientras esta temblaba, un pequeño orbe dorado comenzó a formarse. Del centro, emergieron unos pequeños peces hechos de luz que comenzaron a buscar los ingredientes entre todas las botellas. Al parecer, si ella no se acercaba a los frascos, estos no huían despavoridos.
Observó hacia arriba y notó que el muro aún se mantenía intacto. Su teoría había sido correcta: si usaba la magia debajo del agua, las paredes no se contraían.
En cuanto los peces de luz hallaron los elementos, abrieron la boca y se tragaron las botellas. Emerald comenzó a nadar hacia ellas y los frascos esta vez no pudieron escapar, ya que estaban aprisionados. Al tener los implementos necesarios, volvió a subir a la superficie, los dejó con sumo cuidado en el borde y ella se sentó al lado. Volvió a revisarlos y comprobó que, en efecto, eran los ingredientes indicados.
De pronto, recordó el collar. Tomó su colgante y se sintió aliviada al ver que la gema se mantenía intacta. Que el collar no hubiera estallado por usar su magia, aunque fuera en pequeñas cantidades, logró aumentar un poco la confianza en sí misma. Esta prueba determinaría si era una encantadora apta. Si se equivocaba, las paredes se comprimirían y se vería obligada a regresar al inicio; por ende, quedaría tachada en esta clase.
Se puso de pie y caminó en dirección a la piedra. En cuanto colocó las tres botellas encima, se hundieron ligeramente y un pequeño recipiente de oro salió del espacio donde antes había estado la nota. Sujetó el frasco de saliva de dragón primero, vertió siete gotas, con exactitud, las cuales adquirieron una tonalidad verdosa al hacer contacto con el recipiente. Luego, sujetó el cascabel de pitón y lo molió con sus manos y lo lanzó a la mezcla. El cascabel, al tocar la saliva del dragón, se desintegró y tiñó la mezcla de un tono morado. Finalmente, sujetó el veneno de mantícora y añadió dos pequeñas gotas. En cuanto cayó encima del preparado, brotó una nube de tonalidad azul.
Emerald respiró con profundidad, posicionó su mano frente al recipiente, sujetó el collar de su hermano y cerró los ojos. La palma comenzó a arderle, lo que no era buena señal, pero aquel escozor terminó desapareciendo, y cuando abrió los ojos, vio que la mezcla se había fusionado a la perfección. El nuevo material que se hallaba dentro se asemejaba bastante a la lava de un volcán.
Emerald sujetó el recipiente y caminó hacia el corazón. Una vez que estuvo frente a él, tiró el contenido justo al centro, y el hielo poco a poco comenzó a desintegrarse. Pero antes de que pudiera cantar victoria, las paredes temblaron y empezaron a comprimirse.
—¡Pero hice la mezcla bien! —reclamó ella, mas las paredes no detenían su andar. La habitación se vio reducida a un pequeño espacio; el corazón estaba casi liberado y la puerta que había detrás de este había comenzado a abrirse—. ¡Rápido! —pidió al ver que lo único que quedaba era el pequeño espacio del camino hacia la puerta.
Al darse cuenta de que la compuerta tardaría mucho más en abrirse y que ella no disponía de más tiempo, se tiró por la pequeña ranura que ya era visible y comenzó a reptar hacia el otro lado. Justo en el momento en que terminó de pasar, escuchó cómo la habitación se terminaba de comprimir y la pequeña piedra que había en el centro estallaba por la presión.
Se recostó en una de las paredes de aquel pasadizo oscuro, similar al del inicio, y limpió las gotas de sudor que perlaban su frente. Su corazón palpitaba a tope; no entendía qué había salido mal. Realizó los procedimientos de forma correcta, tal y como se los había enseñado Igor muchas veces. Y, aparentemente, la mezcla había funcionado, ya que la puerta se abrió. Sin embargo, al estirar su brazo, vio que la marca de los encantadores, un símbolo circular debajo de otro partido a la mitad, se encontraba apagado.
—Fallé... —dijo al ver la marca opaca sobre su piel.
Algunas lágrimas se escurrieron por sus mejillas. Se había preparado tanto para esa prueba... Había estudiado diversas pociones y realizado muchos experimentos en esos meses. Y todo por nada. Se sentía enojada consigo misma.
