ж Capítulo XIII: La clase de Clarividencia. ж
El recorrido fue largo y tedioso. La mayoría de los que pertenecían al grupo de Greyslan tuvieron que volver a transitar el camino que se les había enseñado el primer día que llegaron. Soportaron las mismas anécdotas, los mismos chistes. Era divertido escucharlo, pero una broma repetida perdía la gracia. Cuando terminaron, cada clase regresó a sus respectivos dormitorios. Como ese día era la inauguración del año escolar, el director dejó dicho que no habría clases.
Emerald y Draven aprovecharon el resto de la tarde para ir a su lugar especial, el lago. Sin embargo, ese espacio había adquirido un nuevo significado para ella. Las imágenes de aquellos jóvenes sentados en la orilla, tal como ella y Draven estaban en esos momentos, generaba cierta aprensión dentro de su pecho, ya que, a su vez, recordaba aquel poder hermoso y caótico del que fue testigo.
Observó al frente y sus ojos se posaron sobre los árboles que había visto destruidos. No pudo evitar preguntarse cuánto habrían tardado los maestros de Herbolaria en hacer que la vegetación volviera a crecer.
—¿Me estás escuchando? —le reclamó su amigo ante su silencio. Ella lo observó y asintió de manera automática, pero su mente parecía encontrarse en un lugar muy lejano de allí.
—Perdón, es solo que me siento algo extraño.
—¿Por el sueño que me comentaste? —Ella asintió y él se tiró sobre el césped, que se hallaba algo crecido—. ¿No crees que el fantasma de esa mujer puede querer que algo malo te pase? —cuestionó, pero ella no supo qué responder.
—He pensado lo mismo, pero hay... algo... que me impulsa hacerlo. Mi cuerpo comienza a moverse por inercia, Draven. No creas que no he intentado pararlo. —Ella suspiró de forma pesada, su pecho comenzó a subir y a bajar—. Pero mientras más trato de evitarlo, más ansioso me siento. Es una reacción atípica y muy incómoda.
—Lamento no poder ser de más ayuda. —En cuanto volteó a observarlo, se percató de que el muchacho ahora se encontraba recostado de lado y mantenía los labios presionados en una línea—. Me gustaría hacer más por ti, Diamond.
—Ya haces suficiente —le dijo de forma tranquilizadora, pero pudo percibir en su mirada la genuina preocupación que sentía por ella.
—¿Crees que nos vaya bien mañana en Hechicería? —dijo con tal de cambiar el tema. Tras la pregunta, Emerald solo atinó a encogerse de hombros.
—Espero que sí.
—No sé cómo voy a mantener la farsa. —El muchacho se sujetó el rostro y lo aprisionó de tal forma que, cuando retiró las manos, las mejillas se encontraban enrojecidas—. No tengo deseos de mezclar ingredientes en un cuenco... Eso sumado a que Dindarrium me provoca escalofríos por todo el cuerpo no es una buena combinación.
—Tranquilo, si estamos juntos, nada malo ha de pasar.
—Oye, tengo una duda. —Ella lo observó mientras alzaba las cejas—. ¿Cómo verán el futuro en Clarividencia, con una bola de cristal o algo así?
—¿Una bola de cristal? —dejó escapar una risotada. Su respuesta descolocó a Draven.
—¿No ven el futuro en bolas de cristal?
—¡Usan el revelador, no una bola! —Su tono de su voz salía atropellado por la risa, y su amigo se ruborizó a tal punto que las orejas se le pusieron de una tonalidad rojiza, similar a la de un tomate.
—¡Odio la magia! —exclamó cruzándose de brazos. Emerald siguió riendo, lo que aumentó la vergüenza de su amigo.
***
A las nueve de la mañana del día siguiente, los alumnos ya se encontraban sentados en el comedor, disfrutando de los exquisitos platillos que habían sido preparados especialmente para ellos.
Emerald no había conciliado el sueño de manera correcta. El simple hecho de saber que su primera materia del día era Clarividencia generaba que su ansia de aprendizaje se hallara a mil por hora. Madam Lilehart parecía ser alguien muy agradable, pero no debía confiarse. Era necesario que aprendiera lo que hiciera falta sin levantar sospechas de su poder mágico.
—¿Preparado? —Draven cogió un trozo de pan de semillas y lo empapó en la salsa de carne que había en el plato.
—Nervioso más que preparado —respondió de forma sincera.
