Capítulo XXI


Agustina abrió los ojos sobresaltada, había dormitado unas horas. No creía que más de dos. La claridad del amanecer amenazaba con cubrirlo todo y el canto de los pájaros, lejos de ser agradable, le irritaba los oídos. Odiaba no dormir bien. Pero había valido la pena el desvelo. Cada segundo sin dormir. Sintió la mano de Sebastián acariciarle el pelo y se relajó al segundo dejando de pensar.

—Estás despierto... ¿Te despertaste antes o no dormiste? —le preguntó.

—No dormí.

—¿Estás preocupado por algo? —Levantó su rostro para ver sus ojos. Se reflejaba en ellos el cansancio, pero también un brillo que no había visto antes.

—No... solo pensaba en los bebés. —Apoyó su mano en el estómago de Tina y volvió a acariciarla—. ¿Pensaste en un nombre?

—¿Te preocupan los nombres? —Sebastián se acostó sobre un lado y Agustina lo imitó, quedando los dos frente a frente.

—Lo que pasó ayer en la fiesta me asustó. —Tina sintió que un nudo le cerraba la garganta. Ella también se había asustado—. Sentí una necesidad de protegerlos. Quiero cuidarlos.

—Yo puedo cuidarnos —contestó mientras acariciaba su barbilla y Sebastián puso sus ojos en blanco, no se olvidaba de lo orgullosa que era.

—Agustina...

—Ya te dejé entrar... —Le tomó la mano y se la llevó al corazón. Se sostuvieron la mirada fijamente.

—Y yo no quiero salir. —Sebastián le besó la nariz pequeña y respingada. Le encantaba, como hacía juego con la simetría de su rostro—. Voy a ver qué hay para desayunar. —Agustina no lo dejó levantarse subiéndose a horcajadas.

—Todavía es temprano... quedémonos un rato más. —Él le sostuvo las muñecas con fuerza y rodó sobre ella.

—No pensaba dejarte salir. Solo te iba a alimentar en la cama.

—Pero tengo mucho acá para comer. —Con un movimiento rápido le mordió la barbilla. Sebastián lanzó una carcajada que la hizo vibrar. Su risa era la perdición. Deberían prohibirla. Volvieron a besarse entre risas hasta quedarse sin aire.

Luego Tina se irguió sobre él y le acarició el torso trabajado, observando todo lo que anoche no había podido ver por el apuro de estar juntos. Tenía unos abdominales para el infarto. No de uno de esos fanáticos del gimnasio, pero si los de alguien que se preocupa por su cuerpo.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Sebastián con una mirada engreída.

—Mucho.

—A mí también —respondió mientras la comía con la mirada—. Sos perfecta. —Agustina negó con la cabeza.

—No cómo las modelos a las que estás acostumbrado. —Sebastián chistó.

—No tienen nada que hacer al lado tuyo. —Le dio un beso suave en los labios— No te compares con nadie. —Otro beso más profundo—. Yo no lo hago. Para mí sos única. —Agustina soltó una carcajada.

—¿Le decís eso a todas las mujeres que caen en tus brazos? —Sebastián negó con la cabeza mientras dejaba un camino de besos por su cuello. No estaba mintiendo, y aunque pareciera cursi realmente lo sentía. Nunca se había sentido de esa forma con ninguna mujer y había estado con varias, demasiadas como para comprobarlo. Agustina era única, distinta a todas, su mezcla de sencillez y complejidad le encantaba. Y el olor, el sabor de su piel lo encendían por completo. Se detuvo en su abdomen y apoyó la oreja en él. Tina envolvió los dedos en su cabello acariciándolo. Le pareció un gesto dulce y especial. Estar ahí en su panza lo llenó de una paz y calidez que no recordaba haber sentido nunca. Deseó quedarse allí por siempre.

—Ahora siento este embarazo más real —murmuró Tina. Sebastián levantó su cabeza y la traspasó con la mirada. Luego besó su estómago, acariciándolo con la punta de la nariz, bebiendo su calidez. La sintió estremecerse.

—Quiero que vivas conmigo —las palabras se deslizaron de la boca de Sebastián sin siquiera pensarlas demasiado. Sintió la tensión en el cuerpo de Tina, que se sentó de inmediato tapando cómo pudo su cuerpo desnudo con la sábana.

—¿Qué? —Sebastián se sentó frente a ella.

—Quiero que te mudes. Que vengas a vivir conmigo —repitió.