Sabía que no podría quedar dentro de los encantadores, pero de todas maneras había pensado que el resultado sería diferente. Lo que más le afligía era el hecho de que todos pensarían que su hermano era un inútil para la magia. Estaba deshonrando su memoria y no podía hacer nada al respecto.
Emerald se puso de pie y limpió las lágrimas de su rostro con fuerza. La tela de su ropa le lastimó la cara al hacerlo, pero aquello ni siquiera le importó. Avanzó, dispuesta a continuar aunque ya sabía qué era lo que le deparaba el destino al final.
La prueba de sanación logró completarla en un santiamén. Cuando llegó a la pequeña habitación que seguía, vio un cervatillo con la pata herida, casi agonizando en medio del salón. Al acudir en su auxilio, lo curó posicionando sus manos sobre la herida. El animal, en cuanto logró ponerse de pie, hizo una pequeña reverencia y desapareció en un rayo de luz que emergió del techo. Emerald volvió a ver su muñeca y esta vez la marca en forma de altar, propia de los sanadores, estaba debajo de la primera, brillando en una tonalidad celeste.
Suspiró de forma pesada y volvió a bajar la tela de su ropa. Corrió por el pasadizo hasta que llegó al final y se encontró frente a un pequeño bosque con una neblina algo densa. A la izquierda de la entrada había una espada sin filo, un garrote, un arco con su flecha y un escudo. Ella optó por la espada, en memoria de su padre, y después de sujetarla entre sus pequeñas manos, siguió adelante.
De los arbustos aparecieron pequeños duendes. Estos, al ver a la pequeña empuñar el arma con firmeza, le mostraron los dientes de forma amenazante. En total había unos siete, y Emerald incluso pudo distinguir pedazos de la ropa de Trellonius en las manos de uno de ellos.
Cuando saltaron dispuestos a atacarla, ella dio una voltereta y los esquivó. Blandió la espada en el aire y logró darle a uno en la cabeza, el cual cayó, inconsciente. A los demás no les gustó y corrieron en cuatro patas a atacarla, una baba verdosa se escurría de sus bocas. Emerald introdujo la mano en su bolsillo y saco un polvo verde, similar a la mezcla que había hecho Igor la primera vez. La sopló en su dirección y en cuanto los duendes aspiraron aquel olor, cayeron al suelo y comenzaron a roncar. Emerald, quien había tapado con la mano su nariz, sonrió de satisfacción.
Corrió unos metros más allá, hasta que vio la nueva puerta aparecer frente a sí. Al bajar la tela de su atuendo, vio la marca de los Luchadores, que se asemejaba a una espada, brillando en una tonalidad rojiza justo debajo de la de los Sanadores.
La última prueba estaba frente a sí. Emerald traía el cuerpo agarrotado por todo lo que había tenido que hacer hasta ese punto, pero pronto todo acabaría. Al menos, estaría dentro de dos de las cinco clases.
Emerald ingresó en una habitación que se asemejaba a un salón de baile de algún palacio. Las luces centelleantes encima del candelabro oscilaban de izquierda a derecha como si una brisa las estuviera moviendo. No entendía con exactitud qué debía hacer en ese momento, no había ni una sola pista. Se suponía que esa fuera la prueba de los Hechiceros, debía hacer algo.
—No pensé que me tocaría enfrentarme a ti, Diamond. —El corazón de Emerald pegó un brinco tras oír aquella voz. Al voltear el rostro, vio a Trellonius, quien mantenía un mazo de metal firmemente sujeto entre sus manos.
El muchacho de cabellera rubia se acercó hacia él con una sonrisa triunfadora en sus labios. Al observar hacia abajo, pudo percatarse de que ella temblaba. La espada que reposaba entre sus manos se movía ligeramente ante su proximidad.
Tenía mucho miedo. Si usaba su magia para defenderse, podría hasta matarlo, y ella quedaría expuesta. Lo único que le quedaba en ese momento era perder a propósito. Pero por lo poco que conocía a Trellonius, intuyó que este no se quedaría satisfecho con tan solo pasar por el portal. Julian lo había hecho enojar hacía poco y era más que probable que se desquitaría con ella.
—Interesante forma de ver quién será el que pase primero por el portal.
—¿Primero? —preguntó, confundida.
