ж Capítulo IX: La habitación secreta (I) ж
Al pasar los días, la relación de Draven y Emerald se fue fortaleciendo, y aunque el castaño en un inicio se había mostrado reacio a tratarla como si fuera una persona común y corriente, la cercanía había provocado que los protocolos pasaran a un segundo plano.
Draven era alguien muy enérgico, alegre, que sentía mucha curiosidad por el mundo. Eso le mostraba a Emerald la libertad que tenían los demás muchachos de su edad que no venían de una cuna noble.
Para la segunda semana, ambos ya habían descubierto unos lugares hermosos en los alrededores de la escuela que, al parecer, no eran demasiado transitados. Cerca de la fecha de inicio de clases, los estudiantes comenzaron a llegar a la escuela y llegó un punto en el que la quietud del ambiente se vio opacada por los gritos y las risas de los demás, que jugueteaban de un lado al otro.
Emerald había logrado encajar de maravilla en su grupo de amigos y le llamaba la atención que, al menos en la clase luchadora, parecía no existir una brecha social o económica: el trato que tenían los unos con los otros era igual así tuvieran mucho o poco. Sin embargo, la contraparte era la clase de los que tenían magia.
En más de una ocasión había sido testigo de como alguien perteneciente a la clase hechicera, encantadora o sanadora abusaba de su poder tan solo por molestar al resto, y aunque en más de una ocasión se había metido en problemas por defender a sus amigos, estar relegada a una clase sin magia le quitaba total autoridad allí.
La escuela era una jungla en todo sentido, donde únicamente sobrevivía el más fuerte.
—Escuché que uno de la clase virtuosa ya llegó a la escuela. —Draven, quien había ido por algunos frutos a la cocina, apareció de pronto a su lado y Emerald despegó la vista del lago que había estado observando.
—¿Tan pronto? —preguntó.
—Sí. Le escuché a los otros decir que vieron llegar su caravana. —Extendió un pocillo de frutos rojos en dirección a Emerald y esta lo aceptó gustosa.
El lago, que quedaba a cinco minutos de sus dormitorios, se había vuelto el lugar de refugio de ambos. A pesar de que se llevaban bien con el resto, había momentos en los que preferían gozar de la tranquilidad del entorno.
—Un poco extraño, ¿no? —dio un gran bocado a una manzana y se limpió los restos que escaparon de sus labios con la manga de su traje—. Uno pensaría que por ser de la clase Virtuosa lo enviarían un día antes de que comience todo.
—¿Quién llegó? —Emerald se acomodó mejor para escucharlo y abrazó sus propias piernas.
—Fhulian Rases —dijo con la boca llena. Ella elevó una ceja en su dirección y él entendió que debía primero tragar lo que traía en la boca—. Perdón —sonrió—. Julian Ases, llegó esta mañana. Los que lo vieron dicen que ni siquiera saludó a los maestros, fue directo a hablar con el director.
—Oh, ya veo. —Tras oír el nombre de Julian, Emerald sintió un leve retorcijón en el estómago. Recordaba lo que le había escuchado decir, y cómo la confianza que le tenía se había destruido en ese preciso instante.
—Quizás estaba enojado porque su padre decidió mandarlo antes de tiempo.
—Quién sabe —le respondió ella con falso desinterés, pero la verdad era que sí sentía curiosidad.
—He escuchado historias grandiosas sobre el padre de Julian. ¡Es un guerrero increíble! Mi hermana tuvo el placer de luchar dentro de su pelotón. Incluso ayudó a mi padre en más de una ocasión.
—Supongo que es fuerte.
—¡Y que lo digas! —La mirada de Draven se iluminó, esto pasaba cada vez que hablaba sobre alguna persona que era de su admiración—. Julian va por buen camino, tendrá nuestra edad, pero es un guerrero habilidoso. Oí que acabó el examen media hora antes que el resto. ¡Sorprendente! —Emerald se sintió incómoda tras recordarlo—. Perdón, no quise...