—Tranquilo, te irá bien —dijo en cuanto terminó de pasar la comida—. A mí me toca ir a la aburrida clase de Herbolaria, odio las plantas.
—Odias varias cosas. —Él le sonrió.
—Es solo que prefiero pasar a la acción —dijo mientras adoptaba la postura de un espadachín—. Estoy impaciente por la clase de combate.
—Aún faltan muchos días para eso.
—Ya verás que el tiempo se irá volando. —Draven se acercó a Emerald y se pegó lo más que pudo a su oído, ella sintió escalofríos recorrerla de pies a cabeza—. Recuerda lo que dijimos de Julian.
—¿Tengo que hacerlo yo? —preguntó, elevando una ceja en señal de incomodidad.
—¡Pues claro! —le dijo como si fuera obvio—. Tengo entendido que él va a tomar todas las materias, así que Clarividencia no será la excepción.
—Vaya embrollo. —Ella se cruzó de brazos, hacía nada había tenido una conversación no muy agradable con el pelinegro, lo que menos deseaba era entablar otra.
—Eres el único que puede acercarse, al menos de momento.
—Bien —respondió de mala gana con un resoplido.
—Bueno, supongo que nos vemos luego, Diamond.
Unos campanazos retumbaron a lo lejos. Digoro, el profesor de Herbolaria, y Bristol, el líder de la clase Virtuosa, que ese día se hallaban en el podio resguardando a los alumnos, se pusieron de pie e indicaron que las clases estaban próximas a comenzar. Tras aquella breve indicación, ambos desaparecieron en una nube de humo, tal y como habían hecho el día anterior.
Como ya todos conocían las materias, fueron separándose por grupos para asistir a la que les correspondía. La mayoría de sus compañeros de la clase Luchadora partió en dirección al invernadero para la clase de Herbolaria, solo Emerald caminó en dirección contraria, rumbo al salón de Clarividencia.
En el recorrido se topó con algunos duendes pequeños y con hadas diminutas similares a las que había visto de camino a la escuela. Las criaturas la observaban con curiosidad desde las esquinas oscuras, pero, por alguna extraña razón, ella no sentía miedo ni mucho menos percibía peligro alguno. Es más, era como si aquellos seres sintieran deseos de acercase hasta donde ella se encontraba para entablar una conversación.
Se sintió tentada a preguntarle a alguno de los duendes si no habían visto al que desapareció de su dormitorio porque estaba preocupada, pero decidió frenarse, uno de ellos podía ir a quejarse con el director acerca del secuestro de su camarada.
Habían aumentado la dosis de golosinas y no había movido ni una sola paleta. Rociaron un aromatizador dulce que ellos mismos elaboraron por sugerencia de Draven, pero tampoco había funcionado. Muy por el contrario, habían recibido un reproche por parte de Greyslan, quien les dijo que los dientes se les picarían por tal desmesurada ingesta de dulces.
—Vaya tonto el que nos tocó de maestro. Espero que al menos dé bien su materia.
Trellonius y su pandilla se hallaban un poco más lejos. Emerald se escondió tras una de las columnas para evitar ser vista, apretó su cuaderno lo más que pudo contra su pecho y contuvo la respiración.
—No entiendo cómo pusieron a un inepto como Greyslan a cargo de una clase. —La risotada de sus secuaces no se hizo esperar—. Oh, es verdad que esa clase solo está llena de perdedores, olviden lo que dije.
—¿Vieron a Ases? —preguntó otro de los jóvenes, uno que tenía los dientes frontales tan grandes que parecía una liebre—. Ni siquiera optó por meterse a las mismas asignaturas que nosotros, lo vi rumbo a Clarividencia hace nada.
—No puedes esperar nada de un gitano —replicó Trellonius—. Seguro fue por su novio Diamond. Aquel par me genera arcadas. Un inútil y un gitano, qué asquerosa mezcla.
—Tienes razón. —Esta vez otro de ellos emitió un bufido, sus compañeros también rieron—. Mira que Julian tiene tanto miedo de nosotros que optó por cambiarse de dormitorio. Patético.
—No es para menos —dijo el de los dientes de liebre—. Después de la paliza que le dio Trellonius durante los exámenes es algo natural.
Emerald, quien aún estaba escondida, no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Que Trellonius le dio una paliza? Julian era quien se la había dado a él, pero claro, el orgullo de Trellonius era demasiado como para aceptar que lo habían superado, y por mucho.
