REC (Extra)
—Dai... ¿Podés dejar de dar vueltas y hablar de una vez?
—¡Ya, Toto! No me apures, es difícil para mí decirles esto... Es que... yo... Estoy embarazada...
Alejo bajó la cabeza, apoyó los codos sobre sus muslos, y cerrando los puños dejó caer su cabeza en ellos. Mariano se quedó estático en su lugar, mientras Daiana, sentada sobre la mesita de té frente a ellos dos, comenzaba a derramar algunas lágrimas en completo silencio.
—Te dije que la cuidaras —susurró Alejo sin levantar la cabeza—. Te di el visto bueno para que salgas con ella porque creí que la ibas a cuidar —volvió a susurrar con calma—. ¡Por qué mierda no la cuidaste! —gritó finalmente, poniéndose de pie y provocando que Mariano y Daiana se sobresaltaran.
—Toto, sí nos cuidamos, pero...
—A veces los métodos fallan —completó Mariano mientras abrazaba a Daiana, quien tomó el lugar que dejó Alejo en el sillón—. Creéme que lo último que hubiésemos deseado es ser padres ahora mismo.
—Ah, ¿sí? ¿Y ahora? ¡¿Qué mierda van a hacer ahora?! Más te vale que te hagas cargo porque sino... —gritó Alejo fuera de sí.
—Tranquilo, bro. Obviamente que me voy a hacer cargo... Dai, mi amor... —se dirigió a su novia—. Va a estar todo bien, ¿sí? A nuestro hijo no le va a faltar nada —le susurró para luego darle un corto beso.
—Toto me odia... Mi hermano me odia... —lloró.
—No, no te odia —le siguió susurrando, aprovechando que Alejo no dejaba de dar vueltas como una fiera enjaulada mientras tenía sus manos enlazadas tras la cabeza—. Andá a tu pieza, dejame hablar con él.
La chica asintió, y se dirigió hacia su habitación a paso apurado. Mariano se levantó y se acercó hasta su amigo.
—Toto...
Y sin meditarlo, preso de un impulso, Alejo se dio vuelta y le propinó una trompada a Mariano. Éste se tambaleó, pero no llegó a caer. Respiró profundo mientras se frotaba zona de la cara en donde recibió el golpe, para comprobar que tenía una cortada en el labio. Se limpió con el dorso de su mano y miró a su amigo.
—¿Ya? ¿Ya estás más tranquilo?
—No. Te dije, te dije que no quería ser tío. ¿Qué parte no entendiste? ¡Dieciocho años tiene Daiana! ¡Es re pendeja para ser madre!
—Ya te dije, algo falló. Siempre me cuidé con tu hermana, no hubo una sola vez que no hayamos usado preservativo. Yo estoy más desconcertado que vos, pero... Extrañamente estoy feliz... ¡Voy a ser papá! —rio finalmente ante el desconcierto de Alejo—. ¡Voy a ser papá con el amor de mi vida!
—No estarías entendiendo la magnitud de las cosas. Ella... —Señaló en dirección a la habitación de su hermana—. Ella tiene dieciocho... ¡Dieciocho años! ¿Qué te creés que van a decir mis viejos, eh? ¿Que te van a felicitar? Mi mamá te adora, sos como un hijo para ella, y para mi papá igual. ¿Cómo te creés que lo van a tomar cuando les digas que embarazaste a su hija? Mi papá te va a arrancar la cabeza, como mínimo...
—No me importa. Si la echan me la llevo conmigo, ni a tu hermana ni a mi hijo le van a faltar nada, ahora tengo un trabajo estable, vamos a salir adelante. Toto... Toto... —Mariano lo tomó por los hombros para tranquilizarlo—. Ya está, ya pasó. Yo no me voy a borrar, me voy a hacer cargo. Te juro por lo que más quiero que fue un accidente, y que no sé cómo pasó. Vamos a salir adelante, los dos. Con o sin ayuda.
—Esta... esta no te la voy a perdonar. Me fallaste, te metiste con lo que más quiero en este mundo que es mi hermana. ¡Le cagaste la vida! ¡Tenía mil cosas por vivir! Esta no te la perdono, gordo.
—Toto... —intentó llamarlo cuando Alejo abandonó la habitación—. ¡Toto!
—To... to... P... per... dón...
—¡Mariano! ¡Mariano! ¿Me oís? ¡Enfermera! —Elisa pulsaba el botón que llamaba a la central de enfermería—. ¡Mariano, mi amor! ¡Acá estoy!
—T... Toto... Perd...
—¡No! ¡No, no, no, no, no! ¡Mariano! ¡Quedate conmigo! ¡Por el amor de Dios, no! ¡Enfermera!
—¿Lista para ver por primera vez a nuestro hijo?
—Sí, ya quiero ver a mi porotito.
—¡Pobrecito! ¡No le digas así! —Mariano intento en vano contener una risa—. ¿Y si es porotita? ¿No pensaste en eso?
—No... Yo sé que es un varoncito... Marianito... Mi Nito... —expresó Daiana con dulzura mientras acariciaba su vientre apenas abultado—. Mariano Alejo... Mi hijo se va a llamar como los dos hombres más importantes de mi vida —sopesó con la voz quebrada—. Me da muchísima pena que todo haya terminado así.
Daiana se largó a llorar, y Mariano rápidamente la acunó entre sus brazos. Todavía no olvidaba la noche en que le confesó el embarazo a sus padres, recibiendo el rechazo por parte de la pareja, y la indiferencia de su hermano al no oficiar de mediador. Daiana se mudó esa misma noche con Mariano, y desde entonces soportaba las miradas acusadoras de su familia cada vez que se cruzaba en el barrio con ellos. La joven pareja también sufría el distanciamiento de Alejo, ambos habían perdido un hermano y la ausencia se sentía.
Pero la pareja no esperaba lo que estaba a punto de suceder. Daiana se desahogaba en los brazos de su novio cuando el timbre de la casa sonó, Mariano abrió la puerta y se quedó de piedra al ver de quién se trataba. Alejo estaba con la mirada baja y Camila junto a él, con una gran sonrisa mientras lo codeaba para animarlo a hablar.
—Hola... ¿Podemos hablar? —titubeó Alejo con algo de timidez.
—Sí, Toto... Sí, pasá. —Mariano se hizo a un lado para dejar entrar a la parejita.
Daiana, que aún se encontraba secando sus últimas lágrimas, se quedó atónita al ver a su hermano en el living de la que ya era su casa. Alejo abrió la boca al ver el pequeño y redondeado vientre de su hermana, que se puso de pie por la impresión. En sincronía perfecta, se acercaron y se fundieron en un abrazo. Daiana lloró sin reparos, y Alejo la contuvo mientras se desahogaba.
—Perdón, hermanita... Yo quise lo mejor para vos y terminé lastimándote.
—Te necesitaba, Toto. Te necesito conmigo —lloró en su pecho.
Mariano y Camila contemplaban el reencuentro de los hermanos en completo silencio, abrazados. Esperaron sin interrumpir el momento en que Alejo y Daiana se desenredaran del abrazo. Y cuando lo hicieron, fue el momento de poner las cosas en claro.
