Capítulo VII
Al salir de la clínica, Tina se encontró desenfocada, cómo si su mundo hubiera estallado en mil pedazos y ya no supiera dónde estaba parada ni cuál era su lugar. Las cosas se movían rápido a su alrededor y las veía pasar como si no pudiera frenarlas. Otra vez esa película acelerada que no podía pausar. Ella era la protagonista y estaba encerrada ahí sin poder hacer nada.
—¿Podemos hablar? —preguntó Sebastián sacándola de su estupor.
—¿Otra vez? Creo que ya hablamos bastante.
—Y yo creo que con la confirmación de hoy es necesario que nos podamos poner de acuerdo.
—Necesito procesarlo, Sebastián. Quizá esto es algo que vos deseabas, que tenías en mente hace tiempo, que venías buscando con tu mujer... no sé. Pero para mí es totalmente nuevo. No es algo que deseaba o deseo.
—Lo entiendo. Pero sucedió. Está ahí. Lo escuchaste. Así que tenemos que poder hablar como personas adultas y resolverlo.
—¿Te parece que no estoy actuando como persona adulta? ¿Y que esperas que haga? ¡Vengo a donar óvulos y de repente estoy embarazada de mellizos! ¿Cómo sería para vos actuar de forma adulta?.
—¿Mellizos? —preguntó Cata abriendo la boca todo lo que su mandíbula le permitió.
—Sí, Cata. Dos, son dos bolsas, dos embriones.
—Dos bebés. —Interrumpió Sebastián.
—Todavía no son bebés.
—Pero van a serlo en semanas.
—En muchas semanas y todavía no estoy tan segura.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a abortar? —Se produjo un silencio tenso, incómodo, cargado de un montón de emociones. Tina no podía pensar en tener un hijo, pero tampoco en abortar—. Yo te hice una oferta. Quiero que volvamos a hablar.
—¿Qué oferta? —preguntó Cata de nuevo mirando la situación como si estuviera en un partido de tenis. Tina y Sebastián la miraron como si sobrara, cómo si recién se percataran de su presencia—. Creo que mejor me voy a casa.
—No te vayas —murmuró Agustina tomándola del brazo al pasar con la súplica atorada en la garganta. Por alguna razón estar cerca de ese hombre, la cohibía, tenía miedo de no poder pensar con claridad.
—Nos vemos más tarde. —Cata se soltó de su agarre siguiendo hasta su auto.
Sebastián y Tina volvieron a mirarse con la tensión otra vez recorriendo el espacio que los separaba.
—Esto es imposible de asimilar. Imposible —habló ella por fin, cortando el silencio—. Me siento como si estuviera en un tren del terror a punto de descarrilar. En una broma patética —Se refregó las manos en su cara corriendo la mascara de pestañeas que se había puesto a la mañana—. Es eso... estoy en un reality, ¿no? Esos que hacen bromas pesadas y se divierten de la humillación ajena. A ver, ¡ya pueden salir las cámaras! —vociferó un poco más alto. Sebastián se acercó con paso vacilante.
—Lamento decirte que no saldrá ninguna cámara. Es la vida real. —trató de hablar con la mayor calma posible.
—No puedo creerlo. —Tina miró había todos lados como buscando descubrir la trampa.
—¿Podemos ir a tomar un café? Estamos dando un espectáculo...
—¡Un espectáculo! Ahora te importa tu imagen. ¿Tenés vergüenza que te vean en la calle con una mujer al borde de un ataque de nervios?.
—Tranquilizáte que te puede hacer mal.
—¡Quiero que me haga mal! Que me parta un rayo si es necesario —gritó más fuerte extendiendo sus brazos y levantando su vista al cielo.
—No creo que vaya a suceder. Es un día casi primaveral. —Tina miró a Sebastián con la furia en los ojos y empezó a caminar.
—¿A dónde vas? —La frenó tomándola del brazo y sintió la electricidad de ese punto de contacto.
—No tengo la más puta idea. —Las lágrimas empezaron a rodar por su mejilla. Sentía una especie de desesperación, un vacío profundo, la incertidumbre de no poder controlar nada. Ni siquiera a ella misma.
—Vamos a hablar de forma civilizada. Pienso que podemos encontrar una solución que nos cuadre a los dos. —Sebastián la tomó de los hombros y Tina tuvo que subir su barbilla para poder mirarlo a los ojos.
—Civilizada... —repitió en un murmullo ahogado y Sebastián pasó una mano por su mejilla atrapándole una lágrima—. No puedo ser civilizada en esta situación. — Tina corrió el rostro como si el tacto de ese hombre la quemara.
—Un café... —murmuró Sebastián y Tina aflojó sus hombros asintiendo con la cabeza.
