II
Por debajo de los tristes cielos grises de la atmósfera inundada de Redcap, gruesos remolinos de humo se elevaban de los restos de la sección de cola de una lanzadera de escolta incapacitada. El rastro de humo que se iba desvaneciendo proporcionaba una baliza clara para llegar a la nave derribada, que cayó rápidamente, con el morro por delante, en la superficie de arcilla porosa. La lluvia helada caía en láminas implacable, empapando el paisaje bermellón del planeta y cubriendo la lanzadera con una capa de baño ácido de color rosa pálido que caía desde el contaminado firmamento. El exceso de agua se reunía en riachuelos, creando un diminuto río, que se acumulaba en charcos de color rojo sangre en las superficies más bajas, como en la que había aterrizado la lanzadera. Sólo una hora después de haber caído, la nave inhabilitada ya estaba parcialmente sumergida en esa agua turbia y brumosa.
La zona donde se había estrellado la lanzadera era un laberinto de estrechos cañones entrecruzados. No había ninguna zona segura donde una nave, ni siquiera un pequeño caza, pudiera tomar tierra con seguridad. Escarpadas paredes rocosas, algunas de cientos de metros de altura, descendían a la escabrosa cuenca. Una engañosa niebla blanca se arremolinaba sobre el suelo a baja altitud, dificultando la visión y el avance a pie. Un paso en falso podría significar un doloroso impacto contra el suelo rocoso o, en el peor de los casos, una caída hacia los acantilados más bajos y las crestas de abajo que quebraría todos los huesos. El sonido de disparos bláster resonaba en el abismo inferior, acompañado por el zumbido persistente de un sable de luz.
— ¡Date prisa, Deke! —instó Fable, corriendo hacia los restos a lo largo de la parte superior de una colina fangosa.
— Estoy justo detrás tuya, capitana —dijo el socorrano, sin aliento tras una carrera de medio kilómetro.
Por debajo de ellos, los trajes de vuelo de color naranja y negro de los soldados estaban dispersos entre los promontorios de rocas y cantos rodados, algunos luchando con rifles, otros con sus puños.
Salpicando en el barro, mercenarios del Protectorado y soldados rebeldes luchaban por el control, cada uno buscando el mismo premio. Mientras luchaban, la lanzadera de escolta se hundía más profundamente en las aguas sangrientas de la superficie del planeta. Los aterrorizados pasajeros salieron rápidamente por la escotilla de escape superior de la sección de popa de la nave para permanecer por encima del agua en rápido ascenso y la succión de la arcilla. Conforme aumentaba el peligro para la nave que se hundía, ninguno de los dos bandos ganaba terreno hasta que el fuego bláster rebelde fue desviado hacia un equipo secundario de mercenarios que avanzaba liderado por Jaalib Brandl.
El Jedi oscuro se movía con pasos elegantes sobre la arcilla resbaladiza y el barro, con ritmo urgente, pero sin prisas. La vara blanca de su sable de luz rompía la misteriosa penumbra, dispersando la niebla a su alrededor. Pero la oscuridad que se aferraba al Jedi y a sus túnicas negras, como un guardián de sombras tangible, se mantuvo. A medida que avanzaba con su equipo en la cuenca, los rebeldes les apuntaron y dispararon contra ellos, pero en vano. Con un suave giro de muñeca o una finta que provocaba que el Jedi cuadrase los hombros, los disparos bláster eran desviados inocuamente por el sable de luz. Algunos de esos disparos desviados eran enviados hacia el tirador, abatiendo el arma o al hombre que lo disparó inicialmente. A la derecha de Jaalib, Bane Werth, pistola en mano, estaba dando órdenes a sus hombres para avanzar y flanquear la debilitada línea de pilotos rebeldes.
Jadeando en la parte superior del risco, Deke meneó la cabeza.
