Capítulo XXVI


Cata abrió las cortinas y la claridad del sol cubrió la habitación en penumbras. Tina soltó un gruñido y se tapó la cara con la almohada. Hacía tres días que no salía de esa habitación más que para hacer sus necesidades.

—Cerrá esas cortinas, Cata. Me duele la cabeza. —gimió con la voz ronca por el llanto.

—No me sorprende que te duela. Hace días que no comes ni paras de llorar. Esto ya es absurdo, Tina. Te tenés que levantar.

—¿Qué es ese olor? —Agustina retiró la almohada de su cabeza para volver a ponerla.

—Un sahumo. Hay que hacer una limpieza. Vibran las malas ondas en este lugar. Tanto que ya están llegando hasta la cocina. Y también tendrías que hacerte una limpieza vos. ¡Hace días que no te bañas!

—No tengo ganas...

—Basta Agustina. ¡Esto se terminó! —la voz de Cata salió casi en un aullido y Tina se golpeó contra el respaldo de la cama por la sorpresa. Nunca su amiga la había gritado de esa forma—. Te juro que me haces perder la poca calma que puedo conseguir con el yoga. No te puedo ver más así. —Cata se sentó en la cama y comenzó a acariciar la pierna de su amiga—. De verdad que estoy preocupada.

Tina empezó otra vez a llorar, como lo hacía desde hace tres días.

—Me siento una idiota por estar así. Soy patética. Y te juro que quisiera levantarme, pero no puedo.

—No sos patética. Solo una mujer enamorada y con el corazón roto. No estás sola, Tina. Estoy acá con voz como siempre. Y si no podes sola, solo me queda intervenir.

—No me gustan tus intervenciones. —Tina se irguió sentándose en la cama y se limpió las lágrimas que no dejaban de caer.

—No me importa que no te gusten. Como madrina de esos bebes tengo que asegurarme de que estén bien. Y como estas actuando estos días no es bueno para ellos.

—Soy una mierda de madre. Y todavía ni nacieron. —Cata negó con la cabeza.

—Basta de regodearte en la miseria. Vamos a bañarte, a comer algo rico que tenés visitas en la sala.

—¿Qué? No, no, no Cata. No quiero ver a nadie. Como se te haya ocurrido llamarlo...

—No es Sebastián. No soy tan loca. No voy a dejar que te vea con esta pinta de piltrafa. Pero voy a llamarlo si seguís con esta actitud destructiva.

—No quiero verlo...

—Entiendo... —Cata se levantó de la cama y siguió ordenando el desastre de la habitación—. Aunque creo que ya lo castigaste bastante.

—¿Qué lo castigué bastante? ¿Lo vas a defender? ¿Vos, Cata?

—No es una mala persona. Se equivocó, sí. La cagó feo. Pero no te lo hizo a vos a propósito. Podría haber sido cualquier mujer. Es más. Podría haber sido yo. Fuimos juntas, doné mis óvulos en el mismo momento. Fue el destino el que te eligió, Tina. ¿No te das cuenta? Quiso que seas la madre de esos bebes y que te unas con Sebastián para siempre.

— Ay, no, Cata. No me vengas con esa mierda del destino y las fuerzas cósmicas. Es lo último que me falta escuchar. Él fue el que decidió, con dinero. —Tina se resolvió el pelo duro y engrasado—. No me puedo creer que lo estés defendiendo. ¡Justo vos!

—No lo defiendo, Tina. Solo que pienso que todos merecen una oportunidad. Y él te quiere, se la merece. Sigue siendo el padre de esos renacuajos.

—No puedo seguir con esta conversación. ¿De qué lado estás? Porque del mío parece que no.

—No seas infantil. No hay lados. Y en todo caso estoy en el de mis ahijados.

—Voy a retirar el título.

—Bruja sin corazón.

Cata sacudió una camiseta que estaba guardando en el armario sobre la cabeza de Tina cuando dos golpes en la puerta las sobresaltó.

—¿Ya puedo pasar? No quisiera ver ningún cuerpo desnudo.

—¿Es Guillermo? ¿De verdad, Cata? —susurró Tina mientras se tapaba con las mantas hasta el final de su cabeza.

—Lamentablemente...

—Creí que no se llevaban bien.

—Y no lo hacemos. Pero lo tengo que soportar todos los días rondando por la oficina. Y me secó el cerebro. No iba a parar su tortura, Tina.

—Permiso... Voy a entrar —anunció Guillermo mientras se deslizaba por la puerta— pobres almas en desgraciaaa  —canturreó.

—¿La sirenita? ¿En serio? —preguntó Cata con expresión cansada.

—Perdón es que se me viene esa canción cada vez que los veo penando.

—No es gracioso —gruñó Agustina incorporándose en la cama.

—Me voy a preparar algo de comer. Antes que alguien muera de inanición. —Cata salió de la habitación dejándolos solos.

—Traidora —susurró su amiga.

—Te ves fatal. —Guille se sentó en los pies de la cama con toda la suavidad que pudo.

