Capítulo XII


Dos días pasaron del encuentro con Sebastián en la editorial. Dos días en los que apenas había tenido noticias suyas. La presencia de la prensa en su casa y en la oficina había mermado. Agustina había divisado algún que otro fotógrafo apostado detrás de un auto o escondido en un edificio tratando de robarle alguna foto. Pero por fortuna no había reporteros con cámaras y micrófonos esperando alguna declaración que ella no pensaba dar.

Había conseguido un obstetra con recomendaciones de la prima de Cata que atendía por su obra social. Pero Sebastián le había dicho que no podía acompañarla porque tenía que viajar de forma urgente a Brasil para cerrar un contrato. Tina sintió una pequeña desilusión porque no estuviera en la primera cita con el médico. Una sensación que no esperaba sentir. Se estaba acostumbrando a su presencia y no era bueno. Creyó que sería mejor así. Sebastián no formaba parte de su vida hasta ese momento. Ya era una situación muy confusa y surrealista para complicarla más con sentimientos que no podía controlar hacia alguien que apenas conocía.

La voz de Cata interrumpió sus pensamientos

—Bueno, creo que oficialmente tenemos una escritora Colombiana en nuestras filas.

—¿Cerraste el contrato?

—Si —contestó Cata dando saltitos—. Ayudó mucho decirle que estamos por entrar en un acuerdo de distribución con una empresa en España.

—Me había olvidado de eso. ¿Te reuniste con ese hombre?

—Sí, Tina. Perdón. Ya sé que no querías nada que venga de Sebastián. Aunque yo no le veo mucho sentido, dadas las circunstancias —Cata miró hacia la panza de su amiga y Tina bajó la vista con ella—. Pero esto es muy bueno para la editorial. No podemos perder una oportunidad así.

—Está bien, Cata. Siento dejarte sola con la editorial en este momento. Vos sabés cómo me cuesta no controlar las cosas. Veo que se me escapan y me da algo así como una desesperación. En ese momento no puedo pensar en lo que nos beneficia o no.

—Ya sé amiga. Por eso necesito que me apoyes en estas decisiones... sé que son buenas. La distribución nos va a abrir otro mercado. También la posibilidad de trabajar con más autores. —Tina asintió con la cabeza. Su amiga tenía razón y no podía negar lo evidente ni ser necia.

—Pero me siento mal por dejarte tan sola con todo.

—Ah, no te preocupes que ya te tengo trabajo preparado. —Cata sonrió mientras tomaba un fajo de hojas de la mesa—. Tenés para corregir todo este mamotreto. —Tina miró la cantidad de hojas sorprendida—. Es una trilogía de romance y fantasía. Vampiros, hombres lobos, brujas...

—¡Cata! ¿Fantasía? —Tina sintió que la sangre le corría rápido por las venas. Cada vez que dejaba a Cata hacer las cosas terminaba en alguna situación inimaginable. A la vista estaba—. Encima tres libros. Quizá no funciona ni uno solo. ¿Firmaste para los tres sin probar con el primero? No nos dedicamos tanto a la fantasía.

—Es juvenil. Somos especialistas en juvenil. Va ideal con la reedición de «Elige tu propia aventura» que estoy segura de que vamos a conseguir. Y además, la escritora tiene un fandom. Están esperando que sus libros salgan en papel. —Cata tomó a su amiga de los hombros y la zarandeó para todos lados—. Relájate. Esta tensión no te hace bien. Ni a vos ni a los porotos. Vos solo concéntrate en el germinador y en corregir tranquila los borradores. Vamos a empezar con un libro. Y sé que te van a encantar. Es una saga maravillosa. —Tina resopló y relajó sus hombros. Sabía que no tenía opciones frente a la emoción de su amiga, que cuando quería avanzaba como una topadora. Y en la situación en la que estaba no tenía energía para frenarla ni medirla.

—Está bien. Pero serenáte un poco que tanta emoción me altera. Prometo que empiezo a leer el primer manuscrito cuando terminemos el turno con el obstetra. —Cata la abrazó.

—Tenemos una reunión con la distribuidora también para cerrar el trato. Una videollamada, al mediodía. —Tina empezó a tomar sus cosas para salir.

—Eso lo manejas vos. Ahora vamos que llegamos tarde.


Llegaron a la clínica de maternidad, después de atravesar el tráfico de la mañana en hora pico y de los insultos y los mantras propios de Cata. Por suerte la clínica quedaba cerca de Caballito, por lo que no estaba muy alejada de la editorial (otra cosa por lo que la había elegido). La vuelta iba a ser más rápida.

Al estacionar le pareció ver a Sebastián apoyado en el marco de una de las puertas hablando por teléfono. Pero no podía ser... el calor del auto y los mantras de Cata le estarían dando visiones. Él estaba en Brasil y ese hombre vestido de forma casual estaba lejos del Sebastián, siempre con trajes costosos que ella conocía. Pantalón ajustado que marcaba unas piernas largas y musculosas. Una camiseta de Nirvana que llenaba muy bien con una espalda y unos hombros dignos de jefe de seguridad, no de arquitecto.