— No tienen ninguna oportunidad, no con Jaalib allí. Y ese teniente, si lo que dices es cierto… seguro que él también tiene un sable de luz. ¿Qué vamos a…? Antes de que pudiera expresar su pregunta, Fable ya se estaba moviendo fuera del paso del risco, saltando de la repisa de roca y hundiéndose hasta los tobillos en la masa de arcilla. Se deslizó por la pendiente, con una rodilla doblada bajo ella como la cuchilla de un trineo, y una mano actuando como timón para controlar su descenso. Mientras se acercaba a la base del cerro, sus ojos estaban fijos en la forma oscura de Jaalib. Permitiendo que su cuerpo cayera hacia adelante sobre sus manos, Fable saltó, dando volteretas por el aire y aterrizó sobre sus pies entre el Jedi oscuro y la lanzadera. Como Deke sospechaba, Bane Werth llevaba un sable de luz, y al verla llegar, cogió el arma encendiendo su hoja de color amarillo pálido.
Jaalib sonrió, extendiendo su brazo para mantener al teniente detrás de él.
— Déjamela a mí. Consigue esos rehenes. Y regresa a la nave. —Sin preocuparse más por el aluvión de disparos bláster a su alrededor, Brandl avanzó hacia Fable y se detuvo en el centro de la cuenca, mirándola.
Cubierta de gruesas capas de barro y arcilla bermellones, Fable se enfrentó a él. El frenesí de la actividad que la rodeaba se desvaneció hasta que no existió nada más, ni el fuego bláster, ni los soldados, amigos o enemigos, ni los rehenes.
— Bueno —susurró Fable—, ¿es esta la escena en la que te pido que lo reconsideres y vuelvas al lado de la luz? ¿O es el act
o en el que tratas de seducirme?
— Persistente como siempre.
— Como si me estuvieras dando otra opción.
— Regresa a tu nave, Fable —dijo Jaalib, como si estuviera hablando con un niño—. Te doy mi palabra; vuestros rehenes no sufrirán daños. Serán bien atendidos y defendidos. Tienes mi palabra. En pocos días, te los devolveré yo personalmente. Tal vez entonces, podamos sentarnos a cenar y hablar de los viejos tiempos.
— ¿Y yo tendría que escuchar tus ensayados soliloquios, al igual que tuve que escuchar los de tu padre? No, gracias, prefiero que no.
— Oh, me hieres —se burló—. Pensé que te gustaban esos pequeños interludios dramáticos conmigo susurrándote palabras dulces al oído. ¿Recuerdas aquella tarde durante la tormenta? Tú y yo, en el oscuro teatro, la lluvia, tus labios. Podría ser así para nosotros de nuevo, Fable.
Fable frunció el ceño ante la insinuación.
— Ya no soy la misma niña llorosa que tu padre podía asustar y controlar con sus métodos.
— Eso es obvio —respondió con una mirada lasciva en sus ojos—. Y admiro a la mujer en la que te has convertido, pero sólo dispones de mi respeto, no de mi obediencia. Conseguiré esos rehenes.
Fable tragó saliva, tratando de alcanzar el sable de luz de su cinturón. Extrañamente, parecía frío y desconocido en su mano. Con esfuerzo, contuvo la oleada de miedo que le subía por la garganta, enterrándola en lo más profundo antes de que pudiera convencerla de abandonar tal como había pedido el Jedi. Y con ella, enterró un sentimiento de deuda y gratitud. Este era el hombre que le había salvado la vida, que la había salvado del lado oscuro y de la sombra del Emperador. ¿Tan ansiosa estaba por matarlo?
— El heroísmo es una virtud del corazón atribulado, ¿no es así? —preguntó Jaalib—. Y el tuyo es un corazón atribulado, Fable. La culpa que sientes por lo que me ha sucedido… es tu culpa. Tú la has creado; e incluso ahora, la nutres con tu miedo. Vamos, Fable… deja que se convierta en el centro de tu fortaleza… si es que quieres ganar este duelo de voluntades, claro está.
