Capítulo XXVII
Sebastián entró en el edificio arrastrando los pies. No tenía ganas de ir a la oficina y la resaca de la noche anterior le taladraba la cabeza. Pero si no iba por sus propios medios, sabía que Guille lo iba a arrastrar a patadas. Tenía que hacer el esfuerzo. El estudio lo valía. Y necesitaba que funcionara. Ya no contaba con el dinero y la seguridad de la empresa. Iba a ser padre. Tenía que trabajar y sacar los proyectos que habían conseguido con su primo. Se lo debía a Guille, pero también a sus hijos. Y a él mismo. Porque lo había logrado. Por una vez en su vida había conseguido hacer lo que quería y hacerlo por sí mismo. Ya estaba bien de intoxicarse con whisky y cerveza. Había ayudado a apagar la mente y el dolor que le aguijoneaba el pecho por unas horas, pero cuando el efecto pasaba solo lo sentía más profundo.
Entró al ascensor y se rascó la barbilla. La barba crecida de una semana ya le molestaba.
—No cierre —una voz lo hizo darse vuelta y poner por instinto la mano en la puerta del ascensor para que no se cerrara. Al levantar la vista se quedó duro, estaqueado en el piso y sintió que sus ojos se le llenaban de lágrimas.
Agustina subió al ascensor con las piernas temblorosas, sabía que se podía cruzar con Sebastián, se había preparado para eso, pero nunca se imaginó todo lo que ese encuentro la iba a hacer sentir. La mirada de Sebastián se centró en su estómago. Había crecido mucho estos días.
—Hola —pronunció como pudo para cortar el silencio tenso que llenaba el ascensor y para desviar la mirada penetrante de Sebastián sobre su cuerpo.
—Hola —respondió él, con la voz rasgada. Deseó que no descubriera la resaca que tenía encima, aunque sabía que su aspecto lo delataba bastante. El silencio volvió a llenar el ascensor mientras las puertas se cerraban—. ¿Vas al tercero, no?
—Sí.
Sebastián se acercó hasta ella para presionar el botón del piso, sintió su olor a vainilla, el calor que irradiaba su piel y cerró los ojos deteniéndose más tiempo sobre los controles. Agustina carraspeo y dio un paso al costado, necesitaba alejarse, con solo un roce del brazo de Sebastián su piel estaba de gallina y una necesidad crecía en su vientre. No podía ser tan débil frente a ese hombre.
Sebastián volvió a apoyarse contra la pared, resoplando, pasándose una mano sobre su pelo más largo y descuidado que de costumbre.
—¿Mañana era la cita con el obstetra, No? —Tina asintió con la cabeza, el nudo de angustia le estaba cerrando la garganta y no quería que notara la vacilación en su voz—. ¿Te puedo acompañar?
—Me lleva Cata —intentó sonar lo más firme posible—. ¿No bajas en el segundo piso?
—Te acompaño... A la cita, quiero decir. Si te parece bien. Seguro se puede ver el sexo de los bebés. Quiero estar ahí.
—Es a las diez de la mañana. —Se le escapó de la boca sin pensarlo demasiado. No quería que él estuviera ahí... ¿O si lo quería? Después de todo era el padre. No podía negárselo.
—Gracias.
El ascensor se detuvo, pero antes de que pudiera abrir la puerta, Sebastián volvió a tocar el mando y lo frenó. Agustina lo miró confundida, pero desafiante, y él se acercó hasta ella, rápido sin que pudiera darle más tiempo a reaccionar. Apoyó las manos contra la pared de metal, rodeando su cabeza, la miró fijo con los ojos cargados de perdón, dolor y necesidad.
—Mierda, te extraño tanto, nena —susurró sobre su boca, sus labios acariciándose—. Te necesito. —Los labios de Agustina se abrieron por instinto, un instinto que no podía frenar, y se los humedeció con la lengua en anticipación. Sebastián acercó su cuerpo más a ella y sintió su erección a través de la ropa, lo que la llevó a soltar un gemido.
—Tengo que bajar. —pronunció Tina como pudo.
—Pero no querés bajar.
—Tengo y quiero.
La alarma del ascensor comenzó a sonar, lo que hizo que Sebastián largara un insulto y Agustina se deslizara de sus brazos para llegar a los controles y abrir las puertas.
—Te veo mañana a las diez —dijo él a modo de saludo.
Agustina asintió con la cabeza y salió del ascensor con las piernas temblorosas y la piel ardiendo. Cruzarse con Sebastián todos los días iba a ser más difícil de lo que pensaba y mucho más difícil iba a ser negarse a la atracción y al amor que sentía por él. Ninguno de los dos había desaparecido a pesar de todo.
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