Capítulo XXVIII
No era la primera ecografía a la que iba, pero sí la primera en la que se sentía tan nerviosa. Por lo general siempre estaba muy ansiosa por ver a los bebés, escuchar los latidos del corazón y la confirmación del médico de que todo estaba bien. El embarazo había puesto a prueba su tendencia controladora al límite. En esto no podía controlar nada. Bien podía ocuparse de tomar las vitaminas prenatales y cuidarse como era debido, pero todo lo demás que pasaba en la oscuridad de su vientre era un misterio de la naturaleza. Los bebés crecían y se desarrollaban por el milagro de la vida, lo que escapaba a su control.
Pero esta ecografía en particular era especial porque iba a saber el sexo de los bebés y eso la tenía por demás emocionada pero también asustada al mismo tiempo. Las cosas se desarrollaban a un ritmo frenético delante de ella y desde que se había desatado la bomba con Sebastián se sentía paralizada. La angustia le volvió a envolver la garganta y una culpa punzante le atravesó el pecho mientras se cambiaba para la ecografía. ¿Qué iba a ofrecerles a esos bebes? Si no tenía ni casa. Su departamento seguía alquilado para poder solventar la hipoteca. La que se había negado a que pague Sebastián. Y menos mal que lo había hecho, dadas las circunstancias. Por un momento había soñado una vida con él, los cuatro juntos. Se había visto decorando la habitación, lo habían proyectado juntos en los días que pasaron en el departamento. Sebastián había comprado pintura de todos los colores, dos cunas, una mecedora para amamantar, entre varias otras cosas. Quizá esos bebes estarían mejor con él. Qué iban a hacer con ella, amontonados en una habitación donde no entraba nada más y en una casa que no era suya. De solo pensarlo se le revolvió el estómago.
Salió del cambiador y se encontró con Cata en la sala del ecógrafo que le tomó la mano mientras se recostaba en la camilla. Sebastián no había llegado. No quería verlo, pero a la vez lo necesitaba ahí con ella en ese momento.
—Bueno, mamá, vamos a ver como van esos bebes. —dijo el médico mientras colocaba el gel frío sobre su estómago.
—¿Hoy podremos saber el sexo? —preguntó Cata con ansiedad—. Yo soy la madrina, doctor.
Agustina no pudo evitar sonreír, aunque las lágrimas que todos sus pensamientos le produjeron amenazaban con salir, quería tanto a su amiga y se sentía agradecida de contar con ella en este momento. En todo momento.
—Disculpen —la voz de Sebastián hizo que el corazón de Tina casi se le saliera del pecho—. Siento llegar tarde, el tráfico a esta hora es una locura.
—Ni me lo digas. —Siguió el médico—. ¿Sos el papá?
—Sí. —El orgullo se coló en la voz de Sebastián mientras se acomodaba a la cabecera de la camilla.
El médico señaló las imágenes granuladas de la pantalla, mostrándoles la evolución de los bebés. Sebastián se movió nervioso y en silencio mientras se inclinó y besó la frente de Tina, que sintió un escalofrío, los labios suaves y calientes contra su frente. Nunca deseo tanto que estuvieran sobre su boca. Todavía recordaba el calor de su aliento, su cercanía en el ascensor. La necesidad de besarlo, de acariciarlo más allá de la ropa se extendió más allá de ella porque hizo que Sebastián la mirase sorprendido y sonriera. Tina carraspeó intentando volver a la realidad, a la sensación fría del gel en su estómago y la presión del ecógrafo. No podía excitarse en esa situación, las hormonas del embarazo no estaban colaborando absolutamente en nada.
—Bueno. Ya terminamos. —Anunció el obstetra mientras ofreció a Tina unas servilletas de papel para limpiarse el vientre. Luego, imprimió la foto de la ecografía y la movió sonriendo—. Tenemos una imagen muy clara en la ecografía. ¿Quieren saber el sexo de los bebés?
Sebastián, Tina y Cata siguieron al médico hasta el escritorio sin poder hacer más que asentir con la cabeza.
—Por favor, doctor —pidió Cata presa de la ansiedad.
—Felicitaciones entonces. Van a tener dos niñas.
Tina lanzó un suspiro ahogado y miró a Sebastián sin poder evitarlo, ¿Sería lo que él quería? Había dicho que quería una nena, lo recordaba muy bien. Los ojos humedecidos de Sebastián no hicieron más que confirmarlo.
—Vamos a tener dos nenas —pronunció con una sonrisa mirándolo.
—Dos princesas —susurró Sebastián en respuesta con una mirada de adoración.
—Guille va a tener que pagarme la apuesta, Sabía que las cartas nunca fallan —festejó Cata cortando el momento emotivo.
—¿Apostaron con el sexo de nuestros bebés? —preguntó Sebastián moviendo la cabeza.
—Vuelvo a sostener que voy a retirarte el título de madrina.
—Shhh, te van a escuchar, Tina. Y te van a patear por dentro. Porque no quieren otra madrina. Desarrollamos un vínculo estrecho cada vez que estás dormida.
—Ay, dios mío... eso fue espeluznante. No voy a poder cerrar un ojo esta noche.
—Bueno, todo está muy bien —volvió a hablar el obstetra atrayendo la atención—. Las bebés están sanas, un poco por debajo del peso, pero lo normal en embarazos múltiples. Nada de que preocuparse. Los latidos de sus corazones son fuertes. Te sugiero que te alimentes bien y descanses. Nada de esfuerzos innecesarios. Y nos vemos en un mes.
—Gracias, doctor.