—¿Te divierte escuchar a escondidas? —Ella sintió un aliento cálido justo al lado. Estuvo a punto de gritar, pero un par de manos taparon sus labios.
Frente a ella se encontraba Julian, que le sonrió, dejando a la vista sus hoyuelos. Ella, al tener sus manos cerca, volvió a sentir aquel estremecimiento raro. Una vez que entendió que ella no gritaría, él se separó y solo en ese momento Emerald volvió a recuperar el aliento.
—¿Qué haces aquí? —susurró.
—¿Qué hago? Pues voy a clases —le respondió mientras se cruzaba de brazos.
—Escuché que ya te habías ido.
—Me olvidé un libro en el comedor, tuve que regresar. —Julian salió levemente de la columna y observó que Trellonius y su pandilla ya se habían alejado—. Ya se fueron, y si no nos apuramos, llegaremos tarde el primer día.
—¿Oíste lo que dijeron?
—Cada palabra.
—¿Y no te molesta? —cuestionó.
—¿El que dijera que somos novios? —preguntó por diversión y ella sintió una ola de calor repentina—. Oye, lo que importa es que me sienta bien con la persona. Da igual si es un chico o una chica.
—¡Hablo de lo que dijo sobre que te dio una paliza! —Por más que trataba de tranquilizarse, era obvio que Emerald se había puesto nerviosa.
—Ah, eso. No, no me molesta. Debes entender que la gente como Trellonius es experta en maquillar la realidad. Yo soy un muchacho más de acciones. —Le dedicó una mirada mordaz y ella sintió que su corazón pegaba un brinco—. Cuando llegue el momento de combatir, pues el resto verá quien le dio la paliza a quien.
—Se me hace un tanto injusto que te traten de esa manera.
—¿Por ser gitano? —Ella asintió—. Francamente me da igual. Es decir, mírame: soy guapo, inteligente y muy hábil. El ser gitano solo me ha traído muchos beneficios.
—Qué modesto —respondió con ironía.
—Las personas siempre tendrán un motivo para hablar a tus espaldas. Entonces, tienes dos opciones: dejar que aquello te minimice o plantarles cara y demostrarles que eres mejor de lo que piensan.
Los orbes de ella lo observaron de forma atenta. Allí estaba, pensó. El Julian que tan bien le había caído al inicio
—Claro que esto debes hacerlo por ti mismo, no para probarle nada a nadie. Mucho menos a gente tonta como Trellonius.
—Supongo que... tienes razón.
—Sé que es un tema peliagudo lo que voy a decirte, pero imagino que tú mismo has escuchado muchas cosas acerca de tu hermana luego de que ella se marchara. —Emerald se quedó estática en medio del pasadizo de mármol, Julian volteó hacia ella y le brindó una mirada indescifrable—. No sé si en verdad ella era todo lo que decían que era. Pero lo que sí creo es que los que hablan son gente tonta y no hubieran podido ver nunca la belleza de su poder.
Tras oírlo, ella sintió como si una corriente eléctrica la recorriera de pies a cabeza. Aquella simple frase le recordó el sueño que había tenido en el que aquel muchacho que abrazaba a la chica exclamaba: «Son gente tonta, no pueden ver la belleza de tu poder».
Julian se quedó observándola con una mirada atenta, mas al no obtener respuesta, suspiró y luego volvió a sonreírle.
—¿Sabes? Es lindo conversar cuando no estás tan a la defensiva. Logras caerme bien.
Y entonces se fue, dejándola allí muda. Emerald tardó un rato en recobrar la compostura y en cuanto lo hizo, emprendió la carrera para poder entrar al salón. Dentro solo había unos cuatro alumnos, los cuales estaban sentados uno en cada pupitre de madera. Justo en el centro, el revelador brillaba como nunca. Una sustancia celeste dentro de él ondeaba y emitía ligeros halos de luz con cada movimiento. Emerald tomó asiento dejando dos pupitres libres, pero Julian no volteó ni a mirarla, por lo que ella entendió que su conversación había terminado.
—¡Bienvenidos, amados alumnos! —Madam Lilehart apareció frente a todos, sonriente y sumamente contenta—. Me alegra ver que ustedes tienen interés por la clarividencia. Siempre trato de que mis alumnos sientan la enseñanza personalizada, así que no duden en levantar la mano si tienen alguna duda. Bien, ustedes ya conocen mi hoja de vida, por así decirlo, así que comenzaremos con las presentaciones. —Ella se cruzó de brazos y los analizó a todos, decidió empezar por un joven de cabello castaño que estaba al final del salón—. Vamos, querido, preséntate con nosotros.