—No te preocupes —ella sonrió de lado y emitió un sonoro suspiro—. Lo reconozco, Julian es muy habilidoso, incluso más que Trellonius.
—Trellonius es un bufón. —Draven puso los ojos en blanco—. Con toda la educación, dinero e influencia que tiene, sus padres deberían haberle enseñado más acerca de los modales. Es un sujeto despreciable. Lo detesto.
—Bienvenido al club —ella emitió una sonora carcajada. Draven también rio y se tiró hacia atrás para ver algunos rayos del sol filtrarse por entre las hojas de los árboles.
—¿Puedo preguntarte algo? —Emerald giró su rostro y lo observó, este asintió—. ¿Alguna vez escuchaste algo sobre una reina mujer?
—¿Reina mujer? —Draven se sentó y analizó lo que ella acababa de decir—. Pues claro, tu mamá es reina.
—No, me refiero a alguna mujer que haya reinado sin necesidad de casarse.
—¿Te refieres a que obtuvo el cargo por nacimiento?
—Sí.
—Pues, no. Nunca he sabido de una reina que haya obtenido el cargo de esa forma. La historia está repleta de reyes varones, pero sí oí de casos donde a la primogénita se le quitaba el cargo para dárselo a un heredero varón.
—Entiendo... —Ella observó a lo lejos las torretas del castillo y una fugaz idea surcó su mente—. Draven, ¿conoces bien el castillo?
—Tanto como conocerlo... sé por las historias de mi hermana algunas de las secciones que hay, pero no podría darte una información más detallada que eso.
—¿Alguna vez te habló acerca de la biblioteca?
—Claro, es una de las más grandes.
—¿Sabes en qué sección estará?
—Sí... creo. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Podrías llevarme?
—No sé si nos dejen ir allá... Las clases aún no comienzan, alguien podría enojarse.
—Te prometo que nadie nos va a ver. Por favor, ayúdame a encontrarla.
—No lo sé, no quiero causar problemas antes del inicio de las clases...
—No nos meteremos en problemas, te lo juro.
—Bien —suspiró—, vamos a la biblioteca.
Ella se puso de pie de un salto y estiró la mano en dirección a su amigo, que se removió con algo de incomodidad, pero terminó accediendo a acompañarla.
Al salir del bosque, y en cuanto pasaron por la entrada del dormitorio, notaron que algunos de los trabajadores del lugar estaban cargando muebles a una de las habitaciones. Ellos optaron por continuar con su camino sin darle demasiada importancia.
El inmenso castillo se fue acercando cada vez más. Emerald tocó por encima de su ropa y sintió el diario que llevaba escondido a todos lados. Si tenía algo de suerte, quizás podría encontrar algún libro de hechizos que la ayudara a abrirlo.
Si bien su padre había sido alguien muy talentoso con la magia, en la época en que lo escribió todavía era un estudiante, así que lo que hubiera empleado para sellarlo tuvo que aprenderlo de algún lado.
Draven y Emerald comenzaron a escabullirse por los pasillos. Cuando veían que alguno de los sirvientes se acercaba, se metían dentro del primer salón de clases que encontraban. Perdieron la cuenta de cuántos pasadizos transitaron, ni siquiera sabían con exactitud dónde estaban, y el silencio envolvente provocaba que comenzaran a sentir un poco de miedo.
—Creo que nos perdimos. Lo siento, Diamond.
—No te preocupes, yo fui quien insistió en que viniéramos. Quizás si encontramos algún aula con una ventana nos permitirá ubicarnos.
—¡Tienes razón!
Draven caminó con prisa al primer lugar que tenía cerca y abrió la puerta. Era un pequeño almacén dentro del cual había muchas cosas apiladas: artículos de entrenamiento rotos, probetas y vasos de cristal ennegrecidos y resquebrajados, platillos de plata fundidos, tapetes, armaduras y trofeos ennegrecidos.
Mientras Emerald observaba los artilugios, Draven aprovechó para subir a un pequeño mueble de madera y observar a través de la ventana.
—Me quedaré cerca para vigilar que nadie venga —le dijo Emerald, él asintió.
