Capítulo XXII
—Un mes —ofreció Sebastián mientras estacionaba el auto en la puerta del departamento de Cata.
—Una semana —respondió Agustina con seguridad.
—Quince días —volvió a la carga refunfuñando. Nunca había tenido una negociación tan difícil. Ni los brasileros eran tan tercos cómo Tina.
—Una semana, Sebastián, o nada.
—Está bien. —Golpeó sus manos en el volante exasperado. No podía con ella, siempre conseguía lo que se propusiera con él. A Tina se le escapó una risa que intentó contener sin éxito—. Me rindo. Pero empezamos hoy.
—¿Hoy? No, no puedo. Tengo trabajo que hacer. Organizar las cosas. No es tan sencillo.
—Es sencillo. Te espero acá abajo. Poné todo lo que necesites en un bolso y trae lo que precises para trabajar. No la compliques más. Es solo una semana. Por favor. —Agustina resopló y asintió con la cabeza. No podía negarse a esa mirada de súplica, a esos ojos con notas caramelo que la derretían. Sabía que con Sebastián la batalla estaba perdida. Se conformaba con haberle ganado una semana y nada más. Por el bien de su corazón.
Bajó del auto ante la atenta mirada del encargado del edificio que barría la vereda. Tina le devolvió una mirada de asesina que hizo que el hombre se diera la vuelta avergonzado para seguir con su trabajo. Luego, se acomodó el vestido negro que todavía llevaba puesto desde la noche anterior y avanzó con paso seguro al edificio.
Su aparente seguridad se desplomó al entrar en el ascensor. Se miró en el espejo que recubría las paredes y notó que el maquillaje corrido resaltaba sus ojos acuosos. Iba a llorar. Las emociones de la noche anterior la atravesaban como un cuchillo. La mirada desaprobatoria de esas mujeres, el miedo que sintió al pie de la escalera, las manos de Sebastián acariciando cada palmo de su cuerpo. Él quería que esa familia que estaban creando fuese real, le había pedido que fuera su novia y ella le había dicho que sí. Iba a probar vivir con él una semana. Estaba perdida y estaba enamorada. Ya no tenía dudas. Su autocontrol se había hecho añicos el día que cruzó en esa clínica y se enteró de que iba a ser madre. Su vida era una locura.
La puerta del ascensor se abrió y al mismo tiempo vio a Cata saliendo del departamento. Se echó a sus brazos llorando como una nena chiquita. Toda la angustia y el miedo brotaron de sus ojos sin control. Estaba aterrada. Cata la sostuvo con fuerza, volviendo a entrar en el departamento. El cuerpo de Tina temblaba en sollozos. Le acarició la espalda intentando serenarla.
—Tranquila, amiga. Estoy acá con vos —murmuró mientras la dirigía al sofá—. ¿Qué paso?
—Estuvimos juntos, en su casa, y fue increíble —la voz de Tina salió apretada entre las lágrimas— y me pidió que seamos novios. ¡Cómo dos adolescentes! Y le dije que sí. No sé en qué estaba pensando.
—Tenías la mente embotada por el sexo salvaje. Veo que todavía las piernas te tiemblan.
—¡Cata! —Tina le golpeó el hombro a su amiga tirándola hacia atrás en el sofá y Cata lanzó una carcajada. Luego la miró con ternura.
—Estás enamorada, hasta el fondo, y estás muerta de miedo.
—Muerta. —Agustina se levantó del sofá y empezó a caminar de un lado a otro como lo hacía siempre que la ansiedad la desbordaba—. Sebastián no es un chico que conocí en un bar con el que puedo intentar tener una relación y si no funciona cada uno por su lado y si te vi no me acuerdo. —las palabras se atropellaron con prisa en su boca—. Vamos a tener dos hijos. Vamos a estar unidos de por vida.
Cata se levantó y la frenó por los hombros.
—¿Y si funciona? —Tina negó con los hombros—. ¿Por qué siempre tenés que pensar en lo peor? Por una vez en tu vida, déjate llevar, abandoná ese control y que las cosas sucedan. No perdés nada, Tina. Y si no llega a funcionar por lo menos lo intentaste. Cómo cualquier pareja normal que tiene un hijo y luego se separa. Creo que sería lo más justo para esos dos porotos y para ustedes. Que intenten ser felices.
—Es que me resulta tan difícil. —Tina se desplomó en el sillón—. Es como si creyese que no lo merezco, que no merezco ser feliz y que algo va a pasar y lo va a arruinar todo.
—Lo merecés. Más que nadie. Yo sé que las cosas no salieron bien este último año y que la pasaste muy mal. Pero eso se terminó. Ahora viene el momento de disfrutar y ser feliz. Ya lo dijo el I Ching
—¿El I Ching? ¿Me tiraste el I Ching, Cata?
—Me mataba la curiosidad...
—¿Y qué dijo?
—Que es el momento de cosechar los frutos, de mantenerse sereno y firme. Que después de los cambios y mutaciones que estás experimentando llegará el momento de calma y de disfrutar de esos frutos.
—¿Y el fruto serían los porotos o Sebastián?
—Yo supongo que los tres... aunque pensándolo bien, los porotos todavía son semillas y Sebastián ya es un fruto. Uno a punto caramelo. —Agustina lanzó una carcajada y Cata la siguió. Las dos rieron juntas como siempre lo hacían, con esa complicidad que era solo de ellas.
—¡Cata! —Tina abrió los ojos y se llevó la mano a la boca—. Me olvidé de que está esperándome en la puerta.
—¿Quién?
—¡El fruto! —Las dos volvieron a estallar en carcajadas.
—¿No lo hiciste pasar, Tina?
—Es que necesitaba este momento. De las dos. —Cata asintió con la cabeza mientras se ponían de pie—. Quiere que me quede en su casa una semana. Que probemos vivir juntos. Es una locura, ¿no?
—Un poco. Pero te viene bien, amiga. Necesitabas un poco de locura en tu vida. Y es una semana. Si no funciona volvés. Acá siempre tenés tu lugar.
—Te quiero.
—Yo más. Vamos a preparar ese bolso. —Cata rodeo el cuello de su amiga con un brazo y se dirigieron a la habitación—. Y te llevas el manuscrito. Si no está listo en una semana voy yo a buscarte y ahí vas a saber lo que es que una relación no funcione porque la nuestra va a dejar de funcionar.
—Menos mal que necesitaba perder el control —refunfuño Tina mientras sacaba una mochila del armario donde guardaba algunas de sus cosas.
—Nunca hablé del que se relaciona con el trabajo. —Cata se tiró en la cama mientras miró a su amiga guardar ropa en la mochila—. Te voy a extrañar. Ya me había acostumbrado a tu mal humor matutino.
—Vas a tener que seguir aguantándolo en la editorial. —Tina le lanzó una camiseta que Cata atrapó en el aire—. Porque hay cosas que no cambian.
—Ya lo creo. Pobre Sebastián.
—Mala
—Loca
—Bruja
Volvieron a estallar en carcajadas y Tina se sintió segura, aunque su cuerpo temblaba, aunque estaba caminando en aguas movedizas, sabía que Cata siempre estaría para ella, dándole una mano y sacándola a la superficie. Siempre tendría un lugar a donde volver.
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