Sentía que estaba siendo injusta con ese hombre que la estaba tratando con la mayor calma posible. Pero había algo de determinación, de seguridad en su postura, que la aplastaba. Algo le hacía pensar que no tenía muchas opciones y que esa aparente calma en su voz podía convertirse en verbos imperativos. No podía bajar la guardia con él pero tampoco seguir resistiéndose. Había algo de exasperación en su expresión y sabía que estaba tirando de una cuerda muy fina que se estaba a punto de cortar. Y si no se había cortado antes era porque a él este tema le importaba ¿Hasta cuándo resistiría? Creería que no más a la vista de la exhalación que dio Sebastián, que la envolvió de una sensación difícil de explicar. La guardaría para analizarla luego.
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Agustina revolvió su café cortado jugando con la espuma de la leche. No quería subir la mirada y enfrentarse a esos ojos verdes con notas de caramelo. Cuando se sentía amenazada o dolida se cerraba como una tortuga en su caparazón. Y en este momento se sentía de esa forma y más.
Pero no pudo evitar levantar la vista cuando Sebastián alzó su voz en una llamada telefónica que estaba realizando. Se escuchaba persuasivo, pero severo y nervioso. Un mechón de su pelo negro le cayó en la frente y lo acomodó de un soplido sin dejar de hablar por teléfono. Luego fijó sus ojos en Tina, cruzaron por un segundo sus miradas y ella volvió a jugar con la espuma de su pocillo de café, algo incómoda por ser descubierta mirándolo.
—Bueno... —comenzó a hablar Sebastián cortando el teléfono—. Ya hablamos algo el otro día. Creo que lo mejor es que firmemos un contrato. Pero primero necesito saber por qué recurriste a la donación. ¿Necesitás dinero?
—No voy a hablar de mi vida personal con un desconocido. —Sebastián cerró su mano en un puño poniendo sus nudillos en blanco, luego la apoyó con determinación en la mesa haciendo sacudir los pocillos de café.
—Y menos con uno violento. —Sebastián suspiró exasperado.
—No soy violento, pero estoy perdiendo un poco la paciencia. Solo quiero encontrar algo que nos beneficie a los dos. Y si no me contestas ni una pregunta, no puedo. No me dejás otra opción que averiguarlo por mí mismo.
—¿Cómo? ¿Me vas a mandar a seguir? Es lo único que falta en esta película. Una escena de persecución y espionaje.
—No necesito perseguirte. Me basta con levantar el teléfono. —Sebastián sacudió su móvil. Estaba haciendo gala de su situación de poder como un buen pavo real. A Tina le costó tragar el sorbo de café que se había llevado a la boca hacía instantes. Presentía que este momento llegaría. El de la extorsión. ¿Tendría que someterse a sus exigencias? ¿Tenía salida en la situación en la que estaba? Muy pocas.
—Es una historia muy larga y en este momento no tengo ni fuerzas ni ganas de contarla.
—Fue por dinero. —No estaba preguntando.
—Principalmente. Resumiendo la historia, tengo una editorial casi en bancarrota y debo varias cuotas de la hipoteca de mi departamento. Cosas que le pasan a todo el mundo en este país.
—Puedo ayudarte a resolverlo. Puedo pagar toda la hipoteca. —Tina tosió el café que le quedó atrancado en la garganta—. Además de ayudar con la editorial. Podría poner mis departamentos de marketing y finanzas a trabajar en ello. Pagar una auditoría.
—Creo que todo esto ni siquiera es legal...
—¿Por qué? Somos los padres de ese hijo. No estaría comprando un hijo de otra persona.
—Pero estás intentando comprarme a mí. —Sebastián se quedó sin palabras por un momento y Tina le sostuvo la mirada.
—Yo no lo veo de esa forma. Solo quiero ayudarte. Una especie de intercambio.
—Es una forma bonita de decir lo mismo. Y la verdad es que le vendría muy bien a la editorial tu departamento de finanzas. Y ni puedo imaginar lo que sería para mí saldar la hipoteca. Pero el precio es muy alto. —Tina bajo su mirada y se quedó en silencio pensando, Sebastián espero a que continuara—. No puedo ni pensar, en este momento, en tener un hijo. Menos dos. Pero tampoco sé si podría gestarlos y entregarlos así sin más.
Agustina se sorprendió de sus propias palabras y una especie de angustia comenzó a crecerle en el pecho, llenando sus ojos de lágrimas. Inspiró. No quería llorar, no otra vez. Y en ese instante comprendió que abortar nunca fue una opción para ella.
—Quizás podrías formar parte de sus vidas. No sé... sería cuestión de encontrar la forma —contestó Sebastián y Tina negó con la cabeza con resignación—. Quiero hacer esto. Quiero a esos bebés y estoy dispuesto a cualquier cosa. —Vio el anhelo en sus ojos y se preguntó por qué quería tanto ser padre, aunque ese no era su asunto ni su problema. No podía cargar con más. Ni involucrarse sentimentalmente.
—Voy a seguir con este embarazo. Voy a parir a estos bebés. Pero no estoy segura de lo que va a pasar después.
Agustina abrió su cartera, dejó dinero para el café sobre la mesa ante la sorprendida mirada de Sebastián y luego se puso de pie. Sin ningún titubeo abandonó el lugar.
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