—Gordo... A vos también te debo una disculpa. No pensé... Sos mi hermano también, y... Además... Los dos me van a hacer tío, sé que dije que no quería, pero... Se entiende, ¿no? No ahora, pero...
—Toto... —interrumpió su soliloquio tartamudo—. No tengo nada que perdonar, al contrario. Te agradezco que hayas venido.
—El crédito es para la señorita. —Alejo señaló a Camila—. Ella fue la terca que nos hizo entrar en razón a todos, nos dijo muchas cosas que nos hicieron recapacitar.
—¿Quiénes son todos, Toto? —intervino Daiana confundida.
—Mamá y papá, te están esperando en casa. Bah... A los dos, quieren verlos a los dos.
—No, Toto. Yo a casa no voy a volver. Sí acepto las disculpas de papá y mamá, vamos a verlos ahora si querés. Pero yo me quedo acá con el padre de mi hijo. Ahora somos una familia, a la larga o a la corta hubiésemos tenido que formar un hogar. Y bueno... Ya lo hicimos.
—Dai tiene razón, Toto... —Camila se acercó a Alejo y lo tomó del brazo para evitar que volviera a perder los estribos por nada—. Igual están las casas pegadas, Dai puede quedarse en tu casa mientras Mar está trabajando. Los divide una medianera, da igual en qué casa duerme.
—Sí... Me va a costar no tenerte en casa haciendo quilombo, gritando por nada, escuchando esas banditas de mierda que me taladraban el cerebro... Pero si esta es tu felicidad, también es la mía.
El cuarteto de amigos volvió a tener aquella unión que compartían desde niños. Mariano y Daiana le compartieron a Alejo cómo llevaban el embarazo, y obviamente surgió la infaltable pregunta.
—¿Ya pensaron el nombre?
—Si es nena no sabemos, pero si es varón Mariano Alejo —confirmó Daiana con seguridad.
—Chicos, en serio —se rio Alejo.
—Toto, es en serio. Le dije —en referencia a Mariano—, quiero que mi hijo se llame como los dos hombres más importantes de mi vida, Mariano Alejo... Mi porotito... Mi Marianito...
—M... marian... nit... o...
—¡Sí! Marianito está con Matías y el resto de los choferes... —lloró Elisa desde un rincón de la habitación.
—Señora, le dije que salga. —Una enfermera intentó sacarla al pasillo mientras los médicos evaluaban los signos vitales y los estímulos de Mariano.
—¡Ya! Me calmo, pero no me alejen de él, por favor.
—Tiene que salir, señora. Está muy nerviosa y los médicos necesitan trabajar tranquilos.
—¡No! ¡No! —Elisa se resistía mientras la enfermera intentaba guiarla hacia afuera, tomándola por los hombros—. ¡Camila! ¡Necesito avisarle a Camila!
Elisa se desenredo del abrazo contenedor de la enfermera y salió al pasillo para captar señal, y así poder llamar a la neuróloga amiga de Mariano, quien se acreditaba como su médico de cabecera.
—¡Gordo! Me acaba de llamar mamá. —Alejo se subió al colectivo de Mariano antes de que éste arranque y empiece su vuelta—. Daiana... Dai se siente mal, la están llevando al hospital.
—¡Yo sabía! ¡Sabía que se le iba a adelantar el parto! No la vi bien hoy a la mañana, se quejaba del dolor de cabeza.
—Vamos, ya hablé con Matías.
Los amigos corrieron hasta la moto de Mariano, se montaron en ella y se dirigieron a toda velocidad hasta el hospital Argerich. Al llegar, el panorama no era el más esperanzador.
—¡Anita! —Mariano corrió hasta donde doña Ana, su suegra, lloraba mientras estrujaba entre sus manos un pañuelo de tela. Se puso de cuclillas frente a ella y tomó sus manos—. ¿Qué pasó?
—Hijo... Fue horrible... —sollozó—. Dai empezó a convulsionar en el taxi, ni el taxista ni yo supimos qué hacer. —Doña Ana señaló hacia la derecha con su cabeza.
Mariano levantó la vista y pudo ver un hombre de mediana edad, parado a metros de ellos. Se lo notaba preocupado.
—¿Y ahora? ¿Dónde esta?
—No sé, se la llevaron para allá —señaló el final del pasillo—, todavía no vino nadie a darnos un parte, estamos esperando.
Mariano se puso de pie, intentando controlar las respiraciones, se acercó hasta el taxista y le agradeció el gesto de haberse quedado con su suegra hasta que ellos llegaran. Estaban los tres solos, Camila había partido a Estados Unidos a estudiar medicina y don Felipe, padre de Alejo y Daiana, había muerto recientemente producto de un ACV.
Una hora después, cuando Mariano estaba a punto de hacer un agujero en el piso del pasillo de tanto caminar, apareció un médico con un semblante nada esperanzador.
—¿Familiares de Daiana Robledo? —Los tres se acercaron rápidamente mientras asentían con la cabeza—. ¿Quién de los dos es el padre del bebé?
—Yo... —se apresuró a responder Mariano.
—Hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance, no pudimos salvarlos.
Doña Ana comenzó a llorar desgarradoramente mientras se abrazaba a Alejo, que se quedó estático, sin comprender las palabras del médico.
—¿Qué pasó? —Mariano preguntó entre llantos.
—Entró con convulsiones, hipertensión... Sufrió un desprendimiento de placenta, no hubo nada que hacer por el bebé. Intentamos salvarla a ella, pero sufrió una hemorragia intracraneal. Eclampsia. Lo siento mucho.
—¡No! ¡No, no, no! Es mentira... Daiana no puede estar muerta... ¡No puede estar muerta! ¡La concha de su madre! ¡No! ¡Daiana!
Mariano abrió lentamente los ojos y sintió un pinchazo en sus retinas. Silencio. Silencio y un pitido intermitente. Cerró sus ojos y los volvió a abrir al instante, la luz ya no le dolía, al contrario. Tampoco estaba acostado, estaba de pie y el cuerpo no le pesaba. El pitido había dado paso a un silencio limpio, y ya no veía una habitación blanca, veía un paredón azul y amarillo. Estaba en la calle, más precisamente en las afueras de la Bombonera. Se observó a sí mismo un poco más delgado, vestía su jean favorito en su adolescencia y su vieja remera de Soda Stereo.
—Mariano. —Se dio vuelta al volver a escuchar esa voz.
—Dai... Daiana... —La jovencita le sonreía con timidez. Vestía un short de jean celeste, una musculosa blanca y sus inseparables Topper. Ambos vestían el mismo atuendo de aquella tarde en que se confesaron enamorados en esa misma locación—. Dai, mi amor. —Mariano se acercó a ella en dos zancadas y la abrazó—. Creí que... creí que habías...
—Creíste bien. Yo ya no pertenezco a tu mundo, y vos no pertenecés al mío. Es hora de volver...
—No... Estás loca si creés que ahora que te recuperé te voy a dejar ir. No, de ninguna manera.
—Todavía no es el momento, ya va a llegar. Abajo te necesitan más que yo, no puedo ser egoísta.
