Sebastián se acercó a la barra para tomar las dos cervezas que habían pedido. El partido estaba por empezar y el bar estaba a tope.
—Que estuviera este bar en la esquina del edificio fue una de las cosas que me hizo decidirme a alquilarlo —vociferó Guille mientras llevaba la cerveza a sus labios y los dejaba llenos de espuma.
—Qué profesional lo tuyo, primo. Pensé que viste el potencial en la zona.
—Habla el que se decidió solo porque había una mujer dos pisos arriba. —Sebastián se rio y le pegó un codazo a su primo mientras dejaban la barra y se acomodaban en una mesa.
—Tres mujeres.
Las cosas con Agustina iban cada vez mejor. De a poco, había bajado las barreras, lo había dejado acompañarla a cada cita con el médico, había aceptado cada regalo que él le había dado. Y hasta su ayuda y la de Guille para acondicionar lo mejor posible la habitación que ocupaba en el departamento de Cata para la llegada de las bebes. Esa parte no le gustaba para nada. Quería a sus chicas con él, en su casa. Había preparado la habitación para recibirlas. Tenía la esperanza de que en algún momento Agustina aflojara y se decidiera y cuando eso sucediera ya tendría todo listo.
—¡Gol! —gritó Guille interrumpiendo sus pensamientos.
Acto seguido escuchó como su teléfono empezó a sonar. Al ver el identificador de llamadas, un sudor frío le corrió por la espada, era Cata. Si bien Agustina estaba de siete meses, sabía por el médico que la mayoría de los embarazos múltiples se adelantaban. Las manos le temblaron y el teléfono se cayó al suelo mientras daba manotazos inútiles al aire para tratar de agarrarlo.
—¿Qué pasa primo? —preguntó Guille atrapando el teléfono y su cara se transformó al ver el nombre de Cata en la pantalla. —¿Atiendo?
—Por favor. Yo no puedo.
Los ojos de Guille se abrieron de par en par mientras la voz de Cata se escuchaba a través del auricular. Se levantó de la mesa como si tuviera un resorte en el asiento.
—Ya vamos para allá. —Sacó unos billetes para pagar las cervezas y los tiró en la mesa mientras agarraba su campera de la silla y finalizaba la llamada—. Rompió bolsa. Están yendo en esa carcacha de auto que tiene Cata al hospital. Se sentían los gritos por el manos libres.
—¡Mierda! —Sebastián se levantó y salió casi corriendo del bar con su primo detrás.
—Dejá que yo manejo. —Guille le arrebató las llaves de los dedos—. Vamos a llegar más rápido.
Subieron al auto y llegaron a la clínica antes que las chicas. Guille era fanático de la velocidad, corría carreras como hobby desde que iba a la escuela, y sumado a la potencia del auto de Sebastián no les costó más que minutos llegar a la clínica.
Cuando vieron el auto frenar en la puerta corrieron a ayudar a bajar a Tina que no paraba de jadear y gemir del dolor.
—Acá estoy, nena —murmuró Sebastián tomándola en sus brazos—. Acordáte de la respiración. La que nos enseñó la partera en el curso. —Habían hecho juntos el curso de posparto hacía solo una semana atrás, por lo que tenían bien frescas todas las indicaciones.
—¡Me duele, Sebastián! —gimió, Agustina—. No me dejes sola.
—Nunca, nena. Estoy con vos para siempre.
—Llamá a una enfermera que traiga una camilla, que le preparen una habitación. No te quedes ahí parado como un paspado. —Cata le gritó a Guille que bajaba el bolso maternal del asiento de atrás—. Yo tengo que ir a estacionar.
—Estoy bajando las cosas del auto, Krishnamurti. Que te pensás que soy un pulpo. No tengo veinte manos.
—Bien te vendrían...
—Pueden dejar de discutir y ayudar —gritó Sebastián mientras intentaba sostener la puerta de la clínica con la pierna, ya que las manos las tenía ocupadas sosteniendo a Tina. Guille corrió a su encuentro mientras una enfermera asistía del lado interno del lugar.