—¿Ese es Sebastián? —murmuró Cata devolviéndola al auto—. Dios mío, Tina. Está para el pecado. —Su amiga la miró con gesto contrariado—. Vas a tener unos hijos preciosos.

—¡Cata! —gritó Tina poniéndose nerviosa, la visión de Sebastián hizo que el corazón le revoloteara en el estómago. No podía tener esas sensaciones por él. Seguramente las hormonas no le estaban colaborando.

—Bueno, bajá que no sé si puedo dejar el auto estacionado acá. Aprovecho que está él y me voy para la editorial a preparar la reunión con la distribuidora.

—No me dejes sola. Ni se te ocurra. —El rostro de Tina reflejó pánico.

—Vas a estar muy bien acompañada —respondió Cata mientras la empujaba para que baje del auto.

Agustina bajó, respiró profundo, maldijo a su amiga cuando escuchó arrancar el Twingo y se dirigió a Sebastián, que al verla cortó el teléfono.

—Hola Agustina.

—Hola Sebastián.

—Perdón por no avisarte que venía. Pensé que no iba a poder, pero hice algunos cambios y llegué.

—¿Te gusta la música? —preguntó Tina entrando a la clínica. Sebastián se miró la remera.

—El grunge de los 90, principalmente.

—Es raro verte sin traje. Te queda bien. —El calor le quemó las mejillas. ¿Lo había dicho en voz alta? Sebastián sonrió y puso su mano en la cintura de Tina para acompañarla hasta la mesa de la secretaria médica.

—Me alegro de que te guste —susurro en su oído y sintió que el piso se derretía. Su aliento cálido le hizo cosquillas en el cuello. Se acomodó el pelo detrás de la oreja para que no se diera cuenta de que su piel se había erizado por completo—. ¿Cuál es el nombre del médico? —preguntó ahora Sebastián. Tina se dio cuenta de que la secretaria la miraba. ¿Cuánto tiempo había pasado?

—Hola, tengo turno con el doctor Güiraldes. Soy Agustina Ferro.

—Hola, Agustina. Dejáme el carnet de la obra social y tu DNI. ¿Es tu primera consulta, no?

—Sí.

—Fecha de tu última menstruación.

—Ehh... no sé. Creo que hace ocho semanas.

—Bien, aproximado, está bien. Es para calcular fecha de parto. —Agustina trago grueso y si no fuera porque la mano firme de Sebastián seguía en su cintura, se habría caído hacia atrás. Por momentos se olvidaba de que estaba embarazada. Por momentos era Agustina y su vida normal. Pero esos momentos se diluían cuando escuchaba hablar de parto, pañales, ecografía, y la devolvían a la realidad.


La consulta con el médico no fue muy diferente de la que experimentaron cuando se confirmó el embarazo. Salvo porque Agustina no se sintió tan incomodada por la presencia de Sebastián. Por el contrario, le dio seguridad tenerlo cerca cuando el gel frío le erizó la piel del estómago. Vio su misma mirada emocionada cuando escucharon los latidos. Volvía a rondarle en la cabeza la pregunta de por qué deseaba tanto ser padre. Era una pregunta que había nacido pequeña, pero que con su tendencia a necesitar controlar las cosas, había crecido ocupando su pensamiento con forma de obsesión.

El médico les habló como una pareja consolidada. Y ninguno de los dos se atrevió a contradecirlo o a perder tiempo en explicar nada. No valía la pena en ese momento. ¿Y qué le importaría al obstetra como habían llegado hasta ahí, no?

Según los cálculos, estaba entrando en la octava semana. El médico estimó la fecha de parto y le pidió los exámenes de rutina para el primer trimestre. Les explicó que iban a hacer todo lo posible para llevar el embarazo a un parto natural, pero que a veces los embarazos múltiples se complicaban y tenían que optar por una cesárea. Agustina se estremeció al pensar en tener que pasar por una operación. Otra vez el fantasma del quirófano la perseguía sin tregua. Tampoco le hacía mucha gracia imaginarse haciendo fuerza y pujando para que los bebés salieran de su cuerpo. No estaba preparada para esa imagen. Tendrían preparación, la clínica recomendaba un curso de preparto para las parejas, pero hablarían de eso entrando en el último trimestre.

Salieron de la consulta los dos en silencio y pidieron un turno para el próximo mes. Agustina a duras penas podía hablar, las imágenes de lo que venía empezaron a dibujarse en su cabeza. Había intentado no pensar en ello, pero llegado a ese punto de la situación resultaba imposible.

—¿Te alcanzo a algún lado? —preguntó Sebastián sacándola de su ensimismamiento.

—Voy a la editorial.

—Dale, te llevo. Tengo el auto en la puerta.