—Abajo no tengo a nadie, desde que te perdí jamás volví a ser el mismo, soy solo una sombra que estorba.
—¿Cómo que no tenés a nadie? ¿Y Elisa? ¿Sabes todo lo que está sufriendo por vos? Hacé de cuenta que ella soy yo y que Marianito es nuestro hijo. Ellos te necesitan más que yo.
—Mentira... Elisa jamás me quiso, solo le doy lástima, a sus ojos soy un muerto de hambre que le sirvió para darle celos al ex. Nadie me va a extrañar si me quedo acá con vos.
—¿Seguro? ¿Y Toto? Mi hermano te necesita, no sabés cuánto. Si no fuera por Marilia, creo que hace rato hubiera estado acá conmigo.
—Toto... Ese hijo de puta... Creo que es el único al que realmente le importo.
—¿Ves? Todavía tenés motivos para quedarte. Dejame ir, porque yo no te voy a dejar venir. Ya es hora de que cierres mi capítulo.
—No puedo, te me fuiste muy temprano, cuando apenas empezábamos a disfrutarnos. De haber sabido que iba a pasar esto me hubiese cagado en todo esa misma tarde, acá mismo. ¿Te acordás?
—Obvio que me acuerdo, por eso te traje hasta acá. Vamos a cambiar un poco la historia.
Daiana lo tomo de la mano y lo guió hasta la misma boletería de sus recuerdos. Se apoyó sobre la pared y acomodó el cuerpo de Mariano tal como aquella tarde.
—Besame, por favor.
Mariano tomó su cara, y cuando estaba a punto de desviar su rostro como aquella tarde, se frenó y la besó pausadamente, saboreando sus labios, dejando escapar una inmensa cantidad de lágrimas.
—Si me amaste vas a volver. Hacelo por mí, es mi último deseo...
—No, Dai... ¡No! ¡Daiana!
La Bombonera se fue difuminado hasta que su visión quedó en blanco. Otra vez le lastimaba la luz y el pitido intermitente había vuelto. Una sombra comenzaba a formarse a su derecha. Forzó la vista, era una cabeza. De a poco la silueta iba tomando forma, tenía rasgos femeninos.
—¡Mariano! ¡Mariano, vas a estar bien!
—D... dai... ana...
—Soy Elisa... ¿No me reconocés?
—D... d... daiana...
—Shh... —La rubia lo tranquilizó mientras acariciaba su cabeza—. Tranquilo, vas a estar bien —sentenció con voz quebradiza.
La sombra desapareció para volver a dar paso a una claridad insoportable. ¿Dónde estaba Daiana? ¿Por qué no estaba allí con él? ¿Qué le había pasado? Escuchó voces a su alrededor.
—¿Quién es Daiana?
—¿Mencionó a Daiana? Eso no es bueno, no recuerda sus últimos años. —Camila ya había acudido ante el llamado de Elisa, a pesar de que nunca soportó a la rubia y reprobó las actitudes del Mariano adulto, era como un hermano para ella y el cariño le pesaba más que sus convicciones—. Su cabeza ahora es un rompecabezas, va a tener que armar de a poco sus recuerdos.
—¿Quién es Daiana? —reiteró la rubia ante una falta de respuesta.
—Daiana era mi mejor amiga, su novia —recalcó con algo de malicia—, la hermana de Alejo. Era la madre de su hijo. Me imagino que sabrás la historia.
—Sí, pero no por él. Alejo me contó todo. ¿Y ahora? Se va a recuperar, ¿no?
—Esperemos que si, hay que hacerle estudios, y se va a enfrentar a una larga rehabilitación. Tendrá que aprender a comer nuevamente, a caminar, en parte a hablar... Pero no creo que le queden secuelas graves. Y sobre todo, ayudarlo a recordar con mucha paciencia y cuidado.
—D... dai... —ambas volvieron su atención a Mariano, quien no dejaba de balbucear el nombre de su gran amor.
—Voy a ver al doctor, está consciente. Merece una explicación, y el único que puede ayudarlo a recordar es Alejo. Llamalo, por favor. Voy a preguntar si está en condiciones de empezar a recordar.
Elisa asintió con algo de temor, aun así obedeció a Camila y llamó a Alejo, quien en menos de media hora ya estaba en la clínica junto a Marilia. Camila había obtenido autorización del médico para ayudarlo a recordar, así que cuando terminaron de chequear sus signos vitales le dieron paso a Alejo.
—Hermano... Volviste... Sabía que ibas a volver... —esbozó Alejo conteniendo la emoción.
—D... dai... ana... ¿D... ond... dónde... d... está...?
—Gordo... Dai... Dai no puede venir... —No se animaba a decirle—. Está trabajando.
Mariano lo miró fijo, expectante, con los ojos bien abiertos. Por su cara rodó una gruesa lágrima que se absorbió en la funda verde de su almohada, y movió levemente la cabeza en señal de negación. De nada servía mentirle, lo mejor era enfrentar el dolor juntos.
Otra vez.
—Dai murió, bro... Murió hace quince años.
Los ojos de Mariano se enrojecieron, y muchos más lagrimones corrieron por su rostro. Cerró los ojos y Alejo aprovechó a hacer lo mismo, liberar la humedad de sus caramelos.
—Dai murió en la sala de parto —continuó Alejo con dulzura, intentando mantener la compostura—. Lo superamos juntos, ¿te acordás? Te volviste a enamorar, de Elisa. Está acá, ¿querés que la llame?
Mariano asintió con la cabeza muy levemente y Alejo salió de la habitación para buscar a Elisa, quien se encontraba hecha un manojo de nervios. Aún se sentía culpable por ser la causante de la ira de Mariano el día del accidente. Alejo la llamó con la cabeza y un gesto circular de su mano izquierda, Elisa se desenredó de su auto abrazo y se internó en la habitación con él.
—Bro, ella es Elisa, tu novia. ¿La recordás?
—Hola, amor... —canturreó Elisa, acercándose a él cuando Alejo le dio paso—. ¿No te acordás de mí? ¿De nuestro hijo? Marianito te extraña mucho...
—No sé si es bueno que le mientas, Eli... —le susurró Alejo—. No es su hijo, no lo confundas.
—Él es el único padre que conoció mi hijo, no te incumbe —escupió por lo bajo luego de reincorporarse.
—Sí me incumbe —soltó bruscamente y en voz baja mientras la tomaba del brazo y la apartaba de la cama—. Porque es mi hermano de la vida, y vos en este momento sos una desconocida para él. Y te recuerdo que está ahí por tu culpa, porque lo rechazaste, porque te daba vergüenza estar con un colectivero. No olvides eso, no te pases de viva. Tarde o temprano va a recordar lo que hiciste, y vamos a ver si quiere seguir al lado tuyo.
Elisa enmudeció mientras su labio inferior temblaba amenazando un llanto. —¿Por qué sos tan cruel, Alejo?
—No soy cruel, soy realista. Cruel fuiste vos meses atrás, te pesó más el qué dirán que lo que Mariano sentía por vos. Y mirate ahora. De vivir en Palermo a vivir en La Boca, de trabajar en el Congreso a una línea de colectivos. ¿Tanto te costaba hacer todo eso desde el principio?