—Estás loco. Apenas nos conocemos. No sabemos ni siquiera si funcionamos juntos.

—Y no lo vamos a saber si no lo intentamos. —Agustina negó con la cabeza—. Quiero cuidarte en cada momento, ver crecer la panza. No quiero perderme ni un segundo del embarazo.

—No es necesario que vivamos juntos para eso. —Agustina se levantó y buscó su ropa. Sebastián la siguió por la habitación. No iba a permitir que lo dejara hablando solo. Ella se frenó y lo enfrentó con su ropa interior colgando de la mano—. Es ridículo. No somos nada... no somos amigos, ni siquiera novios. La gente se conoce, tiene una relación y luego vive junta. —Sebastián intentó no reírse, pero le fue imposible. Verla así, orgullosa y cabezona, con las mejillas arreboladas, el pelo despeinado por su culpa y su ropa interior colgando de su mano era una imagen digna de comedia. Cualquier mujer a la que le propusiera vivir con él hubiera corrido a hacer las valijas, pero Agustina no era cualquier mujer y su negativa lo hacía desearla más. No sé iba a dar por vencido.

—Tenés razón. Vamos a arreglar eso entonces. ¿Querés ser mi novia? —Los ojos de Tina se abrieron como platos. Sebastián la sorprendía a cada segundo. ¿Le estaba pidiendo ser su novia? ¿Cómo dos adolescentes en la escuela secundaria? Su mente seguía pensando que todo esto era ridículo, pero su cuerpo y su corazón se derritieron ante la pregunta. No podía pensar con claridad frente a ese hombre desnudo. Se dio vuelta para escapar hacia el baño, pero él la detuvo con un abrazo. Su voz le acarició la piel de la oreja—. ¿Me vas a rechazar? ¿De qué tenés miedo?

—De todo... —Sebastián la giró y pegó su frente a la de ella—. Tu familia me odia. Me ven como una cualquiera que quiere aprovecharse de la situación. Y yo... —la voz se le quebró—, yo no tengo nada ni a nadie más que a Cata.

—Me tenés a mí. Nadie te va a lastimar. No los voy a dejar. Te lo prometo.

—Vos vas a lastimarme... ya puedo sentirlo acá. —Se despegó de su cuerpo y se tocó el corazón. Sebastián se había metido adentro y algo le decía que iba a terminar muy mal, pero tampoco podía resistirse a él. Estaban unidos por los bebés que estaban creciendo dentro suyo y que después de haber pasado la noche juntos parecían más reales que nunca. Él volvió a abrazarla.

—Quiero que esta familia sea real. No perdemos nada en intentarlo. Por ellos y por nosotros... —murmuró Sebastián y sintió cómo el cuerpo de Agustina se relajaba y se entregaba a su abrazo—. Quiero que esta casa se llene de tus cosas, de tu olor. No quiero tener a mis hijos un fin de semana, una custodia compartida. Y te quiero a vos con ellos. Los cuatro juntos.

Agustina se quedó sin palabras y sin poder soltarse de ese abrazo fuerte y dulce. Sebastián comenzó a mecerla en una especie de vaivén que se convirtió en una danza. Estaban bailando sin música. Era el momento más romántico que había vivido en su vida. Su propia novela romántica. Y eso le daba miedo, la aterraba, porque como sabía muy bien, por todos los libros que había leído, en toda trama siempre había un giro dramático. No estaba lista para sufrir, no después del año que había pasado, después de perder a su madre. Pero tendría que vivirlo. No podía perderse la historia. Nunca dejaba un libro por la mitad, tenía que llegar a la página final y esta historia era de ella.

—Agustina...

—¿Mmm?

—¿No me vas a contestar? —Sebastián la apuró volviéndola al presente de su abrazo.

—Sí.

—¿Sí, qué?

—Sí, quiero ser tu novia, aunque me rompas el corazón.

—No voy a romperlo, te lo prometo.

Sebastián la besó primero suave y dulce, luego fuerte y cargado de pasión. No podía evitar que su cuerpo se acelerara de deseo con cada contacto. Y ahora era suya, su novia. Sabía que era muy difícil cumplir con la promesa que le había hecho, cuando todo estaba en contra de esa relación, cuando el mundo en el que se movía era una puta mierda llena de intereses y apariencias. Y aunque intentara ser diferente todos los días él había crecido en ese mundo, se había moldeado en él. Esperaba no arrastrarla, mantenerla afuera de eso, no romperla. Iba a intentarlo con todas sus fuerzas. 


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