—Gracias...

—Sebastián no está mucho mejor, si te sirve de algo.

—Me alegro. Se lo merece.

—Puede...

—¿A qué debo el honor?

—Quería saber como estabas, vos y mis ahijados. —Tina lanzó un suspiro—. Cata me pintó un poco el panorama, quería que hagamos una intervención. Y estoy cansado de ver penando a mi primo por el estudio.

—No creo que puedas hacer mucho, Guille. Te agradezco la preocupación, pero ya.

—Aunque sea te pido que le atiendas las llamadas. Está preocupado.

—No tengo ganas de hablar con él.

—En algún momento vas a tener que hacerlo. Es el padre de esos bebés. —Guille se levantó de la cama y fue hasta la ventana—. No es un mal tipo, solo un poco idiota. —Tina se sorprendió de la sonrisa que hicieron sus propios labios. Hacía días que no hacía más que llorar. Creía haberse olvidado de cómo hacerlo. —De verdad te quiere y cambió mucho desde que te conoció. Es como si le hubieras dado la fuerza para hacer las cosas que nunca se animó.

—Yo también lo quiero. Pero eso no cambia las cosas. A veces el amor no es suficiente.

—Dejó todo, Agustina. Cortó relación con su familia, renunció a la empresa y a todas las comodidades y la seguridad que tenía.

—Era algo que quería hacer... Yo no tengo nada que ver con eso.

—Nunca hubiera dado el paso. Si no hubieras aparecido en su vida, seguiría en esa empresa y quizá se hubiera casado con la enferma de Mía. —A Tina se le revolvió el estómago al escuchar su nombre y la angustia le cerró la garganta al imaginarlos juntos en un altar.

—Quizá es lo que quiere. No puedo dejar de pensar en que todo esto fue una forma de vengarse de ella.

—No, no fue una venganza. Sebastián siempre soñó con una familia. Y no quiere a Mía. Quizá alguna vez lo hizo, pero hace tiempo que no. Sé que no fue la mejor forma. Pero fue la que encontró para ponerle fin.

—No puedo creer que te haya mandado a que lo defiendas. Es un adulto.

—No sabe que estoy acá, te lo prometo.

Agustina volvió a lanzar un suspiro que se transformó en gemido doloroso mientras se incorporó más en el respaldo de la cama.

—¿Estás bien? —Guille se sentó otra vez junto a ella con cara de preocupación.

—Sí, solo que patean como jugadores de fútbol.

—¿Puedo sentirlos? —Tina asintió con la cabeza y retiró las mantas para que Guille pudiera tocar la panza.

—Ay, qué impresión. Me dio justo en la mano —Los dos se rieron. La mirada de Guille a la panza era de cariño verdadero y Tina se sintió algo feliz al pensar que sus hijos iban a tener mucho amor a su alrededor. Pero pronto su mirada se tiñó de tristeza.

—No puedo perdonarlo. Por lo menos no ahora. No creo que pueda volver a confiar en él. Porque además de todo me mintió. No fue sincero. Podría habérmelo dicho. Me enteré de la peor manera.

—Sí, lo sé, esa mujer es de lo peor. —Guille retiró la mano de la panza y tomó la de Agustina—. Yo no soy nadie para pedirte que lo perdones. Solo quería que sepas que él tampoco la está pasando bien y que los quiere. Y yo también los quiero, pase lo que pase. Quería que lo sepas.

Agustina tiró de su mano, de la que la tenía agarrada, y lo abrazó. Se dejó estrechar por la fuerza de los brazos de Guille que a pesar de la sorpresa del gesto la envolvieron.

—Bueno, bueno, ya pueden ir cortando con el momento emotivo que está la comida —anunció Cata cruzando la puerta.

—Yo me vuelvo al estudio porque ya es tarde. Lo que sea por no probar ese tofu vegano.

—¿Quién te dijo que soy vegana? Idiota prejuicioso

—Antes no lo eras... pero lo supuse por la pose hippie. Sería lo único que te falta.

—¡No es una pose!

—¿Antes? —Preguntó Tina. Mientras se levantaba después de tres días de la cama. Aunque no quisiera admitirlo, la intervención de los padrinos había sido exitosa.

—Se piensa que me conoce. Pero está equivocado —contestó Cata dándose la vuelta nerviosa y volviendo a la cocina—. Y apuren que se enfría. Te hice un churrasco y no voy a tirarlo, así que más te vale que te lo comas. 

—¿Está envenenado? —bromeó Guille. 

—Capaz... Pero vas a tener que averiguarlo cuando lo comas. No voy a tirar la comida cuando hay demasiada hambre en el mundo. —terminó Cata blandiendo una espátula hacia Guille. 

—Yo que vos le haría caso —dijo Tina con una sonrisa.

—Si vale esa sonrisa y que te levantés de la cama, me como cualquier cosa que ésta loca me ponga en el plato.

Tina lo golpeó en el hombro y salieron los dos de la habitación mientras el aroma de la comida los guiaba. 


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