Play (Extra)

—¡¿Sos boluda, Liv?! ¡¿Cómo nunca me lo dijiste?!

—¡Yo que sabía, che! No sabía que era la misma línea, y vos tampoco me preguntaste.

—Libertad... ¿Me vas a decir que en trece años que nos conocemos nunca te diste cuenta?

—¡No, Sari! Sino te lo hubiera dicho, si yo sé cuánto amás a ese hombre...

—No, Liv. Ya no siento nada por él, es sólo un lindo recuerdo.

Libertad revoleó los ojos mientras suspiraba dramáticamente, y Sara se aferraba al mate que estaba tomando. Era una tarde tranquila en la veterinaria, las pocas mascotas que acudían se iban con una vacuna o con algún que otro accesorio. La chica venía de la petrolera, en donde también se desempeñaba como psicóloga a cargo de los preocupacionales de los ingresantes. Su mejor amiga Marilia le había conseguido otro puesto similar a demanda, pero en la línea para la que trabajaba Alejo.

Libertad tenía una entrevista laboral con Matías, el trunco amor de Sara.

—¿Vas a ir? —se animó a preguntar Sara.

—Sí... Necesito la plata. Hay momentos que no me llaman de la petrolera, y no quiero buscar un trabajo de otra cosa. O al menos hasta que se haga un hueco para trabajar en recursos humanos con Mari. Todo sirve.

—¿Y por qué nunca atendiste a particulares?

—Necesito un consultorio para eso... —se lamentó—. Y en casa no hay espacio, no quiero molestarlos con extraños entrando todo el tiempo.

Sara volvió a sentirse de sobra. Cuando Libertad se casó con su hermano Agustín, ella quiso irse para dejar a los recién casados solos, pero ninguno de los dos la dejó. Aun así, intentó alcanzar su independencia, pero los números no la ayudaban. Y en cuanto tuvo la oportunidad de mudarse, la parejita la incentivó a invertir el dinero en su propia clínica veterinaria, para así poder ejercer su profesión y dejar de trabajar como bancaria, aun después de haberse graduado.

—Es mañana... ¿Me acompañás?

—No... —negó frenéticamente con la cabeza mientras dejaba el mate sobre el mostrador—. Estás loca, ni en pedo vuelvo a pisar esa línea. Vos pensá que perdí contacto con Romina por no querer volver a viajar ahí, y ahora me estás pidiendo que vaya con vos a la terminal. Definitivamente no.

—¡Ay, Sari! No te pido que me acompañes adentro, me esperás en la puerta.

—¡Con más razón! ¿Qué sentido tiene que vaya?

—Así no voy sola. Pensalo así, voy a un lugar lleno de hombres que me van a ver por primera vez. Además, a Agustín no creo que le guste mucho la idea y no me va a dejar ir. Si voy con vos y consigo el trabajo, después ya no va a poder decir nada.

—No creo que te diga nada. Agustín y Matías eran amigos, él también sufrió conmigo su distanciamiento.

Volvieron a hacer un silencio que fue cortado por el ingreso de un paciente de cuatro patas. Mientras Sara revisaba los síntomas del perrito que yacía sobre la camilla, pensó en la propuesta de Libertad. Habían pasado trece años desde la última vez que se vieron en su casa, tenía miedo de lo que pudiera encontrar. ¿Y si había hecho su vida? ¿Si finalmente había conseguido una mujer que lo ame por quién era y no por lo que tenía? Había bajado el perfil, sí. Por eso nunca más supo de él, porque los medios amarillistas habían dejado de atosigarlo a toda hora.

Sara podía engañar a todo el mundo diciendo que había superado a Matías, pero jamás pudo mentirse a sí misma. Después del intenso romance que tuvieron, a Sara se le hizo difícil reconstruir su corazón por segunda vez. En los brazos de Matías había superado la perdida de Sebastián, pero ningún hombre pudo ayudarla a superar a Matías. Ni siquiera su ex esposo, Juan Sebastián, ese matrimonio fue un error de pocos meses. Después de su divorcio, había tenido sus citas y sus romances fugaces, pero ninguno se acercaba al hombre que se había llevado su corazón aquella tarde.

Miles de recuerdos inundaban su mente al mismo tiempo que el líquido inundaba el sistema del perrito que estaba inyectando. Acarició el pelaje de la mascota, que le agradecía el analgésico moviendo la cola, y suspiró decidida. Sparky, su paciente, la miraba desde su posición, levantó la cabeza, y luego de besar su mano con un lengüetazo le guiño un ojo.

Sonrió. Y lo tomó como un incentivo.

—Va a estar bien. Dale mucha agua, y por unos días va a seguir esta dieta. —Sara le extendió una receta con instrucciones a seguir—. Si mañana sigue igual me lo traés de nuevo, pero hoy a la noche ya va a estar más recuperado.

—Gracias, doctora. ¿Cuánto le debo? —preguntó la jovencita con algo de temor, mientras abría su monedero.

—Nada, Sparky me acaba de pagar. Vayan.

—Pero... —titubeó la chica.

—Pero nada. Es un secreto entre él y yo. No le digas a tu dueña lo que me dijiste recién, eh. Que quede entre vos y yo.

Sara beso la cabeza del perro y se despidió de la chica, que se deshacía en agradecimientos por no haberle cobrado la consulta. Salió del consultorio y volvió al mostrador, en donde Libertad seguía tomando mate mientras se mensajeaba con alguien.

—¿A qué hora tenés la entrevista mañana?

—Dame un segundo... —pidió sin despegar la vista del aparato—. A las tres, ahí me acaba de confirmar Matías.

—¿Estás hablando con él ahora?

—¡Y sí, boba! Marilia me dio su número para que lo contacte por el laburo, pasa que primero quería hablarlo con vos. Si me decís que es tu ex, entonces ya no me da tanto temor. Igual, también está Alejo para cuidarme, así que... —Libertad hablaba rápido hasta que procesó la pregunta que le había hecho su cuñada—. Esperá... ¿Me vas a acompañar?

—Pero solo esta vez. Y te espero adentro del auto, afuera de la terminal.

—¡Sí! —Libertad saltó del banco en el que estaba sentada y se abrazó a Sara, pero al instante se desenredó y la observó seriamente—. Pero... ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—No se... ¿Sparky?

—¿Sparky? —repitió.

—Mi paciente que se acaba de ir.

—Ah... Cierto que cada tanto te sale la Blancanieves y empezás a hablar con los animales —ambas rieron y siguieron con la ronda de mates.

