Capítulo IV



Veinte días después de inyecciones de hormonas, ecografías y una entrada al quirófano bastante traumática, Agustina recibió la llamada que cambiaría su vida por completo. Esa mañana estaban con Cata supervisando la corrección de un manuscrito en la editorial. Las cosas no habían resultado tan auspiciosas cómo su amiga había pensado. El dinero había alcanzado para pagar una de las cuotas de la hipoteca y el alquiler atrasado de la oficina, pero los números seguían en rojo y si no mejoraban en unos meses iban a tener que reducir personal. Algo que las dos amigas evitaban a toda costa. La editorial era pequeña, por lo que conocían a cada uno de los empleados, sus historias, sus sueños, eran como una familia.

Cuando Tina atendió el teléfono se quedó inmóvil y por la expresión de su rostro, Cata supo que algo no andaba bien.

—¿Qué pasó, Tina? Te pusiste blanca como un papel.

—Era de la clínica. Dijeron que hubo un problema con los expedientes médicos y que no se realizó bien la extracción. Que necesitan que vaya de forma urgente.

—Quedáte tranquila y vamos para allá —respondió Cata tratando de tranquilizarla.

—¿Y si quieren que devuelva el dinero? Ya no lo tengo...

—En todo caso volverán a hacer la extracción. El error es de ellos.

Las dos amigas salieron hacia la clínica sin saber que las preocupaciones de Tina no eran nada en comparación con la noticia que les esperaba al llegar.

Lo siguiente sucedió de forma nebulosa, rápida y vertiginosa. Cómo las imágenes de una película acelerada que no se puede pausar. Y Tina quiso pausarla, rebobinar y volver a verla tantas veces hasta que su cerebro comprendiese las palabras que el médico acababa de explicarle. Y en lo posible borrarla, si hubiera un botón de delete, pero sabía que ese botón no existía en su mundo. No en el real.

—¿Me puede explicar todo otra vez? —llegó a decir Tina antes de que las piernas le flaqueasen y Cata la tomara de la espalda para darle estabilidad.

En resumidas cuentas, lo que el médico le explicó es que los expedientes médicos se traspapelaron y realizaron el procedimiento inadecuado. En vez de ejecutarle una extracción de óvulos le realizaron una inseminación que debían aplicar a otra paciente.

Tina vio la palabra inseminación en su cabeza en letras grandes, como los títulos de la película que intentaba pausar y se llevó las manos a su vientre de forma inconsciente.

—Eso quiere decir que... —No se atrevió a continuar.

—Posiblemente —respondió el médico—. Deberíamos realizar una ecografía y un estudio de sangre para descartar.

—¿Pero cómo pudieron cometer semejante equivocación? —La voz de Cata retumbó en las cuatro paredes del consultorio y Tina empezó a comprender la gravedad del problema en el que estaba metida, en el que su amiga la había metido.

La puerta se abrió y Tina sintió una voz grave y profunda a sus espaldas.

—¿Podemos hablar un momento?

Tina se giró y vio un traje negro interminable. Tuvo que levantar la barbilla para poder encontrar los labios carnosos de dónde salieron esas palabras.

—Disculpe, pero el doctor en este momento está ocupado si no se da cuenta —dijo Cata cuando pudo recuperar el habla—. Le pediría que se retire porque es un tema privado.

—Creo que es un tema que me concierne, ya que el semen que utilizaron en la inseminación es el mío.

La boca de Tina se abrió en un gesto parecido al cuadro de Munch «El grito» y sintió que las paredes del consultorio se cerraban sobre ella. Ya se sentía pequeña con su metro sesenta frente al posible metro ochenta y cinco que cargaba el hombre parado frente a ella.

—¿Cómo es posible...? —balbuceó la chica y luego se dirigió al médico—. Usted dijo que el procedimiento era anónimo. Esto es para una demanda.

—No se preocupe, mis abogados ya se está encargando de ello —pronunció con serenidad el hombre alto detrás de ella.

—¿Qué no me preocupe? ¿Cómo puede pretender que no me preocupe?.

—Tina, tranquilízate que te va a hacer mal —murmuró por lo bajo Cata intentando tomarla de la mano.

—Ni me hablés, que sos la culpable de todo este desastre —gritó Tina soltándose del agarre de su amiga.

—Creo que lo más sensato es que nos tranquilicemos y podamos realizar las pruebas pertinentes —interrumpió el médico—. Todavía no sabemos el resultado.

—¡No importa el resultado! —gritó Tina al borde de un ataque de nervios—. Tengo los fluidos de ese hombre en mi cuerpo. —Giró para mirarlo al decir estás últimas palabras y creyó ver una mueca divertida en su rostro.

—Si no sé tranquiliza voy a tener que llamar a seguridad —interfirió el médico y Tina se desplomó sobre la silla. Esta situación era el broche de oro de la pesadilla que estaba viviendo en los últimos meses. El hombre de traje negro se acercó hacia ella para ayudarla a sentarse y Agustina sintió su aroma a limpio, madera y algo más que no pudo descifrar, pero que le resultó delicioso.

—Ni se te ocurra acercarte —dijo cómo pudo.

—Pienso que tenemos que hablar... A solas —contestó el hombre mirando al médico y luego a Cata como si estorbaran.

—No voy a estar sola con alguien que ni siquiera sé cómo se llama —respondió Tina enderezándose en la silla.

—Sebastián —dijo él acercándole su mano para estrecharla a modo de presentación.

—Agustina —contestó ella mirando hacia otro lado y dejándolo con la mano estirada en el aire.

—¿Podemos tomar un café? Considero que la situación merece una conversación.

—No necesito conversar nad...

—Un café es un lugar público, por si tenés miedo —la interrumpió él clavándole la mirada.

—Yo no tengo miedo.

—Entonces vamos.

Tina miró a Cata cómo buscando un salvavidas que la saque del agua. Pero su amiga hizo un gesto de no poder hacer nada y cómo la conocía debería estar disfrutando de toda la situación haciendo una novela romántica en su cabeza. La mataría, al volver al departamento la mataría y de paso se quedaría con la propiedad. Sería lo mínimo para compensar semejante desastre.


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