—Mi... mi nombre es Eugene Leivo. Soy hijo del noble Leo Leivo y vengo del reino de Orfelia.
—Orfelia es un hermoso territorio —respondió la maestra—. Se dice que la clarividencia comenzó allí.
—Sí... Merco Prismario fue el primer clarividente según los libros de Orfelia.
—¡Exacto! —dijo la maestra con emoción—. ¿Te gusta esta disciplina, pequeño?
—Sí. Mi sueño es... bueno... —tartamudeó mientras observaba a Emerald—. Mi sueño es servir a la familia real... de Delia. —Tras decir esto último, las mejillas del muchacho se encendieron por completo.
—¡Maravilloso! —exclamó la maestra, quien parecía estar muy entusiasmada—. Recuerden lo que les dije, mis amores. Los clarividentes jugamos papeles importantes en la toma de decisiones de los reyes. Claro que algunos optan por mantenerse en el anonimato, ya saben, por miedo a las represalias. —Ella sonrió incómoda y los alumnos rieron por inercia—. Ahora, continuemos. Es tu turno, pequeña. —Señaló a una muchacha que estaba cerca de Eugene.
—Mi nombre es Privai Yuril, vengo de la nación de Genivia y soy hija del consejero de la corte.
Ella era bajita, más chica incluso que otras personas de su edad, y muy delgada. Era de tez oscura, como Julian, y su cabello negro, largo y sedoso le llegaba hasta la altura de las rodillas, lo que la hacía lucir más pequeña todavía.
—Ingresé a Clarividencia porque me gusta todo lo relacionado con el arte de la adivinación y... bueno, esto surgió porque una vez logré verla a usted, profesora, en una visita al palacio. Me gustó mucho la forma en la cual daba sus predicciones.
—Gracias, cielo. —La maestra se había sonrojado un poco—. No esperaba que por mi influencia hubieras decidido conocer más acerca del mundo de la clarividencia, pero me alegra el haber contribuido en cierta forma en tu selección de materias.
Luego de que la jovencita tomara asiento, la maestra se quedó observando tanto a Emerald como a Julian. Al parecer meditaba a quién le pediría primero que se presentara. Sin embargo, al final se decantó por el moreno, quien decidió entonces prestarle atención, ya que hasta ese momento se había mantenido leyendo su libro.
—Soy Julian Ases, heredero del trono de Navidia. Me metí en Clarividencia porque quiero ser un buen rey y considero que si tengo conocimiento de todas las artes, eso me volverá un líder más independiente.
—Bueno, cielo, me encanta la meta que te has puesto, pero aun en la antigüedad los grandes magos siempre necesitaron un poco de ayuda del resto. —La profesora trataba de ser delicada con las cosas que decía, pero se percibía un deje de molestia en su voz.
—Pues siempre hay una primera vez para todo. —Él sonrió mientras cerraba el libro de tapa verde que estaba leyendo—. «Aquel que domine cada arte será el que mejores bondades a su reino ha de brindar. Dentro de unos años, verán al mejor rey alzar su estandarte con orgullo, aquel monarca ha de gobernar con gracia y belleza sin igual y nos hará gozar de la verdadera paz». —Julian hizo una pausa y prosiguió—. Merco Prismario, primer sabio mágico reconocido como pilar de la clarividencia.
—Sí, Merco fue de los clarividentes más acertados de todos —le respondió la docente tras la frase citada—. Pero te recuerdo que el mismo pasaje de ese fragmento dice lo siguiente: «Pero cuidado con la sed de poder, ya que la ambición puede provocar que el daño sea irreparable. Y cuando esto suceda, el castigo que han de afrontar provocará que más de un rey comience a rezar».
—Tiene sus pros y contras —replicó Julian con total cinismo—. Tengo entendido que ese monarca ya tuvo su tiempo en la tierra, y si bien hizo cosas terribles, más fueron las cosas buenas que dejó.
—Ese es el problema, joven Ases. Cuanto más poder posee una persona, más peligrosa se vuelve. El rey del que habla poseía gran poder, sí. Trajo muchos beneficios, descubrió la cura a varias cosas, creó muchos de los hechizos que hoy en día utilizamos en la escuela. Pero también fue el rey que terminó arrastrándonos a la época más oscura que hemos vivido.