Esa misma noche, Libertad le contó a Agustín sobre la oportunidad de trabajo que se le había presentado en la línea. Y tal como lo supuso, el hombre puso el grito en el cielo por tratarse de un trabajo en el que tendría que estar en un ambiente lleno de hombres.

—Mi amor... ¿Sabés quién me llamó?

—¡No me importa si te llamó el mismísimo presidente! No me gusta que estés en un lugar lleno de choferes babosos.

—Casi... —susurró Sara, mirando a Libertad de reojo y conteniendo una risa.

—¿Qué dijiste? —Agustín interrogó a su hermana.

—No será el presidente el que la llamó, pero sí el nieto.

Agustín enmudeció, y las miró tratando de comprender. —¿Matías? —Ambas asintieron con la cabeza—. ¿Y cómo...? ¿Sabe que es tu cuñada?

—No —intervino Libertad—. Alejo, el marido de Marilia, fue el que me consiguió el contacto. Matías quería una psicóloga y él pensó en mí.

—¿Alejo trabaja en la línea de Matías? ¿Cómo nunca me lo dijiste, amor?

—Y van de nuevo... —susurró exasperada para sí misma—. ¡No sabía que era la misma línea, che! Hay doscientas líneas en Capital, ¡yo qué sabía que los dos trabajaban en la misma!

—¡Tenés razón! ¡Me había olvidado! Cuando fue lo del psicópata que secuestró a Mari me lo había comentado, pero no creí que Alejo fuera tan allegado a Matías.

—Y no me dijiste nada... —le recriminó Sara.

—¿Y para qué te lo iba a decir? Con lo que te costó salir adelante no tenía sentido mencionártelo. Y... ¿Vas a ir? —interrogó a Libertad para evadir el tema.

—Sí, sabés que necesitamos la plata. Yo ya iba tranquila porque estaba Alejo, pero si me dicen que Matías va a ser mi jefe... No hay nada de qué preocuparse.

—¿Y vos Sari? ¿Qué decís? Digo...

—Ya sé... Y no. Pasaron trece años, de seguro él ya hizo su vida y yo... Estoy bien. Y para que te quedes tranquilo, mañana la voy a acompañar. Me dejan los platos en la pileta, mañana los lavo. Me voy a acostar, me duele un poco la cabeza. Buenas noches, chicos.

Sara le dio un beso a cada uno y se internó con toda la naturalidad del mundo en su habitación. Agustín y Libertad intercambiaron una mirada cómplice, ambos ya sabían todo lo que pasaba por la cabeza de Sara.

—Creo que la vas a tener que cuidar vos a ella.

—Ya lo sé, todavía están a tiempo de seguir en donde se quedaron.

—Siempre y cuando Cachorro no haya formado una familia —sopesó Agustín.

—No... Está soltero, nunca la olvidó.

—¿Cómo sabes eso?

—Mari me dijo que vive amargado, abocado a su trabajo.

—Como mi hermana... —se lamentó Agustín, bajando la cabeza.

—Ya va siendo hora que se junten, ¿no?

—Sí... Ya es hora.

Y así fue, que cuando se hizo la hora Libertad y Sara se encontraban en el predio de la línea. Libertad se internó en el playón a pie, mientras Sara aguardaba adentro del auto.

Pero los minutos pasaban, y fueron tantos que se convirtieron en una hora. Sara comenzó a impacientarse y a pensar lo peor. Esperó media hora más, pero su cuñada seguía sin aparecer. Preocupada, salió del auto sin pensarlo demasiado y se adentró en la terminal.

Apenas puso un pie en el playón, miles de recuerdos volvieron a inundar su mente. Todo seguía igual, nada había cambiado en aquel lugar. Fue caminado por el medio, entre decenas de colectivos estacionados, algunos choferes que rondaban por ahí la observaban confusos. Elevó la vista hacia el fondo, y lo que vio le partió el corazón.

Abandonado, destruido, y con vestigios de óxido en sus detalles, el 410 se hallaba al fondo del playón, en el mismo lugar que Alejo lo había estacionado años atrás después del ataque de ira de Matías. Sara se acercó como posesa hacia el colectivo, pero un chofer la increpó.

—Señora, no puede estar acá, es área restringida.

Sara hizo caso omiso, esquivando al chofer y acercándose hacia su objetivo. Apoyó su palma extendida sobre el coche y cerró los ojos.

—¡Eu! ¿Le decís a esta loca que no puede estar acá? —Ella escuchó cuando el hombre pidió asistencia para sacarla.

—¿Sara?

Ella se dio vuelta y se chocó de frente con sus dos tarros de miel. Se sorprendió, estaba igual. El pelo un poco más corto, el cuerpo algo más tonificado, aún así lo recordaba.

—Toto... Cuanto tiempo sin verte.

Alejo se estremeció al volver a escuchar ese apodo después de tantos años, pero no la culpaba. Sara no sabía por todo lo que él había pasado para renunciar a su apodo. Recibió su abrazo y pudo sentir cómo el cuerpo de ella temblaba de los nervios por volver a chocarse con el pasado.

—¿Que andás haciendo por acá después de tantos años?

—Vine a acompañar a Liv, mi cuñada, a una entrevista con Matías.

—Pará... ¿Liv es tu cuñada? ¿En serio me decís?

—Bueno, yo los dejo —intervino el chofer—. Por lo que veo se conocen. Hacete cargo vos si pitufo gruñón se calienta porque le tocaron la chatarra. Sabés que no deja que nadie se acerque a este colectivo.

—Tranquilo, a ella no le va a decir nada. Andá. —Volvió a poner la atención en Sara—. Entonces, si Liv es tu cuñada vos...

—Soy la hermana de Agustín.

—Yo a tu hermano le debo la vida, si no fuera por él, Nahuel me hubiera matado aquella noche en Alpargatas. No puedo creerlo... Que chico que es el mundo.

—Sí, la verdad... —filosofó Sara—. Yo ayer me enteré de que vos trabajabas con él.

—¡¿Pero nunca te diste cuenta?! Marilia y Libertad son muy amigas, ¿nunca sospechaste que el Alejo marido de su amiga era yo?

—No... —rio—. Es que para mí siempre fuiste Toto, nunca me paré a pensar que eras ese Alejo. Por cierto, ¿Liv dónde está? Hace una hora y media que entró y todavía no salió.

—Fijate en administración, si está la puerta del fondo cerrada es porque siguen reunidos.

—Dale... Me alegra verte, Toto.

—Ehm... Ya no soy Toto, decime Ale. Es largo de explicar, seguro Liv puede contarte.