—Esto sí que está sucio —contestó él mientras se sacudía el polvo de las manos.
El muchacho se puso de puntillas para observar mejor el otro lado y luego de mirar de izquierda a derecha, logró ubicarse un poco más.
—Se ve la parte trasera del campo de entrenamiento —añadió mientras daba pequeños saltos—. Si no me equivoco, es la zona suroeste.
—¿Cómo caminamos tanto?
—Ni idea —dijo mientras bajaba del mueble—. Oye, ¿crees que haya un fantasma? —le preguntó mientras movía los dedos de forma extraña—. Quizás entramos al cuarto maldito de la escuela.
—No digas bobadas...
—Ey, todos los lugares siempre tienen un cuarto maldito —soltó, fingiendo estar ofendido—. De lo único que tengo certeza es de una cosa.
—¿De qué?
—De que estamos perdidos —añadió con una risa y le sacó la lengua—. Y aunque no tengo magia, me arriesgaría a decir que estoy teniendo una visión. —En cuanto dijo esto, comenzó a sujetar su cabeza con los dedos—. Veo el futuro, y claramente se ve que tendremos problemas en la materia de planificación si no aprendemos a distinguir los puntos cardinales.
Ella blanqueó y Draven volvió a reír. Se puso justo detrás de ella, la tomó de los hombros y comenzó a moverla de izquierda a derecha para que se riera.
—Iré a ver si no hay nadie afuera. —Él asintió tras oírla, pero continuó revisando los trofeos abandonados en una de las esquinas cercanas a la puerta.
En cuanto Emerald asomó el rostro afuera, vio por el rabillo del ojo que alguien la observaba desde el final del pasillo a su derecha.. Era la mujer que había visto en el mausoleo, quien se encontraba señalando en dirección contraria y, al parecer, quería mostrarle algo.
Aprovechó que su amigo era distraído y se acercó a ella. Al verla, la mujer se fue hacia la izquierda y atravesó la puerta de una habitación. En cuanto Emerald trató de ingresar, se dio cuenta de que estaba cerrada con llave.
—No tiene protección mágica... —dijo en voz baja mientras estiraba nuevamente la palma—. Abreo —murmuró, y un sonido le indicó que la traba había cedido.
En cuanto entreabrió la puerta, la mezcla entre el olor a cosas antiguas y el polvo llegó hasta su nariz y estuvo a punto de hacerla estornudar. Asomó el rostro con mucho cuidado y pudo ver la silueta oscura parada en el otro extremo del cuarto, observándola por debajo de la capa que le cubría el rostro hasta la nariz.
Sentía miedo, pero que ella la hubiera guiado a ese camino probablemente significar algo. En esa habitación debía de haber algún tipo de pista o secreto.
Se detuvo justo cuando tenía un pie dentro, no creía que fuera prudente entrar en ese momento. Draven seguro ya estaría buscándola, y si algún maestro o sirviente la veía, le traería muchos problemas.
—Locketo —dijo al cerrar la habitación.
La única forma de entrar allí sin que nadie la viera era volver por la noche, cuando todos estuvieran dormidos. Aunque, claro, era consciente de que el director les había prohibido salir de noche y desviarse de los senderos indicados, ya que era peligroso. Pero necesitaba obtener respuestas, y quizás dentro de ese lugar hubiera algo que podría esclarecer un poco sus dudas.
Caminó hacia donde estaba su amigo y lo vio encontró con uno de los trofeos ennegrecidos. Ni siquiera se había dado cuenta de que no estaba cerca de él.
Emerald esquivó las demás cosas que había tiradas por el suelo y llegó hasta donde estaba él. Draven, al verla, extendió uno de los trofeos en su dirección, invitándola a leer la inscripción.
—Mira, este trofeo es tan antiguo que ya ni siquiera es muy legible el nombre.
—Otorga...do a... —ella achinó los ojos para poder distinguir el resto, pero ni así logró darse cuenta de lo que decía allí; el nombre, más que desgastado, parecía haber sido borrado adrede—. Parece tachado —le dijo a su amigo y este asintió.
