19. Restaurador

Darren

Díganme por favor, ¿quién invento la monogamia? ¡Debe ser un pecado no mirar esas bellas piernas!

Estoy en mi clase de gimnasia, en mi forma de chico y haciendo todos los ejercicios de la profesora, soy un alumno de diez, aunque a veces me desconcentra que Neira tenga tan buen físico.

Lloraré, es definitivo. Yo haciendo drama en mi mente, soy todo un caso. Aunque al menos me divierto.

—Terminamos por hoy, chicos —Ella da dos palmadas y se retira.

Voy a los vestuario, cambio mi ropa deportiva por una más casual y me retiro fuera del gimnasio. Me detengo en el camino, cuando lo visualizo, entonces frunzo el ceño.

—Leik Misteik.

—Hola, mi bella Darlene —Sonríe el demonio que en este momento no tiene ni su cola ni sus cuernos —. Me costó salir de la trampa de... bueno, no sé, de esa trampa, pero al fin puedo encontrarte, que triste que estés en tu forma de chico —Hace puchero.

—¿Hablas del agujero negro por el que te envió Rein? —Alzo una ceja —¿Sabés qué? No me importa y ya te dije que no soy Darlene, adiós —Avanzo en mi camino y lo esquivo pero me sigue, acompañándome a mi lado —¿Puedes dejar de molestarme? No soporto tu presencia.

—¿Lo dices por qué me llevé tu virginidad de chica? No te quejes, suelo hacer eso muy seguido, es normal, las vírgenes son uno de mis alimentos favoritos, no hay razón para preocuparse. Teniendo en cuenta que no moriste en nuestro encuentro, no sé por qué tanta mala onda, eres la única que ha sobrevivido. Bueno, porque no me contaste que eras... —Se lo piensa.

—¿Un restaurador? —Termino su frase.

—¡Eso! —Chasquea los dedos —De hecho estamos a mano, yo en ese momento no te aclaré que era un íncubo, pero el pasado pisado, relájate.

Dejo de caminar y lo miro, por ende el también se detiene.

—Me arrepiento profundamente de nuestro encuentro, no entiendo por qué me lo tienes que recordar cada vez que te veo.

—Porque quiero repetir —Hace una sonrisa amplia.

—Sigue soñando —Vuelvo a caminar y él a seguirme.

—Pero si la pasamos muy bien esa semana, no veo por qué tanto resentimiento.

—Que asco, no me la nombres —me quejo —me arruinas el día.

—¡Pero si fue genial!

Me cubro los oídos y nos detenemos otra vez.

—No quiero oír, mierda.

Siento energía negativa en mi cuerpo, voy a vomitar.

—No te ves bien —opina —. Eso te pasa por pasar mucho tiempo con las voces.

Bajo las manos y lo observo.

—Las voces están muertas —Frunzo el ceño.

Y lo digo porque fui al hospital donde parió Eliza, revisamos cada rincón con Seyn, incluso un callejón para asegurarnos, pero no había nada, ningún indicio de que pudieran haber sobrevivido al ataque de Blake.

—¿Segura? —expresa con confianza.

—¿Qué sabés? —Alzo una ceja.

—Lo suficiente como para saber que el que abrió el portal para sacarme de tu salón de fiestas no fue Rein.

Me río.

—¿Dices que las voces me defendieron de ti? Deliras.

—Las voces me odian porque yo me las puedo comer —Se relame los labios —además querían... —Hace una pausa y se ríe —no te voy a decir.

Frunzo el ceño.

—¿Por qué no?

—Porque la información se paga —Me guiña.

—Quédate con las ganas —Vuelvo a caminar.

—Darlene, no seas malita —Se queda en el lugar.

—Púdrete.

Mejor busco a alguien que sí sepa cosas de voces y no me cobre con estupideces, como por ejemplo, Max. Después de todo él fue quien me dijo que yo soy un restaurador.

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