Sara sonrió y se dirigió a paso lento hacia la oficina de administración. El recinto estaba vacío, y la puerta del fondo estaba entreabierta. Se escuchaba un tango y la voz de una mujer hablando, una voz que no era la de Libertad, y volvió a preocuparse. Se acercó un poco sin hacer ruido y se dispuso a escuchar.

—¿Qué te molesta, Eli? A mí me gusta.

—¡Ay, por favor! A mí también me gusta el tango, pero vos ya te pasás. Me deprimís más de lo que ya estoy.

—A Marianito le gusta, mirá cómo juega contento. Por cierto, ¿cómo está Mariano?

—Igual... Responde a los estímulos pero no despierta. Ya estoy empezando a perder las esperanzas, lleva un mes así.

—Pero está vivo, Eli. Mientras hay vida hay esperanza.

—Y todo por mi culpa, Mati...

De repente, silencio, solo se oía el tango de fondo y a la chica llorar. ¿Mariano? ¿Acaso sería el mismo chofer que ella había conocido?

—No fue tu culpa, dejá de culparte. Él tenía problemas de adicciones, era algo que podía pasar tarde o temprano.

Al escuchar esas palabras, Sara confirmo que era el mismo Mariano que ella había conocido. ¿Qué había pasado en esa docena de años? Primero Alejo, que no quería que le digan Toto, cuando siempre se presentaba así. Ahora Mariano hospitalizado, y esa mujer que parecía tener un vínculo con Matías. Y el niño, que se lo escuchaba reír y jugar a través de la puerta abierta. ¿Qué hacía un infante en una línea de colectivos? ¿Acaso esos dos habían sido padres?

Demasiados baños de realidad había tenido en tan poco tiempo. Sara salió de la oficina de administración sin mirar atrás, pero al pisar el playón recordó que aun no tenía noticias de Liv. Se recargó sobre la pared de la edificación, sacó su teléfono del bolsillo y le envió un mensaje.

Liv, donde estás??? Me estás asustando, todo bien??? ✓✓

Siii. Ya empecé. Estoy evaluando a dos aspirantes, si querés ir, andá. Después me vuelvo en colectivo, al menos esa es la ventaja de trabajar acá xD ✓✓

No, dale. Te espero. ✓✓

No volvió a recibir respuesta, así que lo tomó como una afirmación. Y mientras cerraba la aplicación de mensajes, la mujer que se encontraba con Matías salió de la administración con el niño en brazos, una mochila en su hombro, y... ¿una camisa reglamentaria? La rubia detuvo su andar, dejó al niño en el piso, y efectivamente comprobó el logo en el bolsillo de la camisa. El pequeño corrió hasta algunos choferes, quién al verlo lo alzaron y lo colmaron de besos. Lo más extraño era que ninguno de ellos notaba su presencia, como si fuera un fantasma. Hasta que vio sus ropas, quizás el ambo médico celeste la camuflaba. No, era imposible no notar que había una extraña rondando la terminal.

Y volvió a sentirse incómoda, estar allí le removía demasiados recuerdos. Así fue como recordó al Pulga, el perrito que ella supo cuidar cada vez que acompañaba a Matías. Observó la cucha, estaba vacía así como los platos de agua y comida. Era más que obvio que el perrito ya no estaba vivo.

Necesitaba saber qué había sucedido en todo ese tiempo, quizás así aliviaría su procesión interna, esa que después de todo lo que había visto se había intensificado. Entró decidida a la administración, se acercó a la puerta entreabierta y se quedó sin aliento.

Un moderno sistema de música hacía un bello contraste generacional con el tango que reproducían sus parlantes. El alborotado y despeinado cabello castaño que siempre lució había sido rasurado, sus ojos verdes concentrados en las planillas que evaluaba con atención. De su nariz colgaba un piercing, y sus labios delineaban el tango que estaba escuchando. A Sara le temblaron las piernas, tanto que se apoyó en la puerta, sin contar que a las bisagras les faltaban lubricación. Matías levantó la cabeza y se quedó pasmado.

Parpadeó un par de veces para corroborar que no era su imaginación, como ya le había sucedido anteriormente. Dejó la birome sobre el escritorio y se puso de pie. Rodeó el escritorio al mismo tiempo que Sara entraba en la oficina. Se paró frente a ella y la observó detenidamente. Con sus manos acunó su rostro, lo que provocó que Sara cerrara sus ojos en un acto reflejo, sintiendo nuevamente el calor de aquellas manos que tanto había anhelado.

Volvió esa noche, nunca la olvido, con la mirada triste y sin luz. —Matías cantaba el tango que irónicamente sonaba en ese momento, mientras le acariciaba las mejillas con sus pulgares—. Y tuve miedo de aquel espectro que fue locura en mi juventud.

Soltó su rostro y tomó sus manos, las elevó y observó los nudillos de Sara. Sonrió al no ver ninguna alianza en sus dedos. Con su brazo izquierdo rodeó la cintura de ella, y con su mano derecha extendió su brazo para ponerse en posición de baile. Matías comenzó a bailar Volvió Una Noche, en la voz de Julio Sosa, ante el desconcierto de Sara, que se dejó llevar por el vaivén del dos por cuatro.

Bailaron esa canción y una más, Mano a Mano, otra ironía del momento. Bailaron a pesar de que Sara apenas recordaba aquellos pasos que le habían enseñado en la escuela. Bailaron hasta que la química, intacta entre ellos, les quemó en las manos al tocar el cuerpo del otro. Se desenredaron con timidez, y tomaron asiento en las dos sillas que se encontraban en el escritorio, frente a frente.

—Perdón, pero tenía que comprobar que no era mi mente la que me jugaba una mala pasada —se excusó Matías con la mirada clavada en el suelo. Ante el silencio de Sara, decidió continuar—. ¿Qué haces acá? Creí que me habías olvidado, te hacía felizmente casada con el mexicano.

—No... Ese matrimonio fue un error, a los tres meses ya nos habíamos divorciado. Es más, Juanse se volvió a casar.

—¿Y vos? —la interrumpió—. ¿Qué es de tu vida?

—Acá me ves. —Sara extendió sus manos hacia los costados—. Me recibí y tengo mi propia clínica veterinaria, vine a acompañar a Liv, mi cuñada.

—¿Agustín se casó? —contuvo una risa—. ¿Con la mejor amiga de la mujer de Alejo? ¡Es increíble! Que chico que es el mundo, por Dios.

—Lo mismo me dijo Toto recién. Perdón, Alejo. ¿Por qué no quiere que le digan más así?

—Desde que Marta y Daiana murieron no deja que nadie le diga Toto. Y lo entiendo, es una forma de empezar de nuevo, de dejar atrás el pasado.

