Capítulo 4

—Miremos por la ventana, vamos— dije.

Con cuidado nos asomamos por la ventana y vimos dos camionetas con militares dentro.

—¿Hay alguien sano por aquí?— pregunta uno de ellos por los altavoces.

—Hey, salgamos, son del ejército.

—No confío en el gobierno de este país, después de cómo nos trataron a mis madre y a mí en el aeropuerto, los odio.

—Guau. ¿No eres americana?

—No, pero mi padre sí. Ahora shh.

Varias personas salieron de sus casas, algunas con sus hijos y otras solas.

—¡Han venido a salvarnos!— grita una de ellos.

—Debemos salir, Gayle...

El sonido de un disparo limpio calló a Ethan. Uno de los militares le había disparado a la chica que gritó. Los demás empezaron a dispararle a las demás personas sanas que habían salido de sus casas.

Ethan y yo nos agachamos para protegernos de alguna bala loca.

—¿Aún quieres salir, Ethan? Estás a tiempo— dije con sarcasmo.

—Ya, no es momento para tus comentarios sarcásticos.

Al rato escuchamos que los disparos cesaron.

—Revisen en las casas y vean si no quedó algún sobreviviente.

—Hay que salir de aquí— le dije a Ethan—, hay que salir o nos matarán.

Le quité el seguro a la puerta principal para que entraran. Si veían que tenía el seguro puesto, se extrañarían muchísimo.

Ethan y yo caminamos a la puerta de atrás y salimos al pequeño patio de la casa, cerré la puerta corrediza. Al rato escuchamos como la puerta principal se abrió.

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí?— pregunta.

Escuchamos que subió los escalones hacia el piso de arriba. Solo pido que no salga al patio trasero, por favor, que no venga.

—Somos del gobierno, hemos venido para salvarlos.

Se escucharon sus pasos al bajar y empezó a buscar en la cocina. Que no venga, que no venga.

—¡Todos, de vuelta a las camionetas! ¡Viene una gran horda!— dijo el comandante en los altavoces.

Escuché como el militar que estaba dentro de la casa cerró la puerta principal y las camionetas se fueron. Ethan y yo nos apresuramos a entrar y cerramos la puerta corrediza. Le pasé seguro a la puerta principal y me tumbé en el suelo con la respiración pesada. Debo admitir que me asusté. Sí no nos mataban los militares, lo hacían los enfermos de allá afuera.

Me asomé por la ventana y un montón de zombies estaban tratando de correr detrás de las camionetas. Algunos siguieron, mientras que otros se empezaron a comer los cuerpos de aquellas personas que los militares habían asesinado.

—Mierda, te juro que si no estuviera contigo, también me habrían asesinado, porque te juro que yo hubiera salido de mi casa como un estúpido— dijo Ethan.

—Mi corazón está a punto de salirse de mi pecho— dije.

—Cálmate.

—Eso intento.

—¿Nos iremos hoy?

—Si esos zombies que están afuera se largan a otro lugar, por supuesto que sí. Aunque tendríamos que andar con cuidado si esos militares están por ahí matando lo poco que queda de humanidad.

—Puaj, ya ni en el gobierno se puede confiar— bufó.

—Iré al baño a buscar una pastilla para el dolor de cabeza, de repente empezó a dolerme.

Subí y entré al baño, busqué la pastilla y la puse en mi boca, abrí la llave y tomé un poco de agua. Me senté en el retrete con la tapa abajo para esperar un momento. Odio esto.

Cuando se me pasó el mareo, tomé e botiquín de primeros auxilios y unos frascos de pastillas. Pensándolo bien, eso tenía que ser lo primero que debí tomar antes de pensar en irme.

—Mira, esto nos servirá por si alguno de nosotros se lastima o algo.

—Excelente. ¿Sabes cómo usar eso?

—No estudiaba medicina para nada— dije—, aunque iba por el segundo semestre sé algo.

—Bien.

Nos quedamos sentados en la sala sin decir nada, pasó la hora del almuerzo y no almorzamos nada. Ninguno de los dos tenía hambre. Miraba por la ventana constantemente y los enfermos se iban alejando poco a poco.

—Hey, Ethan— lo desperté—. Oye, ya podemos salir, no hay zombies por la zona.

—Bien, vamos.

Tomamos todo lo que habíamos reunido, lo esencial: ropa, vendas, comida, medicamentos, etc. Suena como si fueran un montón de cosas, pero no es así.

—¿Lista?

—Sí— suspiré.

Ambos salimos y teníamos nuestras armas en mano. Bueno, él el hacha aún y yo el bate, Ethan dice que la escopeta es para una situación de emergencia.

—¿A dónde iremos?— pregunto?

—No lo sé, pero esta noche tendremos que dormir en alguna tienda que no tenga ventanas rotas, y eso será muy difícil de encontrar.

Caminamos hasta el centro de la ciudad y eso nos llevó toda la tarde y parte de la noche.

—Mira, ahí hay una tienda de discos, vamos para allá— dijo Ethan.

Caminamos y entramos a la tienda, imagino que el dueño estaba a punto de cerrarla, pero vio el caos que se estaba desatando y dejó la llave pegada. Nadie había entrado ahí y eso nos pareció genial.

Cuando entramos todos estaba acomodado y tenía luz.

—¿Es esto alguna trampa?— pregunto.

—Hay que ser agradecidos por este lugar, creo que es el único que no está hecho un desastre aparte de tu casa— cerró la puerta con seguro.

—Este lugar no tiene ventanas, es extraño— dije viendo detrás del mostrador.

Lo que encontré no fué nada bueno.

—Ya veo por qué no había ventanas— dije alzando dos grandes bolsas llena de marihuana.

—Guau, la gente de aquí si que se divertía.

—Esto es basura— la eché a un lado—, no me digas que tú consumes esa porquería— dije.

—No, que asco, solo fumo cigarrillos.

—Bueno.

Busqué un lugar donde dormir y me acomodé. Ethan se acostó a mi lado.

Agradecí que no hablara.

[...]

Cuando me desperté, por el cristal de la puerta entraba un pequeño rayo de sol.

—Ethan, despierta. Hay que irnos.

Nos levantamos y con lo que teníamos en la mochila, desayunamos. Tomamos nuestras cosas y salimos. Cuando hacemos esto, varios enfermos empezaron a caminar en nuestra dirección.

—Tú ve por aquellos dos, yo iré por los otros— dijo Ethan.

Con el bate le di a uno en el dorso y cayó en el suelo, cuando estaba a punto de golpearlo en la cabeza, el otro se abalanzó sobre mí y me tumbó al suelo. Estaba a punto de morderme, pero yo interpuse el bate y lo que mordió fue eso.

Intenté librarme de él, pero era más fuerte de lo que pensé.

—¡Ethan!— grité.

Ethan se giró hacia mí, tomó la escopeta y disparó. Justo en la cabeza. Mi ropa quedó manchada de sangre, al igual que mi cara. Pero por lo menos no me la comió ese enfermo.

—Oh por Dios— dije y me levanté del suelo.

Tomé el bate y golpeé la cabeza del otro que intentaba levantarse del suelo.

—¿Estás bien?— pregunta.

—Si, llena de sangre que huele horrible, pero bien.

—Vayamos a aquel centro comercial— dijo.

—¿Estás seguro? Es un lugar muy grande.

—Todo esto pasó en la noche, dudo mucho que el centro comercial haya estado abierto, así que tendremos que romper el cristal de la puerta.

—Bien... Vamos.

Caminamos hasta la entrada del centro comercial, sin saber lo que nos esperaba allá adentro.

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