Fable se abalanzó sobre él, alzando salvajemente el sable de luz por encima de su cabeza y bajándolo de nuevo mientras encendía la hoja. Dejando caer su hombro, hizo una finta a la izquierda y luego giró a la derecha, trazando arcos amplios y agresivos con el sable de luz. Cualquier otro rival habría dado algunos pasos atrás para recuperarse y contrarrestar su carga hostil, pero Jaalib Brandl no era un oponente ordinario. Sin desanimarse, entró directamente en el arco de su asalto, esquivando sus golpes más ingeniosos con la precisión de un verdadero maestro. Su técnica era impecable, como Fable sabía que sería. Tendría que ser igual de magistral si esperaba derrotarlo.
La niebla baja que se aferraba al suelo se arremolinaba sobre sus pies, evaporándose donde los sables de luz atravesaban la densa niebla. Fable luchaba por enfocar sus energías, sintiéndose caer en los tentadores patrones de la agresión y la ira imprudente. Era una lucha. Sintió que Jaalib simplemente jugaba con ella, bailando a través de sus defensas con excepcional facilidad, como si pudiera terminar la pelea en cualquier momento de su elección. En un momento, se abrió camino a través de sus defensas, manteniendo protegido el brazo del arma mientras tiraba de ella con fuerza hacia él, y la besó apasionadamente en la boca. Después, al escuchar un coro de risas, el Jedi se soltó y se apartó de ella, dándole cruelmente la espalda. Se inclinó ante el grupo de mercenarios del Protectorado que observaba la pelea. Aplaudieron a su comandante y silbaron, animando maliciosamente a los prisioneros rebeldes a que hicieran lo mismo.
Desconcertada, Fable se dio cuenta de que los pilotos rebeldes habían sido derrotados y capturados, incluso Deke. Habían sido obligados a ponerse de rodillas a punta de bláster y obligados a ver a su humillación. Un aspecto de Fable que le era familiar, y sin embargo, abandonado durante algunos años, resurgió. Era el lado impetuoso e imprudente de la juventud que nunca se había sacudido por completo. Con ansia de venganza, se abalanzó sobre Jaalib y le golpeó en la cintura cargando con el hombro. A pesar de que su ligero peso podría haber hecho poco para derribarlo, el impulso de su ataque empujó al Jedi hasta la superficie fangosa, donde saltó a horcajadas sobre él y comenzó a golpearle en la cara con la empuñadura de su espada de luz apagada. La risa se detuvo abruptamente.
Con sangre manando de su nariz, Jaalib agarró los brazos de Fable y la empujó hacia atrás, lanzándole una patada en el torso que envió a Fable volando por el aire. Alzándose de las nieblas, el Jedi oscuro se despojó de su manto negro, que se había vuelto muy pesado, empapado de barro bermellón y lluvia. Sacudiendo el suelo semi-sólido de las manos, la miró, limpiándose otro hilo de sangre de la comisura de la boca. Sus oscuros ojos estaban oscuros de rabia mientras extendía su mano hacia el suelo, llamando al sable de luz para que acudiese a sus dedos.
— Vaya, qué genio tenemos. Pero eso era de esperar. Qué estúpido he sido al olvidar ese espíritu ardiente. Es la única de tus cualidades que atrajo a mi padre… y también a mí. —Se limpió la barbilla ensangrentada una última vez—. Se acabó la hora de jugar, Fable. Márchate ahora, con tus hombres, y mantendré la promesa que te he hecho. Si no te marchas… me temo que sucederá algo desagradable.
— ¡Que así sea! —gritó Fable. Volviendo a encender el sable de luz, llevó el arma a la altura de sus hombros y le atacó con tal ferocidad que el Jedi oscuro se vio obligado a retroceder.
