Capítulo I


Agustina caminaba por el pequeño salón de su departamento, sorteando las cajas de la mudanza con su teléfono en la mano. Poder comprar ese departamento en San Isidro fue un sueño de muchos años. Tener su casa propia, en el barrio que siempre deseó. Uno que superaba sus posibilidades, pero eso no importaba, ella soñaba en grande y sabía que tenía las capacidades para lograr todo lo que se propusiera. Así siempre se lo dijo su madre, desde niña la convenció de que podía con todo y con ese apoyo Tina, cómo la llamaban sus seres queridos, logró más de lo que imagino.

A los veintiséis años había conseguido licenciarse en edición y fundar su propia editorial, una pequeña, pero que funcionaba para alquilar su propio edificio y tener más de quince empleados a cargo. También le dio el rédito para estar hoy ahí caminando en su nuevo departamento en San Isidro, hipotecado a veinte años. Lo pensó mucho, pero la única manera que tenía de poder conseguir una casa propia era con un préstamo. Y las buenas ventas de los primeros años de la editorial más la ayuda de su madre la impulsaron a afrontar el compromiso. Podría con las altas cuotas. Podría con todo, cómo ella le decía.

Pero Tina no contaba con que la vida no siempre va por los caminos que planeamos. A veces toma recovecos, curvas, pasa por caminos sinuosos y, de vez en cuando, se cruza con pozos profundos en los que, si no se divisan a lo lejos, se puede caer.

Y Agustina no vio venir el pozo. Y cayó. En un pozo muy profundo. Su madre ya no estaba, el apoyo y la fuerza que la sostenía se había desvanecido gracias a una larga enfermedad que se llevó la energía de Tina y también su dinero. Atravesar todo ese proceso doloroso, acompañar a su madre, hizo que desatendiera la editorial que ahora estaba con los números en rojo a punto de la quiebra y las dos cuotas atrasadas de la hipoteca la miraban amenazantes desde la barra desayunadora de la cocina.

Si no encontraba una solución rápida para salir del pozo en el que había caído, iba a perder todo por lo que había luchado. Ya había perdido a su madre, no podía ahora perder la editorial y su departamento.

Necesitaba una mano, una soga o a una dotación de bomberos que la ayudarán a salir de ese oscuro lugar. Y la necesitaba rápido.

Sus manos temblaban apretando el teléfono y las piernas ya le dolían de tanto caminar de un lado a otro sin poder frenarse. Se sentía dentro de una pesadilla, una broma macabra, no entendía como las cosas habían llegado a semejante punto. Cómo esto le había pasado a ella, a la que se había graduado con honores, la persona más metódica y organizada, a la que no le gustaban las sorpresas y con una tendencia a controlarlo todo. ¿Cómo pudo escapársele a sus previsiones? ¿Cómo no pudo organizar las cosas para poder controlar la caída?

Ahora su vida estaba dentro de esas cajas que esquivaba a cada paso. No podía quedarse sentada. No podía quedarse quieta en semejante situación. Solo esperar que llegue su mejor amiga, y socia en la editorial, a ayudarla con la mudanza. No tenía otra opción, le costaba horrores dejar su casa cuando recién hacía menos de un mes que se había instalado en ella, pero era eso o perderla. Poner el departamento en alquiler era lo más sensato para poder pagar las cuotas. Lo había sugerido Cata, su amiga, mientras le ofrecía alojamiento en su casa. Aun así no alcanzaría para pagar toda la deuda. Para salir del pozo en el que estaba. Pero era un comienzo, una posibilidad de intentar no perder todo.

El teléfono repicó en sus dedos y se frenó de un sobresalto. Tenía los nervios destrozados. Y cada vez que el teléfono sonaba le recordaba los meses en que esperaba la llamada con la peor noticia, con el final de su mamá. Un reflejo condicionado de los peores meses de su vida.

—¡Cata! Por fin —pronunció al atender—. Te estoy llamando hace horas. Tengo que desalojar todo para los inquilinos y es tarde.

—Tranquila que estoy estacionando. El tráfico es una locura en capital. ¿O te olvidas que vengo de lejos?

—Está bien. ¿Encontraste lugar en la puerta? Mira que tengo varias cajas por cargar.

—Si estoy justo en la puerta. Si querés empezá a bajarlas que abro el baúl.

Agustina colgó el teléfono, dio una mirada al departamento y exhalo con fuerza todo el aire que sus pulmones contenían. Ella podía con todo, iba a poder con esto también.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top