—¿Cómo que murieron? —Sara tapó su boca conmovida—. ¿Qué más pasó en todo este tiempo? ¿Y Mariano? Recién te escuché hablar de él con esa chica rubia. ¿Es la mamá de tu hijo? —Y se volvió a tapar la boca por la impertinencia que se le había escapado.

—No, es el hijo de Mariano. Bah... su hijo. Elisa era su novia. Bah... —volvió a corregirse—. Digamos que es su novia.

—Cada vez entiendo menos.

Matías comenzó a relatarle todo lo que había pasado durante esa docena y más de años. La partida de Camila, la muerte de Daiana, las adicciones de Mariano, le habló de Elisa y la tormentosa relación que tuvieron hasta el accidente.

—No puedo creer todo esto que me contás. —Sara se tapaba la boca mientras trataba de contener las lágrimas—. ¿Cómo hicieron para aguantar tanto?

—Somos una familia, los tres. Alejo y Mariano son los hermanos que nunca tuve, y bueno... Ahora también tengo a Elisa y a Marianito, ellos están solos.

—Creí que ella era tu mujer y él era tu hijo.

—No, jamás volví a formar pareja —confesó Matías bajando la mirada—. Ya perdí la cuenta de la última vez que estuve con una mujer. Nunca te olvidé, Sara. Y siempre guardé una esperanza de que volvieras.

Sara enmudeció. Tragó saliva y se removió en su lugar, intentando no hacer contacto visual con Matías, quien observaba detalladamente su expresión corporal. Se lo pensó un momento. ¿Y si volvían a intentarlo? Ya eran dos adultos hechos y derechos, con más cicatrices que hace años atrás. Ninguno estaba en pareja, por lo que tampoco habría terceros que pudieran salir lastimados. ¿Entonces? ¿Tenía sentido seguir sufriendo por estar separados?

—Listo, Matías. Te dejo los resultados... —Libertad entró en la pequeña oficina sin tocar o pedir permiso, y se detuvo en seco al ver a Sara—. Perdón... Espero afuera.

—No, Liv. No te preocupes, acá la que sobra soy yo. Los dejo trabajar tranquilos.

—Sara, nunca estás de sobra —aseguró Matías—. Gracias, Liv. —Tomó las carpetas que la chica le extendió—. Siempre que te necesite, te voy a estar llamando. Bancame que ahí te pago.

Matías rodeó el escritorio, abrió un cajón y comenzó a contar billetes. Acto seguido, colocó el dinero dentro de un sobre y se lo extendió.

—Gracias —esbozó Libertad con algo de timidez—, después te envío por Alejo la boleta de mis honorarios. Un gusto y un placer. —Se acercó a Matías, y lo saludó poniéndose en puntitas de pie con un beso en el cachete—. Te espero afuera, Sari.

Libertad, ni tonta ni perezosa, los dejó solos antes de que Sara pudiera acotar algo.

—Es muy simpática tu cuñada, me alegra que Agustín haya encontrado una buena chica.

—Sí.... Sufrió mucho por ella, y ella también por él. Merecían un final feliz.

—¿Y nosotros? ¿No merecemos nuestro final feliz después de todo? Ya viste que nunca te mentí, que ese chico no era mi hijo.

—Sí... —admitió, bajando la cabeza—. Lo vi en los programas de chimentos.

—¿Y por qué no volviste? Si sabías que te estaba esperando. —Matías acortó la distancia entre ambos y tomó su rostro con su mano derecha.

—No se... Por vergüenza, quizás. Me casé despechada con Juanse, amándote a vos... No se... Hice todo mal.

Sara se largó a llorar y Matías la acunó en su pecho. Acarició su cabello mientras agradecía al destino que la haya puesto de nuevo en su camino. Pensó en las palabras de Marta, años atrás.

No era tu destino, nunca se les fusionaron las auras.

¿Y si ese era su tiempo? ¿Y si ahora sí eran el uno para el otro? Marta ya no estaba para ver las auras de los dos, no era muy creyente pero él también supo creerle todo. Tenía miedo de volver a enamorarse y de que Sara vuelva a irse. Apoyo su mejilla en la mollera de ella y dejó escapar una lágrima. Extrañó a Marta, cuánto deseaba escuchar uno de sus sabios consejos.

Es ahora. No la dejes ir.

Matías se sobresaltó al escuchar en su cabeza la voz de Marta, en el recuerdo de una frase que ella jamás había dicho en vida. ¿Podía ser posible? Sin dudas, estaba enloqueciendo, sea lo que fuere aquello que escuchó en su mente iba a hacerle caso. Se separó de Sara cuando la notó más calmada, y se limpió la lágrima con disimulo.

—Dejemos atrás el pasado, empecemos de nuevo, de a poco. ¿Qué te parece si te invito a cenar esta noche? Podemos volver a aquel restaurante de nuestra primera cita.

—Preferiría que ahí no, mejor cambiemos nuestro destino.

—Si te invito a mi departamento, no voy a responder de mí, Sara.

—Si así tiene que ser, así será.

Matías no se contuvo, tomó su rostro y la besó. Sara se enredó de su cuello y se dejó llevar por la intensidad de ese beso que tanto había recordado por años. Ambos derramaron lágrimas que se disolvieron al llegar a sus labios perfectamente fusionados.

—Mierda, trece años y te sigo amando como el primer día —confesó Matías al terminar el beso.

—Ya no tiene sentido seguir mintiéndome, tampoco te olvidé. Por eso todas mis relaciones fracasaban, te buscaba en otros cuando debí haber vuelto a buscarte.

—Ya no más, princesa. Esta noche paso a buscarte, y después vemos qué hacemos. Todavía estamos a tiempo de seguir en dónde nos quedamos. Vamos, que Liv ya debe estar aburrida.

Matías enlazó sus dedos a los de Sara, y abandonaron la oficina de administración. Al salir, la mirada de Sara se volvió a desviar hacia la cucha del Pulga, y no dudó en preguntar.

—¿Hace mucho que murió el Pulguita?

—Trece años, un imbécil lo aplastó con el colectivo. Lo eché a la mierda de la bronca, era lo único que me quedaba de vos, fue un mes después de que nos separamos.

—Oh... —exclamó sorprendida—. ¿Y a tu colectivo? ¿Qué le pasó? Lo vi todo roto en el fondo.

—Ah, ese fui yo. Lo destrocé de la rabia el día que me dejaste, y ahí quedó.

