Capítulo VIII
Agustina comenzó a caminar hacia el microcentro. Si tomaba un taxi desde la clínica hasta el departamento de su amiga no le iba a alcanzar el dinero. Tenía que acortar la distancia a pie. Por otro lado, necesitaba darle espacio a sus ideas, a una idea en particular que comenzó a crecer dentro de ella y a ocuparlo todo: No iba a entregar a esos bebés.
Agustina no era una persona muy flexible que digamos. Y su tendencia a controlarlo todo era muy amiga de su imposibilidad de soltar. Sabía muy bien que llegado el momento no iba a poder soltar a esos bebés. Y era una completa locura. Pero se conocía demasiado. Desde pequeña tenía la costumbre de autoanalizar sus emociones y cómo repercutían en su cuerpo. Las sentía fluir en ese preciso momento. El de la revelación.
No quería ser madre todavía. Se sentía joven. Su plan siempre fue tener un hijo después de los treinta. Todavía quería viajar, consolidar su editorial, cursar un posgrado. Tenía muchas cosas por tachar en la lista. No era el momento para tener una familia. No podía mantenerse a sí misma. ¿Cómo mantendría a un hijo? ¡Ni pensar en dos! Pero tampoco podría entregarlos como dos paquetes. La imagen se le dibujó en la mente con una nitidez tan real que le entraron náuseas y una puntada en la cabeza. ¿Qué diría su madre si estuviera, si la viera entregar a esos nietos que alguna vez soñó? El estómago le dio un vuelco y tuvo que frenar la marcha y apoyarse en sus rodillas para no vomitar. Debía parar un taxi o se caería redonda en el suelo.
Sintió una mano grande y firme que la sostenía desde la espalda. Y luego esa voz...
—¿Estás bien?
—¿Me estás siguiendo? Cómo te dije que lo ibas a hacer. —Sebastián negó en un gesto y Tina se dobló para vomitar mientras él le sostenía la cabeza. Solo soltó el café que había tomado, pero se sintió asqueroso. El calor y la vergüenza tiñeron de rojo sus mejillas.
—Perdón —atinó a pronunciar cómo pudo.
—Dejáme que te lleve.
—No. Voy a tomar un taxi. —Tina se irguió sobre sí y comenzó a mirar para todos lados.
—Por favor —insistió él y la arrastró hacia su auto.
El aroma a nuevo del vehículo mezclado con su perfume no colaboró con las náuseas. Era hermoso, fuerte y lo impregnaba todo. Pero no podía con los olores. Se habían intensificado un cien porciento con el embarazo.
—Bajá el vidrio. Por favor —susurro en un hilo de voz. Sebastián lo hizo y luego le ofreció una botella de agua. Tina solo se atrevió a mojar sus labios, dar un sorbo corto para enjuagar su boca y luego escupirlo por la ventanilla. Él la miró con una expresión entre sorprendida y horrorizada. No es que Tina anduviera por la vida escupiendo, pero la situación lo ameritaba. Ella sonrió por su reacción y luego apoyó la cabeza en el asiento, buscando contraponerse a la fuerza de gravedad que sintió en su estómago al ponerse en marcha el vehículo.
El auto era espectacular. Importado y último modelo. No tenía idea de marcas, pero gritaba a todas luces que el supuesto padre de su ya no supuesto hijo en verdad debía tener el dinero que le hacía falta y más de lo que podría imaginar.
—No te entiendo, Agustina —habló Sebastián apretando el volante—. Dijiste que no querías tener un hijo y ahora no querés entregarlo. Te estoy ofreciendo la solución a tus problemas.
—Mi mente es compleja. —Tina respiró profundo varias veces intentando serenar su estómago—. No te dije la dirección —murmuró algo confundida.
—No necesito que me la digas.
—¿Me estuviste investigando? Esto ya me da miedo.
—No quiero que esta situación se complique y meter en el medio abogados.
—¿Abogados? ¿Me estás amenazando?
—Podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie a los dos...
—No quiero seguir hablando porque voy a vomitar en este bonito auto nuevo —afirmó Tina con la bronca que le crecía en las entrañas. Pensó que este hombre estaba acostumbrado a tener todo lo que quisiera. A arreglar todo con dinero. No se iba a dejar pisotear. Nunca lo había hecho. No sería la excepción.
Sebastián estacionó frente a la casa de Cata y volvió a sacar una tarjeta. Agustina la tomó un poco a regañadientes.
—Quiero estar al tanto de cada visita al médico y cada ecografía. Cualquier cosa que necesites ahí está mi número. Te pido que me llames. —Agustina asintió con la cabeza mientras abría la puerta del auto. Solo quería bajar—. Y vamos a seguir conversando sobre esto.
Tina sintió la satisfacción de dar un portazo final y entró al edificio. Maldijo por lo bajo al ver que el ascensor seguía sin funcionar. Se sentía un poco mejor, pero subir esas escaleras iba a ser un parto. Bueno, seguramente no tanto como un parto de mellizos. Tina sonrió por su ocurrencia y a la vez tuvo ganas de llorar. Las hormonas del embarazo ya estaban haciendo estragos en ella.