—¡Ya! ¡No me martirices más de lo que ya estoy! —se quejó mientras frotaba su rostro con las palmas abiertas.
—¡Entonces no le mientas más! Dejá de tergiversar las cosas a tu favor.
Elisa dio media vuelta y volvió junto a Mariano, quien había observado toda la situación sin comprender de qué hablaban. Miró a la mujer que acariciaba su cabeza con ternura, y por más que intentó hacer un esfuerzo por recordar, no la reconocía. Extrañaba a Daiana, volvía a sufrir su ausencia en silencio. El único que tenía todas las respuestas era Alejo.
—To... to...
—¿Toto? ¿Quién es Toto, mi amor?
—Acá estoy, bro... —Alejo se interpuso entre Elisa y la cama, provocando que la rubia se corra hacia atrás torpemente mientras miraba atónita a Alejo. Claro, no conocía su viejo sobrenombre.
—¿Qué pasó? —pronunció pausadamente.
—Tuviste un accidente con la moto. Ibas sin casco y sin luces a la terminal y... Ramiro te atropelló con su colectivo, no te vio, era de noche.
—¿Cuánto... llevo así?
—Casi dos meses. ¿Sabés en qué año estamos?
—Dos mil... cinco...
Alejo cerró fuertemente los ojos en señal de frustración. Se había quedado quince años atrás, el año en que Daiana había quedado embarazada y que posteriormente había muerto. Había bloqueado todos los años de dolor y sufrimiento.
—Hermano, estamos en dos mil diecinueve. Pasaron quince años, quince años en los que salimos a flote juntos. Yo me casé con Marilia, ¿te acordás? Está afuera con Camila, de ella sí te acordás, ¿no?
Mariano asintió con la cabeza mientras Alejo se asomaba por la puerta y llamaba a las chicas. Elisa se sintió de sobra y salió de la habitación lagrimeando por la crueldad de Alejo.
Mientras, Camila y Marilia se acercaban hasta la cama, una de cada lado. Camila tomó con cuidado la mano de Mariano y la acarició con su pulgar.
—Cami... volviste...
—Si, Marian. Ya volví, y soy tu doctora. Te vas a poner bien, solo no te esfuerces, de a poco nos irás recordando a todos. Ella es Marilia, ¿la reconocés? Es la esposa de Toto.
Mariano giro la cabeza en dirección a Marilia y le sonrió, apenas levantando la comisura derecha de su boca. Asintió con la cabeza.
—Mari...
—Marian... Que bueno tenerte con nosotros, Alejo te necesitaba, bah... Todos te necesitábamos.
Elisa observaba toda la escena desde afuera, cruzada de brazos y recargada en el marco de la puerta de la habitación. Se sentía como un espectador ajeno, como una extraña. Alejo notó como ella observaba la situación con bronca, y no dudó en acercarse a ella.
—Reconoció a Marilia, a pesar de que piensa que estamos en el dos mil cinco. Está bloqueando sus recuerdos dolorosos, por eso no te reconoció. Todavía le duele tu rechazo. Va a ser mejor que te vayas, al menos por ahora. De a poco le reconstruiremos sus recuerdos, pero por el momento es mejor que no lo estreses.
—¿También me vas a echar de su casa? Mejor voy juntando mis cosas... —escupió con dejo de sarcasmo.
—No, Eli... —la interrumpió—. Él te va a necesitar cuando salga de acá, va a necesitar mucho amor y paciencia. Perdón si recién te hice sentir mal, es solo que...
—Vos tampoco me perdonaste... —completó Elisa—. Solo me aceptaste por Marilia, o de lástima por Marianito.
—No, Eli... Ya está, ya pasó. Ya dijimos que el culpable fue él mismo con sus adicciones. —Alejo la abrazó cuando notó que comenzaba a llorar—. Andá a descansar, esto va a llevar tiempo.
Y tenía razón. La recuperación de Mariano fue lenta, pero favorable. Primero recuperó el habla, se expresaba lento y pausado, hasta que de a poco fue adquiriendo más fluidez. Se sometió a una intensa rehabilitación de sus movimientos, hasta en los momentos que estaba solo ejercitaba sus extremidades. De a poco iba volviendo a ser el que era antes del accidente, aún así, sus recuerdos no volvían por completo.
Recordó a Marta, cuando vio que pasaban los días y la morocha no aparecía le preguntó a Alejo, quien otra vez se vio en la obligación de informarle su muerte. Aprovechó la pregunta para contarle los pocos buenos momentos que tuvieron en aquellos años en los que predominaron más las adiciones. Alejo jamás mencionó sus episodios con las drogas, si había olvidado esa faceta de su vida era un golazo, habría erradicado sus adicciones por completo.
Exceptuando a Camila, que se había ausentado justo en el mismo período que Mariano no recordaba, y al volver se había alejado de él porque sufría al ver la tóxica relación que tenía con Elisa, todos colaboraron en la reconstrucción de sus recuerdos.
Marilia lo ayudó a recordar sus últimos años, desde que se habían conocido el día que fue a buscar a Alejo a Obelisco Sur. Le contó con lujo de detalles la gran historia de amor con Alejo, ante la atónita mirada de Mariano, riendo con ella de las anécdotas de sus viajes cuando ella era apenas una adolescente enamorada de un desconocido.
Matías fue el encargado de refrescarle su vida laboral, anécdotas de pasajeros y de sus compañeros supieron sacarle sonrisas en las horas de visita. Recordó como Sara le había roto el corazón, pero grande fue su sorpresa cuando la vio entrar en la habitación, luego de que Matías la llamara para que lo visitara. Ambos le contaron cómo el destino los había reencontrado, y lo cerca que estuvieron todos esos años sin saberlo.
Elisa era su última pieza clave, sin embargo seguía viéndola como a una desconocida, con algo de reticencia. Y siempre bajo la supervisión de Alejo, quien temía que la mujer alterara su recuperación diciendo algo inapropiado o falso. La rubia había aceptado las condiciones de Alejo para participar en la recuperación de Mariano, aun así quería tener un momento a solas con él.
Y lo consiguió.
Tantas visitas a la clínica habían enfermado a Alejo, algún virus suelto en el aire lo tomó de rehén y lo dejó en cama unos días. Días en que le había prometido a Alejo no mencionarle a Mariano el día del accidente. Una promesa que rompió con la convicción de que recordarle esa noche lo haría recordar todo el resto de su historia perdida.
—Hola... —Elisa se asomó por el marco de la puerta y se encontró con Mariano haciendo zapping en la televisión del cuarto.
—Hola... ¿Y Toto?
—Alejo está enfermo, se pescó una linda angina. Está en cama, pero me mandó saludos para vos.
—Ah... —esbozó con algo de indiferencia, y siguió cambiando de canal.
—Te traje esto. —Elisa alzó el paquete que traía entre las manos y volvió a llamar la atención de Mariano—. Son tus preferidos, churros bañados en chocolate.
—Ah... —volvió a responder con indiferencia.
—Marian... ¿Qué te pasa conmigo? ¿Por qué me tratás como si fuera una desconocida después de todo lo que vivimos juntos?
