Capítulo XXIV


—Habrá que hacer bastantes reformas —dijo Guillermo mientras recorría el piso vacío.

—Sí, pero tiene potencial —contestó Sebastián con un brillo en los ojos. En su cabeza veía el estudio de arquitectura que los dos habían soñado desde hace años.

—Sí que lo tiene. —Guille sonrió—. Estamos adentro.

—Estamos. —Sebastián se acercó a su primo y le dio la mano.

—¿Eso quiere decir que la van a alquilar? —interrumpió la escena Cata con un tono de incomodidad en la voz, que junto a Tina acompañaban el recorrido del piso vecino a la editorial.

—Lo alquilamos —respondió Guillermo, sin dejar de mirar a su primo, con un brillo en la mirada que guardaba demasiado. Era un paso gigantesco para los dos. Lo que siempre habían soñado. Sebastián creía que para su primo era más fácil darlo. Siempre fue el más rebelde. La oveja negra de la familia. Pero de todas formas tampoco era fácil para él. Y estaban juntos en esto. Cómo siempre. Cuidándose las espaldas.

—¡Entonces hay que salir a festejar! A tomar unas cervezas. —Agustina se acercó a Sebastián, cruzó el brazo por su espalda y se puso de puntitas para darle un beso. Sebastián pensó que por una vez las cosas valían la pena—. ¿Y tenemos otras cosas que celebrar, no? —Miró a Sebastián con un brillo en los ojos— ¿Les damos la noticia?

—¿Cuál noticia? —preguntó Cata que como siempre no aguantaba la ansiedad —¿Se van a casar?

—No hay casamiento... —respondió, Tina sonrojándose.

—No lo hay, por ahora —Siguió Sebastián mirándola fijamente con un brillo en sus ojos. Quería hacerla su mujer, suya... que bien sonaba esa palabra, más que ninguna en el mundo.

—La noticia tiene que ver con ustedes dos, los involucra. —Volvió Agustina con la noticia, la emoción en su voz— Queremos que sean los padrinos de los bebes.

El piso se convirtió en segundos en un lío de abrazos, gritos, risas, llantos de Cata y Tina, y palmadas de espalda de Guille y Sebastián.

—Bueno, basta de lágrimas y vamos a celebrar —anunció Cata limpiándose los ojos con el brazo.

—¿Nos encontramos en la cervecería de la esquina en una hora? —preguntó Guille mirando su reloj—. Quiero darme una ducha y cambiarme.

—¿En una hora llegas a bañar todo ese ego? —respondió Cata, ganándose la atención de todos y generando un silencio sepulcral.

—Es menos tiempo del que te llevaría limpiar toda la toxicidad de tu persona. —Guille lanzó una mirada fulminante y mordaz.

—No necesito limpiar nada, mis planetas están alineados y mi aura elevada.

—¿Qué pasó con estos dos? —susurró Sebastián en el oído de Tina, generando un escalofrío en su piel gracias al calor de su aliento—. Pensé que se llevaban bien.

—Estoy tan sorprendida como vos... —contestó ella moviendo su cuello, no quería darle el poder de ver cuanto la provocaba, lo que era capaz de hacerle sentir a su piel. Aunque sus intentos resultaron vanos, Sebastián pudo ver el deseo en sus ojos, el mismo que él también sentía. La neblina sexual que los envolvió se vio interrumpida por la voz de sus amigos.

—Colapsados están tus planetas. Y mejor sería correrse, no quiero que me atraviese una esquirla seca y dura —Siguió Guillermo sin percatarse de la mirada desorbitada de Agustina y su amigo.

—Seca y dura tenés el alma.

—Dura, tengo otra cosa, belleza.

—Qué básico, no esperaba otra cosa. De un burro una patada.

Sebastián miró a Guille con desaprobación mientras movió la cabeza de un lado a otro.

—Bueno, basta —Tina frenó la discusión antes de que explotara— ¿Qué pasa con ustedes? Recién les dijimos que van a ser los padrinos de nuestros hijos, ¿Va a ser de esta forma?

—Perdón, me la dejó picando... no me pude resistir... —murmuró Guille con los dientes apretados.

—Vamos a casa —interrumpió Sebastián deslizando su mano sobre la espalda baja de Tina— Nos vemos en unas dos horas. —Guillermo asintió con la cabeza mientras Cata se cruzaba de brazos con la furia en los ojos—. Vamos a celebrar todo lo bueno que nos está pasando, no lo arruinen.

—Perdón, tenés razón. Vamos a divertirnos, lo prometo. —Se disculpó Cata con las mejillas sonrojadas. Odiaba perder los estribos, algo en lo que trabajaba todos los días a base de mantras, meditación y yoga. Y que echaba a la basura la sola presencia de Guillermo desde "El día D" como decidió bautizarlo hace unas semanas.

Bajaron los cuatro en el ascensor, un poco apretados, pero con un mejor clima gracias a los chistes de Guille y las carcajadas de Sebastián. Tina sintió que las mariposas bailaban en su pecho mientras un calor subía por la base de su columna vertebral en donde descansaba la mano de Sebastián. Su risa era el mejor sonido del mundo, amaba a ese hombre, estaba totalmente entregada a él. Y quizá lo estuvo desde el primer día, aunque a su terquedad le costara admitirlo. Escucharlo decir «casa», incluyéndola en ella, le produjo una sensación de hogar y aunque solo viviera allí desde hace semanas lo sentía como eso. Se sintió flotando en una burbuja de amor y no imaginó que se iba a pinchar tan rápido ni lo dura que iba a sentirse la caída. 


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