15. Reunión.

Envuelto en la penumbra se hallaba sentado en una ornamentada silla de madera, miraba la luna a través de la ventana que estaba al otro lado de la habitación de su pareja, perdido en sus pensamientos.

¿Qué haría ahora? Renunciar a Zahir no era una opción, pero tampoco podía ignorar su pasado.

Cuando perdió a su hermana menor, cuando vio su cuerpo sin vida pensó que ya nada tendría sentido de nuevo; sin embargo el pelinegro le había enseñado que habían otras cosas diferentes, por las que valía la pena seguir adelante.

Escuchó la cerradura ser removida y luego la puerta se abrió, notó la silueta esbelta de su pareja, se veía cabizbajo.

—Zahir— le llamó; el nombrado dio un leve respingo, dejando en evidencia que no estaba alerta, cosa extraña en él.

—¿Lucca?— musitó, cerró la puerta tras su espalda y caminó veloz hacia él.

El castaño se puso de pie dispuesto a estrecharlo entre sus brazos, pero lo que recibió fue un fuerte golpe en la mejilla.

—¡Idiota! ¿Por qué me hiciste eso?— espetó el pelinegro molesto, —¿cómo te atreves a decidir por mi?

—Solo quería protegerte; si alguien te hiciera daño, yo...— lo siguiente murió en sus labios, entre los de él y los de Zahir, puesto que el más bajo se aferró al cuello del castaño y lo besó con hambre y desesperación.

—No vuelvas a hacerlo— pidió en un susurro tras el beso, al apoyar la frente contra la de él.

—De ser necesario lo haría de nuevo— declaró Lucca.

Zahir negó con la cabeza, —no no no...

—¡No Zahir, eres tú el que no entiende!— enredó los brazos en la cintura del pelinegro y lo ciñó con fuerza contra su cuerpo, —no quiero perderte, no puedo— sollozó.

—Lucca— pareció más un jadeo que una palabra; Zahir recordó la historia de Will: los Romanno eran muy unidos y Sulli había sido asesinada, probablemente ante los ojos de Lucca. Era obvio que su pareja estaba más que abrumado con la revelación y el recuerdo de sucesos dolorosos.

—No lo harás, jamás me perderás— le acarició la espalda; —es sólo que... comprende mi angustia; desperté lejos del castillo y no sabía nada de ti.

—Perdóname— su voz ahora era ronca, probablemente porque tenía el rostro escondido en el oscuro cabello de su amante, o porque había un enorme e incómodo nudo en la boca de su estómago.

—Para ser sinceros, yo hubiera hecho lo mismo que tú— confesó Zahir, —verte herido fue una maldita tortura—; sus delgadas manos viajaron por todo lo amplio de la espalda de Lucca, llegando hasta el frente, acariciándolo especialmente al llegar a las costillas, de las cuáles una había sido rota cuando se le acusó. Lucca aflojó el agarre, solo lo necesario para mirar su rostro.

¡Oh, demonios, cuánto lo amaba! Sus ojos almendrados que se entrecerraban cuando sonreía o que chispeaban cuando enfurecía, ahora irradiaban un sentimiento que no podía describir, algo cálido, agradable y que sólo era para él. Con la mano derecha acunó la mejilla del Dorado. Zahir cerró los ojos y soltó un suave sonido, algo similar a un ronroneo; disfrutando de la caricia. Lucca se acercó y ladeó el rostro, haciendo que sus bocas encajaran y lo besó. Cada vez que sus lenguas hacían contacto se desataba en ellos una necesidad de probar más y más; cosa que esta vez no reprimieron.

Con pasos tardos y algo torpes, sin deshacer el contacto, llegaron hasta la cama donde gracias a un tropezón cayeron sobre ella.

Las hábiles manos del Dorado viajaron por todo el pecho de Lucca, acariciándole de manera tan pausada y dedicada como si quisiera memorizarse cada pliegue y cada músculo; gimió cuando sintió que unos largos dedos hicieron presión en sus glúteos.

—Cc-calor, tengo mucho calor— balbuceó, y sólo eso fue suficiente para que el castaño le ayudara a deshacerse de sus ropas y luego hiciera lo mismo con las suyas.

Piel contra piel, frotándose, explorándose, tocándose; sin duda una experiencia gloriosa y a la vez un tormento; porque ambos sabían que esto se convertiría en una adicción, algo que probablemente después no podrían controlar, porque ambos querían más... mucho más.

Se retorció bruscamente, haciendo que sus oscuros cabellos se regaran sobre el colchón, cuando sintió que su entrepierna era atrapada entre los suaves bordes de su pareja; y se mordió su labio hasta hacerlo sangrar ante la expectación del par de dedos tanteando y empujando en una parte muy íntima.

Lloriqueó porque lo quería todo de él, lo quería todo ya; quería sentir tan cerca al castaño que parecieran ser uno sólo, que jamás se separarán, que estuvieran así para siempre.

El tiempo pareció transcurrir lento, o tal vez el jugueteo previo lo estaba volviendo loco; pero todo mereció la pena cuando gimió el nombre de su amante antes de dejarse caer de cara en el colchón, ya que había estado sosteniéndose sobre sus rodillas y manos, sintiendo el choque de una fuerte pelvis contra sus glúteos; eso, más la sensación de los colmillos de Lucca al clavarse en su hombro, lo había llevado directo al torbellino de emociones haciéndolo colapsar.

.

Zahir estaba cansado y algo hambriento, así que tras recuperarse del maravilloso orgasmo se arrastró hasta su pareja y olfateó su cuello.

—Vamos, come— le incitó Lucca, y así lo hizo;bebió un poco del fluido rojo antes de caer rendido al sueño.  


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