—Porque en serio, no sé quién sos. Solo sé lo que me contaste y aun así no lo recuerdo. Recuerdo todo, a todos. Pero en serio, no te recuerdo como lo que vos y todos dicen que fuimos. Yo amo a Daiana, y eso no va cambiar, aunque ella esté...
—Muerta —completó la rubia—. Daiana ya no está, vos seguiste adelante y me conociste a mí. ¿Te acordás cómo nos conocimos?
—Toto me dijo que eras mi pasajera...
—Sí... ¿Y qué más?
—Que eras pasajera frecuente, que pegamos onda y yo te invité a salir...
—No... —lo interrumpió—. Así no fueron las cosas, Alejo te mintió.
—No, Toto es mi hermano, jamás me mentiría.
—Te mintió —volvió a interrumpirlo—. Te mintió para proteger tu recuperación, pero ya no soporto más, necesito que me recuerdes, necesito que sepas la verdad porque te necesito como antes. Te necesito, Marian... —sollozó finalmente.
—¿Y cuál es tu verdad? A ver...
Elisa le contó absolutamente toda su historia con lujo de detalles. El parto arriba del colectivo, su tortuosa relación con el diputado, y el noviazgo a escondidas que tuvieron. Le hablo de cómo su hijo lo había adoptado como a un padre, y reconoció haberse comportado como una descorazonada el día del accidente. Eso último encendió las alarmas de Mariano, porque Elisa era quien tenía la respuesta a su gran interrogante.
—¿Qué pasó el día del accidente? Necesito saberlo.
—Ese día... ese día era mi cumpleaños. Nos habíamos visto en una plazoleta frente a la reserva ecológica, del otro lado de los diques. A la noche era mi fiesta de cumpleaños en mi casa, vos querías ir y yo no te podía llevar porque mi mamá nunca aceptó nuestra relación, entonces...
—Entonces, ¿qué? —Se apresuró a saber cuando Elisa hizo una pausa para contener un sollozo.
—Insististe. Insististe para ir. Insististe tanto que... Te dije que me dabas vergüenza, vergüenza por tu oficio. Recuerdo tu cara, roja de la rabia, te fuiste sin decir nada y me dejaste ahí sola con el nene, casi en el medio de la nada y sin saber cómo volver a mi casa. Después...
—Me fui a casa, me drogué con heroína, me emborraché y salí con la moto... —Mariano comenzó a relatar ese recuerdo bloqueado que cada vez era más vívido—. Anduve por toda la capital, y no sé por qué fui a la terminal. Vi el colectivo, intenté esquivarlo pero no pude, no tenía reflejos.
—Marian....
—¿Y así me amás? Si me amaras no te daría vergüenza estar conmigo, quien ama se enorgullece de la persona que tiene al lado, la muestra al mundo. Vos no me amás, solo te di lástima. Sentiste lástima por un borracho y drogadicto que nunca pudo olvidar al gran amor de su vida. Andate.
—Marian...
—¡Andate! No quiero verte, me hacés mal. Por tu culpa estoy así, por tu culpa volví a consumir, por tu culpa casi me muero.
—Si eso es lo que querés... Tenés razón, yo no soy lo que parezco, nunca fui tu salvación, al contrario, solo te hice sufrir. Y porque te amo me voy a alejar de vos, no te merezco. Espero encontrar un lugar en donde vivir antes de que salgas de acá y vuelvas a tu casa.
—¿Por qué? ¿Estás viviendo en mi casa?
—Desde el día del accidente, y no sólo eso. También trabajo en la línea, soy chofer. Supongo que también tendré que buscar otro trabajo.
—No... Eso no es necesario. Necesitás mantener a tu hijo, no puedo privarte de tu trabajo.
—Pero sí querés que me vaya de tu casa... —Mariano asintió con la cabeza.
—¿Cuántas veces te pedí que te vinieras a vivir conmigo? ¿Cuántas veces me dijiste que no poniendo mil excusas? Que te quedaba a contramano del Congreso, que era lejos de la casa de tu mamá, que el padre del nene te iba a cortar la manutención... ¿Tuve que llegar a este extremo para que reaccionarias? Eli, me hacés mal. Andate, por favor.
Elisa se levantó en silencio y se fue sin siquiera saludarlo. Deambuló un poco por la calle, pensando en si había hecho lo correcto en contarle la parte faltante de sus recuerdos, quizás podía haberlo enamorado de nuevo sin recurrir a recordarle su tormentosa relación. Volvió a su casa luego de recoger a Marianito en la terminal, lo atendió, lo acostó a dormir y se sentó en el living de la que todavía era su casa. Lloró sin parar hasta que escuchó el timbre. Se asomó por la mirilla de la puerta para ver a Alejo y Marilia esperando por una respuesta. Se limpió la cara con sus palmas y abrió la puerta con naturalidad.
—Hola chicos...
—¿Que pasó que estás llorando? —Alejo, ni corto ni perezoso percibió que algo estaba pasando—. Eli, no me asustes, ¿que pasa?
Elisa se corrió para dejar pasar a la pareja. Alejo entró hecho una fiera, y se quedó parado en el medio del pequeño living. Marilia tomó asiento en el sillón mientras Elisa se acercaba a ellos a paso de plomo y cruzada de brazos, para darse fuerzas a sí misma. Conocía el temperamento de Alejo, así que se aliviaba de que su esposa estuviera para contenerlo.
—Hoy fui a ver a Mariano y... Recordó todo, Ale. Me reconoció y... —Hizo una pausa para juntar coraje—. Recordó el día de accidente y sus adicciones.
Alejo enmudeció. Sus facciones comenzaron a endurecerse, y Marilia, quien ya lo conocía, se puso de pie y abrazó a su marido por los hombros.
—¿Cómo fue, Eli? Contanos —comenzó Marilia ante el silencio sepulcral de su esposo.
—Nada... yo...
—Se lo recordaste vos —escupió Alejo con la voz todavía distorsionada por la angina—. Aprovechaste que yo no fui para salirte con la tuya.
—¡Es que no soportaba más que los recuerde a todos y a mí no! —gritó presa de la frustración—. Y vos le mentiste, nunca le mencionaste el parto arriba del colectivo, cómo nos enamoramos. ¿Cómo querías que me recordara si esos recuerdos nunca existieron en su mente?
—¡Le mentí para protegerlo! Porque es mi hermano y no merecía todo lo que le hiciste.
—¿Y ahora? —intervino Marilia mientras reforzaba el abrazo a Alejo, quien se restregaba la cara con frustración—. ¿Qué te dijo?
—Lo más obvio. No quiere verme, le dije que estaba viviendo acá y quiere que me vaya, y es lo que pienso hacer...
—No, vos no te vas a ir a ningún lado —soltó Alejo inesperadamente, ante la atónita mirada de la rubia—. Yo voy a hablar con él, le debo una disculpa por haberle mentido. Mariano te va a necesitar cuando salga de acá, y sé que a pesar de todos tus errores lo amás tanto como para acompañarlo en su peor momento.
—¿Quién te entiende, Alejo? Primero me bardeás por todos mis errores, ¿y ahora querés que me quede contra su voluntad? Mariano no quiere verme, ya me lo dijo...