Tambaleándose bajo sus golpes, Jaalib dio un paso en falso y casi cayó en el barro, permitiéndole atravesar sus defensas. Fable aprovechó, golpeándole con el sable de luz en el hombro. Jaalib retrocedió rápidamente, con el olor a carne chamuscada fresco en su nariz. Agachándose, devolvió el insulto haciendo descender su espada de luz contra el brazo con el que Fable sostenía el arma. Ella gritó cuando la espada de luz cortó limpiamente a través de su chaqueta de vuelo y llegó hasta la piel vulnerable. Maldiciéndole, respondió. Golpe tras golpe, algunos llegando a su destino, otros fallando, los Jedi combatieron, saliéndose del círculo en el que las dos fuerzas opuestas habían luchado. Los soldados del Protectorado siguieron la refriega con interés, ya que ninguno de los Jedi daba cuartel.
— ¡Fable! —gritó Jaalib, mientras esquivaba un golpe en el pecho. Se dejó caer de rodillas mientras subían por la ladera de una colina rocosa—. ¡Fable, es suficiente!
— ¡No voy a escucharte! —gritó ella. Hizo descender su espada de luz para bloquear la espada de Jaalib. Las armas silbaban y crepitaban una contra otra, provocando un eco siniestro que reverberaban a través de la cuenca vacía—. No eres mejor que él, que tu padre. ¡Y él no es mejor que Vialco! ¡O Tremayne! ¡O Vader! ¡Todos consumidos por el lado oscuro, criminales, asesinos! ¡Carniceros! —Se lanzó al ataque, haciendo caso omiso de la expresión de miedo que se apoderó del rostro de su rival. Sus ojos, normalmente tan azules, eran casi negros, las pupilas abiertas casi por completo, exudando un miedo tan tangible que podía sentirlo. Es un truco, se dijo. Tenía que matarlo, y matarlo ahora antes de que su corazón le traicionase.
Fable condujo al Jedi ante ella, dejándolo sin posibilidad o espacio para hablar, mientras hacía caer sobre él su sable de luz desde arriba y desde los lados, rozándole en varias ocasiones. Él estaba a la defensiva por alguna razón, respondiendo sólo para defenderse, y aun así, parecía nervioso e inquieto. ¡Ella estaba ganando!
— Fable —suplicó.
— ¡Ahórratelo! No voy a escuchar…
La razón de su angustia estaba clara ahora. A medida que sus movimientos apartaban la niebla baja a sus pies, Fable pudo ver que habían luchado desplazándose hasta la cima de un estrecho promontorio rocoso que se proyectaba desde la base de la cuenca del cañón. Bajo ella no había más que niebla insustancial, que difícilmente iba a poder soportar su peso al dar un paso final en el abismo. El sable de luz cayó de sus manos mientras trataba de girar y volver a tierra firme, pero ese fue el instante en que empezó a caer.
— ¡Fable! —gritó Jaalib, lanzándose al borde del acantilado. Tenía las manos y los brazos completamente extendidos, tratando de alcanzarla. Sus dedos la tocaron brevemente, pero luego se soltó y cayó, cayó a través de la niebla hacia el suelo que se escondía debajo. Lo último que vio antes de que la niebla se alzase para tragársela fueron sus ojos, tan abiertos y asustados como un niño asustado en la oscuridad, y luego tinieblas.
La lluvia que caía en su cara despertó a Fable. Cada punzante gota se sentía como roca fundida, causando gran dolor en todo su cuerpo. Jadeando en busca de aire, Fable trató de recuperar el aliento, causando tal agonía que casi se vio arrastrada de nuevo al olvido de la inconsciencia. Estaba tumbada boca arriba en un lecho de rocas. Su pierna derecha estaba retorcida y deforme, atrapada entre la orilla del acantilado y una capa de arcilla recién caída. A pesar del ángulo grotesco de la pierna, no podía sentir ningún dolor en ella. No había ningún dolor en absoluto por debajo de su cintura. Trató de ver el aspecto de la otra pierna e intentó incorporarse, pero descubrió que su cuerpo no respondía. Lo intentó de nuevo, con todas sus fuerzas, y descubrió que todo intento de moverse era recompensado al instante con una oleada de dolor renovado. Conforme las ondas de dolor y angustia se extendieron por ella, Fable se derrumbó, mareada, con náuseas.