—Concuerdo con usted, pero depende de las nuevas generaciones el no repetir los errores de sus predecesores.
Tanto la maestra como Julian se observaron de forma atenta, la tensión se sentía en el aire, pero nadie fue capaz de decir nada.
Madam Lilehart fue quien rompió el contacto visual entre ambos y volvió a su sonrisa tan característica. Finalmente era el turno de Emerald y ella se sentía muy nerviosa. Tenía un nudo instalado en medio de su garganta.
—Mi nombre es Diamond Lagnes. Soy hijo del rey Cornellius y de la reina Agatha, príncipe de Delia y heredero del cargo de protector de la Alianza de los Reinos. Decidí ingresar a Clarividencia porque... considero que para que uno forje su futuro es necesario que conozca su pasado.
—Sabias palabras, joven Lagnes. —La profesora se apoyó sobre el pequeño escritorio de color violeta que había detrás de ella—. Muchos monarcas han pasado, pero por desgracia la gran mayoría de ellos nunca ha tomado en cuenta los errores que cometieron sus antepasados. Como usted dice, para que uno forje el futuro es necesario que conozca su pasado, aun si este es doloroso.
La profesora caminó hacia la pared y se colocó en frente de la pizarra. Luego, sujetó con delicadeza uno de los pedazos de tiza que reposaban sobre un borde de madera.
—Bien, es conveniente que sean un número par. —Volteó a observarlos y sonrió—. Ahora, para poder comprender el arte de la clarividencia es necesario conocer algunos aspectos, llámense reglas. Como sabrán por la enseñanza previa que se les dio en casa, existe un manual que contiene las normas de lo que podemos y no podemos hacer. ¿Alguien puede nombrarme la primera? —Cuando volvió a mirarlos, Emerald alzó el brazo con timidez, la profesora sonrió de lado—. ¿Sí, joven Diamond?
—No está permitido el uso de la magia para espiar a los demás regentes, ya que adentrarse en los pensamientos de otra persona puede causar daños, como pérdida de memoria y desorientación. Esta norma fue fijada luego de la riña que se produjo entre las naciones de Genivia y Sudema tras filtraciones de información.
—Exacto. Los clarividentes tenemos prohibido espiar a los demás a libre antojo. Podemos aconsejar a los reyes, mas no revelar secretos de quien deposita su confianza en nosotros. —Ella volvió a la pizarra y anotó aquel punto de forma resumida—. ¿Alguien puede nombrarme el segundo? —Esta vez fue Julian quien alzó la mano.
—Los clarividentes que ejercen como tales deben pasar por un control mágico anual para que los sabios determinen si están haciendo respetar las normas del manual.
—Sí, ¿y usted sabe cómo los sabios se aseguran de que todos los clarividentes han pasado por el control mágico anual?
—Cuando a una persona se le detecta el don de la clarividencia, realiza un juramento en el templo de los dioses. En ese momento, se le coloca una marca selladora, la cual no solo imposibilita que el clarividente divulgue la información que se le confía, sino que también les permite a los sabios saber exactamente a cuántas personas deben investigar.
—¡Correcto!
Madam Lilehart continuó con los otros dos muchachos, preguntándoles acerca de los puntos restantes. Respondieron de forma lenta y tuvieron algunos errores, pero aquellas reglas faltantes eran más leves que las otras. Las mismas indicaban que quienes ejercieran no podían divulgar con familiares la información ni debían tratar de ver a la fuerza el pasado de la otra persona.
—Es grato ver que conocen acerca de las normas. —Ella infló el pecho con orgullo, al parecer disfrutaba la clase—. Ahora, como dije al inicio, es conveniente que sean un número par, ya que formaré parejas. Eugene y Privai conformarán la primera dupla, mientras que Diamond y Julian serán la segunda. ¿Por qué les pido que trabajen en pares? ¡Simple! —Madam Lilehart tuvo que aclararse la garganta para poder continuar—. Este curso servirá para que indaguen más acerca del pasado de la persona con quien trabajarán. Dejen que les dé un ejemplo.
»Cuando yo era niña, una bebé, de hecho, la cabaña donde vivía se incendió. Sobreviví de milagro porque un guardia me sacó y me entregó a mi madre. Ahora, ¿por qué sé lo que pasó conmigo siendo bebé? Porque cuando tuve su edad me colocaron un compañero y él pudo descubrir la razón por la que le temo al fuego. Desde luego, se lo pregunté a mi madre cuando volví a verla durante las vacaciones y ella confirmó lo que él me había dicho.