—Mariano te ama, Eli —la interrumpió—. Ahora está shokeado por lo que le dijiste. Pero si hay alguien que puede dar fe del inmenso amor que siente por vos, ese soy yo. Y te digo más. Por momentos... me dolía que haya olvidado a mi hermana. Pero después comprendí que era lo mejor. De nada servía que siga viviendo con su fantasma.
Alejo limpió con la yema de sus dedos una lágrima que escapó al recordar a Daiana. Marilia se abrazó a su torso, y Elisa se sumó al abrazo. Alejo extendió su brazo izquierdo y la recibió. Se abrazó a las dos mujeres que lloraban en silencio y también se dejó llevar. Besó con dulzura sus dos molleras y se desenredó del abrazo, pero aún sosteniéndolas por los hombros.
—Somos una familia ahora. Los cuatro. Perdón, los cinco —se corrigió entre risas—, también está Marianito. Nunca lo olviden. Las adoro a las dos. Bueno, a vos no. A vos te amo con todo mi ser.
Alejo besó a Marilia, y Elisa se apartó mientras sonreía al ver a la pareja besarse. Y es que así era, así habían sido todos esos meses que Mariano estuvo hospitalizado. Una familia que la mayoría de las veces se juntaba a cenar, en la que entre todos ayudaban a Elisa a criar a Marianito, en un entorno de amor y cuidado. Una familia que a veces tenía sus discrepancias, como esas contadas veces en que Alejo le reprochaba las cosas a Elisa. Pero el cariño que sentían el uno por el otro derribaba todas esas pequeñas cosas que los enfrentaban.
Seis meses después de su despertar, Mariano fue dado de alta. Había recuperado todos sus recuerdos, y su cuerpo respondía de a poco. Sin embargo, necesitaba asistencia para las tareas diarias de la vida, como comer, higienizarse, y seguir con los ejercicios para volver a caminar. No habían quedado secuelas neurológicas, y eso era un verdadero milagro. Si bien ya hablaba bastante fluido y no quedaba ninguna laguna en sus recuerdos, aun podía presentar algún síntoma, como olvidar algo, o en el peor de los casos, convulsionar. Mientras seguía avanzando en su recuperación completa, estaba atado a una silla de ruedas. Aun así, tenía ganas de seguir en este mundo, y agradecía a ese Dios en el que había dejado de creer hace años por esa segunda oportunidad que se le otorgaba.
Su relación con Elisa no volvió a ser la misma. Seguía mirándola con reticencia, aunque ya no tanto como antes. Aquella tarde, luego de que recuperó la memoria, Alejo habló con él. Luego de disculparse por mentirle y exponerle los motivos por los cuales había distorsionado los hechos, intentó que recuperara ese inmenso amor que sintió por Elisa. Le contó cuánto sufrió por ella, y le hizo ver que ahora tendría todo aquello que tanto había deseado. Sin embargo, Mariano seguía sin sentir una gota de amor por la rubia, sentía un profundo rencor por haber terminado así por culpa de ella y de sus hirientes palabras, aunque flaqueaba al ver cómo la chica lo cuidaba, con más dedicación que a su propio hijo.
Era septiembre, había pasado un mes de la convivencia casi forzada con Elisa. Forzada por Alejo, bajo la premisa de que ella era su pareja, pese a todo lo que había sucedido. La rubia había salido unos minutos hasta el mercadito chino del barrio por leche para el niño, que se había quedado bajo la supervisión de Mariano desde su silla de ruedas. El pequeño jugaba en el suelo del living bajo su atenta mirada, hacía circular con su mano un pequeño colectivo que le había regalado su tío Alejo. Marianito tomó el juguete y lo colocó en el regazo de Mariano.
—¡Mira, papi! Es como el de mami. ¿Cuándo me vas a llevar a dar una vuelta? Mami no quiere llevarme...
—¿Por qué? —lo interrogó Mariano.
—Porque dice que si me lleva a dar una vuelta en el coectivo un señor me va a llevar. Y yo lo vi. Es malo. Siempre pelea con mami y con los tíos.
—¿Qué tíos?
—El tío Alejo, el tío Matías, el tío Fernando, el tío Ulises... —El niño enumeraba con sus deditos todos los choferes que lo cuidaban en la terminal—. Ese señor me dijo que es mi papá. Y yo le dije que no.
—Marian... Ese señor que vos decís es tu papá. Yo no soy tu papá, yo solo soy un amigo de tu mamá.
—No. Ese señor es malo, mami llora cada vez que lo ve. No es mi papá, es un mentirosio.
—Mentiroso —lo corrigió—, se dice mentiroso. Y sí. Digamos que yo soy tu papá, yo te vi nacer en mi colectivo, y ayudé a tu mamá a criarte. Yo soy tu papá del corazón, pero ese señor también es tu papá. Y si algún día mamá quiere que lo veas, lo vas a tener que ver.
—No, no quiero.
El pequeño se abrazó a las piernas de Mariano, éste lo tomo y lo sentó en su regazo, entregándole el juguete. Acarició su rubio cabello y dejó un beso en su mollera antes de abrazarlo. Volvió a pensar en Daiana y en el hijo que perdió, en todo lo que lo había llevado a estar en ese momento sentado en una puta silla de ruedas. Era hora de que tomara las riendas de su vida.
Pero, ¿cómo?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la puerta de entrada, Elisa los sorprendió abrazados y se asustó.
—¿Qué pasó?
—Nada... Hacele la leche a Marian y hablamos.
Elisa se asustó un poco ante esas palabras, preparó la chocolatada y dejó al niño solo en la cocina. Se sentó junto a Mariano mientras desde su lugar vigilaba la merienda de su hijo.
—¿Por qué no me dijiste que el padre de Marian te estaba atosigando?
—¿Qué sentido tenía? Vos apenas recordás nuestra historia, ¿para qué abrumarte con más cosas? Pará... ¿quién te dijo eso? ¿Alejo?
Mariano negó con la cabeza y señaló hacia la cocina. Elisa miró a su hijo y comprendió todo.
—Marianito tiene miedo de que se lo lleve el señor malo que te hace llorar —aclaró.
—¿Qué más te dijo? —preguntó con un hilo de voz.
—Que siempre se pelea con sus tíos, Matías, Alejo... Y deduzco que un par más de choferes...
—Fernando y Ulises —completó Elisa—. Sí, recuerdo ese día...
—Mirá donde te vengo a encontrar... ¿No te alcanzó con uno que tuviste que venir a meterte a la madriguera de estas ratas? ¿Dónde está mi hijo?
—¿Ahora te acordás de tu hijo? ¿Qué pasó? ¿Te mandó mi mamá?
—No, ni tu mamá sabe dónde estás. Por eso me ofrecí a buscarte. Y menos mal que te encontré yo primero. Si ella te viera así... La matarías de un infarto. ¿Qué haces así disfrazada?
—No es un disfraz, es mi uniforme de trabajo, ahora soy chofer. Y si ya me encontraste podés irte por dónde viniste. Se me hace tarde, tengo que hacer mi última vuelta.