Sara no se atrevió a seguir preguntando, siguió caminando mientras intentaba comenzar a familiarizarse con las nuevas sensaciones que estaba sintiendo. Volver a sentir la piel de Matías en su tacto, sus labios levemente hinchados por el beso que se habían dado minutos antes, y esa sensación de extraña felicidad que hacía años no sentía en su estómago. Era rara la situación, pero estaba dispuesta a dejarse llevar.

Pero al llegar a la vereda, Liv no estaba. La buscaron con la mirada en vano. Volvieron al playón y la siguieron buscando hasta que Alejo, quien se encontraba fumando un cigarrillo sentado en las escaleras de una unidad, dedujo lo que ese par estaba haciendo.

—Si la buscan a Liv, se fue. Se subió al interno de Mocho —informó mientras se acercaba a ellos.

—Que pendeja de mierda —protestó Sara entre risas—. Yo la esperé y ella me deja sola.

—Liv de boluda no tiene un pelo, Sara. Me extraña que no conozcas a tu cuñada. Hizo bien en irse, me alegro mucho por los dos.

Sara enmudeció y Matías sonrió con timidez. Alejo palmeó la espalda de su amigo y se alejó sin decir más. Sabiendo que Libertad ya se había ido, Matías acompañó a Sara hasta su auto.

—¿A las ocho está bien? —Matías ratificó la cita de esa noche.

—Nueve, a las ocho recién cierro la clínica, y no creo que quieras verme así vestida.

—Aunque vengas en harapos, no me importa. Solo quiero verte y estar con vos a solas de nuevo, tenemos trece años que recuperar.

Volvieron a besarse hasta que fueron interrumpidos por el celular de Sara. Se despegó de Matías con suavidad y consultó el aparato.

—Tengo que irme, tengo una emergencia.

—¿Pasó algo? —se preocupó Matías.

—No... Es un gatito que fue atacado por un perro, me necesitan en la clínica.

—Cierto... Todavía no me acostumbro a que ya seas doctora.

Sara se subió al auto sin perder tiempo, se despidió brevemente con un casto beso de Matías y se dirigió a su pequeña clínica.

El resto del día se le hizo eterno, se permitió volver a sonreír y a soñar con un amor como el de su hermano y Libertad, o con un amor tan infinito como el que tenían Alejo y Marilia, de esos que son inmunes al paso del tiempo.

Llegada la hora del cierre, bajó la persiana media hora antes, y estaba subiendo a su auto cuando su celular vibró en el bolsillo de su ambo.

No me aguanto y no me importa que estés vestida de veterinaria. Pasáme la dirección de la clínica y ya salgo para allá. ✓✓

Cómo supiste mi nuevo número??? ✓✓

Ya sé... Liv ✓✓

No importa, quiero verte ya. ✓✓

Acabo de cerrar, voy a casa a dejar el auto y a bañarme, te veo en media hora. Estoy a unas cuadras de casa. ✓✓

Listo. Salgo para allá. ✓✓

Dame tiempo a llegar al menos!!! ✓

Y ahí quedó el último mensaje, Sara rio por lo bajo y se dirigió a su casa a ponerse decente. Entró a las prisas, su hermano Agustín se sorprendió, nuevamente, al verla llegar apurada para internarse en la ducha. Y más lo sorprendió el hecho de ver a su hermana enfundada en un vestido, después de tantos años sin usar uno.

—¿A dónde vas tan empilchada? —En un extraño déjà vu, volvió a repetir la misma pregunta de añares.

—Voy a salir con alguien, ¿acaso eso no es lo que querías? —comentó con picardía mientras se maquillaba levemente.

—Vas a salir con Matías, ¿no?

—¿Cómo...?

Y como respuesta, escuchó un auto con la música al palo y el rugido de un motor potente. La secuencia se repetía trece años después, solo que esa vez Agustín estaba más que feliz de que su hermana intentara reconstruir la relación con quien fuera su mejor amigo años atrás.

—Sari... Ya era hora de que te decidieras a buscarlo. —Agustín abrazó a su hermana—. A diferencia de años atrás, me pone feliz que salgas con el nieto de Romero. —Ambos rieron por el comentario.

—Yo no fui por él, el destino se encargó de reunirnos, solo... me dejé llevar. Esta vez no quiero pensar, solo voy a dejar que las cosas sucedan. Creo que antes fracasamos porque yo pensaba demasiado en todo, y el amor no tiene que pensarse, tiene que sentirse.

—Bajo y le digo que te espere.

—Tratá de ser amable con él, no le hagas saber que lo odiás por todo lo que sufrí.

—No es necesario, nunca lo odié. —Agustín sonrió y abandonó la habitación rumbo a la puerta de su casa.

Matías esperaba pacientemente dentro del auto. Él sabía que no había respetado la hora del encuentro, y que debía esperar a que Sara se aliste. Se debatía entre esperar o escribirle para ver si ya estaba lista, cuando vio una silueta bajar las escaleras. Salió del auto ansioso y se sorprendió al ver de quién se trataba.

—Llegó la ley... —Matías volvió a bromear irónicamente ante su uniforme policial—. Juro que yo no fui oficial, yo no le robé el corazón a su hermana, fue ella quien me lo robó a mí.

—Sara ya viene, se está terminando de preparar.

—No es necesario que se arregle tanto, es hermosa de todos modos.

—¿Querés dejar de decir pavadas? Ya me está asustando todo este déjà vu. Pero no sabés qué feliz me pone verte de nuevo con mi hermana.

Agustín y Matías se abrazaron para romper las coincidencias y comenzar a cambiar el destino. La relación entre ellos también había quedado en pausa, y le estaban dando play nuevamente.

—Che, felicidades atrasadas por haberte casado. Liv es una chica divina, sin haberlos visto juntos ya puedo decir que hacen una linda pareja.

—Espero que me la cuides, ahora que va a trabajar para vos.

—Tranquilo, bro —lo interrumpió—. Está en buenas manos con Alejo y conmigo. Chofer que la toca, chofer castrado —ambos rieron—. Si antes tenía que cuidarla por ser la mejor amiga de Marilia, ahora que sé que es tu mujer con más razón la voy a cuidar.

—Podríamos cenar todos juntos mañana sábado, ¿no? Todavía no puedo creer que hayamos estado tan cerca y tan conectados. Jamás pensé que Alejo trabajara para vos, digo... Sabía que era la misma línea pero nunca pensé que... Dios, es muy loco todo esto.

—Alejo es como mi hermano también, y sé que ustedes se conocen. Me dijo que le salvaste la vida aquella noche que el demente secuestró a Marilia, pero jamás pensé que vos fueras el marido de su mejor amiga. Él mencionó tu nombre pero... Sí, es muy loco todo esto.