—Sí, lo mismo pensé. ¿Pero por qué tacharían un nombre? Es decir, todos estos trofeos están en el mismo estado.
—Algo me dice que quisieron borrar a la persona que ganó estos trofeos.
—¿Pero por qué? No tiene sentido.
—No lo sé, es algo extraño. ¿Crees que Greyslan sepa algo al respecto?
—Lo dudo. Por la antigüedad que estas cosas tienen, el director es quien podría saberlo. Pero, no podemos decirle que estábamos aquí.
—Será mejor que volvamos al dormitorio; de lo contrario, comenzarán a buscarnos.
—Sí, regresemos.
Ambos cerraron la puerta y trataron de recordar los pasos que habían dado para volver. Emerald sentía curiosidad por aquella habitación que encontró, anhelaba que anocheciera pronto para poder escabullirse.
Sabía que era arriesgado entrar a un lugar que deliberadamente había sido cerrado con llave, pero si la extraña mujer la había conducido allí debía ser por algo.
—¿Qué hacen aquí? —El maestro de herbolaria los encontró a mitad de camino, y al hablarles les hizo dar un respingo y que su corazón les palpitara con rapidez.
El profesor era un hombre mayor, como la mayoría de los docentes que había allí, pero intimidaba bastante. Sus ojos eran similares a los de un gato, y si uno se quedaba mirándolo por mucho tiempo, casi podría jurar que estaba observando su alma. En ese momento, él iba vestido con una bata de color verde oscuro y traía el mandil que usaba en el herbolario colgado en el brazo.
—¿Y bien? —preguntó una vez más ante el silencio de ambos—. Estoy esperando sus respuestas.
—Estábamos buscando la biblioteca —respondió Emerald con prisa y Draven asintió por inercia.
—Están algo lejos de la biblioteca, joven Lagnes —les respondió mientras se cruzaba de brazos.
—Nos perdimos, y como nos daba miedo seguir más allá de estos pasillos, decidimos regresar.
—Ya veo... —La voz del hombre demostraba que no confiaba del todo en su historia, pero no tenía más opción que creerles, ya que los había hallado justo en un punto muerto, sin cometer ningún tipo de infracción—. Lamento decepcionarlos, jóvenes, pero el acceso a la biblioteca está restringido hasta el inicio de las clases. Una vez que la ceremonia finalice, sus marcas serán añadidas a los permisos de la puerta. En resumen, aunque traten de entrar ahora, es imposible que lo hagan por causa del sello mágico.
—No lo sabíamos —dijo Draven fingiendo falso pesar.
—Es un tanto extraño que dos muchachos... de la clase guerrera deseen ir a la biblioteca. Por lo general, las personas de su edad disfrutan más juguetear y tontear hasta la ceremonia de entrada.
—Somos gente muy aplicada. —Emerald, haciendo gala de sus dotes de actuación, restó importancia al asunto, y logró convencer un poco al docente.
—Mis disculpas entonces, joven Lagnes —respondió el anciano mientras elevaba ambas cejas—. Vamos, el almuerzo está servido.
Los tres comenzaron a caminar en dirección al comedor. Draven miró a Emerald y solo en ese momento halló paz consigo mismo. Pensó que el profesor indagaría más acerca de adónde fueron o utilizaría algún tipo de hechizo para comprobar si decían o no la verdad, aunque esto último estuviera tajantemente prohibido.
Al llegar a la planta principal, descubrieron que sus compañeros ya se encontraban dentro del comedor y en cuanto ellos vieron a Emerald y Draven los saludaron con energía. Uno de cabello azulino señaló dos sillas a su lado, las cuales había apartado para ellos.
—Gracias —dijo Draven en cuanto tomó asiento.
Los platillos ya habían sido puestos sobre la mesa y su estómago comenzó a rugir de inmediato al sentir el exquisito aroma del pavo.
—No se preocupen. —El muchacho extendió dos platos en su dirección y estos procedieron a servirse.