—¿No lo sabes? Somos los únicos que han llegado hasta esta etapa. —Él sonrió de lado. Se estaba vanagloriando—. Aunque, bueno, no entiendo cómo fue que lograste llegar hasta este punto, Diamond.
«El poder del hechicero se ha de comprobar en un combate que abrirá el portal. Candidatos de corazón valeroso, tomen sus armas y comiencen a pelear».
Una voz retumbó por todas las paredes del recinto y Emerald pasó saliva con nerviosismo. Si quería que el portal se abriera, debía enfrentarse a Trellonius, y eso no era una buena señal.
—Escucha —dijo ella de forma conciliadora—, no es necesario que peleemos, bastará con que emplees tu magia. Puedo dejarte pasar.
—¿Lo dices en serio?—Trellonius enarcó una ceja, y soltó una risotada— ¿Y perder la oportunidad de lastimarte? No lo creo.
De pronto, Trellonius blandió el mazo en el aire y Emerald logró tirarse hacia atrás a duras penas. La pesada arma de combate le había rozado la cabeza; si le hubiera dado, se habría quedado tirada en el suelo desmayada, a merced de lo que él pudiera hacerle.
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? —le preguntó a medida que dirigía un nuevo golpe en su dirección.
Emerald realizaba piruetas hacia atrás, buscando evadirlo. Pero pese a que el arma era pesada, Trellonius la estaba manipulando con un hechizo. La magia de un hechicero combinada con las habilidades de un luchador.
—¡Pelea! —gritó, pero Emerald se rehusaba a empuñar la espada.
Ella sentía como las marcas negras estaban queriendo brotar de sus palmas, la vista se le estaba tornando borrosa y una inexplicable ira contenida había comenzado a invadirla. Trellonius corría grave peligro en ese momento. Y si no se alejaba lo suficiente, podría lastimarlo gravemente.
Un nuevo golpe cayó cerca de ella, y esta vez, por inercia, le asestó un golpe en la cabeza con la espada. Su adversario, incrédulo por lo que acababa de hacer, se puso rojo de la cólera y volvió acorrer hacia ella. Pero, antes de que Emerald pudiera volver a golpearlo para dejarlo inconsciente, escuchó un silbido proveniente de la izquierda. Al tornar su rostro hacia allá, vio que Julian, convertido en dragón, se posicionaba encima de una columna. Una vez en allí, se transformó en humano nuevamente, empuñó el arco y una de las flechas que traía colgadas y disparó en dirección a Trellonius, quien terminó con una flecha clavada en el trasero. Él, tras dar cuatro pasos más, cayó de rostro al suelo. El sonido de su mazo al golpear la superficie de piedra retumbó en los rincones.
—¿Está... muerto? —preguntó Emerald con nerviosismo. Julian bajó de donde se encontraba convertido una vez más en un dragón.
—No —dijo él mientras volvía a su forma normal—. Solo lo dormí, su voz resulta bastante molesta. Llevo aquí media hora, y a causa suya no pude continuar con mi siesta.
—¿Terminaste tan rápido el examen?
—¿Rápido? —dijo él con sorna—. Diamond, han pasado seis horas. Nos tomó bastante tiempo acabar cada prueba.
—¿¡Seis horas!?
—Sí, sentí una extraña aura en cada prueba ¿Tu no?
—No. No logré percibir nada.
—Bueno, supongo que fueron ideas mías. —Julian se encogió de hombros y pateó el cuerpo de Trellonius—. Habrán modificado los desafíos para nosotros este año.
—¿Debemos cruzar el portal? —le preguntó.
—Sí, pero necesitamos activarlo primero con magia.
—Entonces... tú y yo debemos...
—¿Pelear? —ella asintió— No, no será necesario.
Tras decir esto, él se le acercó y posicionó sus dedos índice y medio sobre su frente. Esto la petrificó en el lugar donde estaba. Trataba de moverse, pero era imposible que pudiera hacerlo. El pánico se había comenzado a apoderar de su cuerpo, pero Julian seguía observándola con suma calma y quietud.
—Dulces sueños —le dijo, e inmediatamente Emerald cayó de espaldas al piso.