—¿El dato que se obtenga tiene que ser de cuando uno era bebé? —preguntó Privai, quien, por el tono de voz, parecía no entender bien qué debía hacer.
—Lo ideal, señorita Privai, es que sean capaces de visualizar algo del pasado de su compañero. ¿Por qué no de un pasado reciente, por ejemplo, hace una semana? Porque sería para ustedes muy fácil preguntarle a la otra persona si en verdad sucedió aquello o no. Deben forzar sus mentes a ver mucho más atrás.
—¿Y cómo comprobaremos que la información que nos dice nuestro compañero es cierta? —Esta vez fue Eugene quien alzó la mano.
—Recuerden que yo poseo la marca selladora. —La profesora alzó la manga de su bata y dejó expuesta una señal negra—. Evaluaré sus historias. Como somos pocos, me reuniré en privado con cada uno el día de la prueba y, en base a lo que me digan, comenzará mi evaluación. Digamos que usted, joven Ases, descubre que el joven Diamond le teme, no sé, a las arañas porque cuando era bebé se topó con una de tamaño desmesurado. Cuando yo vea a su pareja, sabré si lo que me dijo es verdad o no.
—¿Pero eso no iría en contra de una de las reglas? —cuestionó Privai.
—No, porque su compañero les está dando el acceso a su información. Esto también les servirá a ustedes para poder practicar el resguardo de los secretos.
—¿Alguna tarea específica que debamos realizar para la próxima clase? —preguntó Julian, quien no se veía demasiado contento.
—Sí, deben venir con una pequeña hoja de vida de la persona con la que trabajarán. Pueden ser datos banales —respondió ella mientras agitaba la mano en el aire—. Toda información que puedan obtener será útil.
—¿Entonces debemos empezar a ver su pasado desde ya? —preguntó nuevamente Privai.
—No, cariño. De momento, quiero que conversen y que confraternicen. La indagación sobre el pasado de la otra persona la veremos en clases un poco más avanzadas. —La maestra sonrió y exclamó—: ¡Campana! —Y la campana no tardó en repicar—. Eso es todo por hoy, mis amores. Nos vemos la siguiente semana.
Y tras sus palabras la profesora volvió a desaparecer en una nube de humo.
—Vaya maestra... peculiar —dijo Julian al mismo tiempo que sujetaba sus cosas.
—Es entretenida —respondió Emerald y su ahora compañero no tardó en poner los ojos en blanco.
—J... Joven Diamond... —Eugene se acercó con torpeza hasta donde ella se encontraba, traía el rostro sonrojado—. Es... es un placer conocerlo, Su Alteza.
—No me digas así —respondió ella con algo de vergüenza—. Puedes llamarme por mi nombre, no me molesta.
—S... sí, Diamond —dijo de inmediato Eugene.
—Somos compañeros a partir de hoy —añadió Privai con voz cantarina, quien se acercó hacia ella extendiendo la mano en su dirección. Pero antes de que Emerald pudiera tomarle la mano, Julian se acercó y pasó un brazo sobre sus hombros, provocando de esta forma que su corazón volviera a saltar.
—Un placer conocerlos, muchachos. —Al sonreír dejó a la vista sus hoyuelos y Privai no tardó en sonrojarse—. Pero mi compañero y yo ahora debemos comenzar a confraternizar.
Tras decir esto, Julian guio a Emerald rumbo a la salida. Los otros dos no tardaron en seguirles los pasos, pero después del segundo campanazo desviaron su camino para dirigirse a sus asignaturas.
—¿No vas a ir a clases? —preguntó la princesa, quien no hallaba la forma de quitárselo de encima.
—Sí, para allá voy.
—¿Tienes Herbolaria? —cuestionó ella mientras seguía caminando.
—La verdad, no. Pero teniendo en cuenta la tarea que tendremos que hacer, es mejor que comience a conocerte mejor, ¿no lo crees, Diamond? —Un fugaz brillo escapó de los ojos de él y ella no supo cómo reaccionar a esa pregunta—. A partir de hoy, a donde quiera que tú vayas, te seguiré.
Y, con estas palabras, Julian la soltó por fin y continuó con su camino. Aquello sonaba a amenaza. Emerald, por petición de Draven, debía estar cerca del muchacho para protegerlo; sin embargo, no disfrutaba demasiado la idea.
«Será un año difícil», pensó.
Y eso que las cosas recién acababan de empezar.
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