—¿Quién llegó hace unas horas? —Draven traía el plato lleno hasta el tope, a Emerald le sorprendía que el muchacho no fuera un tanto robusto, comía el equivalente a dos personas.
—¡Se lo han perdido! —les dijo Lure Reiven cuando escuchó de qué estaban hablando—. ¡Algo insólito acaba de pasar en la clase guerrera!
—¿Cambiaron la pintura del frontis? —preguntó Draven con diversión mientras daba una mordida a la pierna de ave que acababa de servirse.
—¡Ja! Muy gracioso, Draven.
—Lo que quiere decir Lure —esta vez respondió Marco, el muchacho de cabello azulino— es que por primera vez en toda la historia de la escuela, uno perteneciente a la clase Virtuosa ha decidido convivir con nosotros.
Emerald por poco se atora con los guisantes que tenía en la boca, Draven tuvo que golpear su espalda para que el alimento volviera a su curso. Los demás se preocuparon, pero con un rápido gesto de la mano, ella se encargó de hacerles saber que estaba bien.
—¿Por qué Julian Ases estaría en nuestros dormitorios? —preguntó Draven luego de que pasara los restos de pavo que traía en la boca.
—Nadie lo sabe. Quizás por eso fue a hablar con el director. Es decir, Lure fue uno de los primeros en verlo llegar. Pero tras un rápido saludo, fue directo a encerrarse en su habitación en cuanto terminaron de amoblarla.
—Quizás es algo temporal —todos observaron a Draven esperando que prosiguiera—. Piénsenlo, aún falta para el inicio del curso. Es probable que el lado de los virtuosos no esté preparado todavía, eso explicaría por qué fue a hablar con el director.
—¿Dices que fue a quejarse? —preguntó Marco, y Draven asintió.
—No lo sé, es probable —respondió el castaño—. Aunque nunca había escuchado que Julian Ases fuera quisquilloso con esos temas.
—No es algo temporal. —La voz detrás de Marco por poco le hizo tirar su plato de comida. Emerald alzó el rostro y observó a Julian allí de pie, sonriéndole, como todas las otras veces que se habían encontrado—. No me gusta el lado de los virtuosos, es un ala demasiado ostentosa para mi gusto y hace demasiado calor. El lado de los guerreros es más fresco. —Julian tomó una silla que estaba colocada justo al frente a Emerald y sujetó uno de los platos libres—. Hola, Diamond. No te veía desde el examen.
—Hola —le respondió ella de forma escueta. La tensión entre ambos se sentía, aunque Julian parecía no haberse dado cuenta, o simplemente fingía no notarlo.
Emerald revolvía su platillo con evidente incomodidad y daba bocados pequeños, ya que no quería volver a atorarse. Julian, por su parte, conversaba con el resto de los chicos con total naturalidad, como si los conociera de toda la vida. Ella odiaba admitirlo, pero él tenía esa facilidad de caerle bien al resto, y eso dificultaba que alguien le creyera lo que le había escuchado decir.
—Espero que este año esté lleno de aventuras —dijo el pelinegro mientras sonreía, el pendiente que traía en la oreja se movió un poco por el movimiento que hizo—. Será divertido convivir en el mismo lugar, ¿no crees, Diamond? —Ella, tras escucharlo, le prestó atención: Julian le sonreía como si no pasara nada—. Debo admitir que me sentí ansioso cuando escuché que ya te encontrabas aquí, no me quedó otra opción que decirle a mi padre que me enviara lo más pronto posible.
—¿Tan cercanos son? —le preguntó Marco.
—Le tengo gran aprecio a Diamond. Lo conozco poco, pero se ha ganado mi cariño.
Emerald no daba crédito a lo que estaba escuchando. No entendía qué Julian era el verdadero: el que la había consolado en el funeral, al que escuchó hablar en el establo o el que trataba de mostrarse amable con todos ahora.
De lo que no cabía duda era de lo siguiente: esa noche, cuando ella se escabullera por los dormitorios, debía tener mucho cuidado con él.
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