Capítulo X



El ambiente de la oficina cambió de forma abrupta. La mujer, la misma que Tina había visto en la computadora de Cata, se acercó a Sebastián con una carpeta en su mano. El perfume importado que tenía inundó la estancia y provocó en Agustina una fuerte náusea. Los olores la descomponían. Y le daban dolor de cabeza. Había leído en una página web sobre embarazo que el olfato se agudizaba y que los olores fuertes podían ser repulsivos. ¿Sería el perfume o la sorpresa que le generó la entrada de la mujer de Sebastián?

—Necesito que me firmes el proyecto con los brasileros. —Dejó la carpeta en el escritorio y se sorprendió al ver a Tina—. Ah, estabas ocupado. Disculpen.

—No hay problema —contestó Sebastián sin dejar de mirar a Tina. Lo sintió tenso, cómo enfadado por la intromisión.

—¿Con quién tengo el gusto? —preguntó ahora la rubia clavándole también la mirada a la pobre Tina, que se sentía como la Gioconda expuesta en el museo del Louvre.

—Agust... —Sebastián la interrumpió.

—Agustina es representante de Cagú ediciones. Quieren un nuevo edificio para su editorial. —Abrió sus ojos sorprendida, ¿por qué Sebastián estaba mintiendo? Los ojos del hombre le pedían que siguiera el juego. Y no supo bien por qué, pero lo hizo.

—Mucho gusto. —Extendió su mano hacia la rubia, que la miraba desde arriba. Desde muy arriba. Tan alta como Sebastián. Tina se sintió pequeña e incómoda. Un alfil en el juego de ajedrez de estos dos reyes—. Ya me estaba yendo. —Se puso de pie a punto de salir corriendo y abandonar el lugar.

—Ah, qué pena. Bueno, ya me contará Sebastián de que va el proyecto. ¿No, mi amor? —La mujer apoyó su mano en el hombro del supuesto padre de sus nuevos hijos. Y Tina sintió que le marcaba el territorio.

—Así será. Sebastián —saludó, Tina, con un movimiento de cabeza.

—Estamos en contacto —contestó él intentando disimular la incomodidad que lo abordaba. Algo que no estaba logrando. Por lo menos, frente a Tina—. ¿Te pido un auto o te acerco? —La rubia abrió los ojos con una mezcla de sorpresa y molestia.

—No, gracias. Mi socia me espera abajo.

—¿Socia? ¿Y por qué no subió? Me hubiera gustado también conocerla. 

—Estamos apuradas. Fue una parada rápida para disipar unas dudas del proyecto. —Estaba mintiendo para él, y estaba dando explicaciones (nada más obvio) a una desconocida. Tina no entendía en qué momento su vida se había torcido de ese modo—. Nos vemos luego.

Salió casi corriendo del lugar, sin mirar atrás. Sentía un nudo en el estómago, ganas de vomitar y también una angustia que le subía por la garganta. No quería llorar. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué sentía que ese hombre la desestabilizaba de esa forma? Buscó a su amiga y la vio estacionada en la puerta. Una especie de alivio la atravesó.

—¿No fuiste a un café? —preguntó al subir al coche.

—Imaginé que iba a ser rápido. ¿Estás bien? Te veo blanca.

—No estoy bien. Es todo surrealista lo que estoy viviendo. —Tina suspiró cansada mientras dejó caer su cuerpo en el asiento, hundiéndose en él.

—¿Qué pasó?

—Vámonos de acá, Cata. En casa te cuento. Por favor.

Cata puso en marcha el auto. Moverse en la ciudad en hora pico era de lo más estresante y toda una odisea. Subió el volumen del estero que empezó a reproducir una serie de mantras y Tina la miró exasperada.

—¿En serio?

—Necesito relajarme... o soy un peligro al volante. Toda esta situación me crispa los nervios.

—Ya te dije que esta música no te relaja. Te pone más nerviosa mientras manejas.