Al subir al auto, Agustina creyó intuir que Sebastián estaba nervioso. La miraba de soslayo cómo queriendo alguna cosa y tamborileaba sus dedos en el volante. Le estaba contagiando esa sensación y tuvo la necesidad de bajar la ventanilla. Notó que estacionaba el auto de forma brusca. Tina miró la calle y no estaba la editorial. El corazón empezó a latir fuerte en su pecho.

—Necesito pedirte algo —habló él por fin—. De antemano ya sé que me vas a querer decir que no. Pero te pido que te pongas un minuto en mi lugar antes de...

—Y en mi lugar quien se pone —lo interrumpió Tina. Sebastián se pasó una mano por su pelo y resopló con expresión exasperada.

—No me dejas hablar y ya estás poniendo esa actitud a la defensiva. Sabía que ibas a reaccionar así.

—No sé por qué sabías cómo iba a reaccionar si no me conoces. No sabes nada de mí.

—Me basta con estos días para leerte. —Tina lo fulminó con la mirada llenándose de cólera. Odiaba cuando actuaba con ese aire de superioridad. ¿Qué podría saber este hombre de ella o de su vida?

—Vos dijiste que de antemano te iba a decir que no. Esas fueron tus palabras. Por qué presumís lo que voy a pensar o a decir. —Sebastián resopló y se fregó el rostro con las manos.

—Tenés razón. Empecemos de nuevo. —Le clavó los ojos y Tina sintió un por favor en su mirada que la desarmó. No pudo más que asentir con la cabeza. —La situación es que con todo el tema de la prensa... —Sebastián volvió a resoplar y Tina vio que buscaba las mejores palabras para explicarse—. Estalló una bomba en mi casa y en la constructora. Y no pude explicar todo esto que nos pasa. La reacción de mi familia y de mi mujer... —Tina sintió que el estómago le daba un vuelco. No podía tolerar que llamara a otra «mi mujer» cuando ella tenía parte de él creciendo en su vientre. Pero sabía muy bien que ella no era nadie en su vida—. Para todo el mundo soy el tipo que engañó a su novia y dejó embarazada a su amante.

—Yo no soy amante de nadie y no voy a ocupar ese lugar. No lo quiero ni lo merezco. Cuando no es ni siquiera real.

—Ya lo sé. Pero nadie va a creer cómo sucedieron las cosas, Tina.

—¿Por qué no? Si es como realmente pasaron. Es la verdad. —Tina miró por la ventanilla, no podía sostenerle la mirada sin querer golpearlo. Por unos segundos los dos se quedaron callados escuchando sus respiraciones agitadas dentro del auto—. ¿Intentaste explicarlo al menos? Porque ese «nadie va a creer como sucedieron las cosas» me dice que ni siquiera probaste.

—Conozco bien a mi familia, Agustina. Y las cosas son más complejas. No estábamos bien con Mía. La situación es difícil porque nuestras familias son socias en la empresa.

—¿Qué es lo que querés Sebastián? ¿Qué es lo que querés pedirme? —Agustina ya no aguantaba más escucharlo, hablar de ella, ni de nadie. Demasiado tenía con su situación actual como para hacerse cargo de sus problemas.

—Estamos por cerrar un acuerdo muy importante con una empresa brasilera. Es mucho dinero en juego. En unos días habrá una gala de beneficencia en dónde colaboran las dos empresas...

—¿Y eso que tiene que ver conmigo? Sebastián, ya me estás agotando.

—Mi equipo de relaciones públicas pensaron que lo mejor sería que vayamos juntos a la fiesta. Que te presente ahí como mi mujer. —Tina sintió que su estómago volvía a darse vuelta pero de forma muy distinta—. Y lo estuve pensando y creo que tienen razón. La prensa sigue buscándonos y no van a parar hasta tener una primicia. Tu panza va a empezar a crecer... solo es cuestión de tiempo. —Se miraron fijo por unos segundos. Tina sintió que en algún punto su razonamiento no era del todo errado por lo que bajó la guardia—. Al fin de cuentas vas a ser la madre de mis hijos. No quiero que te señalen cómo la amante. Que en un futuro ellos puedan ver esas noticias. No quiero ni suponerlo.

—Te estás adelantando mucho. Todavía tienen forma de renacuajos. —Sebastián no pudo evitar sonreír aflojando toda la tensión que lo abordaba y Tina se rio de su reacción, primero de forma tímida y luego soltó una carcajada que lo contagió a él. De pronto los dos estallaron en risas dentro de aquel auto. La tensión, los nervios, lo irreal de la situación los hizo descargarse y reírse como niños de ellos mismos.

—¿Eso quiere decir que me vas a ayudar?

—No creo tener otra opción.

—Gracias —Sebastián apoyó su mano sobre la de ella. Y volvió a sentir esa descarga de electricidad. La misma que sintió en el café cuando se conocieron. Se preguntó si él también la sentiría. Corrió su mano nerviosa y volvió a mirar por la ventanilla. Escuchó como el auto volvía aponerse en marcha y rezó porque su vida no se complicara más. Aunque tenía muyen claro que esto era solo el principio. 


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