—¿Chofer? ¿Vos? ¡Por favor! No seas ridícula y decime dónde está mi hijo.
En ese momento, Darío se dio vuelta al escuchar una estridente risa infantil. Su hijo venía sentado en los hombros de Ulises, mientras Fernando le sacaba carcajadas sonoras haciendo gesticular al oso de peluche que tenía entre las manos. El hombre estalló de furia al ver a su hijo en manos de dos choferes. Sin emitir palabra, se dirigió a paso firme hacia los dos jóvenes, quienes no permitieron que Darío tocara al pequeño.
—¡Darío! —Elisa corrió hacia ellos—. ¡Basta! ¡Andate! ¡No tenés nada que hacer acá!
—¿Y así crías a nuestro hijo? ¿Dejándolo en manos de estos dos brutos?
—¡Eh, flaco! ¿Qué te pasa? —lo increpó Fernando—. Calmate un poco, estás asustando a Marianito.
—¡Es mi hijo! Y ya mismo me lo llevo de este basurero.
Cuando Darío amagó a tomar al niño de los hombros de Ulises, el muchacho se corrió al tiempo que Elisa lo tomaba de los hombros. En el intento de quitarse las manos de la rubia de encima, hizo un movimiento brusco que terminó por tambalear a la mujer. En ese momento, Fernando se enfureció al ver a su compañera casi al borde de caer, se abalanzó sobre Darío y le propinó una trompada. Mientras Elisa trataba de separarlos, Ulises abrazaba a Marianito que no dejaba de llorar del susto, alejándolo de la escena. Alejo justo estaba ingresando a la terminal para empezar su turno laboral cuando vio semejante espectáculo, y no dudó ni un segundo en ir a socorrer a sus amigos.
—¡Ey, ey, ey! ¡Basta! —Alejo logró lo que Elisa jamás pudo, separar a los dos hombres que se habían trenzado en una lucha a puñetazos.
—¿Qué pasa acá? —Matías también se hizo presente en la escena ante el aviso de Ulises, quien se había resguardado bajo llave en la oficina de administración con el niño.
—No te importa, vine por mi hijo y no me voy de acá sin él —escupió Darío sin mirar a su interlocutor—. No voy a dejar que esté un minuto más con esta parda de brutos.
—Pero mirá dónde te vengo a encontrar... ¿Así que vos sos el hijo de puta que la dejó sola a Eli por salir con uno de nosotros?
En ese momento, Darío dirigió la vista a quien le hablaba y empalideció. Tragó saliva, abrió sus ojos lo más que le permitieron sus párpados, y se tiró hacia atrás como quien ve a un fantasma.
—No puede ser... ¿Romero? No... Es imposible que seas colectivero. No, no, no...
—No, no es imposible, me estás viendo. Soy chofer, inspector, administración, mantenimiento... En simples palabras, soy el dueño de esta empresa —remarcó—. Lamentablemente te metiste con mi equipo de trabajo, con mis amigos, pero principalmente te metiste con mi sobrino. Le tocás un solo, uno solo, ¡un solo pelo, a él o a Elisa! —reforzó la amenaza tomándolo de la camisa—, y vas a terminar limpiando los baños del fondo con la lengua. ¡¿Me entendiste?!
Matías lo soltó con desprecio y cayó sentado al polvoriento suelo. Elisa seguía abrazada a Alejo, quien sobaba su espalda a modo de consuelo para acallar las lágrimas que derramaba en silencio por el mal momento vivido. Darío se sintió humillado desde su lugar en el piso, se puso de pie con la poca dignidad que le quedaba. Sacudió un poco su costoso traje ya arruinado por el polvo y la sangre que manaba de su nariz y que limpió torpemente con el dorso de su mano, y se alejó sin emitir sonido, mirando con odio a Elisa.
—¿Fer? ¿Eli? ¿Están bien? —se preocupó Matías.
—Sí... Tranqui, el único que cobró fue él —respondió Fernando minimizando el asunto mientras se acomodaba lo poco que se había desaliñado—. No sabe pegar el fantasma éste, pega como una nena, no me embocó ni una sola piña. Payaso...
—Mati... —intervino Alejo—. ¿Qué le hiciste para que salga así tan espantado?
—¿Yo? Nada. Querrás decir qué hizo él... No le conviene que abra la boca.
—Es lo de La Matanza, ¿no? —inquirió Elisa—. ¿Que lavaba la guita en el municipio cuando era concejal?
—No, esa no la sabía. Mirá, ahora tengo más motivos para agarrarlo de las bolas.
—¿Y qué sabés entonces, Mati? —se impacientó Alejo—. Porque para que salga así espantado tiene que ser muy groso.
—Lo es. Este sorete era parte de una red de trata. Iba a buscar chicas al club del tío de Marta, se hacía pasar por agente y les prometía carreras de modelo. Ale, ¿te acordás de Rubí?
Alejo entrecerró los ojos, y cuando recordó, los cerró por completo mientras su cara se transformó en dolor. —No me digas que...
—Lo más probable es que sí. De las chicas que se fueron diciendo que habían conseguido una mejor oportunidad, Carla era la única cercana a Marta. Ella intentó contactarla para ver cómo le iba con su trabajo de modelo, y nunca pudo. Cuando Darío volvió un mes después, Marta lo encaró, yo estaba con ella. Empezó a soltar evasivas, que quizás se le habían subido los humos, que la deje tranquila... Y al toque le saqué la ficha.
» Lo agarré del cuello y me lo llevé a la calle. Cuando me vio con la luz de los faroles de la vereda, me reconoció como el nieto de Romero y se cagó todo. Me rogó para que lo dejara ir, que no iba a volver por el club. Le pregunté para quien trabajaba y no quiso decirme. No me enorgullece esto, pero lo cagué a trompadas para que hable... Y no dijo nada. Lo dejé semi inconsciente en el piso, fui adentro a buscar a Marta, a ver si ella me ayudaba a apretarlo para que cantara. Y cuando salí ya no estaba, todavía no me explico cómo hizo para levantarse porque lo molí a golpes. Nunca más supe de él, hasta ahora.
Los ojos de Elisa no paraban de emanar lágrimas, todavía le daba escalofríos pensar que había dormido con semejante monstruo, y mucho peor: que compartían un hijo. La cara de Matías oscilaba entre la rabia y la impotencia, sus dedos estaban aferrados a los apoyabrazos de su silla de ruedas, mientras se notaba claramente que mantenía la mandíbula apretada para no llorar. Y no lo dudó.
Con sumo cuidado, y haciendo caso omiso a las advertencias de Elisa, se puso de pie. Se mantuvo en el lugar mientras sus piernas se acostumbraban al peso de su cuerpo, más allá de que estaba mucho más flaco que al momento del accidente, y caminó con cautela hacia la cocina, en donde Marianito tomaba su merienda mientras jugaba con el colectivo sobre la mesa. Se sentó de lado en la cabecera, quedando de cara al niño.
—Hola campeón.
—Hola tío —respondió el niño con la boca llena de galletitas de animalitos.
—Quiero que escuches una cosa. —Marianito posó sus ojitos en él—. Sé que hace un rato te dije que yo no era tu papá, que vos tenías un papá, y que quizás mamá en algún momento quería que lo vieras.