—Hola mama, quedáte tranquila, vamos a llevarte a una habitación para ver como vas de dilatación. Los trabajos de parto a veces duran varias horas.
—¡Ahhhh! —gritó Agustina mientras tomaba el brazo de la enfermera y se acercaba a su rostro mirándola con ojos de loca—. Siento la cabeza de una de las bebes cruzando por mi vagina. Las estoy escupiendo. No hay tiempo para ninguna dilatación. Porque ya estoy dilatada del todoooooo! —Volvió a gemir mientras Guillermo se ponía blanco como un papel y Sebastián intentaba sostenerla a pesar de las patadas que Tina le daba.
—Por dios, Nunca voy a tener hijos... No necesitaba escuchar algo tan gráfico —balbuceó Guille mientras Cata lo golpeaba con la puerta para entrar en la clínica.
—Siempre en el medio.
Corrieron todos a la sala de maternidad. Y tal como Agustina predijo, estaba ya dando a luz a las bebes por lo que fue directo a la sala de parto. Ni tiempo tuvieron de darle la epidural, apenas pudieron sacarle la ropa.
Sebastián corrió a ponerse la bata y la cofia requerida para poder entrar en la sala, escuchando los gritos de Tina que le pedía que no la dejara sola.
—Acá estoy, mi amor —La tomó de la mano mientras la escuchaba pujar y retorcerse del dolor. Se sintió inútil por no poder ayudarla a pasar ese momento.
—¡No puedo más! No puedo con esto.
—Un pujo fuerte, mami, que ya viene —gritó la partera.
—Vamos, nena, vos podes. Sos la mujer más valiente y decidida que conozco. Podés con esto —murmuró Sebastián junto a su oído tratando de darle fuerzas.
—¿Sebastián?
—Sí, mi amor, estoy acá, con vos.
—Tengo que decirte algo, ¡AY! —Agustina trató de hablar entre pujo y pujo.
—Tranquila, nena, ya vamos a tener tiempo de hablar después.
—¡No! No me interrumpas ahora. Déjame hablar, ¡Ay! —gritó Tina en medio de un pujo—. Duele, duele mucho.
—Respirá hondo. Así... —Sebastián respiró con ella, quería aliviarle el dolor. Tina apretó de su mano clavándole las uñas.
—Necesito decírtelo —murmuró ella apretando los dientes, llena de terquedad y lágrimas en sus ojos—. Te amo, te amo mucho.
—Yo también te amo, nena. —respondió con alivio y emoción, al escuchar las palabras que tanto tiempo había soñado.
—Quiero volver a casa con vos. ¡AY! —Tina apretó sus manos con fuerza, dejando sus uñas marcadas—. Quiero a decir a tu casa.
—Es nuestra casa, mi amor.
—Y acepto casarme con vos. Si todavía querés.
—Es lo que más quiero en el mundo.
—Ya tengo la cabeza, un pujo fuerte, mami —Gritó la partera.
Y Agustina lo hizo, pujó con todas sus fuerzas, las pocas que le quedaban, se sentía agotada por el dolor y el esfuerzo. No podía pensar en que tenía que repetir todo el proceso de nuevo. Pero sentía la mano de Sebastián junto a ella y con él a su lado podía todo.
Había logrado decirle que lo amaba y que quería ser su mujer antes de que sus hijas nacieran, algo que había planeado semanas. En unas horas estarían los cuatro juntos y eso la llenaba de amor y de esperanza. Lo valía todo.
—Vamos nena, un último esfuerzo, y volvemos a casa. Ya tengo todo preparado para volver con mis chicas. —Se agachó para besarle la frente.
Agustina volvió a pujar con un grito ahogado.
Y el llanto de la primera bebé inundó la habitación.
Fue el sonido más hermoso del mundo.
FIN
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