Salieron los tres del consultorio con una sonrisa de ensueño en el rostro.
—Espérame acá que voy a buscar el auto —pidió Cata mientras se adelantaba. Tina intentó seguirla, no era un buen momento para quedarse sola con Sebastián. Se sentía débil emocionalmente. Pero él la tomó de la muñeca frenándola.
—¿Puedo invitarte a almorzar? Luego vamos a la oficina juntos.
—No creo que sea una buena idea, Sebastián.
—Por favor, nena. Tenemos que hablar. Ponernos de acuerdo con todas las cosas que necesitan las bebes, con su crianza. Es ridículo que sigamos evitándolo.
—Ahora te parece ridículo.... A mí me parecen ridículas muchas otras cosas. Empezando por la forma en que estas bebes llegaron a mi cuerpo. —Sebastián pasó una mano por su pelo exasperado.
—Por favor, no quiero pelear. —Dio un paso acercándose hasta ella. Agustina sintió el deseo de salir corriendo, pero su cuerpo no se movió del lugar. Cuerpo traidor... Vio la angustia y la desesperación de Sebastián en sus hermosos ojos y sintió que su corazón se rompía más de lo que estaba roto—. No puedo más con esto... —Agustina suspiró exhalando todo el aire que estaba reteniendo sin darse cuenta.
—Dame tiempo, Sebastián. Necesito tiempo para asimilar todo. —Él vio en sus palabras una puerta, una posibilidad y no iba a perderla. Agustina se había convertido en su mejor sueño. En todo lo que quería. Si necesitaba tiempo iba a dárselo, iba a darle todo lo que pidiera porque sin ella su mundo no tendría sentido.
—Tiempo —repitió en un suspiro y se acercó despacio, tanteando el terreno. Agustina asintió con la cabeza y no se movió pese a su avance, lo que motivó a Sebastián a dar un paso más hacia ella. La vio temblar, estremecerse, como cuando la besó en la frente en el ecógrafo. Era evidente que su cercanía le provocaba las mismas cosas que a él, por lo menos a su cuerpo. Tendría que volver a conquistar su mente, reparar su corazón.
Tina se abrazó a sí misma tratando de protegerse de sus propias sensaciones. No quería que Sebastián descubriera cuanto la afectaba. Se había enamorado de él locamente. Y por más dolor y enojo que sintiera ese amor seguía latiendo fuerte en su pecho. Asintió con la cabeza en respuesta.
—Te voy a dar tiempo, te voy a dar todo lo que me pidas. Pero, por favor, no me alejes. Quiero vivir de cerca el embarazo. Este tiempo sin verlos fue una tortura. Sin ver crecer la panza. No me dejes sin eso.
Agustina se acercó y lo tomó de la mano, sintiendo esa electricidad de la primera vez, pero ahora más potente porque sabía las sensaciones que provocaban sus cuerpos juntos, el fuego que los consumía cuando estaban uno sobre el otro. Puso la mano de Sebastián en su estómago y este cerró los ojos y sonrió. Unas lágrimas se deslizaron en el rostro de Agustina al sentir su calor.
—Acá estas. Es prueba de que no te voy a apartar. Nunca lo haría. Pase lo que pase con nosotros.
—¿Eso fue una patada? —preguntó Sebastián abriendo los ojos como platos.
—Sí, creo que van a ser futbolistas.
—¿Puedo pedirte una última cosa? —Agustina asintió con la cabeza—. ¿Puedo abrazarte? —Ella dudó, pero asintió presa de la ternura del momento y del brillo en los ojos de Sebastián. Esos ojos que la miraban con una adoración que nunca antes había sentido. Él se acercó despacio y la rodeó con sus brazos, inhalando el olor de su pelo y meciéndola en esa danza silenciosa que solo era de los dos. Luego se acercó a su oído.
—Quiero que sepas que te amo, que vos y esos bebes son lo mejor que me pasó en la vida. Aunque no me vuelvas a querer, aunque no me puedas perdonar, yo siempre voy a estar acá para ustedes, porque son mi familia. La única que quiero.
Escuchó que Agustina suspiraba y con todo el dolor del mundo se separó de ella. Sabía que era lo mejor en ese momento. Pero no se iba a rendir, iba a luchar por volver a conquistarla. No la iba a dejar escapar. Le dio un beso en la mejilla que duró más tiempo del normal y se dio vuelta para irse.
—Sebastián —murmuró Tina dubitativa. No soportó que se alejara de sus brazos, el calor de su respiración junto a ella, ese que tanto extrañó. Quería sentirlo aunque sea un poco más—, Este embarazo nunca fue una equivocación para mí y sé que tampoco lo es para vos —consiguió decir pensando en las palabras de Mía, aquellas que la torturaban hace días.
—Fue y es mi mayor sueño. Y no podría tener una mejor madre para mis hijas. Pase lo que pase entre nosotros, nunca les va a faltar amor ni una familia. —Agustina sonrió y se limpió algunas lágrimas que todavía seguían en su mejilla.
—Nos vemos en la editorial. Ahora somos vecinos. —Él asintió con la cabeza. Y ella se acercó un poco más—. Dicen que el tiempo cura todo, ¿no? Solo necesitamos un poco más... —Sebastián volvió a asentir, con una mirada llena de comprensión y esperanza, antes de salir del hospital.
Agustina no había cerrado la puerta para ellos. Ese tiempo era una rendija por dónde colarse. Y no iba a dejar que se cierre. La iba a abrir de par en par para los dos, cómo ya había abierto su corazón.
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