—Sí... Pero no quiero ver al señor que hace llorar a mamá.
El niño comenzó a llorar, y Mariano se apresuró a tomarlo entre sus brazos con algo de dificultad, aun sentado en su silla. Elisa, quien presenciaba la escena desde la puerta de la cocina, amagó a asistirlo, pero Mariano negó con la cabeza. Acomodó al niño en su regazo, y prosiguió.
—Tranquilo. Sé lo que dije hace un momento. ¿Pero sabés qué? No tenés que ver nunca más a ese señor. Y si algún día, cuando seas más grande viene a buscarte, venís y me lo decís. Tenés razón, yo soy tu papá, y siempre, pero siempre, los voy a cuidar a los dos. A vos y a mamá. ¿Está bien?
—Sí, papi. Te quiero mucho, papi.
—Yo también, porotito. Te amo.
Mariano bajó de su regazo al niño, quien volvió a su merienda, y se levantó con dificultad de la silla. Caminó a paso lento hasta estar frente a Elisa, limpio las lágrimas que aún rodaban por su rostro con los pulgares, la tomó de la nuca y la besó. Primero con suavidad, para que ambos se acostumbren al contacto después de tanto tiempo sin probarse, y luego con intensidad, con urgencia.
—Marian...
—No digas nada. —La calló con un corto beso en los labios—. Fui un idiota por ignorarte todos estos meses que me cuidaste con devoción, incluso más que a tu propio hijo. Y en parte, el accidente fue mi culpa. Tal vez si hubiera tenido las pelotas para cagarme en todo en aquel momento... Hubiera mandado a la mierda a tu vieja, a tu ex, a todos los que se interponían entre nosotros, y no hubiera pasado esto.
—No, es mi culpa. Si no hubiera sido tan hiriente esa tarde... Yo no sabía que tenías problemas de alcohol y drogas, tampoco sabía todos los fantasmas que tenías encima desde la muerte de tu ex. De todos modos, no es excusa. Fui muy hija de puta, y vos lo pagaste caro.
—Ya no más, Eli. Vamos a empezar de cero. A pesar de todo, yo te amo. Te amo tanto como amé a Daiana en su momento. Y me regalaste un hijo que, aunque no tenga mi sangre, lo siento mío. Ustedes son mi fuerza para levantarme de esa puta silla de ruedas, no me necesitan postrado, me necesitan de pie para que los cuide de basuras como Darío. Si no fuera por Mati quizás hubieras perdido a Marianito, no me va a alcanzar la segunda vida para agradecerle a ese hijo de puta que adoro como si fuera mi hermano.
—Pero de a poco, mi amor. No quiero que apures tu recuperación, el doctor dijo que...
—El doctor me puede chupar bien la pija. Lo que necesito para volver a ser el de antes está en esta casa y en la de al lado. Ustedes son mi familia, son mi motor para volver a ser el de antes.
Elisa sonrió y lloró de alegría. Estaba conociendo al verdadero Mariano, ese que irradiaba vida y cariños soeces a su paso. Le resultaba extraño verlo tan extrovertido y parlanchín, dado que ella lo había conocido en su faceta sombría, luchando con sus adicciones, viviendo casi por obligación. Incluso Alejo se comportaba distinto estando con él. Juntos, eran dos adolescentes que recién se graduaban de la escuela secundaria.
Y nada más alejado de la realidad. Estaban retomando en donde se quedaron, el momento en que apenas entraban en la vida adulta. La muerte de Daiana y todas las tragedias que les tocó vivir, cortaron la grabación de los momentos que todo ser humano atesora: el traspaso de la adolescencia a la juventud, y de ahí sin escalas a la vida adulta.
Estaban presionando el botón de REC. Su vida estaba dando un drástico giro para bien, estaban comenzando a reescribir sus historias, era el momento de grabar en sus memorias los nuevos recuerdos que borrarían esa parte oscura de sus vidas. Daiana no estaba con ellos, pero ahora estaba Elisa, quien se ganó el cariño de los amigos. Incluso Alejo la veía como una hermana pequeña, a quien ha regañado en más de una oportunidad desde que se conocieron. No era Daiana, pero en ella veía esa hermanita que lo iba a hacer tío, y ya con eso cubría su cuota de hermano sobreprotector.
—A ver, familia.... Si me miran a la cámara...
Alejo esperó a que todos se acomoden en el cuadro, y presionó REC para comenzar a grabar con la vieja cámara de video VHS que encontró ordenando una vieja baulera. Ya eran una familia de nuevo, y había que retratar el momento para la posteridad.
¿Ya terminaron de llorar? Bueno. Preparen un pañuelo más.
Este es el último capítulo (inédito). La semana que viene publico el último extra, que si leyeron el Director's Cut ya lo conocen. Pero necesito que esté acá adentro para cerrar el episodio del secuestro de Marilia, para darle más realismo a la historia.
Para este extra, elegí un tema muy poco conocido de De Bueyes, una pequeña agrupación que formaron algunos músicos de La Bersuit, durante el intervalo que hicieron antes de volver a los escenarios. De hecho, sacaron un solo disco, de donde se desprende esta canción.
Recuerdo que los conocí allá por 2015, cuando este libro ni existía, y me empezaba a plantear reescribir 410 (hoy, Excalibur y Desconocido). Me Da Igual describe a Mariano y su desgano de vivir. Lo había usado en Ruta 3 en aquel momento, y no sabía qué poner acá, justo sonó ese y fue una iluminación divina al escuchar ese...
«No comprendo por qué cada tanto terminan las cosas bien o mal
Se agotan los ciclos y hay que volver a empezar a remar
Aunque duele dejar
Y es dificil cerrar
Aunque nunca olvides
Todo en un disco rigido esta»
En multimedia la versión de estudio, acá una en vivo. Temazo.
Me Da Igual – De Bueyes
(Mas que una Yunta – 2010)
https://youtu.be/x-MS9qcB0jw
Y para los melosos, Camila describe perfectamente cómo se sintió Elisa luego del despertar de Mariano. Alejate de Mí es ella dándose cuenta todo el mal que le hizo el tiempo que duró su relación antes de accidente.
Aléjate de Mí – Camila
(Dejarte de Amar – 2010)
https://youtu.be/KstbkZwnTv0
Capitulo dedicado a LadyC_mx, quien me ayudó con los detalles clínicos para describir la muerte de Daiana. Nena, se te extraña en Embajadores. Te dije que este capítulo iba a ser para vos, y acá está. Gracias, en serio.
Y mi aplauso de pie, porque de seguro estás ahí en la primera línea de batalla contra el fuckin' Covid.
💖👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻💖
Al resto que llegó hasta acá... Sé que parece despedida, y falta un capítulo. Pero lo inédito acaba acá, y por eso lo siento así. Pero noup. Un extra más, y después les pongo el orden cronológico para los que quieren hacer una segunda leída y ver la maduración de Alejo. O mejor dicho, la "versión novela" de este libro. Desde la adolescencia de Alejo hasta el Epílogo.
Sin más, nos vemos la semana que viene para el final final.
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