—¿Qué pasa ahí? —Sara los interrumpió, pero esta vez intentando ocultar la felicidad de volver a ver a ese par juntos.

—Cosas nuestras, poniéndonos al día un poco —respondió Agustín—. Los dejo, nos ponemos de acuerdo para mañana, ¿si?

—Yo me encargo de Alejo y Mari, nos vemos mañana, bro.

Los viejos amigos se despidieron chocando sus manos, como en los viejos tiempos. Agustín se internó en su casa, dejando a Sara y a Matías solos.

—Le voy a hacer caso a tu hermano y voy a romper el déjà vu. —Matías tomó el rostro de Sara y la besó con dulzura—. Tu agenda ya te la devolví hace años, y ya no voy a medir más lo que siento por vos, porque esto es lo que quise hacer el día de nuestra primera cita.

—Yo igual, no voy a pensar, solo voy a sentir y a dejarme llevar. Así que, haciendo caso a lo que siento y a lo que quiero, me vas a llevar a tu departamento, más precisamente a tu cama, y después vemos el tema de la cena.

—No se diga más.

Matías abrió la puerta de su ya viejo deportivo Nissan para que Sara suba, de un pique pego la vuelta hasta su lugar de piloto, y condujo sin distracciones hasta su departamento. Una vez dentro del inmueble, Sara fue quien comenzó a besarlo con urgencia, y él sólo se dejó llevar porque ya sabía lo que quería y necesitaba, pero igual quería dejar que sea ella quien tomara las riendas del recomienzo de la relación.

Se amaron entre las sábanas hasta la medianoche, cuando sus estómagos exigieron comida. Improvisaron unas pizzas con los ingredientes que tenían al alcance, y comieron en paños menores pasada la medianoche, sentados en el piso en la mesa ratona, y apoyados sobre el sillón.

—Imagino que ahora no tengo que llevarte a tu casa para evitar que tu hermano me asesine, ¿no?

—No... Además así los dejo solos, casado casa quiere, y la realidad es que yo siempre estuve en el medio de ellos dos. Necesitan su espacio como pareja, y yo ahí no cuadro.

—Venite a vivir conmigo —soltó sin pensarlo, ante la atónita mirada de Sara—. Sé que es rápido y que dije que íbamos a ir despacio, pero... Creo que no necesitamos perder más tiempo, fuimos dos boludos que nos separamos amándonos. Ni siquiera peleamos, sólo hicimos una pausa que se extendió trece años, y en el medio pasaron cosas que no mataron lo que sentimos. Y yo ya soy un desconocido, ningún medio se acuerda de mí, podemos tener la vida tranquila que siempre soñamos.

—Dejame pensarlo...

—No, no, no... —Matias tomó su mano, que reposaba encima de la mesa—. ¿Que dijimos de pensar? ¿Te gustaría? —Sara afirmó con la cabeza—. Entonces mañana empezamos a traer tus cosas, y así de paso dejamos solos a Liv y Agus.

—¿No creés que vamos demasiado rápido?

—No estamos yendo rápido, ya te lo dije, estamos continuando desde donde lo dejamos. Con más experiencia y con lecciones aprendidas, esta vez sí vamos a llegar al final de la meta. Los dos viejitos, la casa llena de nietos...

—No sé si pueda darte un hijo, ya estoy entrando en la recta final de mi fertilidad —se entristeció Sara.

—No importa —la interrumpió con dulzura—, si ya es tarde siempre podemos adoptar. Además... El día que salió el chisme ese a la luz... Ese día... Te iba a pedir matrimonio, Sari... Y no pude porque ya no me contestabas el teléfono y me evitabas.

—¿Y por qué no me lo dijiste el día que me viniste a buscar a casa? —le temblaba la voz por el recuerdo de lo que pudieron haber vivido si no hubiese sido tan terca.

—Preferí callar antes de que me rechaces. No quería darte lástima. Pero si ese día te hubiera pedido matrimonio, la fase que seguía en nuestra relación era esta, vivir acá conmigo. Así que continuemos en dónde nos quedamos. Venite a vivir conmigo.

—Está bien.

—Y casate conmigo. —Sara enmudeció—. Te lo digo en serio, ya te recuperé, no me voy a arriesgar a perderte de nuevo. Si conocés la historia de Ale y Mari, reflejanos a nosotros dos en ellos. Casate conmigo.

—Sí... —respondió entre lágrimas y moviendo la cabeza afirmativamente—. Sólo... Igual dame tiempo, vivamos juntos mientras conocemos a los dos adultos que somos ahora. ¿Y si los dos cambiamos y algo nos incomoda del otro?

—Es cierto, yo ya no soy el mismo. Pero porque mi verdadera esencia estaba apagada. ¿Cuándo me viste escuchando tango? El tango era la única melodía que entendía mi soledad y mi despecho, pero ya no más, ya no lo necesito si te tengo conmigo. Quiero volver a ser yo, y para eso te necesito a mi lado.

—Me pasa igual. Desde que te vi en la tarde me cosquillea el cuerpo, se me salen las sonrisas de la nada... Volví a tener veintipico en un par de horas... Sí y sí. Quiero que vivamos juntos y quiero casarme con vos.

Matías acortó la poca distancia que tenían y la besó, cuando la cosa volvió a tomar temperatura, se subieron al sillón de cuero y continuaron con lo que dejaron para ir a comer.

—Mi princesa... —jadeó Matías sobre su boca.

—Sí...

—Esta... Es la primera vez que vas a ser mía toda la noche, no tiene que ser así, así no...

Y sin despegar sus cuerpos, él la alzó y la llevó de nuevo hasta su habitación. Continuaron hasta quedarse sin fuerzas, y en consecuencia, dormidos. La primera en despertar fue Sara, su alarma biológica abrió sus ojos a las ocho de la mañana. Matías dormía a su lado boca abajo, con las manos bajo la almohada y la cabeza para su lado. Salió de entre las sábanas con sigilo, y se vistió con la camisa que él usaba la noche anterior.

Luego de pasar por el baño dio un pequeño recorrido por el departamento, todo allí seguía exactamente igual que hace años. Desorden más, desorden menos, pero se notaba a simple vista que ahí jamás hubo una mano femenina.

Se dirigió a la cocina para ver con qué ingredientes podía improvisar un desayuno, y al acercarse a la heladera notó algo que la noche anterior había pasado por alto cuando cocinaron juntos. Sostenida por un imán de delivery, una foto de ellos dos. En la imagen, Matías estaba en el asiento del conductor del 410, y ella sentada sobre sus piernas como una pequeña niña. Sara rodeaba su cuello mientras besaba su cachete, y Matías guiñaba un ojo mientras sacaba la foto con la cámara de su celular, hasta se podía ver su brazo en la esquina inferior izquierda de la imagen.