Cuando despertó, vio el portal abierto frente a ella. Trellonius, quien había recobrado la conciencia, estaba atravesándolo justo en el momento en el que ella se sentaba. Las luces del candelabro habían sido apagadas, y al ver al otro lado, se pudo percatar de que ya era de noche, puesto que la luna brillaba en el firmamento.
De forma lenta y pausada, se puso de pie y comenzó a caminar en dirección al arco de piedra. Miró la espada, la cual reposaba en el suelo, y la recogió antes de cruzar el umbral.
Mientras lo atravesaba vio cómo el portal centellaba en diversas tonalidades: celeste para los Sanadores, morada para los Hechiceros, roja para los Luchadores, dorada para los Encantadores y plateada para los Virtuosos.
Cuando llegó del otro lado, los gritos y aplausos no se hicieron esperar. Pero estos fueron opacados en cuanto caminó al centro, donde ya se encontraban los demás. Emerald observó que Julian y Trellonius poseían el uniforme de color plateado, perteneciente a los Virtuosos, y todas las marcas de las diversas clases resplandecían sobre sus cabezas. Mientras que los otros poseían uniformes de tonalidad oscura, y tan solo tenían dos o tres marcas encima.
Al percatarse del silencio y de cómo ellos la miraban, bajó los ojos y vio la tela de su ropa. Solo en ese momento se dio cuenta de que esta era roja, el color de los Luchadores.
La risotada de algunos no se hizo esperar. Julian, quien se hallaba más cerca de ella, trató de acercarse, pero optó por no hacerlo, ya que todos la estaban observando.
Se sentía fuera de sí. Observó encima de su cabeza y la única marca brillante que se encontraba allí era la de los Luchadores. La marca de los Sanadores no estaba. No se le había considerado, pese a que hasta hacía poco esta brillaba sobre su piel.
Al observar el podio, vio el rostro perplejo de su madre, quien apretaba los bordes del asiento con firmeza. Emerald agachó el rostro y caminó cabizbaja hacia donde se encontraba el resto. En cuanto estuvo a su lado, estos se apartaron un poco, como si tuviera algún tipo de enfermedad, y miraron hacia el frente, aguardando a que Igor y los demás hechiceros se acercaran para felicitarlos.
Los maestros fueron pasando por cada uno de los muchachos, rodeados de vítores y aplausos, dedicados sobre todo a Trellonius y Julian. Pero en cuanto llegó el turno de Emerald, pudo ver una sonrisa fingida en sus rostros. Cuando Igor estuvo frente a ella, la abrazó de forma paternal y apenas pudo retener el llanto , pero se obligó a hacerlo. Sería demasiado patético que se largara a llorar. De por sí acababa de ser humillada de forma pública, no necesitaba una humillación adicional.
—Hizo lo mejor que pudo —le dijo él a modo de consuelo, y ella tan solo se limitó a asentir, cabizbaja.
—Perdóname —exclamó ella de forma genuina. Igor la separó de sí, se puso a su altura y le sonrió.
—Dio lo mejor y eso es lo que de verdad importa. —El anciano removió su cabello y palmeó ligeramente la base de su cabeza—. Aunque no lo crea, acaba de marcar un antes y un después en la historia. No importa que no quedara en la clase de los virtuosos, no quiero que nunca dude de sus capacidades.
—Pero te he fallado... —Su voz sonaba entrecortada, sentía un nudo en la garganta.
—No. —Él volvió a sonreírle—. Estoy seguro de que allá adentro dio todo de sí misma, su hermano estaría orgulloso por eso. Además, princesa, el portal jamás se equivoca, sabe a dónde enviar a cada postulante. El que la colocara en esta clase implica que algo más le aguarda en un futuro.
—Quería que te fueras con un buen recuerdo. Quería... que me recordaras con orgullo.
—Ambos han sido excelentes estudiantes. —Emerald lo observó atenta e Igor prosiguió—. Cada quien dentro de sus capacidades, con sus virtudes y defectos, me han brindado momentos de alegría, y pese a la edad que tengo, me han enseñado mucho. Me iré sabiendo que estarás bien donde sea que vayas, eso basta para mí.
—Prometo esforzarme —le dijo, y él asintió.
—Sé que lo harás.
—¿Volveré a verte?
Igor guardó silencio. Luego, sonrió y acarició su cabeza.
—Desde luego. Volveremos a vernos, princesa Emerald.
Marcas de las clases:
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