—A mí me hace bien —contestó Cata y luego sacó la cabeza por la ventanilla cuando un auto casi la rozó en el semáforo—. ¡Ey! ¡Para qué tenés el guiño! ¡Avisa si te vas a cruzar!

—No te digo. —Tina apagó la música. Intentó mirar por la ventanilla, concentrarse en el paisaje de la ciudad, en su rutina. Dejar de pensar en ese edificio, en Sebastián, en su mujer. Pero su cabeza no daba señales de obedecer, repetía una y otra vez las palabras dichas. «Podemos intentar que lo sea», se repetía en su mente como la oración del mantra—. ¿No entiendo por qué no le contó a su mujer lo del embarazo... no fue ella a hacerse la inseminación? —No se dio cuenta de que estaba pensando en voz alta.

—¿Qué? —preguntó Cata doblando de golpe para esquivar a un ciclista—. No entiendo. ¿La mujer no sabe? ¿Cómo sabes eso? —Tina se agarró de la manija de la puerta para hacer contrapeso y no caerse sobre su amiga.

—Cuando estaba ahí entró la mujer.

—Qué momento incómodo.

—Muy incómodo. La cosa fue que él me presentó como representante de Cagú Ediciones.

—¿Eh?

—Es raro, ¿no? Le dijo que íbamos a trabajar en un proyecto para la editorial.

—¿No sabía su mujer del embarazo?

—Parece que no. Ya me resulta raro esa desesperación que tiene por ser padre.

—Bueno, tendrá sus razones. ¿Alguna herencia que cobrar? Quizá le dejaron la cláusula que puede cobrar cuando sea padre. —Tina lanzó una carcajada.

—Buen argumento para una novela.

—Bueno... puede ser una posibilidad. Y sería una excelente novela. —Cata sonrió mientras estacionó el auto frente a su edificio.

—¿Tendrá algo que ver ese deseo con su mujer? Lo noté muy tenso. Trabajan juntos.

—Sí, eso leí la otra vez. Si entendí bien son socios los padres, en la constructora.

—Y si, se los ve a los dos tal para cual. ¿Se arregló el ascensor? —Las dos amigas entraron en la pequeña caja de acero.

—Sí, le dije al encargado que había una embarazada en el edificio y que si se descomponía subiendo escaleras lo iba a denunciar a la cámara de propietarios. No sé cómo no se me ocurrió antes.

—Ay, Cata. No sé qué haría sin vos. —Tina la abrazó y Cata la besó en la frente—. Estás loca, pero sos la mejor amiga que se puede tener.

—Porque soy la única que tenés.

—Eso no es cierto. —Las dos amigas sonrieron y bajaron del ascensor.

—Olvidémonos por un rato de Sebastián y pensemos en los porotos que están en el germinador.

—¿El germinador sería mi útero?

—Suena más lindo germinador. Hay que elegir un obstetra. Sé que el de mi prima es muy bueno. ¿Te parece que pidamos una cita a ver si te gusta?

—Sí, tengo la cabeza tan bombeada que no pensé en lo importante. —Tina se desplomó en el sillón.

—Eso, ahora lo más relevante sos vos. Tenés que cuidarte, alimentarte bien, para que los porotos puedan germinar. ¿Qué es ahora lo más importante?

—¿Comer?

—¡Comer! —Cata se levantó rumbo a la heladera y Tina se acostó ocupando todo el sillón mientras le lanzaba un almohadón en la cabeza a su amiga. Luego tomó el control remoto y encendió la televisión.

—¿Hago unos sándwiches?

—Cata... —pronunció Tina en un ahogo al verse en la pantalla—. ¿Esa soy yo?

Y esa era ella, en el programa de chimentos de la tarde, saliendo con Sebastián de la clínica de fertilidad. El videograph anunciaba que el conocido arquitecto iba a ser padre con una muchacha desconocida que no era su prometida. 


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