Sara tomó la fotografía y la observó, su mente se inundó de recuerdos de aquella etapa de su vida en la que había vuelto a ser feliz después de perder a sus padres y a quien fuera su novio. Hundió la foto en su pecho, lloró con congoja y en silencio por todos los años que había perdido a su lado por nada, por haberlo dejado solo cuando él más la necesitaba. Lloró y se deslizó con su espalda por la heladera hasta quedar sentada en el piso.

—¡Sara! —Matías se alarmó al verla llorando en el suelo de la cocina—. ¿Qué pasa?

Sara no respondía, y al tomarla de las muñecas para levantarla, la foto se deslizó hasta quedar en su regazo. Matías la tomó y la observó, luego volvió la visita hacia ella.

—Perdón... —sollozó—. Nunca debí... no debimos... —Y volvió a llorar, pero vez sin ocultar los espasmos.

—Mi amor... Ya estás acá, conmigo... —Matías terminó de levantarla y la abrazó.

—¿Quién nos devuelve esos trece años, eh? ¿Quién te compensa todos esos años de sufrimiento por mi culpa?

—Vos, vos y solo vos. Pero no así, lamentando lo que pudo ser y no fue. ¿Y si nuestro momento era este? —Sara despegó la cara de su pecho y lo observó con la cara bañada en lágrimas—. Sabés... El día que nos separamos, Marta me dijo que no eras mi destino, que nuestras auras rojas jamás se fusionaron.

—¿Ves? No tiene sentido que nos ilusionemos de nuevo...

—Pero... —la interrumpió—. Ayer... Marta me dijo que es ahora, no me preguntes cómo fue... Pero me lo dijo, la oí claramente en mi cabeza cuando te abracé en la administración.

Sara se separó un poco, tratando de comprender lo que Matías le decía, evaluando sus palabras. Y no, no le mentía para retenerla o tranquilizarla. Cuando Matías mentía miraba involuntariamente hacia su derecha por una fracción de segundo, repetidas veces durante lo que durara la charla que involucraba la mentira que estaba diciendo. Sin embargo, sus esmeraldas grisáceas estaban fijas en sus enrojecidos y húmedos ojos.

—Si querés compensar los años perdidos —continuó—, aceptá mi propuesta y mudate acá conmigo. Mi propuesta de hacerte mi esposa sigue en pie, pero vamos despacio, si es lo que querés. Ya no tiene sentido que sigamos sufriendo en soledad, ya viste que todo entre nosotros está más vivo que nunca.

Matías secó sus lágrimas con los pulgares y la besó con ternura. Se separaron y la observó con detenimiento, los vestigios del paso de tiempo en su rostro eran imperceptibles. Algún que otro surco en la piel de sus prominentes pómulos, una nueva cicatriz en su sien, patitas de gallo que seguramente causaron los desvelos por sus estudios.

Por primera vez veía la mujer en la que se había convertido aquella jovencita que lo ayudó a ser un desconocido, la que le mostró el primer amor, el amor verdadero y desinteresado, la que lamentablemente le enseñó lo que era un corazón roto. Ella había sido todas las variantes del amor que una persona experimenta en su vida. Y le faltaba una figurita al álbum: la esposa. La admiró hasta que sintió un nudo en la garganta, y antes de llorar de nuevo, comenzó a hacerle cosquillas para cambiar los ánimos. Corrieron por todo el departamento como dos niños pequeños, hasta que nuevamente terminaron tirados en la cama.

—Tengo que abrir el local... —Sara expresó entre risas—. Se me va a hacer tarde, y ni siquiera desayunamos.

—Te llevo a tu casa, agarras tu ropa de veterinaria y te llevo a desayunar afuera, ¿qué te parece?

—No sé si hagamos a tiempo...

—Desayunemos en el local entonces, te acompaño.

—¿Y la línea? ¿No tenés nada que hacer?

—Es sábado, lo dejo a Ale a cargo, es mi mano derecha. Después de todo supo manejar muy bien la línea cuando me fui seis meses a Japón.

—¿A Japón? —se sorprendió Sara—. ¿Y a qué fuiste tanto tiempo?

—A olvidarte, y fallé miserablemente porque fue peor. Y me volví.

—Guau... De veras estás loco...

—Tengo miles de anécdotas para contarte, así que vamos yendo y te cuento mientras desayunamos.

Se ducharon rápido y salieron hacia la casa de Sara. Ni Agustín ni Libertad se sorprendieron al verlos entrar juntos, a pesar de que las mejillas de Sara ardieron de vergüenza. Matías compartió unos mates con sus nuevos cuñados mientras Sara se alistaba para ir a trabajar.

—Lista... ¿Vamos? Ya voy bastante tarde.

—Gracias por los mates, Liv. Nos vemos esta noche, chicos.

—¿Esta noche? ¿De qué me perdí? —intervino Sara.

—Creí que le habías contado —acotó Agustín mirando a Matías, quien negó con la cabeza—. Lo invité a cenar esta noche, y también le dije que invite a Mari y Alejo. Estuvimos tan cerca tanto tiempo sin saberlo que me parece que ya es hora de que nos juntemos.

—Me gusta la idea, nos vemos esta noche entonces.

Se saludaron todos con un beso y Sara partió con Matías hasta su clínica. Allí, luego de abrir, Matías compró café y facturas para desayunar, y compartieron la ajetreada mañana mientras él le contaba cómo fueron sus seis meses de estadía en Tokyo. Llegado el mediodía, almorzaron como pudieron en el local, y a media tarde Matías se retiró, no sin antes expresar su preocupación por el trabajo de Sara.

—Princesa, no podés hacer todo vos sola. ¿Por qué no contratás un colega que te dé una mano?

—Eso quisiera, pero... No me dan los números más que para pagarle a Adrián. —Se refería al estudiante de veterinaria que le oficiaba de asistente algunos días a la semana.

—Vos contratalo, yo le pago el sueldo.

—No... De ninguna manera, no.

—Si no lo hacés vos, lo voy a hacer yo. Total, ya tengo ayuda.

—Sí, mide un metro y medio, y tiene ojos celestes y saltones. Ya sé... Se me hace que ustedes dos juntos son un peligro y se van a potenciar.

—¡Ey! A mi cuñadita la respetás —bromeó Matías—. Voy a liberar a Alejo, así se prepara para la noche, aprovechemos la reunión para anunciar que nos vamos a vivir juntos.