Ahora bajo la niebla, podía mirar hacia arriba, hasta el saliente del acantilado desde donde había caído. Eran casi veinte metros de altura. Tenía suerte de seguir viva… siempre y cuando siguiera vida. El sabor cobrizo de la sangre en la garganta le aseguraba que le quedaba pocos instantes, tal vez minutos para disfrutar de lo que quedaba de esa vida. Ninguna cantidad de bacta iba a ayudarla, no aquí, y sintió que las lágrimas de rabia y dolor caían lentamente por sus mejillas, quemándole la piel a su paso.
— Fable.
La voz era distante y sin embargo cercana… familiar y sin embargo extraña. Fable siguió el sonido, y sus ojos llegaron a una sombra situada contra la pared del acantilado. Envuelta en la niebla, la sombra permanecía oculta e inmóvil, gris y desprovista de color a excepción de la vibrante melena roja que le caía hasta los hombros. Era tan roja que hacía que el lodo bermellón palideciera en comparación.
— ¿Madre? —Fable apretó los dientes llena de vergüenza—. ¡Madre!
— Escucha, Fable. Has luchado toda tu vida por ser diferente, por ser única. Y en eso, no eres diferente de cualquier otro. Deja de luchar contigo misma. La pertenencia y la aceptación residen donde está tu corazón… y es en tu corazón donde debes estar.
— ¡Fable! —A medida que la imagen comenzaba a desvanecerse, fue sustituida por una figura más animada. Jaalib corrió por el resbaladizo suelo, cayendo y volviéndose a levantar en su prisa por llegar junto a ella—. ¡Fable, no! —exclamó, con el rostro inundado por la lluvia y la emoción—. Fable, no te muevas. —Sacó un comunicador del cinturón—. ¡Bane!
— ¿Está viva? —se escuchó crepitando por el transceptor.
Jaalib se puso de pie y se volvió de espaldas a ella, como si ella no debiera oírle.
— Tiene rota la espalda, posiblemente el cuello.
— ¿Debo llamar una lanzadera médica?
—No hay tiempo, va a… a… Debo… — su voz se apagó durante un largo rato.
— ¿Jaalib? —preguntó Bane.
— Vuelve a la nave —dijo Jaalib, con la cabeza gacha—. Indica que finalicen todos los enfrentamientos. Ordena a los cazas y al resto de personal que regrese a la nave.
— ¿Jaalib?
— Ya me has oído. ¡Ahora obedece!
— Como quieras, Jaalib.
El comunicador hizo clic, resonando con el siseo de silencio mientras Jaalib regresaba junto a Fable, arrodillándose a su lado, protegiéndole la cara de la lluvia. Meneó la cabeza, desazonado.
— Fable, he sido un tonto.
— N-n-no más que yo —susurró ella. A pesar de que se estaba acostumbrando al dolor en sus extremidades superiores, era difícil respirar, y cada vez más. Había un silbido aterrador que acompañaba a su respiración, un temblor inquietante que anunciaba su futuro, o cualquier esperanza de su futuro. Cerró los ojos, sucumbiendo a la oscuridad en el borde de su consciencia.
— Fable, no —dijo Jaalib en serio, tomándola de la mano—. ¡Aguanta! ¡Aguanta!
La lluvia se había vuelto notablemente más cálida. Fable abrió los ojos y vio a Jaalib sentado a su lado, con los ojos vidriosos por una peculiar tristeza.
— ¿Jaalib? —Su voz era un susurro silencioso—. ¿Por qué lloras…?
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