Cuando llegó a la casa de su amiga, jadeante y sudorosa, sintió el olor de un sahumerio revolverle las entrañas. Tuvo que volver a apoyarse en sus rodillas para no vomitar.
Cata estaba con sus piernas cruzadas en el sofá, llena de post-It de colores y un manuscrito en su regazo.
—Esta historia es espectacular, Tina —dijo con la vista todavía en las hojas—. ¿Estás bien?
—No soporto ese olor, Cata.
—Había que limpiar el departamento de malas vibras. Además, es un blend para la prosperidad, sándalo y pachulí. —Se levantó a apagarlo mientras Tina se desplomaba en el sillón y ojeaba el manuscrito—. Siento que esta historia nos puede reposicionar, amiga. Mañana tengo una videollamada con la autora. Una colombiana divina. Muy accesible.
—¿La de los miles de seguidores?
—La misma —contestó Cata volviendo al sillón—. ¿Y esto? —preguntó ahora viendo la tarjeta que Tina había dejado en el apoya brazos.
—La tarjeta de Sebastián.
—«Carbona construcciones». Suena opulento. —Cata se levantó y apoyó la tarjeta en la mesa mientras abría su computadora—. Tina... esta gente tiene mucho dinero... Constructora, estudio de arquitectura, negocios inmobiliarios...
—No me extraña. Se ofreció a pagar toda la hipoteca.
—¿Qué? —preguntó Cata sumida a su laptop sin prestar demasiada atención a las palabras de Agustina—. Sebastián es arquitecto. Ganó varios premios en el exterior por sus diseños. La empresa es de la familia. Y tiene treinta años, bastante joven para todo eso. Para, ¿la hipoteca? ¿Qué dijiste?
—Quiere que firme un contrato. Para qué siga con el embarazo y cuando tenga los bebés se los entregue. Cómo si fueran un paquete. —Tina se levantó del sillón y se colocó al lado de su amiga para ver la computadora—. No creo que pueda hacerlo.
—Ay Tina. Perdón, amiga. No puedo creer como te metí en este asunto. Pienso que todavía no puedo asimilar que hay un bebé creciendo en tu panza.
—Dos. ¿Esa no es la clínica de fertilidad? —preguntó Tina señalando la pantalla.
—Sí, la misma. —Las dos amigas se miraron extrañadas—. Parece que la construyeron ellos. Que raro esto... no me da buena vibra. —Cata siguió con su investigación entrando a diferentes páginas. Se le daba bien su faceta de hacker. Investigando en la red había conseguido mucho para la editorial—. Tienen acciones, además, en la clínica.
—¿Acciones?
—Sí, muy pocas... pero son parte de la empresa. Por eso sabía que hoy ibas a estar ahí. Tina... ¿y si no fue una equivocación?
—Cata, no empecés con tus locuras. Demasiado tengo ahora para pensar en confabulaciones de película. Sería ridículo. Soy una chica de lo más común. Con la cantidad de mujeres que deben ir a esa clínica. No tendría sentido.
—Sí... no sé. Me vino como una intuición extraña.
—¡Con tus ideas e intuiciones terminé preñada! Basta, Cata. Te lo pido por favor. A ver... abrí esa foto —señaló Tina la pantalla—. ¿Esa es la mujer?
—No están casados todavía. Dice que es su novia. Que viven juntos en puerto madero. Un edificio de la constructora.
—Es una supermodelo.
—Está toda hecha. La nariz y la boca son de inyecciones de hialurónico. Y tiene silicona, en las tetas.
—¡Cata! —Tina lanzó una carcajada que le retumbó en todo el cuerpo. Hacía demasiado que no se reía—. Igual es hermosa.
—¿No podrá tener hijos? Qué raro me suena todo esto...
—No deberá poder. No sé... no es mi problema al fin y al cabo. —Tina se levantó de la mesa y empezó con su caminata habitual.
—Creería que sí —contestó su amiga mirándola fijamente.
—Tengo demasiados problemas como para enroscar mi mente con más. —Se desplomó en el sillón—. No sé cómo seguir adelante con esto. Estoy perdida. Y con ganas de vomitar. —Cata se arrodilló frente a su amiga y la tomó de las manos—. Le vomité a ese hombre casi encima.
—Seguro se lo merecía. —Tina sonrió—. Estoy con vos amiga, para lo que decías. Si es necesario, nos enfrentaremos a quien sea. Criaremos a esos bebés. Recurriré a mi familia, cómo última opción, pero soy capaz de hacerlo.
Tina abrió sus ojos sorprendida. Cata tenía una historia bastante compleja con su familia. Hace años que había cortado la relación y se refugió con ella y su madre. Ahora eran una familia. Ellas dos.
—Intentaremos evitarlo.
—Como última opción. Dejemos ver cómo se desarrollan las cosas. Que fluyan.
—Qué fácil suena eso en tu boca.
—¿Hacemos una tiradita de cartas? A ver qué dicen.
—No.
—¿Un I chin? Es sabiduría oriental.
—Ni loca.
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