—Te lo pregunto por última vez. ¿No te parece demasiado apresurado?

—No. —Matías dejo un fugaz beso en sus labios y salió del local antes de recibir una respuesta—. Te paso buscar al cierre —gritó desde la vereda—, y no olvides que te amo.

Sara sonrió mientras se preparaba para atender a otro peludito paciente bebé, que ingresaba en brazos de su dueña mientras ésta miraba atónita al loco que gritó en la vereda antes de internarse en su deportivo poco usual y tan llamativo.

Llegada la hora del cierre, Matías pasó por Sara y se dirigieron hacia la que todavía era su casa. Nada más entrar, Alejo y Marilia ya compartían una amena charla con Libertad y Agustín. Matías se unió a ellos mientras Sara se duchaba y se ponía ropa acorde a la pequeña ocasión. Cenaron entre risas y con total familiaridad, como si esos seis se conocieran de toda la vida, y es que las conexiones entre ellos estuvieron siempre ahí, dormidas. Para la hora del postre, fue Matías quien tomó la palabra.

—Familia... Sí, ustedes también, no me miren así —recriminó a Alejo y Marilia, quienes se sentían excluidos de ese término—. Vos sos como mi hermano, y ellas dos también son como hermanas, así que... ¡En fin! Queremos aprovechar para decirles con Sara que nos vamos a vivir juntos.

Agustín abrió los ojos tanto como su boca, mientras Alejo, Marilia y Libertad no pudieron ocultar su sonrisa.

—¿Te parece muy rápido, Agus? —inquirió Sara con timidez.

—¿Rápido? ¡Se tardaron trece años! Ya es hora de que nos hagan tíos.

—¿Y ustedes dos qué esperan? —retrucó—. Ahora que les dejo una habitación libre pueden hacerme tía a mí también, eh.

—¿Y cuándo se mudan? Ale y yo ya tenemos experiencia en mudanzas, Germán y Rodrigo nos avalan —bromeó Marilia.

—Mañana mismo, yo me mudaría ya, pero es tarde y el Nissan casi no tiene baúl, ni hablar de asientos traseros.

—Vas a tener que usar un bondi —comentó Libertad entre risas, provocando una mirada cómplice entre Alejo y Matías.

—¿Vas vos o voy yo? —le susurró Alejo.

—Vamos los dos, y dejo el auto un rato en la terminal.

—¡Esperen! —intervino Sara—. ¿Qué van a hacer? ¿Ya empezás con tus locuras?

—Te dije que tenía que recuperar mi esencia. Vamos, Ale. Cuanto menos tardemos mejor, andá juntando tus cosas. Chicos, ¿la ayudan?

—Pero... No tengo cajas, y...

—Improvisamos, aprovechemos ahora que estamos los seis —sugirió Agustín.

—Que no se note que me querés echar, eh —le recriminó Sara a modo de juego.

—No te estoy echando, tonta. —Agustín corrió a abrazar a su hermana—. Te estoy empujando a que seas feliz de una vez, esta siempre va a ser tu casa.

Sara sonrió sobre el pecho de su hermano, y para cuando se despegó del abrazo, Alejo y Matías ya no estaban. Era la primera locura desde que se habían reencontrado, volvió a sonreír, ese era el hombre del que se había enamorado años atrás.

Era medianoche cuando entre todos bajaron las pertenencias de Sara, al menos las más imprescindibles. Acordaron encontrarse al otro día para terminar de llevar los bultos más grandes. Matías dejó a cada uno en su casa, y finalmente fue hasta la terminal para guardar el colectivo sustraído y recuperar su auto. El reloj marcaba las dos de la mañana cuando la pareja se encontraba en el living, en un mar de bolsas y cajas sin saber qué hacer.

—¿Y ahora?

—Punto y aparte, y esta vez no pienso dejarte ir. Ahora toca comenzar a formar nuestra familia, ya no quiero esperar más.

—¿Por qué siempre vas tan rápido? —protestó Sara—. Recién ayer nos reencontramos, y hoy ya me tenés acá instalada. Me pediste matrimonio, ¿y ahora me pedís un hijo?

—Solo no nos cuidemos, ¿sí? Si tiene que venir, vendrá.

—Si no nos cuidamos, obvio que va a venir —rio Sara.

—O no, no sabemos... No pienses, Sara. Solo sentí.

Marta tenía razón cuando en su mente le dijo «es ahora». Era en ese ahora. Porque a veces el amor tiene sus tiempos, tiempos que a veces ni la cabeza ni el corazón comprenden. Por eso hay amores que llegan tarde, amores que llegan temprano, amores que llegan en el tiempo justo, y amores que se dan revancha. O mucho mejor, amores en pausa, y que sólo necesitan que uno de los dos les dé play.

Punto y aparte. Porque esos amores no pasan la página, simplemente siguen escribiendo su historia en un párrafo aparte.

¡Ayyy! Este extra lo veo súper cuchi...

Acá tienen cómo es que en el Epílogo están juntos. Y si, ella logró quedar embarazada, como ya vieron.

La canción principal de este capítulo no puede ser otra más que Punto y aparte de Morat. Salió en el mismo momento que escribí este extra, y encajó a la perfección.

Punto y aparte – Morat
(Balas Perdidas – 2018)

https://youtu.be/_26FQfH8994

Hay otra canción que está en uno de los Director's Cut, pero re encaja acá. Como Decirte de Axel, porque «se fue una niña, hoy veo una mujer».

Como Decirte – Axel
(Como Decirte – 2009)

https://youtu.be/eMBKvQG6oyY

Adicionalmente, los dos tangos que bailan en administración. Necesitaba poner tango aunque sea en un solo capítulo porque #porteñaForEver. Y Matías con el corazón roto y sombrío era ideal.

Este es Volvió Una Noche por Julio Sosa.

Volvió una noche – Julio Sosa
(Reciedumbre y Ternura – 1963)

https://youtu.be/h50ir05qkS8

Y este, Mano a mano, también en la versión de Julio Sosa.

Mano a mano – Julio Sosa
(El Tango lo Siento Así – 1962)

https://youtu.be/767H7LuMeXI

Y como hay tango, aunque sea en una pequeña escena, no puedo dedicarle este extra a otra persona más que a uutopicaa. Una grosa que admiro y me banca siempre en todas, carnet de Wattpami #0001.

Queda un extra inédito más, y voy a traer Stop para acá, va a pasar a ser parte del libro en lugar de un Director's Cut.

Nos vemos el viernes que viene.

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